MORATONES ÍNTIMOS

tetona, tetuda, vecina, relato erótica.

 El barrio de La Floresta está situado al oeste del extrarradio de Fuerte Castillo. Se trata de una zona marginal y desfavorecida. En esos lares no hay presencia policial e impera la ley de la calle. La escolarización escasea y la economía sumergida lleva las riendas de la subsistencia local. Está lleno de gitanos e inmigrantes a quienes la mala fortuna les ha desterrado de sitios más acomodados. Hay bandas, tráfico de drogas, delincuencia…

 No obstante, incluso aquí hay sitios más aventajados que otros. Delimitando la frontera interior de la capital, se encuentra un poblado constituido por unas quinientas viviendas de protección oficial. Dichos domicilios son el resultado de una medida política que, a modo de gueto, hace unos quince años intentó concentrar a la población más conflictiva en las afueras de la ciudad.

 En contra de lo que cabría esperar, la denominada como Gran Manzana se ha conservado en buenas condiciones y, a día de hoy, el clan de Los Pelochos sigue velando por el bienestar de sus lugareños. Rodeada por una docena de edificios, la zona peatonal del centro de esa isla de cemento permanece ajena a los crímenes y los delitos que proliferan a su alrededor.

 Otto está curtido en peleas de toda clase. A pesar de no haber cumplido los quince años, su temperamento intransigente le ha llevado a visitar el hospital en numerosas ocasiones. Su vida ha llegado a correr peligro para desespero de su madre, quien no consigue llevarle por el buen camino por mucho que grite o por muy duros que sean los castigos que le impone. Un tapiz cutáneo de cicatrices da fe del poco instinto de conservación que atesora ese incauto experto en perder peleas. 

 Su padre está en paradero desconocido. Hace ya más de diez años que les abandonó desatendiendo las responsabilidades económicas que le ataban a su familia. Por suerte, Adriana es una mujer fuerte y ha conseguido sacar adelante a sus dos hijos mediante duros y mal remunerados trabajos de limpieza. Aun así, haciendo gala de su escasa gratitud, el hermano mayor de Otto no se habla con su madre; está perdido por los rincones más peligrosos del suburbio, haciendo quien sabe qué.

 Lejos del asfalto, y entre edificios simétricos de obra vista, la plaza central es el punto de reunión de los más jóvenes. A estas horas de la mañana deberían estar todos en el colegio, pero algunos de los más habituales campaneros de La Floresta suelen coincidir aquí sin necesidad de quedar vía móvil ni con ninguna cita previa.

 Bajo la sombra del bloque más cercano, sentados en uno de los bancos de hierro colindantes a la pista de básquet, el Pelucas y Farruco tienen una acalorada charla deportiva. Pasan el rato bajo a un árbol las raíces del cual levantan algunas baldosas de la acera que cubre todo el suelo. Otto es el último en llegar. Todavía cojea un poco, pero ya está casi recuperado de su última reyerta con los mayores.

PELUCAS: Pero si ya está aquí El Broncas. ¿Cómo lo llevas?

OTTO: Bien, bien. Ya no me duele tanto la costilla.

FARRUCO: ¿Cómo se te ocurre meterte con esa gente? ¿Es que quieres morir joven?

PELUCAS: Déjalo. Defendería a la panadera aunque tuviera que pelearse con Godzila.

 Aquel gordo melenudo no se equivoca. Es bien sabido, entre sus más allegados amigos, que Otto tiene una extraña fijación con Valentina. No se trata de una chica despampanante, ni siquiera estaría entre las más guapas del barrio; pero sus generosas carnes, junto con un carácter alegre y desinhibido, traen de cabeza a ese mozalbete flacucho.

FARRUCO: ¿Por qué no vas a comprarle nuestro desayuno?

OTTO: No llevo nada suelto.

FARRUCO: No seas tonto. Te doy un par de monedas y vas.

 Otto inspira una buena bocanada de ansiedad. Todo el valor que le sobra para enfrentarse a verdaderos Goliats le falta para tratar con las mujeres que le gustan. Resignándose frente a su destino, el chico mira a su canijo amigo vacilón y le dice:

OTTO: Trae pa ca, piltrafilla.

PELUCAS: UuUuUuh.

 Farruco ha intentado privarle de sus monedas, pero un agresivo abordaje del Broncas termina pronto con la disputa.

 La campanilla de la puerta de ese pequeño comercio panadero suena anunciando la llegada de un nuevo cliente. Otto se persona en el interior del establecimiento con un posado inseguro, pero pronto se percata de que la femenina fuente de sus temores no se halla tras el mostrador. En su lugar, doña Fernanda se muestra sorprendida por la clandestina presencia de aquel joven novillero. Frunciendo el ceño, la vieja le pregunta:

FERNANDA: !Oye! ¿Tú no deberías estar en clase?

OTTO: No se lo diga a mi madre, Fernanda, se lo ruego.

FERNANDA: A ver: ¿qué es lo que quieres?

OTTO: ¿Me llega para tres cruasanes de los gordos con esto?

 Fernanda es consciente de que faltan algunos céntimos, pero decide ser flexible y completa la transacción con cierto desdén. Antes de darle la bolsa, y con el dedo índice en alto, le dice:

FERNANDA: Hazme el favor de no hacer sufrir tanto a tu madre.

 Otto asiente y se dispone a salir del local. Cuando ya ha vuelto a abrir la puerta, se da la vuelta y pregunta:

-¿Es que tiene fiesta Valentina?- con cierta decepción en su tono.

-Le he dado la mañana libre. Le debía horas de las pasadas ferias… … ¿Por qué?-

-… … Mi madre me ha dicho que le pregunte algo sobre… … sobre una parada del mercadillo… … sobre la parada de su hermana- contesta sin mucha convicción.

 Doña Fernanda voltea la cabeza para mostrarle su perfil más desconfiado. Todavía mirándole de reojo, la anciana desarruga su frente y dice:

FERNANDA: Estará en su casa… … Escucha, niño: si tienes que hablar con ella ves a verla y de paso le llevas las llaves de la azotea. Se las dejó aquí ayer y las necesita para poder recoger la ropa que tiene tendida. Me ha llamado antes por teléfono. Dice que el hombre del tiempo dice que va a llover.

OTTO: Pero si hace sol.

FERNANDA: ¿A mí que me cuentas? Solo sé que está cuidando del bebé de su prima; no lo puede dejar solo y no quiere sacarlo ahora que por fin se ha dormido.

OTTO: Vale, vale… … pero… … no sé qué piso es.

FERNANDA: Bloque ocho, cuarto sexta.

 La áspera pronuncia imperativa de esa mujer contrasta con la dubitativa actitud del chico, quien agarra el manojo de llaves con lentos movimientos vacilantes. Sin decir nada más, Otto asiente y se encamina hacia el exterior. Mientras vuelve a la plaza, eleva la mirada y distingue algunas nubes, aún escasas, mancillando el impoluto azul celeste de este cálido lunes primaveral.

PELUCAS: ¿Que nos traes?

OTTO: Cruasanes, tres.

FARRUCO: ¿Qué tal Val?

OTTO: No estaba.

FARRUCO: o0Oh. Te debes haber llevado una gran desilusión.

OTTO: No te creas. Ahora me paso por su casa a verla.

PELUCAS: Ni de coña.

 Con gestos propios de un fanfarrón, El Broncas les tira esa bolsa, todavía caliente, y se despide sin mediar palabra. A su espalda, sus amigos se mofan con incrédulas exclamaciones peyorativas. Ajeno a dichas burlas, el chico se va alejando con menos entereza de la que quiere aparentar.

“Solo cumplo órdenes. No es como si fuera a verla por iniciativa propia. Tengo una excusa. Nadie puede juzgar mis motivos”

 De camino al octavo bloque, escucha música flamenca originaria de algunas de las muchas ventanas abiertas de las viviendas que le rodean. Un gato negro se cruza por delante de él con premura felina. Los pájaros cantan y una leve brisa parece querer empujarlo en contra de su voluntad.

