ASALTACUNAS en serie


Se siente como pez en el agua en un océano hecho a su medida.
Huye de los anzuelos que le lanzan los pescadores más osados. Esquiva los arpones que le disparan las féminas más envidiosas. Evita unas redes sociales que intentan capturar su vanidad.
Su pasado, su presente y su futuro son un verdadero enigma; la zozobra de un mar de dudas que marea a quien se acerca a esta sirena norteña que hace perder el norte a niños, hombres y viejos.
Su canto es mudo, sus tentáculos, invisibles, su halo es etéreo… Flota entre favores burbujeantes sin escatimar en gratitud, y colecciona perdones e indultos allá a donde va.
Virtuosa para algunos, ramera para otros. Amada y odiada, simultáneamente, por los mismos que le ceden el paso y besan el suelo que ella pisa con humilladas esperanzas.
Antagónica de la indiferencia, nada entre dos aguas de distinto género, dejando una caótica estela emocional tras de sí.

Las calificaciones de los alumnos del Gregorio Marañón muestran un auge nunca visto en secundaria. Sin embargo, semejante mejora solo atañe a las asignaturas impartidas por una sola de las educadoras del centro. Se trata de una joven recién licenciada que ha causado estragos, tanto entre el alumnado como en el estrato docente.
-¿Es que van a ponerle una medalla?- pregunta una señora entrada en carnes.
-No0h- responde un tipo con cara de chupatintas -Solo voy a entrevistarme con ella-
-¿Cómo ha dicho que se llama usted?- se interesa un maestro de semblante porcino.
-Bernardo Cuentas- repite orgulloso estrechándole la mano a su interlocutor.
Los tres únicos habitantes de la sala de profesores continúan la charla empleando talantes muy distintos:
CRISTIAN: Le va a encantar. Ella es una gran profesional.
MARTA: Pssh.
CRISTIAN: Vamos, cariño. No seas así. Coral no os ha hecho nada.
BERNARDO: Uiui. ¿Detecto cierta animadversión hacia la más nueva de la plantilla?
Marta guarda silencio enfocándose en la ventana. No quiere verbalizar sus recelos, pues sabe que es fácil caer en la trampa del equívoco, y parecer una envidiosa amargada.
-No le haga caso- contesta Cristian -Hay muchos celos entre las maestras del centro-
-¿Vienes de la consejería de educación?- interviene ella para cambiar de tema.
-Del Consejo Municipal de Educación de Fuerte Castillo- le aclara el recién llegado.
La señora resopla mientras se fija en la hora que marca su reloj. Acto seguido, recupera su bolso y esgrime un gesto mudo, a modo de despedida, solo un instante antes de salir por la puerta.
CRISTIAN: Yo me pierdo con tantos organismos.
BERNARDO: Somos un comité formado por políticos, directores, alumnos, padres… Una junta de participación, consulta y asesoramiento.
CRISTIAN: ¿Y cómo se han enterado de los logros de Coral?
Ah, bueno. Claro. Todo está digitalizado hoy en día.
BERNARDO: Circulan informes y estadísticas continuamente.
Notando el aroma de café, ese bigotudo cuatro ojos se recoloca los lentes para divisar una máquina de mugrientas transparencias.
Cristian ha vuelto a sentarse en uno de los sillones que rodean aquella larga mesa de madera de nogal. Dando fe de su fastidio, agrupa unos libros y unas carpetas, y se dispone a plantarle cara a una nueva hora formativa frente a un exaltado rebaño de quinceañeros impertinentes.
Al tiempo que se incorpora con movimientos mastodónticos, se dirige amablemente a su alopécico invitado:
-Imagino que la moza aparecerá por aquí de un momento a otro-
Bernardo asiente con una mueca de gratitud observando cómo ese sudoroso cincuentón abandona la estancia. No esperaba quedarse a solas en aquel escenario desconocido, pero permanece a la espera sin sentirse incómodo.
Coincidiendo con las diez en punto, suena una sirena que marca el final de la segunda hora lectiva del presente lunes. A los pocos segundos, empieza a propagarse un lejano popurrí de juveniles voces alborotadas.
Desde su quietud, alumbrado por los rayos definidos de aquel sol mañanero, Bernardo se plantea tomar asiento, pero desiste. Prefiere asomarse por la ventana para vislumbrar un hermoso jardín cuidado con una fuente, esculturas, pasarelas…
De pronto, la puerta se abre para dar paso a un huracán femenino que no disimula su apremio.
-¿Bernardo?- pregunta ella apartándose unos mechones rubios de la cara.
