BAJAS RAZONES

BOLAS Y BOLOS

BOLAS Y BOLOS

Nada más entrar en la bolera he notado un grato alivio térmico. Ni siquiera es verano todavía, pero el calor que azota las calles de Fuerte Castillo es ya inaudito.

En el interior de estas instalaciones, en cambio, la temperatura es placentera, por lo que aquel molesto sofoco callejero se ha quedado en la puerta.

Te voy a contar algo sobre mí: me llamo Mateo Feroz y acabo de cumplir los treinta y seis; aunque no los aparento.
Soy alto y fuerte; no especialmente delgado, pero mis músculos definen más mi fisionomía que mi relativa grasa corporal.

Escudándome en las razones que me da tan caluroso día, hoy me he vestido con una camiseta negra sin mangas que saca a relucir mis poderosos brazos; pantalones pirata grises y bambas oscuras. Llevo mi pelo rubio muy corto, soy bastante pálido, ojos azules… no sé. Se podría decir que mi apariencia es nórdica.

Me dedico a la música y suelo trabajar desde casa: un piso pequeño, casi a primera línea de mar, que heredé de mi madre. No tengo hermanos y ni siquiera conocí a mi padre.

A pesar de mi dilatada trayectoria vital, he tenido pocos encuentros sexuales y eso me coloca en una tesitura de eterna deuda con mi miembro viril. Por si fuera poco, tengo una extrema devoción por las adolescentes que no alcanzan ni la mitad de mi edad, y ello no me facilita las cosas, precisamente.

Cuando mi amiga Betty me ha llamado, después de comer, para invitarme a una partida de bolos, una parte de mí se ha mostrado algo perezosa, pero, finalmente, ha sido mi faceta más proactiva la que ha tomado la palabra para pronunciarse a favor. Tengo que confesarte que la gente que se ha apuntado para participar del juego no son sangre de mi devoción, pero suelo tolerarlos bastante bien.

-No sé dónde se habrá metido Carlo- dice Betty mirando el móvil.

-Estará aparcando- contesta su novio mientras voltea la cabeza y pega un vistazo.

Al tiempo que sorteamos las máquinas recreativas por la zona central de esta enorme sala repleta de luces y sonidos, mi pervertido radar ya ha empezado a escanear el entorno, pues soy consciente de que estos lugares son ideales para vislumbrar a nenas juguetonas.

No es que pretenda entrarle a ninguna. Soy demasiado decente, y sufro de una aguda fobia al rechazo; aun así, suelo babear escondido tras una máscara de discreción.

Ahí hay un objetivo: se trata de una chica de hermosa figura. Plantada frente a una de esas vitrinas llenas de artículos susceptibles de ser pescados con un gancho mecánico, permanece con una actitud expectante.
Sus pantalones son breves pero razonables.

Tengo una filia muy pronunciada con esos shorts tan cortos que se llevan desde hace algunos veranos. Yo siempre me había considerado más de tetas, pero… Me traen loco las jovencitas que van enseñando parte de sus nalgas al caminar.

Al principio, me parecía inconcebible que las niñas se pasearan de ese modo a tan corta edad, con el consentimiento paterno, colegial, social… Hasta el punto que llegué a pensar que era solo cosa mía; que mi lujuria se desbordaba únicamente por mi perversión desmedida; que era un enfermo mental…

Ahora mismo, la teoría que más me ayuda a conciliar esta turbadora realidad es la de que se junta el hambre con las ganas de comer. Es cierto que mis sofocos son mayormente por mi calenturienta peculiaridad, pero tampoco es normal lo que ocurre cada verano, ¿no crees?

BETTY: Por fin te saco de casa, ¿eh, Mat?

YO: Ya sabes que soy alérgico al sol.

BETTY: No será para tanto. Con lo que me gusta a mí ir a la playa…

IGNACIO: Cariño, acuérdate de que tenemos que pasar por el cajero antes de ir a cenar.

BETTY: Que sí, pesaaao. ¿Cuántas veces vas a volver a decírmelo?

La asistencia es bastante nimia.
Puede que sea porque aún es pronto, o quizás porque sea jueves.

Estoy guardando mi posición para no perder de vista a la moza, con la esperanza de que se dé la vuelta y pueda comprobar si su rostro está a la altura de su cuerpo.

Un arrollador advenimiento ningunea mi intriga. La llegada de su amiga, con un atavío mucho más atrevido, me ha destartalado el temple por completo.

La muchacha, de largo pelo negro y liso, trae consigo las monedas necesarias para articular el gancho, e intentar alcanzar, así, el premio deseado.

Esta nena no se anda con rodeos. No te hablo solo de la brevedad de sus minishorts. Está claro que hay anatomías femeninas que parecen hechas con la más perversa de las maldades.

La recién llegada tiene un culo y unos muslos impropios de una muchacha de tan tierna edad. El asunto no sería tan dramático si no fuera por el fino tipín que da continuidad a su silueta; y yo no estaría al borde de un ataque de corazón si esta desvergonzada tuviera la decencia de vestirse con más sensatez.

