MUSA FRATERNA

 Un vacío existencial hunde a Biel en su anodino día a día. Su presente solitario no es fruto de ningún suceso traumático. No ha perdido a un ser querido, no se ha mudado a un país lejano, sus padres no se han divorciado, no le acosan en el instituto… Simplemente, el chico se vio arrastrado por una corriente que, lentamente y durante años, le ha alejado de la gente que le rodea.

 Es un joven muy reservado que aún vive en la morada paterna, a las afueras del pueblo que le vio crecer; una pequeña villa costera situada en el norte de la península.

 Puerto Ventoso no tiene universidad, por lo que sus estudiantes suelen irse cuando se disponen a cursar estudios superiores. Así lo hicieron los antiguos compañeros de Biel, el año pasado.                                     

 El único reprobado del bachillerato vio cómo todos los que le ignoraban en clase emprendían sus respectivos viajes, y encaraban propósitos académicos prometedores mientras él, ya mayor de edad, se quedaba encallado en el último curso.

 No se trata de un chaval carente de inteligencia. Su fracaso crónico en los estudios responde, más bien, a una falta absoluta de interés y de motivación.

 Odia su vida e, incapaz de gestionar sus frustraciones, deja que esos malos sentimientos salpiquen también a los miembros de su familia: una madre cariñosa, un padre trabajador, una hermana abusona que lleva mucho tiempo ausente…

 El deporte es lo único que le permite sentirse realizado; especialmente, en lo que se refiere a los ejercicios anaeróbicos. Siempre tubo complejo de tirillas, desde la pubertad. Quizás por ello, empezó a emplearse a fondo en la adolescencia, y ya lleva casi un lustro mejorando su autoestima a base de flexiones, pesas, dominadas, sentadillas, abdominales…   

 Aitana nunca fue una buena hermana mayor para Biel. Siempre le tomaba el pelo, le humillaba, le ninguneaba y se aprovechaba de su superioridad física e intelectual.

 Tres años no suponen mucha diferencia entre personas adultas, pero cuando los implicados son críos, ese mismo decalaje resulta abismal.

 La chica se mudó a la capital para cursar la carrera de psicología. Lo que empezó siendo un distanciamiento solo físico, respecto a su familia y a sus viejas amistades del pueblo, acabó convirtiéndose en una separación de matices inquietantes.

 Aitana pasó de regresar a su hogar, religiosamente, cada fin de semana, a permanecer alejada casi todos los festivos. Ni siquiera asistió al imperativo reencuentro familiar de las dos últimas Navidades.

 Los motivos de semejante desarraigo giran en torno a una relación tóxica y muy absorbente; un idilio tormentoso que ha hecho mella en una muchacha que llegó a San Fierro ondeando su orgullosa suficiencia, con la intención de comerse el mundo.

 Jade logró que la hermana de Biel renegara de sus dos exnovios, y que saliera del armario declarándose abiertamente lesbiana. La convenció de que los episodios heteros que tuvieron lugar en Puerto Ventoso, antes de que ambas se conocieran, solo eran fruto de la confusión y de las presiones sociales.

 Como buena narcisista manipuladora, esa arpía androfóbica fue ganándole el terreno al sentido común de Aitana hasta convertir a su compañera de la facultad en un mero juguete; una vasalla acomplejada y carente de amor propio.

 Por suerte, la moza ya ha logrado salir de ese círculo vicioso.


-lunes 1 julio · 18:42 h-


 A través de la ventana abierta de su habitación, Biel alcanza a escuchar la conversación que su hermana está manteniendo con su mejor amiga de la infancia.

LUCÍA: Ahora quieres cerrar esa puerta, pero no es algo que puedas elegir.

AITANA: No me veo con otra chica, la verdad. No creo que nunca…

LUCÍA: Entonces ¿le estás dando la razón a tu padre? ¿Admites que solo era una fase?

AITANA: … Me sacaba de mis casillas cuando decía eso, pero… … a día de hoy…

LUCÍA: Eres bisexual, tía; pero tienes repuntes hacia un lado o hacia el otro.

 Tumbado en la cama, el oyente furtivo de esa charla desatiende las coloridas páginas de su manga para prestar atención a las conjeturas que no dejan de brotar sobre el césped del jardín.

AITANA: La que no puede ser nombrada me dejó hecha polvo.

LUCÍA: Suerte que has podido escapar de aquello. Dejaste el piso, ¿no?