-Sí, soy yo- responde él ocultando su pasmo deslumbrado.
-Siento llegar un poco tarde. Los niños…-
Una sonrisa cómplice de ojos azules embauca la objetividad de un inspector que no ha tardado ni diez segundos en posicionarse a favor de tan hermosa muchacha.
BERNARDO: ¿Qué han sido? ¿dos minutos? ¿tres?
CORAL: Me gusta ser puntual.
BERNARDO: Bueno… … Le agradezco que me haya hecho un hueco en su agenda.
CORAL: No hay de qué. No tengo clase los lunes a tercera hora.
BERNARDO: ¿Hablamos aquí?
CORAL: Mejor vamos al despacho. Nos lo han cedido. Tendremos más intimidad.
BERNARDO: Sí, sí. Quizás sea lo mejor. Si tienen que venir más profesores…

Bernardo se encuentra en un buen aprieto. Tiene que redactar un informe detallado sobre su encuentro con Coral, pero no sabe cómo argumentar sus conclusiones sin meterse en un buen berenjenal.
Es consciente de que, en los tiempos que corren, señalar el atractivo de una mujer es un ejercicio más incauto que el de atravesar un campo de minas; más aún si se trata de relacionar la belleza de una joven con el mérito de su buena labor profesional.
Pese a ello, está convencido de que la gran mayoría de los alumnos varones de la nueva maestra están enamorados de ella. No en vano, él mismo ha sucumbido al encanto de una hechicera que domina perfectamente el arte de la seducción.
Frente a la pantalla de su portátil, permanece bloqueado mientras evoca el risueño guiño picarón que le ha dedicado Coral mientras jugaba con el pelo rubio de una cabeza inclinada; su caída de ojos, su modo de mojarse los labios, su voz melosa…
Ha cotejado las calificaciones del presente curso para constatar que son los estudiantes masculinos quienes más han mejorado. El gráfico que él mismo ha elaborado pone de relieve semejante decalaje, fundamentando su polémica teoría con gran rigor.
Coral vive cerca del centro, por lo que suele ir a comer a casa. Le basta con caminar cinco minutos para llegar a su portal.
Marchando sobre pasos ligeros, alterna los destellos solares con la penumbra de los árboles florecidos de una calle peatonal, cautivando las miradas de todo aquel que advierte su presencia.
Sus animados andares de espalda arqueada y cabeza alta no escapan de una naturalidad razonable, pero son identificativos del temperamento seguro y confiado de una auténtica diva.
Con la llegada del buen tiempo, su estilismo ajustado ha recuperado la elocuencia que tanto impactó a los vecinos de Fuerte Castillo, al poco de que la chica irrumpiera en la capital, a primeros de septiembre del año pasado.
Las prendas que visten a Coral no resultarían tan llamativas sobre la piel de las mujeres de a pie. Es cuando intentan proteger el decoro de este ángel diabólico que fracasan en su empeño, rindiéndose a la lascivia de tan esculturales encantos.
A través de unos mechones descolgados, el reojo celeste de aquella sinuosa transeúnte se fija en un matrimonio que está a punto de cruzarse con ella. Coral disfruta viéndose correspondida por el marido, pero aún le divierte más percibir cómo la mujer entra en cólera, callando a la espera del momento indicado para su inminente regañina.
Cuando ya los ha perdido de vista, sonreír mientras formula uno de sus pensamientos burlescos:
“Te ha pillado, amigo. Has disimulado muy mal. No debiste usar el rabillo de tu ojo. ¿Es que no has visto que te vigilaba?”
Su vida carece de preocupaciones y de quebraderos de cabeza. Ama su soltería. Tanto es así, que jamás ha tenido una relación.
Paradójicamente, no son muchos los pretendientes que le tiran la caña, pues la mayoría de los chicos se sienten intimidados por la sensual belleza de una joven que parece inalcanzable. No es que ella se muestre fría o distante; todo lo contrario. Su simpatía es desbordante, y su sonrisa polar encandila a todo aquel destinatario que logra verla de cerca. Es más bien una cuestión de contexto y de sentido común.
A primera vista, parece la mujer perfecta. Como la Jolene que despertaba los temores de Dolly Parton, Coral podría conseguir a cualquier hombre que quisiera. Sin embargo, sus antojos no apuntan a los atletas corpulentos que tanto la miran en el gimnasio, ni a los apuestos empresarios trajeados que conducen autos de gama alta, ni a los artistas famosos que llenan los estadios en sus giras…
Médicos reputados, compañeros del ámbito de la educación, buenos samaritanos que ayudan a los más desfavorecidos… Ninguno de ellos llama la atención de un ser de luz que esconde sombras muy oscuras en los rincones más ocultos de su alma.