-Hola, Mateo- me saluda Carlo apareciendo tras de mí -¿Cómo andas?-

-Aquí. Esperándoos- le contesto disimulando mis vergonzosas inquietudes.

-!Hola, Mathew!- se añade Cristina, con un tono mucho más chistoso.

-¿De verdad Cris?- le pregunto -¿De verdad tendrás aplomo para jugar? ¿Otra vez?-

-He mejorado, ¿vale? Al menos, eso espero- dice ella sin demasiado convencimiento.

Carlo es vecino de Betty e Ignacio. Una de esas personas que no tendrían la más mínima incidencia en mi vida si no fuera porque vienen de paquete con el resto.

-¿Qué número tenéis de pie?- pregunta Betty, decidida como siempre.

Una vez informada, se apresura a pedir los zapatos. Ha venido con muchas ganas de tumbar bolos; aunque todos sabemos que no opta a la victoria. Se trata de una vieja amiga mía, bajita y con un grave sobrepeso. No obstante, goza de un carácter fuerte y animoso que le permite afrontar cualquier adversidad que se le presente en la vida.

Ignacio, por el contrario, es alto y delgado. Son como el “punto” y la “i”. El tipo se está ocupando de los asuntos financieros con el encargado de la recepción. No lo veo muy a menudo; aunque también es cierto que yo no movería ni un dedo para coincidir con él si pudiera disociarlo de mi amiga.

A Carlo y a Cristina los presenté yo, hace unos años. No son la pareja ideal, pero todavía permanecen juntos, después de todo. Él es un poco soso y siempre es ella la que tiene que espolearlo para que se separe de las distintas pantallas a las que es adicto.

Estoy rezando para que nos toque una pista cercana a la ubicación de ese par de nenas tan golosas. Ahora mismo, están jugando a los videojuegos. Se mueven exaltadamente, y no dejan de picarse la una a la otra y de lanzarse reproches ofendidos.

BETTY: Pista número seeeeeis. !Allá vamo0s!

¿Seis? ¿Seis? Ahí. Joh. Me va a doler cada paso que dé para alejarme de las niñas.

BETTY: Vamos, vamos, vamo0oos…

IGNACIO: ¿Tanta prisa tienes para perder, cariño?

BETTY: ¿Tengo que recordarte cómo fue la última vez?

CARLO: Haya paz, pareja.

CRISTINA: Déjalos. Yo quiero ver cómo llega la sangre al río.

He preferido no aburrirte con la transmisión, a tiempo real, de tan apasionante partida. Prefiero hacerte un resumen: tras el comienzo del juego, han empezado a desvelarse las características de cada jugador: la torpeza de Cristina, las cómicas enrabietadas de Betty, la peculiar forma de lanzar de Ignacio, el efectivo estilo de Carlo y, por supuesto, la arrolladora energía de mis tiros.

Solo necesitas saber que, tras un inicio no demasiado lucido por mi parte, he conseguido remontar en las últimas tiradas, y he encadenado tres strikes que me han dado la victoria. Le he dado un buen baño de humildad a esa gente.

Ahora me encuentro solo, sentado frente a una de las mesitas que proliferan al pie de cada una de las pistas. Mis derrotados adversarios se han ido a cenar, pero yo no puedo marcharme de aquí. Ahora no.

Ha ocurrido algo mientras se sucedían los turnos, rodaban las bolas y caían los bolos. No me preguntes cómo, pero, pese a mi precavido disimulo, esas dos niñas se han dado cuenta de que las miraba con demasiada insistencia. Ni siquiera mis contrincantes se han percatado de mis lascivos vistazos semipedófilos, pero, de algún modo, ellas sí.

Creo que ha sido cuando se han acercado para jugar al billar. Nos separaban pocos metros, y no he podido evitar poner en riesgo mi discreción en vista de tan excepcional espectáculo. Ha sido la mona de cara; ella se ha chivado a su amiga nalgona, y ahí ha empezado este juego de reojos imprudentes. Temía haberlas incomodado, pero, por el contrario, se ha establecido una furtiva complicidad que me retiene sentado en esta mesa; saboreando mi frío refresco de limón.

No sé si te ha ocurrido alguna vez: ves la cara de una chica que no te parece muy guapa, pero, en cuanto te percatas de que tiene unas tetas enormes, aprecias mucho más su belleza facial. Creo que es algo parecido a lo que me pasa con esta culona.

¿Qué estoy haciendo? Solo conseguiré ponerme más malito. . !Espera!… … Se están acercando. Vienen. !Están aquí!

Simulo normalidad sin esquivar las pocas miradas que me dedican al tiempo que se postulan en la última máquina de juegos que les queda por probar. Se trata de una de esas mesas repletas de agujeritos diminutos que sueltan aire para suspender un pequeño disco flotantes a modo de puck de hockey. Me imagino que sabes a lo que me refiero.

