BLANCO SOBRE NEGRO

manos atadas, cadenas de algodón.

Gran parte de las tierras del sud de Santa Carolina estuvieron, antaño, cubiertas por un sinfín de campos de cultivo de algodón. Por aquel entonces, toda la economía del país giraba en torno a esta materia primera, y no fueron pocos los hacendados que se enriquecieron gracias, en gran parte, al fenómeno del esclavismo.

 Durante el primer tercio del siglo XIX, las zonas más rurales de aquellos cálidos lares permanecieron ajenos al movimiento abolicionista, y los ideales de igualdad entre razas rozaban el absurdo a oídos de una sociedad boyante que había erguido su fortuna sobre los cimientos de una de las mayores injusticias que ha perpetrado jamás la humanidad.

 Las tierras de la familia Bautista se extendían a lo largo de un buen tramo de la orilla del río Muga, pero es en el centro de uno de los recodos que doblan dicho curso fluvial donde se edificó la mansión que cobijaba a los miembros de esa familia de colonos; la más pudiente de toda la península. 

1846

RENTY

relato erótico con esclavos, historia erotica esclavitud. siglo XIX, interracial.

– SEPTIEMBRE –

-jueves 21:22 h-

 La esclavización de los primeros negros llegados del continente africano resultó muy traumática para estos, y requirió de una gran violencia sin escrúpulos y de una crueldad sangrienta.

 Sin embargo, Renty nunca ha conocido la libertad. Trabaja para los Bautista desde que tiene uso de razón, y jamás ha contemplado otra opción que no sea la de consagrar su vida a la servidumbre de sus amos norteños.

Durante décadas, trabajó en la plantación recogiendo algodón, pero, en estos últimos años, sirve de mayordomo en la casa, como ya lo hiciera su padre antes que él.

CECILIO: No me gusta hablar de estas cosas delante del servicio.

DOROTEO: ¿Te preocupa? Si los tuyos son los más sumisos. No sé cómo lo consigues. 

CECILIO: El buen hacer de los Bautista nos ha llevado donde estamos; y no solo en lo que a los negros se refiere.

 El patriarca de la familia nunca se cansa de presumir del alto estatus social que ostenta. Doroteo siempre le alaba, pero, en esta ocasión, sus razonamientos no carecen de fundamento, pues en toda Santa Carolina no se hallan esclavos tan serviles.

 Acomodados en aquel enorme salón, ese par de viejos amigos disertan sobre las vicisitudes morales que no dejan de brotar en el sí de las mentes más progresistas de la capital:

DOROTEO: He oido hablar de un negro de la ciudad que tiene sirvientes blancos.

CECILIO: ¿Dónde vamos a llegar? Algún día los perros serán bípedos y andarán vestidos mientras que a los humanos nos pondrán a cuatro patas, desnudos, y nos oleremos el culo mutuamente.

DOROTEO: Qué exagerado.  

 Don Cecilio es un hombre de poca estatura, entrado en carnes, que ya ha descorchado la vejez. Tiene una severa calvicie y hace malabares con los pocos cabellos que le quedan para disimular su irreversible otoño capilar.

 Sentado en la butaca colindante, su invitado hace bascular un aromático vino tinto en la gran copa cristalina que sostiene. Se trata de un exitoso empresario del sector textil; alguien que le compra todo el algodón que necesita a quien fuera vecino suyo durante una infancia ya muy lejana.

RENTY: ¿Más vino, señor?

CECILIO: No. Retírate.

RENTY: Como mande, señor.

 Renty todavía parece más escuálido y más oscuro al lado de aquel par de pálidas figuras porcinas. Pese a tener menor edad, su dura vida de esclavo le ha robado la juventud e incluso peina canas de algodón tras su curtida frente arrugada.

-¿Nunca te ha dado reparo meter a un negro en tu casa?-  susurra Doroteo.

-¿Renty? No. Es como de la familia- contesta ya en ausencia del sirviente.

-¿De la familia?- pregunta el visitante sorprendido por tanta misericordia.

-Claro… … como el chucho. No es tan mono pero… … es mucho más servicial-

 Cecilio frunce el ceño a la vez que repara en el trato tan dispar que reciben los miembros más adyacentes a su familia.

CECILIO: Los perros son fieles por naturaleza. Han sido creados para recibir cariño de sus amos. Los negros no son tan humildes. Se creen personas. Hay que recordarles, continuamente, cuál es su lugar. Si le das buena comida a un esclavo te pedirá la que comes tú; si le das de tu comida te pedirá comer en tu mesa; si come en tu mesa, pronto querrá acostarse con tu mujer.

DOROTEO: !!Por Dios, Cecilio!! Eso sería zoofilia.

CECILIO: Tú dirás.

DOROTEO: No, a ver… … No lo decía en serio. Se que no están a nuestra altura, pero…

CECILIO: Prefiero sorprender a mi mujer fornicando con Nevado que con un negro.

 Nevado es la mascota de la familia. Es un perro blanco, grande y lanudo que recibe mejor trato que cualquiera de los cientos de esclavos que viven confinados lejos de la opulenta mansión de los Bautista.