Quizás los numerosos admiradores que Coral colecciona allá donde va la verían con otros ojos si conocieran el pasado más reciente de esa hija favorita; del ojito derecho de todos los profesores, del amor platónico de quien la designó para la cotizada plaza bacante que dejó don Eusebio al jubilarse…
Ya dentro del ascensor, la moza pulsa tres veces el botón que lleva escrito el número seis. Seguidamente, observa a su ruborizado compañero de viaje, sin que el chaval se dé cuenta, a través de un espejo traicionero que delata las miradas boquiabiertas de aquel imberbe vecino tan impresionable.

Coral no suele ceñirse demasiado al temario que la directiva del centro le hizo llegar antes de que diera comienzo el curso. La obediencia nunca ha sido su punto fuerte, y no es amiga de las normas ni de los programas preestablecidos. Le gusta improvisar, y hacer partícipe a sus alumnos en aquella larga travesía grupal hacia el horizonte del saber.
No hay duda de que los tiene a todos en el bolsillo. Todas las niñas quisieran llegar a ser como ella, algún día, y todos los niños andan enamorados de esa musa docente que no deja de provocar erecciones a diestro y a siniestro; tanto presencialmente como de un modo remoto.
La nueva maestra de aquel instituto ha logrado tejer una complicidad inédita con sus jóvenes estudiantes. En total, tiene a su cargo a unos ochenta niños y niñas que se dividen en cuatro clases: 1º-A, 1º-B, 2º-A y 2º-B. No obstante, el segundo grupo de primero es la comunidad en la que se siente más bien acogida. Entre las cuatro paredes de esa aula repleta de preadolescentes es donde ha fundado su controvertido reinado secreto.
Esa joven calculadora ha establecido un cordón sanitario que confina y concentra sus salidas de tono más flagrantes en uno solo de los ecosistemas que lidera a lo largo de su jornada laboral. Únicamente ante el alumnado de primero B se permite mostrar su faceta más descarada, y confesar algunos de sus deslices amparándose en un pacto de absoluta confidencialidad que involucra hasta el último de sus fieles discípulos.
Coral ha convertido a esos novatos de la secundaria en sus más devotos siervos; súbditos que la veneran y la idolatran, que le devuelven la confianza que ella deposita en ellos, con creces, revelándole intimidades que no deberían salir del ámbito familiar.
Cada vez que se voltea después de escribir algo en la pizarra, encuentra a una docena de mozalbetes boquiabiertos que la repasan embobados sin dejar de babear sobre el pupitre.
Complacida por el visible fervor que siempre despierta en unos críos que todavía no han aprendido a disimular, la chica continúa con sus explicaciones:
-Las oraciones subordinadas substantivas forman parte de las oraciones compuestas. Así como las coordinadas son dos oraciones unidas por un nexo, con significado propio, que pueden ser independientes, en el caso de las subordinadas es distinto, pues, como su propio nombre indica, hay una oración que depende de la otra jerárquicamente. Son subs…-
Coral gesticula grácilmente para acompañar una retórica gramatical un tanto tediosa. Con el propósito de añadir un plus de interés al análisis sintáctico de aquellas frases improvisadas, decide reclutar a un ayudante voluntario:
-Jan, sal a la pizarra, va- le sugiere a uno de sus pupilos de la primera fila.
-… … Noh… … No puedo salir ahora– responde el niño, sumamente cohibido-
-¿Qué te ocurre, mi vida?- pregunta extrañada -¿Te encuentras mal o algo?-
–O algo– susurra Jan dando fe de su timidez.
-Yo salgo, Coral- grita un chaval más impetuoso al tiempo que sale a la palestra.
Leandro tiene el pelo oscuro, y goza de cierto sobrepeso. Es el bromista de la clase y les cae bien a todos sus compañeros.
CORAL: Tienes que inventar una frase subordinada bien disparatada para
que su análisis quede grabado en la mente de todos tus amigos.
¿Has entendido bien el concepto?
El nene asiente con vehemencia sin mediar palabra. Desde la quietud, frunciendo su ceño, se exprime el cerebro en busca de una de sus cómicas ocurrencias. Ya tiene la tiza en la mano, y no tarda en escribir en la pizarra:
Jan no puede salir porque todos veríamos su tienda de campaña
En cuanto Leandro termina de anotar esa frase compuesta, un contenido murmullo jocoso, que rezuma consternación, se deja oír por todos los rincones del aula.