Cada una de las chicas se sitúa en un extremo de la cancha con el propósito defender una portería en forma de ranura horizontal, y de marcar gol en la de su adversaria.

Mientras uso una colorida pajita para sorber el contenido cítrico de mi vaso, me siento afortunado, pues es la niña de vestimenta más desinhibida la que, más cerca de mí, me está dando la espalda frente a este lúdico armatoste. Solo el hecho de agacharse para introducir la moneda y recoger los discos ya supone un notable gravamen en lo referente a la insolencia de sus redondeces traseras.

Lo que está sucediendo ahora mismo es de difícil relato. Yo conocía la versión de un solo disco, pero, bien sea por una máquina disfuncional o por una nueva versión de este recreo, son varios los discos que permanecen sobre la mesa. Ello intensifica el trajín que se traen entre manos las jugadoras. Un entusiasmado frenesí nutre sus gestos entre gritos y risas.

Estos estiramientos, este reclinarse sobre la mesa, estas trepidantes flexiones…
Es una turbulenta coreografía que parece especialmente diseñada para estimular mis más bajos instintos. Los míos, en especial; y es que cada uno de sus ingredientes toca una de las teclas de mi particular y vicioso piano depravado: microshorts descarados, adolescentes juguetonas, lugares públicos, voyerismo, erotismo prohibido por intergeneracional…

Me he puesto bien palote.
Las nalgas de la chica se asoman, impunemente, sometidas a tan bruscos movimientos. La consistencia de estas carnes no para de expresarse, fruto de tanta cinética, bajo la luz natural que aún la ilumina a través del gran ventanal que tengo a mi espalda.

No deja de voltearse para comprobar si la estoy mirando. Apenas tiene ocasiones para intentar restablecer la decencia de su indumentaria mientras me brinda sonrisas pícaras.

!Dios mío! Esto ya está rozando la barbarie. Lo que ha empezado como un dudoso guiño sorpresivo se está convirtiendo en una perniciosa exhibición que me nubla el pensamiento. Hasta hace un momento, los vistazos enigmáticos de las niñas solo basaban su morbo en su reiteración, pero la simpatía que derrocha esta nena cuando me mira está tomando la forma de una invitación formal.

Tan aturdido estoy, que percibo sobredimensionada la música dance que inunda la sala. Observo mi alrededor. No puedo creer que nadie se haya percatado de lo que me está ocurriendo. ¿Es que no soy de este mundo? ¿Es que este tremendo espectáculo no ha llamado la atención de nadie más?

-Joh. Esta era la última, Raquel. ¿No tienes más monedas?- pregunta la más menuda.

-Qué va. Estoy arruinada, petarda. Nos lo hemos pulido todo- responde la otra.

Pese a mi timidez, la deriva de la situación tiene tanta inercia que no me cuesta pronunciarme al respecto, sin siquiera levantarme de mi plaza de espectador:

-Puedo invitaros a lo que queráis… … si os apetece-

He hablado con un tono sobradamente audible, para no correr el riesgo a ser ignorado, usando una lenta vocalización que veta cualquier tartamudeo que pueda desvirtuar la seguridad que transmito.

Raquel se da la vuelta por enésima vez, aunque, ahora, su seriedad alimenta mis dudas. Se aparta el pelo de la cara y dice:

-No lo sé. Es que…- dice indecisa mirando a su amiga.

Ahora lo veo claro. Jugaban conmigo creyéndose protegidas por una infranqueable barrera invisible de cristal que las separa de los desconocidos. Puede que estén demasiado acostumbradas a la distancia que otorgan las pantallas de sus móviles de última generación.

Cuando ya empiezo a sentir el bochorno de aquel que ha meado fuera de tiesto, percibo los sutiles gestos de aprobación de este juvenil dúo tan femenino.

Raquel vuelve a dirigirse a mí tras consensuar su respuesta:

-Vale- pronuncia tímidamente mientras usa sus índices para restablecer sus shorts.

-Podemos jugar a los bolos, si queréis, o, no sé… algo que podamos jugar los tres-

Un silencio inquietante ejerce el máximo contraste con la jovial fiesta desenfrenada que celebraban, hace tan solo un momento, estas dos nenas ahora tan cortadas. No dejan de mirarse entre ellas en busca de sendos beneplácitos.

Considero la posibilidad de ponerme en pie, pero antes quiero asegurarme de que mi menguante erección me lo permite.

-Me llamo Mateo- me presento esperando una respuesta que se hace esperar.

-Yo soy Raquel, y ella se llama Ingrid- responde la nalgona con un tono aún muy bajo.

-Elegid vosotras- sugiero al tiempo que me levanto al fin -Os invito a lo que queráis-

No soy especialmente solvente, pero estoy tan motivado que ni me planteo moderar mi gasto.

La indecisión de las mozas me legitima para tomar la iniciativa, pues no estoy dispuesto a que la situación siga estancada.

-¿Bolos?- sugiero abriendo explícitamente los brazos.

-Sí,sí,sí- contesta Raquel, apresuradamente, consciente de lo sosas que se han vuelto.