AITANA: Claro. No vuelvo ahí ni loca. Estaba tan tocada que incluso me planteé aparcar la carrera y tomarme un año sabático aquí, en el pueblo.

LUCÍA: Tus padres seguro que no te lo reprocharían. Estarán supercontentos de haberte recuperado.

AITANA: Mi madre, sobre todo. Es una mujer amorosa y sufridora.

LUCÍA: Tu padre es menos expresivo, pero en el fondo…

AITANA: El que no creo que se alegre tanto es Biel. Estaba muy tranquilo sin mí.

LUCÍA: !Oye! Me he fijado antes. Qué cambiado está, ¿no? Apenas lo he reconocido.

AITANA: Ya te digo. No ha dejado de crecer desde que me fui a San Fierro. Y se nota que ha estado haciendo mucho ejercicio.

 Biel levanta una ceja, con la mirada perdida. No esperaba cobrar protagonismo en ese parloteo ajeno. No obstante, tiene que incorporarse y acercar la cabeza a la ventana para seguir el hilo de unas palabras más susurradas.

AITANA: Seguro que se mata a pajas; a dos manos.

LUCÍA: Ja, ja, jah. Perra. Cómo te pasas. ¿Lo dices porque la tiene grande?

AITANA: NO. Es que, si solo se las hiciera con la derecha, solo tendría un brazo mazado.

LUCÍA: Le veo ancho de espaldas. Con lo flacucho que era cuando íbamos al insti…

AITANA: Me da pena. Por muy fuerte que se ponga, seguirá siendo un bicho raro.

LUCÍA: No seas tan cruel.

AITANA: No lo digo con maldad. No tiene amigos y me da que le dan miedo las chicas.

 El hermano de Aitana aprieta los dientes con rabia. No le ha disgustado que las chicas pusieran su nombre sobre la mesa, pero detesta ser el objeto de su compasión.

“Incluso cuando habla a mis espaldas consigue pisotear mi orgullo”

 Pese al disgusto que le ha invadido, inesperadamente, un nuevo giro argumental sacudirá la voluble consciencia de aquel husmeador tan curioso. Tras un suspense silencioso:

AITANA: … … … … Pero, ya que lo dices, creo que tiene un buen trabuco.

LUCÍA: Qué  degenerada  eres. ¿De verdad te quedas con eso? 

AITANA: No me juzgues. El niño anda por casa en pijama y…

LUCÍA: Hace demasiado tiempo que no le hincas el diente a un buen rabo.

AITANA: Calla, calla. No sabes cuánta razón tienes.


-martes 2 julio · 9:16 h-


 Biel no tiene espejos en su habitación, pero suele fijarse en el reflejo que le devuelve el que hay en el lavabo, sobre la pila. No es un chaval especialmente agraciado, pero tampoco es feo.

 Después de tensar sus pectorales desnudos, con intermitencia, revisa su tableta abdominal para terminar hallando su pijama.

De pronto, regresa a su mente la turbadora frase de Aitana:

Creo que tiene un buen trabuco

 Se aparta un poco de aquella amplia encimera de blancura impoluta para ganar ventaja en su ángulo de visión, y ejecuta unos pequeños saltitos para que su miembro cobre notoriedad debajo de aquella fina tela gris.

Para lo que me sirve…– susurra resignado.

No espera que nadie vaya a amenazar su longeva virginidad; por lo menos, no a corto plazo.

Hace demasiado tiempo que no le hincas el diente a un buen rabo

 El eco de las palabras de Lucía ha llegado sin avisar; resonando desde la memoria reciente del chico, y corrompiendo la mente de aquel mozalbete vicioso.

 No es la primera vez que la sombra del incesto oscurece la imaginación de Biel. Sin embargo, semejantes ocurrencias nunca habían tenido lugar hasta hace pocos días.

“Ella también está muy cambiada”

 Aitana estaba hecha un figurín antes de trasladarse a San Fierro para dar comienzo su carrera de psicología. La rolliza genética de su linaje materno parecía haber hecho una distinción con ella, pero la ansiedad que ha sufrido la hija de Aroa, a lo largo de los últimos meses, ha trastocado su metabolismo y sus hábitos, provocando un notable aumento de peso en la chica. No obstante, el resultado de dicha metamorfosis se acerca más al diseño de un dibujante pervertido de hentay que a los cambios lógicos y naturales de un cuerpo con excedente de calorías.

 Ensimismado, Biel respira hondo sin salir de su asombro.