“Está bien. Todo está bien. ¿Por qué estoy tan preocupado? Le digo que vengo de parte de Fernanda, le doy las llaves y me voy”

 La cerradura del portal está rota, el interfono no funciona y el ascensor está estropeado. Cabría esperar que el mantenimiento fuera más minucioso sí se tratara de un inmueble propio de la zona costera, pero, en La Floresta, estas cosas carecen de toda urgencia y la espera para las reparaciones suele ir para largo.

 Tras subir cuatro pisos, Otto quisiera que hubiera otros cuatro más para poder posponer su temido encuentro con Valentina.

“Si me muero de ganas de verla. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Tantas pajas que le he dedicado y ahora…”

 Con la yema de su índice ya sobre el timbre en cuestión, el chico se detiene en una pausa pensativa. El miedo le ha dado tiempo de pensar en una mejor opción:

“Si el bebé está durmiendo, será mejor que no lo despierte”

 Da tres golpes muy suaves a la madera y, después de unos instantes de quietud, da otros tres un poco más contundentes. Cuando ya empieza a pensar que Valentina no se encuentra en casa, el crujido de la cerradura le asusta solo un instante antes de que se abra la puerta. Tras ella, aparece la inquilina del piso con un semblante extrañado y un tanto miedoso.

VALENTINA: ¿Otto? ¿Qué haces tú aquí?

OTTO: Emm… … Vengo a traerte las llaves. Doña Fernanda me ha dicho que…

La expresión de la joven cambia por completo al constatar el generoso motivo de tan inesperada visita. La escueta abertura que le ofrecía se abre de par en par y la elocuente gesticulación de esa amable anfitriona invita al niño a entrar.

 Todavía sin haberle hecho entrega de las llaves a la chica, Otto se adentra, con pasos lentos, en aquel blanco y luminoso apartamento. Valentina ya ha regresado al comedor y, sin reparo alguno, se ha sentado en el sofá, frente a la tele, para terminar de ver el episodio de la serie que estaba mirando.

OTTO: Me ha dicho que estabas cuidando de un bebé y…

VALENTINA: Shhht… … El churumbel está dormio, en el cuarto… … cállate, anda.

 Pal plantado en medio del salón, el chaval se ha dado cuenta del interés que despierta, en su panadera preferida, el desenlace de la trama amorosa que estaba siguiendo antes de que él llegara. Otto se sofoca al percatarse del tremendo calibre del escote que lleva Valentina para andar por casa.

“¿Eso es ropa interior? ¿Es medio camisón, medio sostén? ¿Son prendas distintas?”

 El niño está poco versado en lo que a atuendos femeninos se refiere; aun así, sus dudas no consiguen disipar el bochornoso incendio que le provoca la desinhibición doméstica de su vecina. Valentina no suele lucir tan atrevida cuando anda por la calle, pero no es ningún secreto que el recato no es su mejor virtud.

 Luces rojas y sirenas de alarma sobresaltan al chico en cuanto advierte el inesperado levantamiento de su propio trabuco bajo aquellos pantalones grises de chándal. Dicha indumentaria, junto a sus holgados calzones, no le ofrece demasiada cobertura discrecional, por lo que las medidas para romper esa perniciosa dinámica se tornan más urgentes a cada segundo que pasa.

 Disimuladamente, deja las llaves encima de la mesilla y se dispone a irse. Le dolería más el ultrajante olvido de su amada si la urgencia por mantener el anonimato de su erección no lo apremiara tanto. Cuando ya está abandonando el salón, Valentina emite un chasquido para expresar su enojo.

VALENTINA: ¿Dónde vas? Espérate un momento, ¿quieres? Que ya termina.

OTTO: Sí, yo solo…

VALENTINA: Shhhht… …  cállate de una vez.

 El Broncas, más dócil que nunca, opta por tomar asiento en la butaca que hay al lado del sofá. Esa maniobra improvisada le ayudará a encubrir su inoportuno empalme a corto plazo.

 Fija la vista en la pantalla para no agravar la situación. Tras un final dramático, la pantalla queda negra para mostrar, acto seguido, un largo listado de blancos títulos de crédito. Después de esgrimir un hondo suspiro, aquella entregada espectadora se dirige a su visitante con impetuosa pronuncia.

VALENTINA: A ver, killo:… … ¿por qué no estás en el cole?

OTTO: Me han expulsado.

VALENTINA: ¿Más peleas?

OTTO: Algo parecido.

 Valentina apaga la tele para silenciar el repentino sonido de los anuncios. Nada más tirar el mando al otro lado del sofá, mira a su invitado de un modo incisivo y empieza a usar un tono jocoso:

VALENTINA: Un pajarillo me ha dixo que te pegaste por mí.

 Esa afirmación pilla a Otto a contrapié, pues no tenía la menor idea de que la chica conociera aquella comprometedora realidad. Un poco estresado, se afana en quitarle hierro al asunto.

OTTO: Soy un hombre decente y defiendo el honor de las mujeres, así que…

VALENTINA: ¿Un hombre? ¿Tú? Ja, ja, jah…

 La risa burlona de Valentina resulta incluso más hiriente de lo que ella misma pretende. Disgustado, el niño se levanta y se va.

VALENTINA: Espera, espera, espera. No te vayas por favor. Lo sientoou.

 Esas teatrales disculpas consiguen derretir el enfado del muchacho, quien, tras darse la vuelta, vuelve a mirar a la musa de sus fantasías eróticas a la vez que fuerza su poco convincente cara de póker. Afortunadamente, su ignominiosa tienda de campaña ha dejado de deformar el perfil de sus pantalones.    

VALENTINA:  Ven aquí, gili. Explícame cómo fue la chicarela.

 Con gestos de perdonavidas, Otto intenta domar sus propias miradas para no revelar sus intereses calenturientos. Usa un silencioso prólogo pensativo para hacerse el interesante a la vez que intenta construir su relato.

OTTO: Verás: El Pimienta dijo que, ahora que El Pinche está en la trena, tú estás cachonda perdida, y que vas pidiendo a gritos que te den lo tuyo.

VALENTINA: … … ¿Y por eso te pegaste?

OTTO: No. Yo solo te defendí. Las hostias vinieron después.

VALENTINA: ¿Y tú por qué tienes que meterte en estas broncas? Está claro de dónde viene tu apodo.

OTTO: No estoy dispuesto a permitir que…

VALENTINA: Es que no te toca a ti permitir o dejar de permitir na.

 La cara del niño es todo un poema. No esperaba una reverencia ni una medalla, pero estaba convencido de que su heroica intervención bien merecía un poco de reconocimiento.

VALENTINA: Si tanto quieres defender a las muhere, ¿por qué no te preocupas más de velar por tu madre? La tienes contenta.

OTTO: Perdón por querer defender tu honor. No volveré a…

VALENTINA: Mi honor seguirá intacto digan lo que digan esos pirindeles.

 El despreocupado razonamiento de la chica goza de una lógica aplastante, pero el enfado de Otto ata un nudo demasiado apretado, fruto de las tensiones de su propio orgullo varonil.

OTTO: Supongo que tampoco necesitabas las llaves, como no me has dado las gracias…

 Valentina inclina su cabeza condescendientemente. Le divierte la actitud del chico y, aunque no quiera hacer mención de ello, le halaga la temprana devoción que despierta en alguien que a duras penas cumple la mitad de su edad.

VALENTINA: Gracias. Me has salvado la vida. ¿Cómo puedo agradecértelo?

OTTO: Me vale con un poco de gratitud.

VALENTINA: Pues ya la tienes. Ya puedes dejar de fingir que estás enfadao conmigo.

OTTO: Yo no finjo nada, ¿vale?

VALENTINA: Claro que finges. Finges como lo haces cada vez que vienes a comprarme el pan, o los cruasanes; cada vez que te sonrojas al hablarme e intentas parecer frío y distante.

 Otto, de pie y en medio del salón, se ve más desamparado a cada segundo que pasa; a cada palabra que sale de la boca de su relajada interlocutora.

 Hasta el día de hoy, ni siquiera estaba seguro de que Valentina conociera su verdadero nombre más allá de su apodo; no tenía la menor idea de que esa moza tuviera la más mínima sospecha acerca del no tan secreto fervor que siente por ella, y que tan mal oculta debajo de su ruborizado disimulo.