Después de reflexionar durante unos instantes, Doroteo reacciona a la lapidaria afirmación de su contertulio.

DOROTEO: Probablemente, yo preferiría sorprender a la mía con el perro antes que con mi hermano, pero ello no le resta humanidad a aquel cabroncete.

CECILIO: Deberías irte a la ciudad; a codearte con esos intelectuales de pacotilla.

 Hace rato que el sol estival de Santa Carolina ha perdido el interés en esa censurable conversación racista, y ha decidido retirarse tras las montañas que definen el horizonte. Las nubes rojas se apagan para dar paso a la oscuridad nocturna, y el calor que durante largas horas ha azotado la espalda de los recolectores empieza a volverse más amable y considerado.

 Fassena está preparando la cena. Es, con toda seguridad, la esclava más rolliza de la finca, lo cual no tiene mucho mérito. Tiene alrededor de cincuenta años. No obstante, no conoce la fecha exacta de su nacimiento; ni siquiera recuerda a la primera de las muchas familias que le dieron uso desde su más tierna infancia. Ha sufrido tantas vejaciones y tantos infortunios en su vida que ocuparse de la cocina de los Bautista le parece la mejor de las bendiciones. Siempre lleva un colorido pañuelo anudado en la cabeza, así como uno de sus delantales blancos.

RENTY: Fassena, el señor Doroteo se queda a cenar.

 La mujer asiente silenciosamente mientras le devuelve la mirada a su compañero de fatigas con un gesto agradecido.

 En la casa, los negros tienen prohibido hablar más de lo estrictamente necesario, por lo que Renty y Fassena jamás han confraternizado demasiado a pesar de llevar ya un buen puñado de años trabajando codo con codo.

 A la cocinera nunca le falta el trabajo dado que los Bautista tienen muchas bocas que alimentar. No en vano, Rosaura ha tenido una larga descendencia que incluye nada menos que a una docena de retoños; todos varones menos las dos más pequeñas: Noel, Bernat, Darío, Timoteo, Dámaso, Jeroni, Leandro, Remo, Edgar, Adrián, Bella y Liliana. Por si no fuera poco, un par de nietos del hijo mayor engrosan la prole: Virginia y Silvan.

 Los siete hermanos mayores ejercen de capataces en los siete campos en los que se divide la finca. Como si de una familia real se tratara, la línea de sucesión determina que Remo, Edgar y Adrián, por ser los benjamines, aprendan el oficio de mano de los tres primogénitos: Noel, Bernat y Darío.

 Si no fuera por la tardía menopausia de Rosaura, es posible que aquella madre tan prolífica hubiera seguido engendrando vástagos hasta el día de hoy. Ni siquiera el hecho de ser abuela la desanimó, en su momento, pues su mayor objetivo en la vida es complacer a su marido; así la educaron, y así seguirá hasta el día en que se muera.

 Si hay un ideario enraizado en la sociedad de Santa Carolina, más incluso que la cultura de la esclavitud, es un machismo que lleva generaciones moldeando a unas sumisas amas de casa que solo aspiran a cocinar bien, parir mucho y hacerse cargo de todos los quehaceres de su hogar para tener contento a su esposo.

 Liliana, la hermana pequeña, parece condenada a seguir los adoctrinados pasos de su madre. Con solo seis años, es dócil e inocente como un perrito faldero. Sus preciosos rizos rubios, su piel pálida y sus grandes ojos azules le dan una apariencia angelical que promete facilitarle las cosas, en el futuro, para encontrar a un buen marido al que consagrar su existencia. Solo su hermana podría desviarla de tan candoroso propósito.

 A pesar de llevarle solo un par de años, Bella ha desarrollado un carácter opuesto al de esa ingenua niñita. Es demasiado joven para erigir una ideología propia que escape a los preceptos que reinan en su comunidad, pero no lo es para ser desobediente, lista y perversa como una auténtica diablilla llegada de los avernos. Tiene el pelo castaño y, al igual que Liliana, sus definidos rizos anchos distan mucho de los que se ensortijan en las cabezas de los centenares de esclavos que habitan en las tierras vecinas.

 A diferencia de las infantas de los Bautista, las personalidades de sus ocho hermanos más mayores se asemejan entre ellos como si estuvieran cortados por el mismo patrón, pues todos parecen empecinados en ser dignos del orgullo de su padre.      

 Los capataces de la plantación son siervos de las exigencias de Cecilio, y de una competición fraterna que les incita a abusar de sus cautivos sin reparar, no solo en la humanidad de los mismos, sino también en su condición de seres vivos capaces de sufrir.

 Los hijos mayores de Rosaura no nacieron malos, pero jamás han contemplado la posibilidad de que un negro merezca la menor compasión por su parte; de que lo que hacen atente contra la moralidad cristiana que guía al rebaño por el buen camino. Les resulta inconcebible la imagen de un ángel moreno, de una virgen mulata, de un Dios con la piel demasiado oscura…

-viernes 10:12 h-

BELLA: No, Lili, ¿qué haces? ¿No ves que son muñecas de tamaños distintos?