“Menudas tetas se le han puesto. Y ese culazo… ¿Cómo es posible?”

 La apetecible barriguita recién llegada que luce Aitana queda como una mera anécdota al lado de unos pechos de infarto impropios de la chica que vivía en la memoria del muchacho.

 Un empalme repentino reclama la atención de Biel, tensando la tela gastada de aquel viejo pijama corto de verano. Contrariado, el benjamín de los Montero sacude la cabeza para librarse de aquel sofocón bochornoso que tanto le avergüenza.

 De repente, un impetuoso golpeo rompe aquel silencio  matutino sobresaltando a ese reflexivo caballerete.

-Toc · toc – toc-

AITANA: Vamos, cagón. Termina de limpiarte el culo ya.

BIEL: No estoy… … haciendo caca, ¿vale?

AITANA: ¿Entonces por qué tardas tanto? ¿Te estás tocando otra vez?

BIEL: ¿Qué? … … Noh.

AITANA: Puedes hacerlo en tu cuarto, guarro. No uses los espacios comunes para eso.


-miércoles 3 julio · 20:16 h-


 Aroa es una señora entrada en carnes que peina media melena. Pese a no tener un empleo convencional fuera de casa, participa activamente en la asociación cultural de Puerto Ventoso.

 La madre de Biel es una mujer de armas tomar que, hoy más que ayer, está dispuesta a defender a su hijo de los atropellos vejatorios de Aitana. No en vano, con el tiempo, ha tomado consciencia de que, muy probablemente, el carácter retraído e inseguro del chaval es la consecuencia del trato abusivo que siempre le ha proferido su hermana.

 Aprovechando que los hombres están ausentes, Aroa ha confrontado a su hija para reprenderla de una forma serena y constructiva. Tras tomar asiento en la butaca, se dirige a una moza que sigue pendiente de su móvil, tumbada en el sofá.

-Apaga eso y préstame atención, cariño. Es importante- le ordena buscando su mirada.

-Ya te escucho, mamá- responde apática -Buenooo, vaaa. Dime-  

 Aitana se desentiende de la pequeña pantalla, y deja el dispositivo, con cuidado, sobre aquel parqué de madera pálida.

Tienes que dejar en paz al niño, ¿me oyes?– dice con vocalizados susurros exigentes.

Que síiíiíií– contesta la joven con hastío.

-No. “Que sí” no. Ahora te lo digo de verdad. Parece mentida que alguien que ha pasado por lo que tú has pasado sea capaz de torturar a un ser querido de este modo-

-No le torturo, mamá. Solo bromeamos- se justifica Aitana.

Puede que sea culpa tuya que Biel sea como es; de la infancia que le has dado

 La acusada enfoca un espacio vacío de aquella pared de tonos ocres para recapacitar acerca de las sospechas de su madre.

AITANA: Yo no… … ¿Por qué me dices esto?

AROA: Fíjate en cómo te ha cambiado a ti lo que has vivido con Jade.

AITANA: No puedes comparar a esa ramera desalmada con…

AROA: Y tú no puedes comparar a una chica lista y mayor de edad con un niño. En los primeros años es donde empieza a forjarse el carácter. Luego, las pequeñas muescas de la personalidad se van haciendo más hondas.

 Mirando al suelo, Aitana sigue eludiendo los incisivos ojos de su madre mientras niega con la cabeza, expresando su desacuerdo.

AROA: Minaste su moral durante toda su infancia, y seguiste menoscabándolo a lo largo de su pubertad.

AITANA: Entonces, supongo que le fue bien perderme de vista.

AROA: Más bien le hubiera ido tener a una hermana que le apoyara; una amiga fraterna que estuviera a su lado. El pobre no ha levantado cabeza en todo este tiempo.

AITANA: Claro. Ahora me dirás que también son culpa mía sus malas notas.

AROA: No puedo ni imaginar las implicaciones que has tenido en su vida, pero estoy segura de que una hermana cariñosa y respetuosa que le hubiera cuidado, que hubiese jugado junto a él y que le hubiera explicado cuentos quizás habría dado lugar a un chico más seguro y extrovertido.

AITANA: No me parece justo que me eches la culpa a mí de todas sus carencias.

AROA: El motivo de esta charla no es el reproche. Solo quiero que entiendas que Biel no es uno más de tus peluches que solo existen para que tú juegues con ellos.

AITANA: Vale. Sí. Te entiendo… … Te prometo que voy a ser buena con él. Puede que le haya chinchado un poco, pero ya no soy la misma Aitana que se marchó hace tres años.