 Valentina asume que aquel silencio descolocado es un terreno fértil donde sembrar su traviesa y punzante oratoria. Mientras habla con su peculiar acento sureño, no deja de mover sus manos: gesticula, se aparta el pelo de la cara, se coloca bien su ajustada vestimenta, señala aquí y allá…

VALENTINA: ¿Te hubieras picado tanto si se hubieran metido con doña Fernanda? ¿También hubieses acabao en el hospital por defender a mi hermana? ¿Habrías saltado igual de ser María la destinataria de esas groserías?

 Como si de una muda estatua se tratara, Otto evita pronunciar respuesta alguna. Su severa rigidez certifica una triple negativa muy evidente y previsible para quien acaba de formular tan arbitrarios interrogantes.

-¿Todavía te duele?- pregunta la chica esta vez con más ternura.

-Ando un poco cojo, tengo moratones y me fastidia una costilla-

-¿Dónde están tus moratones? ¿Me los enseñas?-

-No… … solo es que… … en realidad no… … bueno… … si quieres…-  

 La inseguridad del chaval es palpable, pero su negación inicial no ha tardado en desmontarse ante la incorporación de Valentina. Otto se esfuerza en no mirarla para permanecer inmune a su embrujo carnal. Quiere mantener su frágil discreción fálica a buen recaudo mientras se sube la camiseta para mostrar sus moradas medallas corporales.

 Fascinada, la chica le acaricia las heridas levemente. El niño se aparta en un acto reflejo que no pasa desapercibido.

VALENTINA: ¿Es que no te gusta que te toque?

OTTO: No… … Sí… … Solo es que… … tienes las manos fías.

VALENTINA: Tonto; si apenas te he rozao… … ¿También tienes en la espalda?

OTTO: Sí… … Me dieron bastantes golpes, así que…

VALENTINA: Quítate la camiseta, anda.

 La voz de esa panadera curiosa se ha agudizado y se ha vuelto más tenue para pronunciar aquella tímida petición. El chico, sin todavía atreverse a mirarla, siente como sus encorsetadas expectativas se ponen patas arriba.

“Val me está pidiendo que me desnude en su casa”

 La situación empieza a parecerle surrealista hasta el punto en que llega a dudar del realismo que la acompaña.

“¿Volveré a despertarme con los pantalones empapados?”

 No sería la primera vez que Valentina causa estragos en sus sueños más húmedos, derramando sus flujos íntimos.

 Con condicionados movimientos doloridos, Otto consigue desvestir su torso sin apenas requerir la ayuda de la chica.

VALENTINA: Estás muy flacucho, ¿eh, niño? Tendré que darte más cruasanes.

OTTO: Me viene de familia.

 Mientras el chaval se voltea, esa impresionada examinadora puede divisar multitud de cicatrices antiguas y cardenales más recientes. Le acaricia, con delicadeza, para constatar el particular relieve del torso de tan conflictivo adolescente.

VALENTINA: ¿Qué pasa?

OTTO: Nada… … Es que me haces cosquillas.

VALENTINA: Tus costillas parecen un teclao, nene.

OTTO: Tengo una fisurada.

VALENTINA: Voy a adivinar cuál es… … Tú no digas nada, ¿eh? Sobretó.

 Una a una, la joven va pulsando las costillas del muchacho con trayectoria descendente. Tras terminar con el lado derecho, empieza por el izquierdo. Otto se retuerce en el momento que Valentina le presiona a media altura.

VALENTINA: !Bingo!

OTTO: Ahí le has dao.

VALENTINA: Eres tan… … tan opuesto a mi Pinche…

OTTO: Aún me queda por crecer.

 Aunque todavía está a medio estirón, el niño ya le saca casi un palmo a su vecina; no obstante, las cosas son muy distintas si hablamos de peso, pues las opulentas redondeces de Valentina hacen que, a su lado, Otto parezca un escuálido desnutrido.       

 La larga melena negra de esa mujer es otro de los rasgos que más la diferencian de él, pues el pelo castaño del chaval tiene solo la talla suficiente como para poder lucir un corte despeinado.   

OTTO: ¿Me devuelves la camiseta?

VALENTINA: No. Deja que te saque estas manchas de sangre.

OTTO: No, en serio, no salen. Mi madre ya lo ha intentado.

VALENTINA: Yo tengo un truco fetén, ya verás.

 Sin dejar de examinar aquella camiseta de grisáceo estampado urbano, la chica se ausenta del salón dejando solo a su invitado. Huérfano de tareas y compañía, Otto se dedica a observar las fotos que cuelgan de la pared. En ellas distingue a algunos familiares de Valentina, sus amigas, compañeras, El Pinche…

“Sí que soy opuesto a esa mole. Me pregunto que me haría El Pinche si entrara por la puerta y me encontrara aquí, despechugado, a solas con su mujer”

 Se trata del tipo más duro y peligroso del barrio. No es la primera vez que visita la cárcel, pero esta vez parece que va para largo. Está acusado de varios asesinatos, agresiones, robos, tráfico, posesión, extorsión, intimidación, amenazas…

 Otto se fija en una foto donde la feliz pareja posa junto a restos románicos, con el mar de fondo. Se acerca con interés.

-Aquí estábamos en Augusta- susurra ella apareciendo sigilosamente desde atrás.

-oOh… … El tío es como Farruco, El Pelucas y yo jutos-

-Ciento setenta era su peso máximo, si no me equivoco-

 La íntima proximidad de Valentina, mientras observan ese retrato, resulta muy sugestiva para el niño, quien no osa articular un solo parpadeo. Incluso su respiración parece congelada, hasta que, de improviso, se lanza con una atrevida observación:

OTTO: Hueles muy bien, Val.

VALENTINA: !Oyee!… … ¿Es que ahora te dedicas a olfatearme?

 La chica toma distancia esgrimiendo una fingida ofensa que no logra engañar a nadie. No tarda en romper su mueca disgustada con una sonrisa de lo más encantadora. El muchacho se justifica.

OTTO: Has sido tú quien se ha acercado. ¿Tengo que dejar de respirar?

VALENTINA: Que no0h… … Es jabón de coco. Hace solo un rato que me he duchao.

OTTO: ¿Dónde está mi camiseta?

VALENTINA: Tardará un rato. ¿Quieres que te deje una de… … del Pinche?

OTTO: ¿Te burlas de mí?

VALENTINA: Espérate un rato, pues. Voy a ver si se quita y a secarla.

 Otto observa cómo su anfitriona anda hacia la cocina de nuevo, con pasos descalzos. Su lasciva mirada desciende hasta los límites inferiores de aquel corto camisón oscuro.

“!Menudo culo tienes, Val! !Cómo me gustaría hacerlo mío! !Joder! Ya vuelvo a estar empalmado”

 Otto cierra los ojos y revive el recuerdo del pasado viernes, cuando El Pelucas vomitó encima de su perro. Aquella evocación le ayuda a disipar su flamante empinamiento. A lo lejos, escucha las preguntas chillonas de Valentina:

-¿Esta es la sangre de cuando te pegaron por defenderme?-

-Emm… … Sí. Así es- contesta creyendo oportuna esa mentira.

-¿Y que más dijeron de mí?-  pregunta todavía de espaldas, en la cocina.

 Nada más darse la vuelta, la chica advierte la presencia de su oyente tras de sí. Sonríe al asimilar lo innecesario de sus gritos.

VALENTINA: La dejo un rato aquí, en el radiador. Se seca rápido.

OTTO: ¿Ha salido?

VALENTINA: No del todo, pero yo creo que un poco sí.

OTTO: No me importa llevar un toque de color.

VALENTINA: ¿Qué me dices? ¿Qué decían de mí?

OTTO: Em… … cosas… … no sé.

VALENTINA: Sí que sabes, niño. No tengas vergüenza.

OTTO: ¿Podrías dejar de llamarme niño?

VALENTINA: Vale, nene. Pero dímelo de una vez.