LILI: Da igual. Pueden jugar juntas.

BELLA: No, no. Ni por asomo. Las de porcelana con las de porcelana, y las de trapo…

 Como siempre, la hermana mayor lleva la voz cantante. Ambas niñas discuten sentadas sobre la madera del porche que anticipa la entrada de la mansión.                                

 La pequeña de la casa, Virginia, también está presente, pero no toma parte en la escenificación que llevan a cabo de sus jóvenes tías. Suele entretenerse sola si nadie la requiere. Ahora mismo está jugando con un curioso juego de pingüinos que don Doroteo le compró en la capital.

-Hola, Renty- dice Bella, con alegría, al ver llegar a su sirviente.

-Cállate, Bella. Por favor- susurra Liliana con preocupada urgencia.

-Buenos días, señorita Bella- responde Renty con un tono muy discreto.

-¿Qué llevas ahí?- pregunta la nena señalando el fardo que carga el esclavo.

-Son frutas y verduras para Fassena- contesta mientras mira a su alrededor.

-¿Qué miras? ¿Tienes miedo de que te oiga mi padre?-  

 Bella es una niña muy perspicaz; no se le escapa nada. Sabe que los negros tienen prohibido hablar con ninguna de las criaturas de la casa, por eso mismo le gusta tanto tirarle de la lengua a Renty. Le encanta ponerlo en apuros. Sin embargo, a su lado, Liliana está sufriendo más que el propio interrogado.

RENTY: No es tu padre el que… … quien más miedo da.

BELLA: ¿Es Noel?

 El sirviente asiente al tiempo que hace el signo del silencio con su índice vertical, sellando unos labios de sonrisa cómplice.

 No es ningún secreto que Noel es el más duro de los capataces. Los escarmientos que infringe a aquellos negros que le decepcionan llegan a incomodar al propio Cecilio, aunque ese hacendado jamás ha osado desautorizar a su primogénito.

 La expresión de Renty muta en el preciso instante en el que cruza el umbral de la puerta. Su repentina seriedad no es la de un hipócrita, sino la de alguien que sabe bien lo que le conviene. Pese a sus intentos de alejarse de su pequeña entrevistadora, Bella sigue tras el para atosigarle con más preguntas inapropiadas.

BELLA: ¿Has visto a Marian?

RENTY: ¿Marian?… … ¿Meriem?

BELLA: Yo la llamo Marian, o sea que tú también.

RENTY: No, no la he visto.

 La niña acompaña al esclavo hasta una deshabitada cocina. Una vez que Renty se ha desentendido de su carga, se ve obligado a atender a su menuda interlocutora.

BELLA: ¿Es que no la ves nunca? ¿No has hablado con ella?

RENTY: No, señorita Bella. No he hablado con ella desde que se fue.

 El negro pretende sortear las trampas que le depara el destino. Su respuesta no es fiel a la verdad; solo es un intento de mantenerse al margen de una realidad mugrienta que podría llegar a salpicarle fatídicamente.

BELLA: No me llames “señorita”. No llamas señoritos a mis hermanos, ¿no?

RENTY: No… … No, mi ama.

BELLA: ¿Sabes por qué sacaron a Marian de la casa?

RENTY: No, ama Bella.

BELLA: ¿No sabes porque le partieron la espalda a latigazos?

RENTY: No, ama.

 Desde su corta estatura infantil, la niña clava sus desconfiados ojos de miel al esclavo. Renty ha bajado la mirada, y ha adoptado una pose cabizbaja, recogida y servil.

 A una distancia prudencial, cobijada tras el marco de la puerta abierta de la cocina, Liliana observa aquella inquietante escena de sutiles tintes amenazantes.

 Todavía más lejana, la voz de Rosaura se exclama indignada desde el exterior de la casa.

-!¿Por qué está sola Virginia?! Bellaah, Lilianah, ¿Dónde estáis?-

 Bella arranca una ardua carrera que pronto alcanza a Liliana. Ambas se afanan en volver junto a su pequeña sobrina para minimizar las regañinas de su madre.

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Personajes del siglo XIX, esclavos y amos, campos de algodón.
  • 002- Blanco sobre negro
  • 004- Renty
  • 025- Niara
  • 048- Kumala
  • 064- Razas y castas
  • 065- Bella
  • 090- Adrián
  • 109- Delia

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RELATO ERÓTICO: CADENAS DE ALGODÓN

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  1. Me encanta esta historia desearía poder leerla completa

  2. Genial!!! La história nos enrreda y atrapa, maldiciendo quando se acaba el capítulo. Donde conseguir los restantes partes de la…

  3. Genial!!! La história nos enrreda y atrapa, maldiciendo quando se acaba el capítulo. Donde conseguir los restantes partes de la…

  4. Hola buenas. Como se pueden adquirir tus libros?

  5. excelente relato, hasta ahora se ve muy bueno te felicito

  6. Cómo siempre espectacular

  7. Que rico palo se asentaron los tres



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