-jueves 4 julio · 17:38 h-


  Un despertar liviano desvela a Biel tras de una larga siesta.

 Reina la calma en una amplia vivienda unifamiliar que, pese a ser vieja, ha sido objeto de diversas reformas.

 A lo lejos, el chico puede oír el canto de los pájaros y el lejano rumor de las cigarras. Agradece la corriente de aire que acaricia su torso descamisado mientras se levanta de la cama y se despereza con unos estilosos estiramientos.

“Luego me costará dormir por la noche, pero qué bien me ha sentado este sueñecito”

 No recuerda lo que estaba evocando, pero intuye que se encontraba en un lugar feliz, lejos de Puerto Ventoso, libre de preocupaciones, rodeado de amigos y, ¿quién sabe?

 Atento al silencio que le rodea, empieza a sospechar que no hay nadie más en casa; pero, en cuanto se asoma por la puerta abierta de la habitación de su hermana, la encuentra maquillándose frente a un tocador repleto de bombillas.

 Como él, Aitana va ligera de ropa y descalza. Lleva un top amarillo con la cremallera medio bajada, y unos shorts tejanos muy cortos y ajustados.

 Agazapado en el ángulo muerto de moza, Biel permanece observándola con absoluto sigilo. No obstante, el lateral articulado del espejo permite que el reojo perfilado de esa gatita presumida delate la presencia del intruso.

 Aitana le ignora, se ampara en un indescifrable disimulo, y adopta un talante más estético y sensual mientras se humedece los labios y termina de rizarse las pestañas.

¿Te gusta lo que ves?– susurra ella con calmosa pronuncia.

-¿Q.qué?- pregunta Biel sabiéndose descubierto -No… … Yo  s0lo

Tranquilo, tonto– continúa sin siquiera mirarle –No haces nada malo

 Al chaval le sorprende que su hermana no aproveche aquella delicada tesitura para humillarlo con una de sus ingeniosas puyas.

 Solo unos tres metros separan al recién llegado de una joven que destila sensualidad por todos los poros de su suave piel.

BIEL: ¿No está mamá?

AITANA: No. Se ha ido a eso del fomento cultural; ya sabes. Tenemos la casa para nosotros solos.

 Esa insinuación sinuosa descoloca a Biel. No está acostumbrado a que las palabras de aquella villana consanguínea lleguen a sus oídos exentas de veneno.

BIEL: Veo que por fin has ordenado tu habitación.

AITANA: Eh. No estaba tan mal. Me he vuelto más organizada en San Fierro.

BIEL: ¿Volverás a la ciudad cuando termine el verano?

AITANA: No lo sé. Me estoy tomando un par de semanas para decidirlo. Mi terapeuta me ha recomendado que me dé unos días para deliberar. Estoy superando lo de Jade y… … me encuentro en plena descompresión.

BIEL: Así pues, al final… … ¿no eres lesbiana?

AITANA: ¿Y  a  ti  qué  te  importa?

 La sonrisa condescendiente que acompaña ese reproche interrogativo minimiza el paso en falso de Biel.

-Bueno, ya te dejo en paz- anuncia él tras esa nimia reprimenda.

-No te enfades- añade Aitana viéndole a la defensiva -No te vayas-

-¿Qué pasa? ¿Qué quieres?- pregunta con desconfianza.

-Tengo que hablar contigo-

 Un suspense intrigante se apodera del chico.  Sintiéndose legitimado por esa invitación velada, se adentra en la estancia, y se sienta en la cama de su hermana.

 Aún dándole la espalda, Aitana descorcha su alegato improvisado mientras termina de aplicarse un sutil colorete:

AITANA: Mamá estuvo hablando conmigo, ayer. Me hizo pensar.

BIEL: … … ¿Sobre tu futuro? ¿Sobre la carrera?

AITANA: No. Sobre nuestra infancia; sobre cómo eres… … Me echó la culpa.

BIEL: Qué bonito que mi propia madre busque a quien culpar de mi forma de ser, en lugar de darle las gracias al destino… … o a mis referentes.

AITANA: ¿A tus referentes? ¿Te refieres a Pikachu y sus amigos?   

BIEL: Aquí está la Aitana de siempre.

AITANA: Que no. Ja, ja, jah. Lo digo en broma. Ya lo sabes.

BIEL: Para ti siempre seré el mismo mocoso medio otaku.