OTTO: Ya te he dicho. Que… … como no está El Pinche… … necesitas un poco de… … atenciones. Que vas provocando… … enseñando cacho… … y que estás muy simpática con los hombres que te rodean y… … como estás cañón…

 Cruzada de brazos, Valentina guarda silencio y espera a que el relato de ese apurado testigo termine de calarse.

VALENTINA: ¿Y tú que piensas?

OTTO: Yo no estoy en tu cabeza, así que…

VALENTINA: Pero tienes ojos, ¿no? ¿De verdad piensas que estoy cañón?

 Otto asiente tímidamente, de un modo casi imperceptible. Valentina adopta un gesto desesperado a raíz de la enésima revelación de tan sorprendente realidad.

VALENTINA: Pero si soy un tapón regordete. Hay verdaderos figurines rondando por el barrio, más guapas, más jóvenes y más presumias que yo.  

OTTO: Pues… … a mí… … a mí me gustas más tú.

 La chica ladea la cabeza mientras le aguanta la mirada de un modo enigmático. No esperaba que ese mozalbete tuviera la osadía de soltarle tan irreflexiva confesión.

 Empujado por las tendenciosas preguntas de Valentina, Otto siente cada vez más legitimado el destape de su indiscreta sinceridad. Apoyado en el marco de la puerta, se asusta cuando ella se le acerca con andares sinuosos.

 La equívoca trayectoria de la joven, de regreso al salón, la lleva a rozar el torso desnudo de ese visitante, con su generoso y destapado busto, justo en el momento de sortear al chaval. No tarda en disculparse ante tan liviano contacto.

-Ui- susurra juguetonamente mientras se distancia de él.

 El precoz pene de Otto se debate entre su viril beligerancia y su acobardada flacidez. No en vano, el estado de ánimo del chico no deja de zarandearse entre el miedo y el deseo, entre la ambición y la resignación, entre el optimismo y el pesimismo.

“¿Qué es lo que quiere de mí? ¿Solo está jugando? ¿Se divierte a mi costa? ¿Se burla de mí? ¿O es posible que…?”

 Sabiéndose observada, Valentina se asoma a la ventana para echarle un ojo a la plaza. A estas horas de la mañana no hay demasiado movimiento. En un momento dado, se voltea y, tras hallar la embobada mirada de Otto, le asesta una comprometida pregunta:

VALENTINA: ¿Eres virgen, Otto?

OTTO: ¿Quéeéh?… … ¿A qué viene eso, ahora?

VALENTINA: Es una pregunta muy sencilla… … ¿Lo eres?

OTTO: Noh.

VALENTINA: Que mal mientes, nene.

OTTO: No me llames nene, ¿quieres?

VALENTINA: Cuando te conviertas en hombre dejaré de llamarte nene.

OTTO: Te he dicho que no soy virgen.

VALENTINA: ¿No? Qué pena… … Siempre había tenio la fantasía de desvirgar a un crío.

 Otto se ha quedado a cuadros. No logra comprender el propósito ni la veracidad de esa inesperada confesión. Antes de que pueda volver a encajar su rostro, Valentina se rompe en una carcajada. El niño protesta, ofendido:

OTTO: !¿Se puede saber qué es lo que te pasa?!

VALENTINA: Solo te tomo el pelo, killo. No te enfades.

OTTO: Pues déjalo de una vez.

VALENTINA: Hago lo que quiero. ¿Es que no lo entiendes? Ningún tío se atreve a darme coba. Tú eres el primer chavó que tiene el valor de decirme que le gusto, que estoy cañón, que huelo bien… Eres el único que se sonroha en cuanto me ve, que se esfuerza en no mirarme las tetas, que es capaz de recibir una paliza para intentar defender mi honor…

 Sobrecogido, el chaval se permite observar los ojos negros de esa gitana sin reparos. Es la primera vez que su vergonzosa condición no cuarta la duración de su mirada.

OTTO: Yo creía que… … en fin… … pensé que triunfabas allá donde ibas.

VALENTINA: Sí, claro. Si triunfar es que te miren, que hablen de ti, que te deseen…

OTTO: Bueno… … Eso no…

VALENTINA: Nasti, niño. Aunque El Pinche esté enchironao, todavía hay muxo canguelo por las calles de La Floresta. Ya sabes cómo son los gitanos; y los Pelochos son lo peor cuando se trata de machismo y de celos.

OTTO: Pero… … entonces…

VALENTINA: Si alguien se entera de que llevas casi un cuarto de hora en mi casa, puede que pronto vuelvas a visitar el hospital. Pero tú… … tú no tienes miedo, ¿verdad? Siempre te lías a hostias, así que…

OTTO: Bueno sí… … aunque me gustaría seguir viviendo, no te creas.

 El chico da un paso atrás. Con el desconcierto pintando su rostro, revisa los rincones del salón buscando quien sabe qué.

OTTO: Yo solo venía a traerte las llaves y…

VALENTINA:  Ahora ya es tarde para salir corriendo. Sí alguien me vigila ya sabe que has estado demasiado rato en casa del Pinche.

OTTO: … … Vale, vale… … Ya sé… … Sigues acojonándome, ¿no?

 Valentina le guiña el ojo, pícaramente, pero la víctima de sus bromas sigue sin llevarlas todas consigo. Otto se siente desnudo sin su camiseta frente a esa moza burlona que deja caer sus párpados; que modula el tono de su voz; que juega con su pelo… Todo en ella y en su lenguaje corporal le resulta sugerente.

VALENTINA: ¿Crees que te estoy acojonando? ¿Es que no sabes que El Pinche es el líder del clan? ¿No sabes que mató a un tío porque intentaba camelarme? 

OTTO: Eso solo… … eso es una leyenda urbana; un rumor.

VALENTINA: Lo que tú digas, pero ya que te has arriesgao a venir, a entrar y a quedarte, al menos, que valga la pena, ¿no?

 Otto se queda sin palabras de nuevo. El desconcierto vuelve a apoderarse de sus efímeros pensamientos cambiantes.

VALENTINA: El Pimienta miente más que habla, pero entre sus muchas mentiras suelta alguna verdad. No voy pidiendo a gritos que me den lo mío; pero si es verdad que El Pinche lleva tres meses en prisión y que… … que voy cachonda perdía. Son casi cien días, ¿sabes?

OTTO: Pero… … hay visitas, ¿no?

 El relato de Valentina va cogiendo consistencia poco a poco. Más allá de las constantes tomaduras de pelo, esa chistosa panadera ha empezado a sembrar las dudas en el maleable raciocinio del niño.

VALENTINA: En el primer vis a vis tuvo un gatillazo. Está muy rayao por los problemas que tiene en la cárcel, temas de abogaos, recursos… Luego está la guerra entre los clanes, la organización de los trapicheos, la fragilidad de su estatus de mandamás ahora que está en chirona… Necesita las visitas para tratar con los Pelochos, y eso me arrincona a mí. No soy una prioridad. Pero bueno… No es una novedad, ya no estábamos muy bien cuando estaba aquí. Muchas veces me he arrepentio de casarme con él. Me descuidaba mucho a mí, se descuidaba mucho él…

OTTO: ¿Y no podrías… … separarte?

VALENTINA: Entre gitanos es complicao, luego está la casa, los amigos, el trabaho… Hace tiempo que soy la muher del Pinche más que no Valentina.

 La expresión de la chica se ha vuelto triste a medida que se alargaba su narración. Su mirada cae al suelo mientras hace girar su anillo matrimonial. Otto, enternecido, intenta empatizar con ella, pero sus ojos descorteses no pueden dejar de mirar esas grandes tetas tan bien encorsetadas en aquella prenda floral. Su pene insiste en censurar tan lascivos vistazos, de nuevo, mediante su inoportuna dilatación, cuando Val  vuelve a mirarle:

VALENTINA: Por eso cuando mi prima me diho que estabas loquito por mí me hizo tanta gracia. Para ti no soy solo la muher del Pinche, no soy solo la panadera de las mañanas.

OTTO: ¿Y cómo lo supo ella?

VALENTINA: María es una cotilla, ya lo sabes. Uy, espera, voy a pegarle un ojo a Dylan.