-¿De acuerdo, Ingrid?- insisto torciendo la cabeza para esquivar a su amiga.

Ni siquiera pronuncia su respuesta, solo asiente con la cabeza.

-Voy a pedir los zapatos. ¿Qué número tenéis?- pregunto mientras las señalo.

-Yo no quiero ponerme esos zapatos- proclama Raquel declarándose en rebeldía.

-Yo tampoco- se suma Ingrid.

-Bueno. Aunque no os las pongáis, tengo que pedirlos- digo frotándome las manos.

No me juzgues. ¿Me estás juzgando? Solo he invitado a un par de chicas a pasar un buen rato entre bolas y bolos; sin maldad. Ya sé que son demasiado jóvenes para mí, pero…

Ya al tanto de sus tallas y de las bebidas que quieren, me dirijo a la recepción. Al tiempo que ando, noto sus miradas a mi espalda, y hasta siento que se me olvida cómo caminar con normalidad.

Una vez en el mostrador, a la espera de recibir atención, me doy la vuelta. Las chicas estaban hablando entre ellas mientras me miraban, pero se han apresurado a cambiar su gesto con rapidez.

Me imagino lo que dicen: “Vámonos tía, antes de que vuelva” o “¿Qué estamos haciendo?” o “Este tío va muy salido; me da miedo”…

La mujer que me atiende me mira mal. No me extrañaría que hubiera seguido toda la trama. Me vienen algunos pensamientos: sé que los padres de estas niñas se llevarían las manos a la cabeza si presenciaran esta secuencia; que incluso los amigos de su clase las tacharían de guarras, puede; o a mí de acosador…

Cuando regreso a su lado, ya con loa zapatos, les indico:

-He pedido la última pista para que no puedan vigilar si nos los ponemos o no-

-Ah. Qué bueno- Raquel; con la primera sonrisa desde que hemos empezado a hablar.

-Voy a buscar las bebidas para que no se acerquen por aquí-

-Es que, total: si lleváramos tacones… pero solo son bambas. No estropearemos nada-

Ingrid me ha sorprendido con su primer comentario no forzado. El hielo se está rompiendo por fin. Empiezo a sentirme cómodo. Ya puedo encerrar, bajo llave, la voz de mi conciencia que tanto se estaba esforzando para ridiculizar mis impulsos.

Acabo de acercarme a la barra y, de un modo un tanto acrobático, he conseguido cargar con todos los refrescos. Me encamino a nuestra zona y, viendo a mis dos musas, me noto temerario y decidido a echar el resto. Ya no siento el vértigo de la vergüenza gracias a la cancha que me están dando las chicas.

Puede que creas que magnifico la escena, pero, para alguien tan tímido como yo, que nunca les entra a las chicas y que suele sufrir la tortura de sentirse atraído por niñas demasiado jóvenes… Ahora mismo no puedo evitas sentirme pletórico.

En cuanto las bolas han empezado a rodar, me he dado cuenta de que esta partida no será tan reñida como la anterior. A Raquel le entra la risa y la flojea con cada tiro, y su amiga no tiene fuerza.

Ingrid se muestra muy relajada e incluso se permite sinuosas miradas hacia mí, aunque la conversación no vaya conmigo. Si no fuera por la arrebatadora presencia de Raquel, no me faltarían motivos para enamorarme de ella. Es pequeñita y tiene una voz muy infantil. Su rostro angelical está encumbrado por una lisa melena negra que cae a su espalda.

Su estilosa forma de vestir potencia la hermosura de un cuerpo delgado y muy bien proporcionado. Puede que venciera a su amiga en un concurso de belleza si los argumentos del jurado fueran puramente estéticos.

Pero es que Raquel… Ufff.
Esta chica me trae loco. Despierta la bestia que hay en mí. Es mala y no tiene el más mínimo cuidado para mantener sus soberbias nalgas bien enfundadas en aquellos cortísimos pantalones de textura tejana. En cada tirada, su decoro resulta malherido, y cuando por fin parece que repasa, con sus dedos, los márgenes de esta pasmosa prenda, es solo para dejarla como estaba en una clara declaración de intenciones.

Mis bóxers no son la prenda más indicada para contener tan tremendas erecciones, por lo que no es muy buena idea que siga repasándole el cuerpo con mis miradas libidinosas, pero es que no lo puedo evitar. Su culo es como un imán para mis ojos.

La tengo tan tiesa que, en cuanto me levante, no podré dar ni un paso sin que estas nenas, atentas a mis movimientos, estallen en una carcajada por culpa de mi vigorosa tienda de campaña.

Solo se me ocurre una solución: iré al lavabo y me pajearé. Solo así podré moderar mis vergonzosas inquietudes fálicas. Es el único modo de salir airoso de este entuerto.

YO: Ahora vengo. Voy un momento aquí al lado; al lavabo.

INGRID: Vale. Que sepas que haremos trampas, ¿eh?

YO: No serás capaz.