Lejos de reprender a su alumno por semejante desatino, Coral se pone manos a la obra para desmenuzar aquel enunciado comprometedor. Empieza por subrayar un solo vocablo.
CORAL: !Bien! “Porque”; adverbio de causalidad. Es el nexo que une las dos oraciones. ¿Quién sabe decirme cuál es la oración principal?
Una cría con gafas y trenzas castañas levanta la mano mientras el resto de los alumnos todavía intentan llegar a una conclusión.
CORAL: Dime, Melisa.
MELISA: “Jan no puede salir” es la oración principal.
CORAL: ¿Cuál es la oración secundaria? ¿Jan?
Rojo como un tomate, el nene tarda un poco en responder, pero, finalmente, cede a la presión que le rodea y dice:
JAN: … … Todos veríais mi tienda de campaña.

Jan no tiene hermanas. Siempre había considerado que las niñas que le rodeaban en su día a día, especialmente en el colegio, eran de una especie diferente a la suya. Repelentes, chivatas, empollonas, presumidas, mentirosas, egoístas, creídas…
Cuando empezó la secundaria, en el pasado mes de septiembre, con doce años recién cumplidos, seguía sin poner en cuestión esa premisa misógina haciéndola extensible a las chicas de más edad. Asumía que las integrantes del género femenino experimentaban una lenta transición, sin pena ni gloria, hasta incorporarse a la inquisitoria jerarquía de los adultos.
Entonces, una mañana, Coral entro por la puerta desatando unos fuegos artificiales que deslumbraron al más zoquete de los estudiantes de primero. Aquella hora lectiva de lengua castellana marcó un antes y un después en la corta vida de un mocoso que se había prometido permanecer célibe hasta su último aliento.
El tardío despertar sexual de Jan coincidió con un arrebatador enamoramiento, de mágicos destellos, que embrujaría a ese churumbel de perpetuos suspensos para convertirlo en uno de los alumnos más aplicados de la clase; el máximo exponente del fenómeno que rodea a la nueva profesora del Gregorio Marañón.
Coral imparte cuatro asignaturas distintas en cada una de las cuatro clases que ocupan su apretada agenda laboral: lengua castellana y literatura, religión y valores éticos, matemáticas y educación física.
Al final de la última hora lectiva del presente martes, en el aula de primero B se están resolviendo complejas ecuaciones de segundo grado.
Cuando suena el timbre que subraya el punto y final de aquella sesión matemática, todos los estudiantes se fijan en la profesora a la espera de que ella les dé permiso para recoger. Coral les complace con una sutil muestra de aprobación.
En poco más de un escaso minuto, la mayoría de ese populacho escolarizado ya ha salido por la puerta bulliciosamente.
-Jan, quédate un momento, por favor- solicita la tutora con una pronuncia fría y neutra.
-¿Yo? ¿Por qué?- pregunta el nene poniéndose a la defensiva.
-Solo quiero hablar contigo un momento. ¿Vale?-
Ese tono conciliador no logra tranquilizar a un chaval que no ha vuelto a ser el mismo desde el traumático episodio que ha sufrido por la mañana; durante aquel análisis sintáctico tan embarazoso.
Ambos guardan silencio mientras los últimos compañeros de Jan abandonan la sala compartiendo mudos vistazos suspicaces.
El niño, ya de pie, elude a la maestra, con la vista, mientras cierra las cremalleras de una mochila azul forrada de Pokemons. No sabe a qué atenerse, pero lo último que espera es una disculpa, pues jamás ha recibido semejante consideración por parte de un adulto, sea pariente o profesor.
CORAL: Tengo que pedirte perdón, cariño. Lo de esta mañana no ha estado bien.
JAN: … … No pasa nada… … Da igual.
CORAL: Sí que pasa. Pensé que te lo tomarías con buen humor. Si llego a saber que… Te he notado taciturno y disgustado desde aquello.
Jan sigue mostrándose incapaz de aguantarle la mirada a su amada interlocutora. Ha vuelto a sonrojarse, ligeramente, pero empieza a sentirse reconfortado por el trato tan cercano y amable que está recibiendo de la educadora.
Sentada en un pupitre, tal y como si estuviera posando para una sesión fotográfica, Coral juega con su pelo lacio sin dejar de clavarle sus pupilas celestes a esa presa infantil.
CORAL: Sabes que eres mi favorito. ¿no?
JAN: … … ¿Qué? … … ¿Yo?