 El chico había olvidado por completo que hay un bebé durmiendo en la habitación de al lado. Mientras espera el regreso de su anfitriona, se acerca a la ventana para contemplar las vistas. Desde ese cuarto piso hay una buena panorámica.

“Le hago mucha gracia. Está cachonda perdía. Estoy despechugado, en su casa, compartiendo intimidades…”

 Efectivamente, Otto es virgen todavía y, dadas sus limitaciones a la hora de tratar con mujeres, su corta edad no parecía ser el principal obstáculo para franquear esa cruda realidad.

“Quien me iba a decir que la calderilla de Farruco me llevaría hasta aquí”

 Una cálida brisa le acaricia el torso, en forma de cariñosa corriente de aire, culminándose en las manos de Valentina, las cuales, desde atrás, suben por su magullado pecho articulando un suave abrazo inesperado. Consternado, Otto escucha los susurros de la chica:

VALENTINA: ¿Estás loco? ¿Es que quieres que te vea alguien?

OTTO: … … Estamos… … Estamos muy alto. Nadie me ve.

VALENTINA: ¿Estás buscando otra bronca para tu repertorio?

 Dicho abrazo trasero se intensifica a medida que esa precavida vecina se afana a retirar a su invitado de posibles miradas ajenas. Otto se deja llevar mientras siente la presión mamaria de Valentina contra su espalda.

-Oye, chaval… ¿Qué haces?-  protesta ella sonriente.

 Nada más darse la vuelta, Otto ha intentado besar los labios de Valentina, pero una fulgurante cobra ha puesto fin a dicha maniobra. El chico ha quedado patidifuso y desconsolado.

VALENTINA:  No te flipes… … No ves que todavía eres un niño.

OTTO: Pero Val…

VALENTINA: Soy demasiado muher para ti.

OTTO: Te juro que no se lo diré a nadie.

VALENTINA: No te creo. Te morirías si pasara algo y no pudieras contárselo a alguien.

OTTO: No soy tan tonto. No quiero acabar bajo tierra.

 Valentina no esperaba la visita de Otto, hoy; incluso después bromear y de divertirse a su costa, durante un buen rato, no contempla la posibilidad de darle lo que tanto desea. Pero lo cierto es que todo aquel jugueteo morboso la ha calentado como si de una de sus barras de pan en el horno se tratara, y, en estos momentos, ya empieza a tener dudas acerca de la dirección que quiere darle a esa indecente deriva.

VALENTINA: Aunque yo no fuera una muher casada; aunque tú no fueras un crío raquítico; aunque no estuviera cuidando del bebé; aunque estuviéramos en una cita… ¿De verdad crees que me acostaría con alguien a los pocos minutos de conocerle?

OTTO: !Pero si ya me conocías de antes!

VALENTINA: ¿Por darte la vuelta del pan? ¿Por ser hijo de Carmela? ¿Por ser El Broncas?

 El niño se da cuenta de que a esa gitana no le falta razón, pues todos los contras que ha enumerado son incontestables.

“Pero, entonces: ¿a qué ha venido todo este cachondeo?”

 La mujer se sienta femeninamente en el sofá y vuelve a agarrar el mando de la tele. Como si ya hubiera pasado página, la enciende y se pone a zapear. Aún de pie, Otto se debate entre el resentimiento y la comprensión, entre la frustración y el conformismo, entre la rendición y la esperanza.

OTTO:  Entonces… … ¿saldrías conmigo para conocerme?

 Valentina se ríe descuidando por completo los sentimientos de ese desquiciado chaval. Otto resiste la humillación estoicamente, apretando los dientes, mientras la chica sigue negando con la cabeza. Todavía con su hiriente posado burlón, ella le dice:

VALENTINA:  No soy una de esas a quien le importa lo que digan los demás, pero ¿te imaginas? La muher del hefe del primer clan de La Floresta andando con un tirillas de catorce años.

OTTO: Nononn… n.no… No tendría por qué saberlo nadie.   

VALENTINA: No, si al final resultará que El Broncas es un romántico.

OTTO: Puede que sí lo sea. ¿Y qué?

VALENTINA: ¿Te van los amores imposibles? ¿Quieres acabar como Romeo y Julieta?

OTTO: Podríamos ser los Romeo y Julieta de La Floresta.

VALENTINA: Sabes que terminan muertos, ¿no?

OTTO: No… … ¿Sí?

 Ese muchacho no ha leído nunca un libro y es fácil augurar que jamás pisará un teatro. No es muy cinéfilo y ni siquiera tiene una tele que funcione en su casa.

 Valentina ha derruido, sin piedad, cada uno de los supuestos que Otto intentaba construir, pero la crueldad de la panadera no es implacable y, enternecida por el posado derrotado de su joven visitante, piensa en darle un premio de consolación.

VALENTINA: ¿Has besao a alguna chica?

 Otto levanta la cabeza y coge aire, pero se detiene antes de asentir y pronunciar una respuesta afirmativa. Todavía tiene muy reciente el varapalo que se ha llevado con lo de su virginidad. Sin mediar palabra, niega con la cabeza de un modo sutil.

VALENTINA: Menudo personahe. ¿Es que has follao sin haber dao un beso?

OTTO: No, no he… … no he follado todavía.

VALENTINA: Mehor. Es demasiao pronto para ti. No es bueno quemar etapas tan deprisa. Hoy no vas a follar tampoco, pero estoy pensando que… … nunca se olvida el primer beso. Si de verdad te gusto tanto, me complacería ser la protagonista de ese recuerdo. Convertirme en alguien especial para ti.

OTTO: Ya eres especial para mí.

VALENTINA: Soy especial ahora; por unas semanas, meses, años… Pero si te beso seré inolvidable, para ti, el resto de tu vida.

OTTO: … … Me parece bien… … Es lo que quería antes… … solo un beso.

VALENTINA: ¿En serio? Pensé que te habías tomado mis bromas al pie de la letra y que…

OTTO: No, no, no… … Ya sé que siempre bromeas.

VALENTINA: Ven aquí, anda.

 La chica le señala la plaza que hay a su lado, en el sofá. Otto inspira profundamente y toma asiento para ponerse a merced de su guasona vecina. Valentina se encarama encima de él, hincando una rodilla a cada lado de su presa.

-Este no va a ser un beso de poca monta- le susurra ya con su rostro muy cerca.

 El olfato del chaval vuelve a impregnarse de ese sutil aroma de coco mientras la rotunda proximidad de la joven le hace imposible centrar su mirada en ella.

Tras acariciarle los labios con su índice, para abrirle un poco más la boca, Valentina empieza a besarle, suavemente. La calidez de su aliento, la humedad de esos besos, ese sonido besucón… El peso de aquella mujer sobre sus piernas, el contacto de sus frías manos sobre su torso desnudo, las cosquillas de esa larga cabellera negra, el regreso de su enésima erección… Todos los ingredientes parecen destinados a conformar el mejor momento de la corta vida del muchacho.  

-¿Te gustah?- susurra Valentina entre suspiros -¿Te gusta lo que hagoh?-

-Me encanta- contesta de un modo más terrenal –Me encantas tú-

 De pronto, la lengua empapada de la moza entra en la secuencia intrusivamente. Otto la siente dentro de su boca y no tarda en contraatacar con la suya propia. Ese longevo morreo se torna más obsceno y baboso a cada segundo que pasa.

 Los dedos del niño trepan por los suaves muslos de Valentina hasta profanar los límites inferiores de aquel escueto camisón de andar por casa. Sus manos inquietas no tardan en abarcar las grandes nalgas de la chica bajo su generosa permisividad.

“Lleva tanga. Val lleva tanga. Lo sabía, lo sabía”

 En los últimos meses, Otto ha dedicado muchos ratos a imaginar el tacto y la apariencia de ese suculento y redondo culo. No obstante, nunca sospecho que tan nutridas nalgas pudieran ofrecerle unos magreos tan sublimes.

OTTO: Déjame ver tus tetas, Val… … hhh… … Déjamelas ver, te lo ruego.

VALENTINA: No sé yo si eso… … hhh… … Creo que no es una buena idea.