La chica me guiña un ojo sin abandonar su luminosa sonrisa.
En cuanto Raquel hace uso de su turno, y bajo el amparo del fugaz olvido del que soy sujeto, me encamino hacia el lateral de la sala en busca de los servicios.

Tras llegar al váter, mi rabo ya ha empezado a menguar. Aprovecho para echar un meo. Mi capullo está algo húmedo. Aunque soy muy pulcro, llevo demasiado tiempo alternando erecciones, y se ha vertido alguna gotita de optimista avanzada. Como estoy solo, me acerco al grifo y me lavo bien el miembro. Me veo en el espejo y entablo una charla conmigo mismo:

Entonces, ¿qué hago? ¿Me la pelo o no me la pelo? ¿Por qué me estoy limpiando si tengo que hacerme una gayola?

Desmintiendo esa pretendida soledad, suena la cisterna de una de las letrinas que hay detrás de mí. Me enfundo el miembro, y espero a ver quién sale, pero la puerta permanece cerrada. Oigo una tos viejuna y desagradable, y una profunda respiración. No sé lo qué está ocurriendo ahí dentro, pero no me voy a pajear con esta misteriosa compañía a solo un par de metros de mí. Ya estoy más sereno. Creo que puedo salir ahí fuera y controlar mi falo… ¿Tú qué crees? ¿Podré conseguirlo?

Una terrible ansiedad se ha apoderado de mí nada más salir. ¿Dónde están? ¿A dónde han ido?… !Nooo0oh! !Por Dios! Me siento en mi taburete, derrotado, con la mirada perdida. Qué fallo tan grande ha sido dejarlas solas. Suspiro una y otra vez e intento relativizar la situación con pensamientos conciliadores: ¿Qué esperaba? ¿De verdad pretendía follarme a Raquel? Se han divertido a mi costa, y, cuando se han cansado de mí, me han tirado a la cuneta sin siquiera tener que despedirse.

Mientras me toco la barbilla, repaso las conversaciones que hemos tenido por si he dicho algo indebido. Antes no he querido cansarte con el detalle de una cháchara un tanto insubstancial: que si soy músico, que si vivo en la ciudad, que si todavía cursan la E.S.O., que si sacan buenas notas… que si no les da vergüenza estar tan buenas… Bueno, ahí sí que me he pasado un poco, pero lo he preguntado con un buen tono y se lo han tomado bien.

!Diablos! !Qué desazón tan grande! !No! Espera. El bolsito blanco de Ingrid sigue en el sillón. A lo lejos, oigo sus voces divertidas traspasando el umbral de la puerta del lavabo. Solo han seguido mis pasos. La sugerente mirada de Raquel, a su regreso, es un bálsamo absoluto para mis tormentos.

-Te hemos copiado- dice Ingrid a su espalda.

-Pues a ver si sois capaces también de copiar mis jugadas- las reto con tono fanfarrón.

-A ver si eres capaz tú de hacer esto-

Ingrid arquea su espalda hacia atrás, hace el puente fugazmente y se impulsa, con ambas manos en el suelo, para hacer el pino y terminar de voltearse con una acrobacia de piernas abiertas.

-¿Tú también puedes hacer eso, Raquel?- pregunto gravemente sobrecogido.

-Yo puedo hacer cosas mejores- me contesta ventajosamente, con sinuosa picardía.

-¿Cómo cuáles?- me intereso con una curiosidad creciente.

-Puede que algún día te las cuente, pero hoy no- responde haciéndose la interesante.

Niego con la cabeza, disgustado, mientras me preparo para realizar otro de mis lanzamientos. La bola recorre la pista con gran premura y, después de curvar una discreta parábola ajena a mis intenciones, impacta con fuerza en el centro de la formación, y derriba todos los bolos. A modo de celebración, escenifico un micro baile espontáneo y con cierta gracia.

Le toca a Ingrid. Me siento para esperar mi turno. Volteo la cabeza para comprobar que solo hay una familia en la pista número dos. La pareja que había en la cuatro acaba de irse.

Raquel y su amiga vuelven a encarnar sus sexualizados papeles. Estas niñas no dejan de pavonearse descaradamente ante mí, mirándome para recordarme mi destacado papel en la obra.

Yo sigo sin dar crédito a lo que ocurre. Están tan, tan buenas… Mi polla no es ajena a esta realidad, y vuelve a cobrar protagonismo, enriqueciéndose con mi sangre a cada latido.

Con la excusa de que está sonando su canción favorita, Raquel se ha puesto a bailar. Sus contoneos me están matando. No consigo despegar mis ojos de ella. Esto es lo que me faltaba. No puedo más. Con lo que me ponen a mí estos bailecitos.

Ingrid se divierte atenta a mi crítico estado al borde del colapso. Antes de que me desmaye, me llama la atención:

INGRID: Te toca, Mateo.

YO: No puedo. Ingrid. No puedo levantarme. Tira tú por mí.

RAQUEL: ¿Cómo va a tirar ella por ti? Si vas muy bien. Te hundirá la marca.