CORAL: Ya os conté que os quiero a todos. Sois la familia que nunca tuve; pero tú…
Coral está tan cerca de Jan que le basta alargar un poco la mano para acariciarle el cogote tiernamente.
Aún cabizbajo, viendo esos azulejos de tonos ocres, el pequeño abre mucho los párpados abrumado por tan sorpresiva carantoña. Su flojera se incrementa cuando esa incauta docente se permite jugar con una de las orejas del su supuesto alumno preferido.
Finalmente, Jan se arma de valor para devolverle la mirada a su sensual acosadora, encontrándose con la cercanía vertiginosa de aquellos preciosos ojos claros.
CAROL: Eras un desastre cuando te conocí. Has mejorado tanto…
JAN: Es porque… … no quiero decepcionarte.
CAROL: Eres mucho más listo de lo que todos piensan,
lo que ocurre es que no tenías la motivación para esforzarte.
JAN: Ahora sí que estoy motivado.
CAROL: Lo sé.
Esa escueta y risueña confirmación susurrada desprende el aroma de un secretismo inconfesable, pues tanto el uno como la otra tienen muy presente lo inapropiado que resulta la pasión amorosa que se ha apoderado de aquel candoroso caballerete.
Jan gira la cabeza para ver una puerta ajustada que defiende, negligentemente, la discreción de esa secuencia extraescolar.
–¿Te gustaría que alguien viniera a rescatarte?– pregunta ella con tono insinuante.
-No. No es eso- responde contrariado el niño.
–No creo que nadie nos moleste– añade Coral mientras le acaricia el pelo –Si estuviéramos en la planta baja, quizás; pero, a estas horas, nadie vendrá hasta aquí–
Solo la luz natural de aquella tarde de mayo alumbra la escena. No en vano, la fría claridad de los fluorescentes resulta del todo inútil en las presentes fechas de primavera.
La joven viste ropa ajustada con apariencia de cuero negro. No obstante, se trata de una tela transpirable y elástica que se le pega al cuerpo como una segunda piel. Si bien unos pantalones largos perfilan esas piernas esculturales, su camiseta es de manga corta, y deja a la intemperie una llamativa cinturita de avispa.
CORAL: No solo eres listo. También eres muy guapo.
JAN: … … … …
CORAL: ¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿No tienes nada que decirme?
JAN: … … … … Sí… … … … Tú también eres muy guapa.
Jan puede percibir aquel perfume arrebatador que tantas veces ha olfateado de lejos, con los ojos cerrados, aprovechando su ventajosa ubicación de la primera fila.
Notando cómo las deliciosas caricias de Coral suben por su brazo, hasta meterse por debajo de su manga corta, escucha el nuevo interrogante de su profesora:
CORAL: ¿Podrás perdonarme?
JAN: ¿Por qué?
CORAL: Por lo de la frase de Leandro, tonto.
JAN: Ah, sí. No pasa nada… … es… … es que… … no…
CORAL: ¿Era una frase verdadera? ¿Tenías una tienda de campaña? ¿por mí?
El nene vuelve a quedarse sin palabras. Se siente completamente fuera de juego, tal y como cuando, en Navidades, se negó a reconocer que no sabía jugar al ajedrez, y empezó una partida con su tío sin saber mover las fichas.
Termina asintiendo muy levemente, como si la sutileza de su gesto atenuara lo bochornoso del asunto.
–Me siento tan culpable– añade ella poniéndole morritos a su cara de pena.
–Sí, bueno. He pasado mucha vergüenza– responde él victimizándose instintivamente.
Muchos equívocos brotan en torno a esa charla comprometida. La teatralización de aquel drama salpicado por el tabú deriva en una tragicomedia sin rumbo que tiene patidifuso al niño.
La tutora de primero B insiste en su musicada retórica:
-He aprovechado tu debilidad para humillarte en público, delante de tus amigos-
–Se han reído de mí– dice encogiéndose de hombros, bajando la mirada de nuevo –De mi debilidad– susurra citando a la propia Coral.
-Lo lamento, mi vida. Pero tienes que saber que realmente no se trata de una debilidad. Es más bien una fortaleza-
La chica desatiende los ojos marinos del chaval para advertir el bulto que se oculta en ese pantalón corto de deporte.
Consciente de la indiscreción que le acecha, Jan vuelve a tomar asiento, con gran premura, enfocando sus pupilas estresadas hacia el verde de la pizarra.
-¿Qué te acabo de decir?- protesta indignada.
-¿Qué?- pregunta él con un tono quebradizo.