OTTO: No volveré a tener una ocasión como esta, ¿no?… hhh… Piensa en las pajas que me haré pensando en este momento. No me quites esto, por favor.

VALENTINA: Pero es que… … ya estás demasiado cachondo y yo… … yo no quiero que…

OTTO: Te lo suplico… … hhh… … si no quieres  follar… … vale… … pero…

 Muy a pesar de la opinión que tiene de sí misma, Valentina empieza a dudar de la firmeza de sus valores, así como de la certeza de la última aseveración de ese nene enfervorizado. Cediendo el mando de su motricidad a sus instintos primarios, se baja los tirantes de su camisón para liberar sus soberbias tetas gitanas. Ante tan fascinante estampa, Otto termina por romper su consternación amorrándose a ellas con vehemencia.

VALENTINA: Otto, nooh… … ¿Pero qué haces?… … hhh… … Esto nooh… … para yaah…

 La gesticulación de la mujer no acompaña a su intransigencia verbal, y su pernicioso balanceo no hace más que pervertir la escena con su licenciosa voluptuosidad. Quiere ponerle fin a ese inmoral despropósito, pero no encuentra el momento indicado.

 Otto está aprovechando bien la indolencia de dicha censura para sorber los oscuros pezones de Valentina con entusiasmo. Finalmente, se decide a desatender esas nalgas que tan gustosamente estaba sobando para emplearse a fondo, manualmente, con tan enormes atributos mamarios.

 Las tetas de la panadera son tal y como las había soñado, solo que no esperaba unos pezones tan relevantes. Esas rugosidades sobresalientes superan sus mejores expectativas y despiertan sus instintos más caníbales.

“Me duele la polla. Nunca la había tenido tan dura”

 Valentina se está poniendo muy caliente sientiendo la boca y la lengua de Otto relamiendo y babeando sus grandes pechos empitonados sin la más mínima contención salival

 Hace rato que se ha percatado del notable bulto que tensa la tela del chándal del niño y, aunque tiene muy claro que no quiere dejar que ese enano la folle, es consciente de que su travesura hace rato que se ha salido de madre.

 Mientras termina de decidir cómo detener tan pernicioso porvenir pedófilo, se dedica a palpar aquel duro relieve fálico a través de la fina tela gris que lo encubre. De pronto, advierte una actitud extraña en su invitado.

 Otto ha dejado de saborear sus pezones y de manosearle las tetas para entrar en pánico. Siente como se quiebra su férrea virilidad en pro de una prematura y urgente explosión orgásmica.

OTTO: 0oOh… … mmh… … hhh…

VALENTINA: Nene, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?

 La mirada del muchacho se disloca y la tensión de su cuerpo se desintegra convirtiéndolo en una amorfa masa semiinconsciente. Tan tremendo y gozoso desahogo ha logrado postergar la humillación en la psique de ese niño embriagado.

 Valentina no tarda en divisar la oscura humedad que mancha los pantalones de tan sobrepasado mozalbete. Se aparta de él, con premura, reconstruyendo su desaliñada vestimenta.

VALENTINA: !!VayaPorDios!!… … !¿Pero qué he hexo?!  

 Su verídica escandalización se acompaña con un toque de humor y con una obsequiosa confirmación del irresistible poder de sus exuberantes encantos. Consternada, Valentina cree haber encontrado la mejor salida para ese deshonroso entuerto carnal.

 Mientras todavía colean los efectos de tan clamorosa corrida en la fracturada sensibilidad del chico, una terrible vergüenza se apodera de él, obligándole a excusarse:

OTTO: Val… … hhh… … lo siento… … No sé… … no sé qué me ha pasado.   

VALENTINA: Te lo dije, peque, soy demasiado muher para ti.

OTTO: No, no… … es que… … Bueno, sí.

“!Qué situación tan embarazosa!… … y con Val, nada menos”

 Como ofendido por ese bochornoso acto, Dylan ha empezado a llorar, desconsoladamente, desde la otra habitación. Valentina le mantiene la mirada a Otto, durante unos momentos, mientras niega, condescendientemente, con la cabeza. Acto seguido, va al encuentro del bebé para atender cuales sean sus necesidades. Ya desde su cuarto se permite dar ciertas directrices a su destartalado visitante.

VALENTINA: Límpiate, ¿quieres?

 Otto no contempla una salida digna para ese comprometido episodio. Piensa en escapar de ahí sin despedida alguna.

“Seguiré viéndola casi a diario. No la podría evitar para siempre. Es mejor tomárselo a broma como lo hace ella”

 Una vez en el lavabo, se quita la ropa y la moja en el grifo de la pica. Al tiempo que intenta limpiar sus gayumbos y los pantalones de su chándal se mira en el espejo; se había olvidado por completo de los numerosos cardenales que manchan su torso.

“Ni siquiera he notado el dolor de mi costilla mientras me enrollaba con Val. Síií: me acabo de enrollar con Val”

 No sabe muy bien lo que está haciendo y no encuentra un modo verdaderamente efectivo de limpiarse ese caudaloso pringue lechoso que lleva encima. Pensativo, enfoca la mirada hacia la impoluta bañera de su vecina.

 Valentina ha conseguido que el bebé vuelva a dormirse. Nada más dejarlo en la cuna de nuevo, escucha el sonido de la ducha. Extrañada, se dirige al baño. A través de esa cortina translúcida, puede ver la figura desnuda del niño debajo del chorro acuático.

VALENTINA: ¿En serio te estás duchando?

OTTO: Pues claro… … ¿Puedes ponerme la ropa en la estufa?

 La chica localiza las prendas empapas del chaval en la pica del lavabo. Algo desconcertada, opta por obedecerle y llevarlas a la cocina, pues la estufa ya está caliente y la camiseta ya está seca.

 Otto está aprovechando para enjuagarse todo el cuerpo. No puede dejar de pensar en lo que acaba de ocurrir en el salón. Más allá de su vergonzosa precocidad, se siente afortunado por todo lo acontecido. Mientras se enjabona los huevos, evoca esas memorables sensaciones con su rostro embobado. Pronto se ve sorprendido por una nueva e impetuosa erección.

“Ya he vuelto. Este soy yo”

 A través de la cortina advierte la llegada de la mujer de la casa:

VALENTINA: Tiene un morro que te lo pisa, ¿eh nene?

OTTO: Perdona, Val, pero es que estaba muy pringado.

VALENTINA: ¿Qué es eso de duxarse en casas ahenas sin permiso? ¿Y si viene alguien?

OTTO: No tardo mucho, es que… … tengo algunos problemas.

VALENTINA: ¿Qué te pasa ahora?

OTTO: Por culpa de mi costilla, y mis traumatismos, no puedo enjabonarme bien.

 Nada más cerrarse el grifo, Valentina empieza a olerse la artimaña del chico, no obstante, se siente muy juguetona y decide seguir su chanza. Todavía viéndolo borroso, a través de esa tela de poliéster, se interesa por lo que pueda hacer por él.

VALENTINA: ¿Es que necesitas mi ayuda?

OTTO: Si eres tan amable…

 La gitana corre la cortina mediante un gesto brusco que pilla desprevenido al niño, quien se apremia en adoptar un gesto favorecedor. Los ojos de Valentina peinan ese delgado cuerpo magullado, de arriba a abajo, para terminar percatándose del empalme que tan incisivamente la está señalando.

-¿Me enjabonas la espalda?-  pregunta Otto mientras le da la esponja y se voltea.

 No se lo explica, pero el porte enclenque de ese caballerete la estimula, perniciosamente, de un modo totalmente nuevo. Puede que ya estuviera harta de las lorzas de El Pinche, o que ansíe algo opuesto a lo que siempre ha tenido.

OTTO: Así, así… … va bien.

 A Valentina se le ha caído la esponja, pero eso no la frena a la hora de seguir con su cometido y usa sus manos para esparcir las burbujas jabonosas por el revés de aquel torso huesudo.

OTTO: !Ayayayay!

VALENTINA: Ay, perdona, pixa, no me acordaba de tu costilla fisurá.