 Biel ha dirigido un vistazo desdeñoso hacia la ventana mientras verbalizaba esa última hipótesis, pero el inesperado volteo de su anfitriona reclama la atención de sus pupilas al tiempo que pone en tela de juicio la informalidad de aquella pose reclinada.

AITANA:  Pero ya no eres ese crío, ¿no?

 Esa locución retórica viaja a lomos de un susurro musicado, escapando muy lejos de la casta normalidad que siempre ha habitado en el seno de la familia Montero.

 A pesar de no haber sido objeto de deseo para ninguna fémina, el chico no es ajeno al lenguaje mudo de la seducción. Atento al brillo de los ojos castaños de su hermana, percibe cómo una mirada de confusa lascivia se desentiende del contacto visual para peinar su fibrado torso nudista.

AITANA: Aunque sigues sin tener pelo en el pecho. ¿Te depilas?

BIEL: N.no. no. No me sale. Creo que es algo genético.

AITANA: Debes de estar en lo cierto. Yo tengo poquísimo bello. A Jade le encantaba.

BIEL: ¿Es una machorra peluda?

AITANA: No0Oh. Es muy femenina, pero ella tiene que depilarse. Mírame a mí. Fíjate en mis brazos, en mis piernas…

 La joven supervisa sus propias caricias ignorando los mechones lacios que se despeñan eclipsándole rostro parcialmente. No parece preocuparle que los tirantes de aquel top continúen descolgados de sus hombros, ni que la cremallera que debiera mantener esas grandes tetas bien apretadas siga a media asta.

-Es una suerte- proclama Aitana mientras se aparta el pelo de la cara.

 La súbita restauración de su pose original le ha permitido, a la chica, divisar la embobada mirada de su hermano solo un instante antes de que Biel pudiera recobrar su compostura facial.

BIEL: ¿Es que vas a salir?

AITANA: No. ¿Por qué?

BIEL: Como te estás arreglando…

AITANA: Solo estoy probando el kit que me regaló Lucía el lunes.

BIEL: Iba con un poco de retraso, ¿no? Tu cumpleaños fue hace días.

AITANA: No nos pudimos ver antes. Ella regresó al pueblo más tarde que yo.

 La silla giratoria que sustenta a la moza ha vuelto a virar para dejar a su usuaria encarada hacia la puerta; con la mesa a un lado y la cama en el otro.

 Aitana tiene una pierna doblada que termina con su pie zurdo debajo de su muslo diestro. Mantiene la espalda arqueada de un modo que otorga aún más notoriedad a sus prominentes pechos, a la vez que pronuncia la redonda curvatura de su culo.

 Biel no es un entendido en asuntos de moda femenina,  pero sospecha que su hermana debería llevar un sujetador que, a todas luces, brilla por su ausencia.

BIEL: Y este modelito… … ¿también te lo regaló Lucía? No te lo había visto.

AITANA: No. Este me lo traje yo de San Fierro… … ¿Te gusta?

BIEL: Weeno… … Sí.

 El muchacho simula indiferencia, pero se ha sofocado, y ya empieza a sonrojarse bajo la punzante mirada de Aitana. No obstante, su rubor pronto será la menor de sus preocupaciones, pues una indisciplinada erección parece determinada a hacerse notar debajo de aquel fino pijama verde.

-¿Qué haces?- pregunta ella percibiendo algo extraño -Deja en paz a Madafoka-

 Biel se ha hecho con uno de los peluches de su hermana; una foca de cierto tamaño que ha salvado, inextremis, el decoro de un chaval demasiado salido.

-¿Te pones celosa si juego con tus muñecos?- responde él visiblemente incómodo.

“¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Por qué he tenido tan poco cuidado?”

 No esperaba que ella estuviera en casa cuando se ha asomado, y mucho menos, que le invitara a entrar.

 Parcialmente recostado sobre unas grandes almohadas, Biel juega con las aletas de ese falso mamífero tan simpático. Elude la mirada de una interlocutora perspicaz que, consciente de su incontestable atractivo, lleva ya un rato jugando con él.

AITANA: ¿Tú crees que mamá lleva razón?

BIEL: ¿Sobre lo de responsabilizarte de mi ineptitud social?

AITANA: Sí, claro.

BIEL: ¿Quién sabe? Probablemente… … Tú eres la psicóloga, ¿no?

AITANA: Todavía no, pero… … me he dado cuenta de que…

BIEL: No te preocupes ahora por eso. No sirve de nada arrepentirse.