INGRID: Pero ¿por qué no te puedes levantar? ¿Te encuentras mal? ¿Estás malito?

Ingrid ha formulado este triple interrogante con plena consciencia de los motivos que me retienen en mi asiento.

Dudo por unos momentos, pero, finalmente, me alumbra un momento de lucidez: ¿de verdad estoy dispuesto a conformarme con una sugestiva partida antes de despedirme de ellas? No, ¿no? Ha llegado la hora de darle un buen golpe de efecto a la situación, ¿no crees? De poner las cartas sobre la mesa; de dejar de ser tan comedido y formal. ¿Qué es lo que estamos haciendo aquí sino?

Me levanto con decisión, obteniendo la máxima verticalidad, para que mi protuberancia fálica alcance su mayor relevancia. Incluso me pongo de lado para que dicho bulto sea más visible al tiempo que deforma el perfil de mis pantalones.

Ingrid tapona una inhalación exclamativa con sus dos manos mientras una Raquel boquiabierta detiene sus provocativos movimientos ondulados.

Parecen realmente impresionadas. No en vano, mi notable pollón no es algo que pueda pasar desapercibido.

-¿Qué esperabas, Raquel?- digo abriendo los brazos y negando con la cabeza.

-Pero ¿qué es lo que tienes ahí?- pregunta Ingrid sin dar crédito.

-¿Tú qué crees?- le contesto con desinhibido orgullo.

-Esto no puede ser de verdad- murmura mientras su índice hace gestos de negación.

-¿Qué pasa? ¿Tengo que sacármela?-

Mi enfoque hace zoom para revelar que los padres de la familia de la pista dos me están mirando con gran desaprobación. Rápidamente, tomo asiento de nuevo. No tardo en divisar la llegada de un grupo de chicos chistosos que se apropian de cuarta pista. Ellos pondrán tierra de por medio a tan fundamentada censura.

INGRID: Te has puesto algo ahí; seguro.

YO: ¿De verdad? Puede que sea un bolo.

RAQUEL: El móvil o algo.

Creo que mi miembro se ha hartado de bascular entre tamaños, o puede que tenga orejas y sepa que estamos hablando de él; sea como sea, se muestra decidido a permanecer bien duro.

-Sácatela- susurra Ingrid -Si no, no me lo creo- añade ya con un tono normalizado.

-Sí. Anda… … No se la va a sacar- continúa Raquel a modo de desafío.

Miro a mi alrededor. Creo que esos críos han echado algún que otro vistazo a mis preciadas acompañantes, pero ahora parecen distraídos con el inicio de su propia partida.

La familia del fondo está recogiendo sus bártulos para irse. El resto de la sala no está demasiado concurrida, y nuestra ubicación está suficientemente arrinconada para conservar cierta intimidad.

Tras sopesar los pros y los contras, me decido:

-Ponte aquí, Raquel. No, un poco más… aha- le digo situándola estratégicamente.

-¿En serio?- pregunta ella, emocionada, con los ojos muy abiertos.

Me desabrocho el botón, me bajo la cremallera y desplazo la goma de mis calzones para que mi entrometida verga se revele como la verdadera protagonista del momento. Dotada de vida propia, ha aprovechado la liberación de tan opresivas vestimentas para asomarse, con afán, al foro público.

Las dos niñas han enmudecido, por unos instantes.
Ingrid termina por pronunciarse:

-Vaya pedazo de… La hostia- pronuncia con urgentes susurros.

-¿Cómo? ¿Pero qué?- pregunta Raquel, asombrada -¿Tanto te pongo? te ponemos?-

-No lo sabes tú bien, pequeña. Me traes muuuh loco-

Ingrid se sienta, todavía presa de su propio estupor, mientras Raquel se voltea para revisar el perímetro: nadie parece haber vislumbrado tan vergonzosa exhibición.


-¿Y ahora qué?- susurra Raquel con intriga.

-Está muy claro lo que quiero. Mi trabuco ha hablado por mí. Solo necesito saber qué . es lo que queréis vosotras- digo fingiendo seriedad, aún con mi miembro expuesto.

Un silencio nutrido de estupefacción paraliza a las chicas hasta que suena el teléfono de Raquel. Tarda un poco en romper su quietud, pero acaba contestando:

+ Hola, mamá.

+ Sí. No tardaremos mucho ya. Nos quedan pocas monedas.

+ Solo un poco más.

+ Vale. Emmm… … En diez minutos estamos abajo.

+ Besitooo0h.

Mientras la chica hablaba con su madre, he tomado asiento al lado de Ingrid para atenuar la visibilidad de mi notable erección. Aun así, mis pantalones siguen a media asta.

RAQUEL: Tenemos que irnos.

YO: Has dicho diez minutos.

INGRID: Eso, Rachel. Tenemos diez minutos.