OTTO: No pasa nada. A ti te dejo hacerme todo el daño que quieras.

VALENTINA: Oo0h… … que mono.

 Todavía en el exterior de la bañera, la chica da por terminada su tarea y se seca las manos con su camisón. El niño no está en esa misma tesitura y, después de darse la vuelta, le encomienda un segundo encargo:

OTTO: Ahora enjabóname las pelotas… … por favor, Val.

VALENTINA: … … Es que… … ¿tampoco te llegas ahí? 

OTTO: Sí, pero, solo por una vez… … quiero que me lo hagas tú. 

VALENTINA: Si hago lo que me pides, ¿te irás sin pedirme na más?

OTTO: Palabra.

  Valentina se coloca el pelo mientras vuelve a observar esa vigorosa erección desafiante. Nunca pensó que un crío de tan corta edad pudiera tener un miembro tan viril y desarrollado.   

  Al tiempo que se une a Otto en aquel higiénico emplazamiento acrílico, piensa en el encaje que puede tener una paja en un contexto tan incorrecto.

“He dejado que el nene le coma las tetas y me manosee el culo, le he mordido la boca, me he restregado con él hasta derramarle…”

 Puede que nada de lo que haga, en adelante, pueda empeorar su ya mermada catadura moral.

OTTO: ¿Es que no vas a quitarte el camisón?

VALENTINA: ¿Para qué?

La chica ha vertido el jabón sobre la escasa pelambrera púbica de Otto y procede a masajearle el aparato con ambas manos.

OTTO: Oo0h. Lo digo porque, en agradecimientoh… podría enjabonarte las tetas.

VALENTINA: Yo ya me he duchado antes, niño.

OTTO: ¿Te parece que esta es la polla de un niño?

 Puede que ese sea el mejor argumento que ha soltado el chiquillo a la hora de defender su hombría, pues su trabuco no es una cosa menor. Ni siquiera Valentina es capaz de improvisar una respuesta ocurrente ante aquel tendencioso interrogante.

OTTO:  Síií… … Qué bien… … Dime que te gusta, Val… … ¿Te gusta mi polla?

 La mujer sigue con sus manualidades sin contestar la imperativa pregunta susurrada del chico. Ni tan siquiera se digna a devolverle la mirada. Solo atiende su atribución jabonosa ajena a los deseosos ojos de ese larguirucho empalmado.

 A diferencia de lo que le ocurría antes, Otto siente que la firmeza de su nabo es ahora infranqueable. Siempre le cuesta mucho correrse por segunda vez cuando se hace dos pajas seguidas, y ello le da toda la confianza que necesita para afrontar la secuencia que se avecina.

 Mientras Valentina sigue jugando con sus huevos, el niño toma la iniciativa para bajarle los tirantes del camisón, a lo que ella reacciona contrariada:

VALENTINA: !Oye! Que te he dixo que no; que estoy muy limpia.

OTTO: Pero antes te he babeado bien. Te he dejado las tetas llenas de babas.

 Valentina ha restituido su vestimenta, pero una parte de ella está deseando quitarse la ropa y dar rienda suelta a su adúltera lujuria pederasta. Al otro extremo del dilema, la poca decencia que le queda clama por ponerle freno a esa disparatada situación.

VALENTINA: Las babas no son… … no son sucias.

OTTO: Las mías sí. Son tóxicas. Puede que te coja una infección si no te lavo bien.

 Más allá de la ilegalidad que está cometiendo, la chica teme el no poder mirarse al espejo si sigue avanzando en esa dirección. Por si fuera poco, le aterran las nefastas consecuencias que podrían tener sus actos si se conocieran fuera de los muros de aquella vivienda de protección oficial. 

 Un chorro de agua cálida interrumpe tan arduas disyuntivas, repentinamente, dotando de transparencia a ese sugerente camisón monocromático. Ultrajada, la mujer se exclama:  

VALENTINA: !Killooh!… … !A que te pego un hostión!

OTTO: Pégame… … pégame si es lo que quieres.

 El sonido del bofetón consiguiente supera las expectativas de tan atrevida petición. Otto ha tenido que dar un paso atrás para no perder el equilibrio y, ahora, su dolorida mejilla le arde palpitantemente.

 Frente a él, Valentina le observa desafiando el palmo de desnivel que condiciona su prisma. Su pelo mojado de amazona cubre parte de su rostro. Aún mojándose bajo el chorro de su propia ducha, cuya regadera está fijada en lo alto de la pared, su eclipsada mirada indescifrable no permite augurar el porvenir de aquella delicada coyuntura.

 Perplejo, Otto mantiene la cara de susto mientras su potente erección pierde el vigor. De pronto, Valentina cae de rodillas y empieza a engullir su decaído miembro para poner fin a esa previsible flacidez.

 El niño abre la boca, pero no le salen las palabras. Su máxima aspiración era que su amor platónico llegara a masturbarle, pero esa espontanea felación ya está rompiendo el techo de sus más optimistas perspectivas.

Val se emplea a fondo. Engulle aquel miembro revitalizado con entusiasmo mientras, con la mano diestra, le masajea los cojones a Otto, quien, boquiabierto, articula sutiles empujes pélvicos para acompañar la vehemencia de esa gloriosa mamada.

“!Dios! No sé si podré callarme esta movida. Será muy duro tener que guardar el secreto. !Pero que boca! !Qué arte tiene Val!”

OTTO: Síií… … Asíiíi… … Cómetela… … Cómetela  entera.

VALENTINA: Mghwñmgwhh… … nvmwnhoOh

 Ya fuera de la trayectoria del torrente acuático que la mojaba, la chica desembucha para recuperar el aliento. Con los ojos llorosos, mira al chaval y le señala la superficie alicatada que hay entre la bañera y la pared. Sin necesidad que le dé más instrucciones, Otto toma asiento.

“Síiíi. quítate eso. Ya era hora. Por fin”

 Valentina se desprende de su camisón empapado con estilosos movimientos de lo más sugestivos. Tras apartarse su negra melena mojada, se acerca a su afortunado invitado y empieza a premiarle con la más extraordinaria de las cubanas imaginables. No en vano sus grandes tetas tienen el tamaño idóneo para tales menesteres, y su talento natural la convierte en una virtuosa en el campo de las frotaciones mamarias. Con apremiantes susurros le pregunta:  

VALENTINA: ¿Así? ¿Así te gusta? ¿Lo hago bien?

OTTO: Oo0h… … Val… … Eres… … Eres la mejoOr… … en serioOh.

VALENTINA: Sí… … hhh… … Lo sé.

 Esa gentil panadera empieza a hacer uso del jabón. Adopta dicha viscosidad en sus tremendos pechos para que la polla del niño pueda transcurrir entre ellos con más fluidez.

 Otto no cabe en sí mismo. Nunca se había sentido tan contento y agradecido. Con la firme intención de no desaprovechar ni un ápice del gozo que Valentina le ofrece, intercede para apoderarse de sus tetas y pajearse él mismo con ellas, al tiempo que las amasa y las moldea a su antojo.

VALENTINA: Asíií… … aií… … fóllate mis tetas, pequeñoOh… … hhh… … fóllatelas.

 Complacida, la mujer deja que ese eufórico mozalbete disfrute de su exuberante anatomía pechugona. Empieza conteniendo sus lamentos doloridos ante el ímpetu de tan apasionados magreos, pero llega un punto en que se ve obligada a quejarse:

VALENTINA: oOh… … Cuida0h… … pixah… … hhh… … que manehas material sensible. 

 Otto, arrepentido por su propia desconsideración, desiste de dichos tocamientos para perseguir un objetivo aún más elevado. Con trascendental mirada, lanza una imperativa petición:

OTTO: Quítate el tanga, Val. Quiero metértela por el culo.

VALENTINA: Habló el romántico del Broncas.

OTTO: Vamos, deja que te lo haga por detrás. Llevo años soñando con esto.

VALENTINA: Pero si hace nah que puedes correrte.

OTTO: No, pero ya se me ponía dura pensando en ti.