AITANA: Sí. Ya. Aun así…

BIEL: Aunque te cueste creerlo, no me disgusta del todo ser como soy.

 Ese sarcasmo relativo vuelve a remover la consciencia Aitana. Asume que su compasión puede resultar igual o más hiriente que la falta de empatía de la que ha hecho gala durante tantos años.

AITANA: Tienes razón, cuchi. Deberías darme las gracias por haberte hecho como eres.

BIEL: ¿A ti o a mamá?

AITANA: A ella agradécele tu pelo rubio, tu nariz chata y tu ausencia de bello, pero soy yo quien ha esculpido tu personalidad con mi afilado cincel, y con los incesantes golpes de mi martillo displicente.

BIEL: ¿Displicente? ¿Estas son las palabras que os enseñan en psicología?

AITANA: Estudia un poco, chaval. Es vocabulario básico y común.

 Aitana se levanta de la silla, y se dirige hacia la cama con lentos andares contoneados. No tiene claro cuál será su próximo paso. Nada de lo que está ocurriendo, en la tarde de este cálido jueves, responde a un guion previamente esbozado.

“Oh, NO. Que viene. Esto se complica”

 Después de encaramarse jovialmente sobre el colchón, la chica ocupa un sitio demasiado cercano al de su hermano, manteniendo la vigencia de una confianza familiar anacrónica y del todo inapropiada.

-¿Qué haces?- exclama un Biel acobardado mientras se echa a un lado.

-¿Acaso te intimidan mis tetorras nuevas?- pregunta entre risas juguetonas.

-Es que… … casi me sacas un ojo- protesta mientras se las mira con torpe disimulo.

-Ala. Exagerado. Ni que las tuviera tan puntiagudaahs-

 Si bien el sentido de la última frase de Biel era del todo figurado, no es menos cierto que los relevantes pezones de Aitana han intentado asomarse, uno con más peligro que el otro, aprovechando la permisividad de esos dobladillos sobrepasados.

-¿Estoy gorda?- pregunta ella, con un hilo de voz, haciendo morritos y con cara de pena.

-Est.estás distinta- responde él mirando a una de las esquinas del techo.

Mejor o peor que cuando me fui- insiste aquella incisiva entrevistadora.

 Biel aprieta los labios manteniendo un silencio prudente, pero su hermana no está dispuesta a darle tregua.

AITANA: Dice mamá que no eres uno más de mis peluches; que no juegue contigo. ¿Tú qué opinas? ¿Quieres ser como Manchitas? ¿Como Copito o Madafoka?

 Abusando de aquella desequilibrada confianza fraterna, Aitana aborda a Biel para despeinarlo combativamente.

BIEL: Quita. !No!

AITANA: ¿Qué pasa? ¿No quieres que juegue contigo? Ja, ja, jah.

 Finalmente, la abusona se da por satisfecha, y desiste de su invasiva actitud.

 Biel sigue usando aquella foca aterciopelada para encubrir su vergonzosa erección, pero sospecha que la moza es plenamente consciente de lo que él mismo intenta ocultar.

“¿Qué es lo que pretende? ¿Está loca? ¿Debería marcharme? Pero ¿y si…”

 El muchacho continúa perplejo; más aún cuando se reconoce en el punto de mira del vistazo más cariñoso que jamás le ha dedicado Aitana. Se siente encadenado por la parálisis del miedo escénico, y por una curiosidad morbosa que le insta a no salir corriendo.

AITANA: Mamá cree que debería haber cuidado de ti cuando éramos pequeños. Estar a tu lado, contarte cuentos, jugar con mi hermanito… En cambio, hora me pide que no juegue contigo… … No se aclara.

BIEL: Supongo que no es lo mismo jugar junto a alguien que jugar con alguien.

AITANA: Trampas del lenguaje. En cualquier caso, quizás no sea tarde para redimirme.

BIEL: ¿A qué te refieres?

AITANA: Podría contarte cuentos, cuidarte, jugar contigo… o junto a ti…

 El tono meloso de la joven siembra de perversos equívocos cada una de las palabras que salen de esa jugosa boca maligna.

BIEL: …. …. ¿Me vas a contar un cuento?… … ¿A mi edad?

AITANA: ¿Por qué no? ¿Te parece algo demasiado infantil?

 Ambos se encuentran tumbados sobre aquella cama mediana, muy cerca el uno de la otra; demasiado. Dicha proximidad atenúa una dicción bilateral cada vez más íntima y susurrada.                                           

 Varias las almohadas y cojines toman parte del atrezo de la escena, alterando la horizontalidad de sus protagonistas.  