-No es una debilidad. Es una fortaleza muy viril que se te ponga dura. A alguno de tus profesores más añejos ya no se le levanta-
–S.sí… … bueno, pe.pero… … Creo que no deberías darte cuenta; cuando me pasa–
Mientras Coral se sitúa a la espalda de Jan, apoyando ambas manos en los hombros del nene, él se agarra el pito, y se lo estruja a modo de castigo. Sin embargo, no parece que aquella sea la mejor forma de combatir ese empalme inoportuno.
CORAL: No soy una extraña, cariño. Soy yo. No tienes que esconderte ni avergonzarte.
JAN: Ya, pero…
CORAL: Te crees que eres el único que se pone palote mirándome el culo.
JAN: Emmm. No sé… … Creí que, a lo mejor, tenía un problema.
CORAL: ¿Un problema? No, qué va. Es algo muy sano y normal. Estás en la edad. Pronto dejarás de ser un niño para ser un chico. Soy yo la que tiene un verdadero problema.
Jan está recibiendo un placentero masaje en la espalda por parte de aquella confidente que permanece en su ángulo muerto. Su entendimiento no está en plenas facultades, pero, finalmente, termina poniendo en valor lo intrigante de esa última revelación. Pese a ello, y consternado por una confusa tesitura que se aleja de la normalidad, sostiene aquel silencio tan intenso.
La realidad de Coral transita por unos senderos muy distintos. Se divierte jugando con los sentimientos de ese crío indefenso consciente del dominio que tiene sobre él. Intuye el alcance del deseo que le ha inoculado al más transparente de sus alumnos; unas emociones muy distintas a las que tendría un hombre adulto en circunstancias similares
Todavía sentado en aquella silla de polipropileno verde pálido, Jan vuelve a escuchar la voz de su incansable masajista:
CORAL: ¿No dices nada?
JAN: … … Emmmm.
CORAL: ¿Quieres que te deje ir?
JAN: … … No.
CORAL: ¿Te gusta lo que te estoy haciendo?
JAN: … … Sí.
Las mermadas capacidades de Jan lo convierten en poco más que una ameba monosilábica de efectos retardados; más aún cuando percibe el húmedo aliento de su maestra murmurándole en el oído:
–Tienes que guardarme el secreto, ¿vale? Todo lo que te confiese, todo lo que te haga… Sí soy especial para ti… si quieres serlo para mí… ¿Me lo prometes?–
–… … Síií– responde el nene de un modo casi imperceptible.
El premio para ese compromiso susurrado no se hace esperar. Recibiendo cálidas caricias invasivas en el cuello y en la cara, a dos manos, Jan siente cómo su oreja izquierda se moja a raíz de los lametazos que le propina su libertina profesora.
La primera reacción del crío es de asco, pero la víctima de Coral no tarda en encontrarle el gusto a esa afrenta inesperada. Jan nunca imaginó que semejante guarrada pudiera complacerle, pero la magia de aquella venerada alquimista es muy poderosa; puede convertir la mentira en verdad, los minutos en segundos, las sillas en tronos, las palabras en música, la grima en placer…
Los ojos en blanco del pequeño recuperan el sentido, notando el frescor en su lóbulo zurdo, un instante antes de oír, tras de sí, la melosa voz de esa depredadora.
CORAL: ¿Sueñas conmigo?… … ¿Piensas en mí cuando te la pelas?
JAN: … … … … Puede ser… … Sí… … Siempre… … Siempre pienso en ti.
CORAL: ¿Qué te imaginas que ocurre en tus fantasías?
JAN: … … A veces, estamos en clase de gimnasia. Yo me lesiono y luego, tú me cuidas.
Arrodillada detrás de su alumno, Coral escucha ese escueto relato erótico mientras infiltra sus manos por debajo de la camiseta celeste del niño. Le palpa las costillas dando forma a un peculiar abrazo carente de cosquilleos, y, acto seguido, termina dando caza a los dos pezones de aquel narrador enmudecido.
–¿Qué más?– pregunta sugestivamente –Continúa–
–A veces, vamos de excursión a la playa y tú… … tú llevas un bikini muy pequeño y…–
-¿Te has corrido alguna vez?- le interrumpe ella sin contemplaciones.
El crío calla al tiempo que combate su faceta más embustera. Tiene la tentación de intentar engañar a su entrevistadora, pero teme volver a quedar en evidencia como cuando empezó a mover los peones, frente al tío Carlos, el fin de año pasado.