Una sorpresiva sensación me sobresalta. No te lo imaginas: Ingrid se ha apoderado de mis huevos y los aprieta firmemente. Sentada a mi lado, se relame los labios, libidinosamente, justo antes de hablar de nuevo:

INGRID: No podemos dejarle así, ¿no? Eso sería muy cruel.

RAQUEL: ¿Y qué quieres hacer?

!No me lo creo! Ingrid se acaba de meter mi polla en la boca. !0ooh! !Dios!

Me ha parecido que vivía a cámara lenta cuando esta niña tan mona se ha inclinado sobre mí. Mi primer impulso ha sido el de agarrarle la cabeza, pero he rectificado para dejarla a su antojo. Noto su cálido y húmedo aliento en mi nabo mojado. La chica no escatima en babas para realizar tan impulsiva tarea. Se la mente tan adentro como puede con sumo esfuerzo.

Me siento malvado al mancillar una boquita tan angelical con mi lujuriosa polla venosa, tan roja como la piel de un demonio. No doy crédito. Precisamente, ella que parecía la más recatada… A propósito de esto: no puedo irme de aquí sin meterle mano a…

-Ven aquí, Raquel- le digo con urgencia -Acércate. Vamos-


-¿Qué? ¿Por qué? ¿En serio?- pregunta descolocada, mirando a nuestro alrededor.

Finalmente, cede y camina hasta mi lado. No tardo en acceder a ella. Le acaricio los muslos con la firme intención de subir hacia sus preciadas redondeces posteriores. Con bruscos movimientos ascendentes que la incomodan, termino de liberar sus tremendas nalgas.

Raquel se da la vuelta para ocultar su trasero al resto de la sala y darme pleno acceso a mí. !Pero qué culo tan sublime! Ella ya es una chica de piel pálida, pero tan albinas cachas delatan su nula exposición solar. Su tersa piel adolescente define la perfección de unas esferas tan precoces como gloriosas.

Mientras tanto, Ingrid no cesa en su empeño, y sigue moviendo su cabeza para engullir toda mi virilidad. Su garganta empieza a emitir sonidos algo toscos al tiempo que se ve profanada por el ímpetu de mi glande colapsado.

A medida que procede, un libertino torrente salival ha ido derramándose hasta mis bolas peludas, mojándolas por completo.

Raquel pone el culo en pompa y, reclinándose sobre la mesita de los refrescos, me hace partícipe de su cooperación. Aquella postura proclama, todavía con más ímpetu, la divinidad de unas generosas nalgas de infarto impropias de una niña tan joven. Lo único que le otorga un poco de humanidad a esta diosa son un par de pecas que rompen la pulcritud de tan blanca piel.

No puedo contradecir mis instintos más primarios y, sin siquiera plantearme lo que hago, meto mis intrépidos dedos por debajo de los límites de esta elástica prenda tejana. Quiero violar este ojete tan codiciado, aunque sea digitalmente.

Raquel me sujeta la muñeca para frenar ese reprobable gesto, pero yo ya no atiendo a razones, y hago uso de mi ventajosa postura y de mi fuerza para introducirle el pulgar, firmemente y hasta el fondo. La chica emite un gemido contenido que apenas logro escuchar.

El colchón musical nos arropa, pero !Ojo! Los niños de la cuarta pista se han dado cuenta de lo que pasa, y se avisan los unos a los otros. Raquel también se ha percatado de dicha indiscreción, pero no se decide a poner fin a nuestra desvergüenza.

Intento ver más allá. Mi obnubilado juicio se junta con la paranoia para hacerme creer que todos y cada uno de los habitantes de la bolera están al tanto de lo que ocurre, pero es tarde ya para intentar remediar este licencioso desmadre.

Ingrid, ajena al mundo que la rodea, sigue chupándome el rabo con toda su avidez. Apenas usa las manos. De haberlo hecho, creo que ya me habría corrido. Su dulce e inocente lengua está perdiendo toda la pureza con cada uno de estos obscenos lametazos. No. No voy a durar mucho más. Lo noto.

Tengo que aprovechar, ahora, para gozar del culo de Raquel.
Eludiendo su permisivo tanga blanco, la penetro tanto como puedo, y la hago gemir de un modo más desinhibido.

Pese a su rechazo inicial, la chica ha flexionado las piernas, consiguiendo que sus nalgas basculen, adelante y atrás, para dar continuidad a mis lúbricos movimientos dactilares.

A unos metros, la partida de esos imberbes muchachos permanece detenida; sumida en un morboso tiempo muerto con tintes de voyeurismo. No osan acercarse, pero su calenturienta curiosidad los mantiene en vilo, cautivados por la secuencia.

¿Se está tocando? Sí, sí. Raquel se ha desabrochado los shorts, y se está tocando por delante. Ese gozo desenfrenado le roba el control de su motricidad, y termina derramando una de las bebidas de cola que aún permanecían sobre la mesita.

¿Quién me hubiera dicho, hace poco más de una hora, que sería bendecido con esta suerte infinita? Ya llega. No puedo más. !Ooh! Mi cuello mimetiza mis contracciones fálicas haciendo que mi cabeza se tambalee. Le he agarrado la cabeza a Ingrid, con la mano izquierda, para que no tenga la tentación de eludir su viscoso cometido oral. La niña traga con todo sin rechistar.