 Medio perfilada, sobre el colchón, Aitana ha adoptado una pose sexy de piernas cruzadas. Al tiempo que juega con su pelo, eleva la mirada tratando de enfocar el hemisferio más creativo de su cerebro. No tarda en dar rienda suelta a su inventiva:

Había una vez un nene muy salido que pensaba que podía esconderse tras un peluche

 Biel queda del todo petrificado al escuchar el inicio de aquella fábula que tanto se asemeja a la realidad. Atento a los ojos distraídos de su hermana, sigue escuchando los pícaros desvaríos de una narradora que modula su voz para emular a una auténtica cuentacuentos.

Miguel andaba prendado de Tatiana, pero un muro de grandes rocas les separaba. Cada una de las piedras tenía un nombre propio escrito, bien visible. Una se llamaba miedo, la otra se llamaba moral; confusión, inexperiencia, culpa… Pero la más grande de todas, justo en el centro, llevaba letras mayúsculas: INCESTO

 Por primera vez desde el inicio de aquel relato,  Aitana clava sus pupilas en las de Biel.

AITANA: ¿Sabes quién había construido esa gruesa pared?

BIEL: … … No… … Dime… … ¿Quién?

AITANA: Un populacho repleto de puritanos entrometidos, santurrones hipócritas, beatos meapilas, conservadores reprimidos, ignorantes sabelotodo…

BIEL: Ignorantes sabelotodo. ¿Eso es posible?

AITANA: Claro. Un sabelotodo es alguien que cree saberlo todo, pero que sabe poco.

La areola de uno de los intrépidos pezones de la chica vuelve a cautivar los conmocionados vistazos de un chaval a quien siempre le han fascinado las tetas grandes.

BIEL: ¿Y qué pasó luego?

AITANA: ¿De verdad quieres que te lo explique?

BIEL: Claro. No me dejes a medias.

 Sabiéndose escudriñada por la viciosa mirada de su hermano, Aitana cierra los ojos y se acomoda con aires de diva relajada. Sabe que cualquier hombre que se encontrara en el lugar de Biel ya estaría manoseándola y comiéndosela a besos; pero, tratándose de aquel mojigato, sospecha que los acontecimientos seguirán embarrancados en ese lodazal de temerosa prudencia.

Miguel pensó que el muro era infranqueable, y ni siquiera se propuso derribarlo; pero, desde el lado de Tatiana, eran distintas las palabras que podían leerse en las mismas piedras: pasión, consciencia, personalidad, valentía, deseo y, en el pedrusco más grande de todos, en mayúsculas: VERDAD

¿Verdad?– pregunta aquel oyente embriagado.

Sí. La verdad de que a nadie más le incumbía lo que ocurriera entre Miguel y Tatiana; la verdad de que una aventura puede ser mucho más emocionante si es secreta; la verdad de que el parentesco solo acarrea problemas a la hora de combinar genes

Combinar genes– repite Biel extinguiendo los centímetros que le separaban de Aitana.

Sí. Resulta que había un hombre sabio entre la plebe; alguien que descartó el rebajarse a discutir con aquellos patanes analfabetos, y que eligió la tarea de nominar las piedras por el lado de esa bellísima diosa cañón

-Qué subidita que vas, Aitana- responde él, saliendo de su pasmo por un momento.

 Súbitamente, la chica abandona su místico talante adormecido, y abre los ojos para observar a tan impertinente censor. Su tono, mucho más brusco y terrenal, pretende corregirle.

AITANA: ¿Quién ha  hablado de mí? No te confundas, niño.

BIEL: Q.que no… … ¿qué? Que… … Tú no…

AITANA: Cállate, anda. Que no te enteras, Miguel.

BIEL: ¿Miguel?

AITANA: Claro. Miguel y Tatiana. Los protagonistas de la historia.

BIEL: Vale, vale. Ya sabes que se me dan mal los nombres. Tatiana, Miguel… … y ¿el hombre sabio?

 Como si aquel último interrogante hubiera vuelto a activar, mágicamente, la versión más tranquila y didáctica de tan talentosa oradora, la susodicha retoma su pose distendida, y retoma la explicación contestando a Biel.

AITANA: El viejo se llamaba Sigmund.

BIEL: ¿Sigmund Freud?