Coral ha vuelto a incorporarse. Le da la espalda a Jan, y se distancia de él andando lenta y estilosamente en dirección al ancho alfeizar de la ventana. Después de apoyarse en él, quedando a contraluz, insiste:
-No es una pregunta difícil. Sabes lo que es una eyaculación, ¿no?-
-Sí, claro. He visto porno y…- responde un Jan avergonzado.
-No me digas esto. ¿Es tu modo de aprender? ¿El porno? Eso no dice mucho a favor de nuestro sistema educativo-
Las alternativas del chaval para esconder su inmadura condición se han evaporado a raíz de tan irreflexiva respuesta.
El lejano rumor del tráfico se une a la voz de los chiquillos que juegan en la plaza que hay junto a la entrada del edificio. Sumándose a ello, los pasos de algunos de los docentes que aún permanecen en la planta baja aliñan un silencio que resulta tan incómodo para Jan como divertido para Coral.
–Ven aquí– le dice la maestra destilando serenidad.
El niño obedece sin rechistar. Cuando ya está frente a ella, se detiene con cara de susto, tratando de aguantarle la mirada.
CORAL: ¿Me das un beso?
JAN: … … … … ¿Ahora?
CORAL: No. Mañana. Delante de toda la clase. ¿Lo prefieres así?
Jan abre mucho los ojos al tiempo que niega con la cabeza, pero no se anima a tomar la iniciativa.
CORAL: Sé que es difícil, pero no tendrás otra oportunidad. Yo no puedo besarte. Eres demasiado pequeño. Podría ir a la cárcel por algo así.
Pero ningún juez me condenará si eres tú el que me da un beso a mí.
JAN: … … … … Yo no te voy a denunciar… … Jamás lo haría.
Coral inclina la cabeza para enfatizar su mueca de incredulidad. Tras una fugaz espera de pocos segundos, deja de obsequiar al estudiante con sus ojos de cielo, emite un hondo suspiro de resignación y dice:
-Es una pena. Tú eras mi preferido, pero supongo que no eres tan lanzado como Leandro. Seguro que él ya estaría comiéndome la bocw-
Antes de que la moza pueda terminar de abrir la última vocal de aquella vil artimaña, Jan se amorra a sus labios sucumbiendo, como una marioneta, a los tirones verbales de su titiritera.
–Abrw un pco la woka– masculla ella sin despegarse de él.
El primer beso del niño había empezado como un inocente arrumaco materno, pero sus coetáneos terminan pervirtiéndose a medida que descienden por la escabrosa senda del erotismo.
Jan no esperaba encontrarse con la intrusiva lengua de Coral, pero esa presencia inesperada no le disgusta en absoluto.
A pesar de que la maestra no goza de mucha estatura, el estudiante no ha terminado de pegar el estirón, por lo que todavía le queda un poco para igualarla. No obstante, aquello no representa ningún impedimento para la puesta en escena de ese amplio repertorio de besos y caricias.
En un momento dado, Coral sortea el rostro de Jan para lamerle el cuello a su alumno; un mocoso que se siente como si alguien le hubiera puesto a los mandos de un Airbus A380 sin siquiera prestarle un manual.
Sobrepasado por las circunstancias, y notando los recreativos dedos de Coral peinando su torso por debajo de la camiseta, el nene se deja mimar y abrazar manteniendo las manos al aire.
De pronto, cae en la cuenta de que Coral le está dando carta blanca para acceder a ella sin ninguna de las restricciones que tantas veces han coartado sus anhelos más íntimos, desterrándolos a los confines calenturientos de su imaginación.
Sin andarse con sutilezas, Jan emplea sus manos para apoderarse de aquellas redondas nalgotas tan bien enfundadas en esa ajustada tela elástica.
Coral no puede evitar romper su risa en cuanto nota la temeraria iniciativa del chaval.
-¿Qué pasa?- protesta él indignado, dando un paso atrás.
–Nada, nadanada– responde ella intentando minimizar el agravio.
La joven estira los brazos para no perder el contacto con el crío.
Por un momento, Jan teme estar siendo objeto de una broma pesada de cámara oculta, aunque no tarda en inclinarse hacia la sospecha de que todo aquello pueda tratarse de una especie de novatada destinada a los niños más pringados de secundaria. El pequeño es lego en todo lo relacionado con el sexo y sus preliminares, y carece del criterio y del sentido común que guiarían a cualquier adulto a la hora de interpretar lo que está ocurriendo en la clase de primero B.
JAN: ¿Por qué te ríes? ¿A caso me estás tomando el pelo?