 El conflicto de la gitana empieza a decantarse hacia el lado más deshonesto de la balanza. Después de tan largo periodo de abstinencia sexual, su tremendo calentón ha adquirido un poder hercúleo frente a sus numerosos reparos éticos y prudenciales. Por si fuera poco, la fogosa actitud del niño no deja de espolearla.

OTTO:  Vamos, Val. Sé que lo deseas… … Lo estás deseando.

El chico no se equivoca, pues Valentina se muere por probar cosas nuevas con él.

El Pinche es muy conservador, en lo que a sexo se refiere, y nunca le ha apetecido catar el opulento trasero de su mujer. La enorme barriga del líder de los Pelochos descarta cualquier cubana y el tamaño relativo de su pene se ve rescindido por sus gruesas lorzas. Por si fuera poco, su perezosa frigidez pasiva ha llevado a su apasionada esposa al borde de la desesperación.

VALENTINA: No te lo vas a creé, pero… … todavía soy virhen de culo.

OTTO: N.no… … ¿En serio?

 Mientras Valentina vuelve a incorporarse, el chaval toma consciencia de lo que está a punto de ocurrir. Nunca imaginó que podría desvirgar a su vecina a ningún nivel; en ningún sentido.

OTTO: Vas a saber lo que es bueno. Te la voy a meter hasta el fondo.

VALENTINA: Tendrás que ser cuidadoso, ¿vale? Piensa que es mi primera vez.

 Cuando termina su última frase, el muchacho ya está de rodillas, bajándole el tanga, poco a poco, al tiempo que ella rota sobre sí misma para darle la espalda. Otra vez regada por el chorro de la ducha, Valentina levanta los brazos para domar su insumiso pelo salvaje. El brillo de su reluciente cuerpo mojado parece realzar esas voluptuosas redondeces de un modo casi místico. Deslumbrado por tan femeninas curvas, Otto no tarda en morderle las nalgas entre beso y beso.

-!Au! Ya sé que estoy mu buena, pero eso no quiere decir que puedas comerme-

-Eres tan… … tan apetitosa, Val… Me pasaría el día entero comiéndote el culo-

 Una vez desterrada esa última prenda, Otto se sirve de sus ambiciosas manos para abarcar las mayúsculas y pálidas nalgas de Valentina, quien se somete gratamente a dichos toqueteos.

 De pronto, la chica nota una penetrante intrusión digital en su sagrado ojete. Ese gesto la pilla desprevenida, pero en ningún momento se muestra disgustada; todo lo contrario, pues, apoyándose en el lateral de la pica, pone el culo en pompa para adoptar una postura todavía más irresistible.

 Sin detener el tránsito de su pulgar, por el culo de Valentina, Otto se levanta para tomar posición de ataque. Se alarma al advertir un preocupante tono morado en su dolorido miembro colapsado. Hace rato que le duele, pero las atenciones de esa ardiente mujer han estado ninguneando su dolor hasta ahora.

“Dejará de hacerme daño cuando no esté tan duro. La mejor manera de combatir mi erección es follarme a Val hasta que me corra”

 Ahora es Otto quien recibe esa constante lluvia doméstica en la espalda. No le molesta, pero, aun así, regula la temperatura del agua para conseguir una necesaria refrigeración que le salvaguarde de una previsible combustión espontanea.  

“!Jo0oh! Estoy más caliente que nunca. No puedo creer lo que estoy haciendo”

 Finalmente, el niño mete su glande entre las nalgas de esa gitana cachonda y empieza a articular un firme empuje.

 Valentina no tarda en notar como la dilatada longitud fálica del Broncas se adentra en ella, analmente, mediante una obscena trayectoria que parece no tener fin.

VALENTINA: oooOOh… … Dios… … menuda polla tienes, nene… … OoOh.

OTTO: Síiíií… … es toda… … hhh… … Es toda para ti.

 Las embestidas del niño se aceleran un poco más con cada incursión. Cabría pensar que la aparente petrificación de su trabuco le restaría sensibilidad, pero lo cierto es que está gozando como un loco de la estrechez de Valentina; del calor de sus candentes entrañas; de su viciosa lubricación…

VALENTINA: Síií… … Aaah… … Aahah… … Follame, Ott0h… … follame por el culoOh.

OTTO: Eso0h… … hhh… … Eso hagoOh… … Val… … Tomah… … Tomah-tomah.

 Ese obsceno traqueteo se torna frenético y hace sonoros los choques cárnicos de aquel par de cuerpos mojados. El trepidante balanceo de las tetas colganderas de tan agitada mujer pide a gritos un buen manoseo y Otto no resulta ajeno a dicha petición. Reclinándose sobre ella, se las atrapa, las sostiene y las aprieta contradiciendo el dictado de la gravedad.

 Para compensar el inoportuno sosiego de su amante, Valentina empieza a moverse, sensualmente, para dar continuidad a esas repetitivas penetraciones anales. Aquel prolongado ascenso hacia la cúspide de su propio orgasmo está llegando a su fin, y ya vislumbra su cercano apogeo.

 Por su lado, Otto percibe, de nuevo, la vulnerabilidad de su férreo empalme. Alentado por los gemidos sugerentes de Valentina, se reincorpora e intensifica sus embestidas hasta los mismos límites de su fibrado cuerpo adolescente.

VALENTINA: Sí… … !Qué bien!… … hhh… …  !Me viene!… … !!Ya me viene!!

OTTO: hhh… … Vas a veEer, Val… … Te voy a llenar… … Te voy a llenar el culo.

VALENTINA: Síiíií… … !Vamos!… … Hazlo… … hhh… … Hazlo de una veEez.

 La urgente petición de la chica no puede volverse en su contra dado que su culo ardiente ya ha empezado a premiarla con el mejor orgasmo de su vida. Sin apenas haberse tocado el chocho, Valentina se corre de un modo tan intenso que le hace temblar las piernas. Su voz se quiebra al esgrimir sus últimos sollozos:

VALENTINA: Laaa  virgeeeeen… … oO0Oh… … hhh… … pero que gozá.

OTTO: Mhmmh… … hhh… … mmmh… … hhh… … !oooaah!

 Unos cálidos escalofríos derriten el sistema nervioso del niño mientras su último empuje pélvico le ayuda a verter su eyaculación secundaria dentro del culo de Valentina. Instintivamente, mantiene la presión para asegurarse de no desperdiciar ni una gota. Está viendo mil estrellitas y se siente un poco mareado. Al tiempo que intenta recuperar el aliento, desenfunda su tranca, triunfante pero ya mermada, y vuelve a sentarse en el borde de la bañera.

 Valentina, exhausta, cierra el grifo y sale de la bañera:

-Menudo polvazo, nene… … Se me han dormio las piernas- mientras coge una toalla.

-Eso… hhh… ¿Eso es bueno?-  replica sonriente y complacido.

-Wueno… Es más bien como un hormigueo- ya con la prenda anudada a su alrededor.

 La mujer se ausenta del lavabo sin despedirse.                          

 Ya con la respiración un poco normalizada, el chico intenta sopesar la trascendencia de lo que acaba de ocurrir.

“Sigo aquí. No he despertado. Será que no estoy soñando”

 No termina de creérselo, pero lo cierto es que, cuando tiene sueños húmedos, siempre despierta durante el orgasmo.

-Te traigo la ropa, killo- dice Valentina mientras reaparece -Te la deho aquí-

-Gracias, Val… … ¿Puedo usar esta toalla?- con una repentina vergüenza nudista.

-Claro, pixa- contesta guiñándole el ojo -te deho solo para que te seques y te vistas-

 Sin la ensordecedora lujuria que distorsionaba su contexto, Otto se siente desnudo y desubicado; aun así, no puede borrar la sonrisa sorprendida que pinta su jubilosa expresión. 

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  • 002- Moratones íntimos
  • 046- El cliente siempre tiene la razón
  • 097- Pasajeros al tren
  • 116- Cibernexo

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  1. Me encanta esta historia desearía poder leerla completa

  2. Genial!!! La história nos enrreda y atrapa, maldiciendo quando se acaba el capítulo. Donde conseguir los restantes partes de la…

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  4. Hola buenas. Como se pueden adquirir tus libros?

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