 Manteniendo sus párpados cerrados, Aitana sonríe con una complacencia un tanto indulgente:

Veo que no eres ignorante del todo– susurra aún más tenuemente.

Ya ves. Mi conocimiento abarca referentes que no tienen que ver con los Pokémon

Y mejores que las tetonas de tus comics depravados

 Biel enmudece. Siempre ha mantenido sus colecciones más obscenas a buen recaudo, pero parece que aquello no resulta efectivo para proteger su decoro ante la fisgona de su hermana.

Cómo son los japos, ¿eh?– susurra la muchacha mirándole de reojo –Se ponen cachondos con sus propias mamás. ¿Tú te la pelas pensando en la tuya?

-!Qué va!- protesta el chico, ultrajado.

¿Te has corrido pensando en mí?

 Aquella segunda pregunta tan consecutiva ha pillado a contrapié a un merluzo desprevenido que debería haber visto venir semejante jugarreta.

 Su fugaz vacilación pasmada le resta toda la credibilidad a una negativa que llega tarde y carente de convicción:

BIEL: … No… … Claro que no.

AITANA: No sabes mentir, cuchi; … … pero no temas, te guardaré el secreto. Yo también tengo mis luces y mis sombras, como todos.

BIEL: … … “Hace demasiado tiempo que no le hincas el diente a un buen rabo”.

 Aitana frunce el ceño, y observa a su hermano en silencio. No creyó que Biel pudiera haber escuchado la desvergonzada afirmación que le susurró Lucía, en el jardín, el pasado lunes.

 Muy cerca de ella, el chaval justifica su indiscreción:

BIEL: Tú rebuscas entre mis cosas, ¿no?

AITANA: Touché.

 Huérfana de enfado, la chica intenta evocar esa conversación indecente para tomar consciencia de los secretos que puedan haber quedado expuestos ante la curiosidad de aquel chafardero.

BIEL: ¿Cómo termina el cuento?

AITANA: ¿Cómo quieres que termine?

 El tono murmurado de esa última pregunta es tan sugestivo que la cuestión resulta casi pornográfica.

 Inesperadamente, Madafoka rompe la estática de aquella foto, y se sirve de la gravedad para escapar de la negligente sujeción de un pasmarote boquiabierto incapaz de reaccionar. 

 La imponente tienda de campaña de Biel entra triunfalmente en escena sobrecogiendo a Aitana, quien, con unos ojos como platos, no puede dejar de observar ese engendro de verde vestimenta.

 El chico reprime su instinto de cubrirse el bulto con las manos, e inspira profundamente dando fe de su desasosiego.

BIEL: Me gustan las historias con un final feliz.

AITANA: Así, pues… … ¿ Q u i e r e s   u n   f i n a l   f e l i z ?

 Mientras esgrimía aquel lento interrogante de doble sentido, la moza ha empezado a bajarse, aún más, la cremallera del top. Su parsimonia es exasperante, pero, finalmente, el notable relieve de sus pezones empitonados queda a la intemperie, deslumbrando la candorosa mirada de aquel joven inexperto.

 Aitana se muerde el labio inferior dando forma a una libertina expresión hambrienta mientras se incorpora, levemente, ganando altura frente a su hermano. La chica levanta su brazo izquierdo para acceder al pelo despeinado de Biel, y rodea su cabeza en un gesto que le da vía libre al chaval.

 Ni siquiera la incapacitante timidez de aquel mozalbete sobrepasado logra poner palos a las ruedas a la inminencia de esa carnalidad incestuosa. No obstante, en el momento exacto en que las yemas de los dedos de él contactan con la suave piel mamaria de ella, la cerradura de la puerta principal cruje anunciando la inoportuna llegada de la matriarca de los Montero.

Holaaª– escuchan a lo lejos –¿Quién me ayuda con la compra?

Quédate aquí– dice Aitana volviendo a recomponer su vestimenta a toda prisa.

 La chica salta de la cama con sus cejas batiéndose en duelo, pero termina rompiendo su expresión en una carcajada muda al contemplar la cara desencajada de su hermano.

 Ya encontrándose a solas en esa habitación ajena, Biel se fija en la bochornosa deformidad que dibuja su pantalón de pijama.

“Si mamá me ve saliendo así del cuarto de Aitana… Casi desnudo y con la polla tiesa… No. Nono. Sería lo peor”

 Se asoma por el umbral, discretamente, y se asegura de que, desde la cocina o la entrada principal, Aroa no pueda advertir la espantada de ese fugitivo empalmado.

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