CORAL: Noooh… … No te tomo el pelo… … No me río… … Sonrío porque estoy feliz.
JAN: ¿Feliz?… … ¿Feliz por qué?
CORAL: Feliz por ti, tonto.
Claudicando ante el liviano amarre de su profesora, Jan vuelve a arrimarse a ella con una expresión desconcertada. Por vez primera, relega su ego infantil e intenta empatizar con las crípticas emociones de Coral, concediéndole el beneficio de la duda a una muchacha que insiste en defender su inocencia.
CORAL: ¿Tanto te cuesta de creer?
JAN: Pues sí.
CORAL: Hay tantas cosas que no sabes sobre el mundo de los adultos…
JAN: … … ¿Como qué?
CORAL: No siempre las cosas son como se supone que deberían ser. Los mayores a veces no hacemos lo correcto.
La distancia entre el uno y la otra se ha ido extinguiendo a lomos de unas revelaciones furtivas impropias de una educadora.
A Jan siempre le habían pintado a los parientes de mayor edad, a los profesores y demás figuras autoritarias de su vida como referentes infalibles de quien tomar ejemplo. No concibe que su tutora pueda estar obrando mal a propósito.
Viéndolo atribulado y atrapado entre contradicciones, Coral toma un nuevo atajo besucón que barre todos los quebraderos de su alumno más aplicado.
El niño no logra enfocar esos cercanos párpados cerrados, y termina emulando el comportamiento de su maestra, sumergiéndose en la más cálida y acogedora de las oscuridades. Saboreando la lengua de aquel amor tan platónico hasta la fecha, Jan nota cómo su enésima erección deforma sus pantalones.
Cree salvaguardada su discreción hasta que percibe cómo la mano de Coral le soba la zona cero, por encima de la ropa, sin ninguna delicadeza.
–¿Qué ocurre?– pregunta ella sin alterarse, reaccionando a un rechazo espasmódico.
-Nada- responde él, sobresaltado -Es que no me esperaba que…-
–¿Qué te imaginabas que podía ocurrir a continuación?– insiste la joven.
–… … N.no sé– tartamudea Jan entre susurros.
–Me encanta. Cualquier tío ya estaría rompiendo el envoltorio de un condón, pero tú…–
Al nene le acecha el vértigo a raíz de semejante conjetura. Se siente un impostor ataviado con una camisa de once varas. Todavía notando los magreos fálicos de Coral, experimenta una parálisis que le roba el aliento por unos largos instantes mudos.
La risueña mirada condescendiente de la profesora no le ayuda, pues Jan empieza a sospechar que solo es un mero juguete en manos de aquella depravada arpía sin escrúpulos.
Ni corta ni perezosa, la chica se une más al crío para poder sortear la goma de ese chándal oscuro. En cuestión de segundos, ya ha infiltrado su mano diestra por debajo de pantalones y gayumbos dando caza a ese duro ariete preadolescente.
–Qué duro que estás– murmura ella con tono vicioso –Está claro que te gusto mucho–
Los caóticos sentimientos de Jan se desbordan, y los ojos del chaval se humedecen. No en vano, ese ferviente enamoramiento no hace más que magnificar sus miedos y tensar su controversia.
Coral recoge los cataplines lampiños de su presa, y los estruja ligeramente al tiempo que comparte su aliento con el niño.
CORAL: ¿Vas a llorar?
JAN: … … No0.
CORAL: No lo dices muy convencido.
Atenta al silencio del nene, la maestra decide soltar sedal. Empuja a Jan, amablemente, y lo separa de ella un instante antes de acercarse a su sillón, con calma, para recuperar aquel bolso negro que tan bien combina con su estilo underground de hoy. Seguidamente, se dirige a su alumno con un tono arrepentido.
–Perdóname, cariño. No sé en qué estaba pensando. Está claro que es demasiado pronto para ti. Soy la peor profe del mundo. Espero que puedas disculparme, y confío en que no hablarás de esto con nadie. ¿vale?–
Con la mano en el pecho, el pequeño observa la partida de Coral advirtiendo un último vistazo volteado de su musa; una ojeada inexpresiva pero cargada de connotaciones que se desploma hacia el suelo justo antes de que la moza desaparezca de su vista atravesando el umbral de la única puerta del aula.
Plantado junto a la ventana, Jan se toca su picha empalmada sumido en las profundidades de una consternación que pone en duda el realismo de todo lo que ha ocurrido al finalizar el horario lectivo del presente martes. Con la mirada perdida, se relame los labios para deleitarse con el buen sabor de boca que le ha dejado su nueva dueña.

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