Aún sin sacarle el dedo a Raquel y, todavía viendo mil estrellitas, me percato de que ella ha silenciado sus gemidos. Juta las piernas, y expresa su propio orgasmo con unos temblores incontrolables y muy reveladores.

Mis últimos centilitros de esperma terminan de completar la ingesta de Ingrid mientras mi miembro empieza a perder su vigor todavía dentro de esta boquita infantil. Puede que sea el momento de soltarle la cabeza, ¿no crees?

Se retira al tiempo que dibuja una expresión de ofensa en su ruborizado rostro enfadado. Acto seguido, usa el reverso de la muñeca para secarse sus morros empapados.

Raquel da un paso al frente, y se desvincula de mi tacto rectal. Totalmente sonrojada, se apresura restaurarse los pantalones. Se sube la cremallera y se abrocha sin siquiera mirarme. Se la ve completamente avergonzada, y ni siquiera alza la vista para comprobar quienes son los que han presenciado su ignominioso comportamiento.

-Tenemos que irnos, Ingrid- susurra todavía con la mirada perdida.

-¿No me vas a dar tu número?- pregunto al tiempo que me la guardo y me abrocho.

-No- contesta ella, mirando ahora al suelo y sin dar más explicaciones.

-¿Estás enfadada?- le pregunto buscando sus ojos.

-Yo soy quien tiene motivos para enfadarse- protesta Íngrid un tanto asqueada -Me has hecho tragar toda tu leche-

-Perdóname, Ingrid. Era para no mancharte esta ropa tan chula que llevas-

Intento justificarme, pero no puedo evitar esgrimir una sonrisa que delata mi mofa. No está realmente disgustada, solo quiere un poco de atención.
A pocos metros, esos nenes siguen boquiabiertos, traumatizados por tan sórdida función.


RAQUEL: Será mejor que te laves las manos. Ni se te ocurra tocarme, ahora.

YO: Ahora mismo voy al lavabo, no te preocupes por esto.

RAQUEL: No voy a seguir hablando contigo mientras sigas apestando a mi culo.

Aún sin considerarme digno de su mirada, y con las manos muy abiertas, hace el gesto de apartar mil cosas imaginarias que le estorban ante sí, y me señala el baño de un modo imperativo.

La verdad es que yo tampoco me siento muy cómodo con esta humedad lubrificada en mis dedos, así que me apresuro a remediar esta circunstancia tan cochina sin más demora.

Al tiempo que me enjabono las manos, exhaustivamente, ya en el lavabo, el Mateo del espejo me mira y me habla:

¿Qué haces, tonto? ¿Acaso te crees que estarán ahí fuera esperándote?
Noo0Oh… … Por más que me apresuro a salir, ellas ya no están. Mis prisas se esfuman, y mis lentos pasos disgustados me encaminan hasta mi mesa, alentados solo por la resignación.

-Se acaban de marchar corriendo- me dice el más mequetrefe de los mozalbetes.

-No me digas- le contesto con ironía.

A lo lejos, veo unos empleados que me señalan. Uno de ellos llama por teléfono. Será mejor que salga cagando leches antes de que me atrapen las consecuencias de mi depravada conducta.

!Maldita sea! ¿De verdad? ¿Por qué se han ido? Te lo estoy preguntando a ti. Ya sé que solo conoces mi versión de la historia, pero ¿acaso te ha parecido que lo pasaban mal? Yo creo que no. Puede que haya abusado un poco, pero…

Te hablo desde las escaleras mecánicas. Ya llego a la calle.
!Buah! Olvidaba el calor que hace fuera. !Qué bochorno!

Ahora estoy andando por la calle. No podía quedarme allá. Espero que el asunto no me salpique con consecuencias penales. A saber cuántos años tenían esas nenas cachondas. Seguro que alguna cámara nos ha captado, pero, aun así… No he dado mi nombre completo. He pagado en efectivo. No tengo antecedentes, o sea que no creo que me encuentren. A no ser que me relacionen con mis amigos, pero… No, no creo. Ignacio también ha pagado en efectivo.

!Por Dios! pero qué calor hace aquí a fuera. Y eso que el sol ya ha bajado bastante. Todavía me quedan un par de kilómetros para llegar a casa. Igual cojo el bus.

Me pregunto si alguna vez volveré a ver a Raquel y a Irene. Es un poco difícil, pero… El mundo es un pañuelo, así que…
¿Tú qué crees?

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es 11-1-1024x686.jpg

APIFOBIA

Ernesto siempre me ha parecido un buen tipo. Un vecino ideal: solitario, silencioso, cívico… Nunca se queja de nada, y nunca da motivos de queja. Se divorció hará unos… … ¿cuatro? ¿cinco años? Algo así. A menudo lo veo encorbatado, con su paso tranquilo, cogiendo el ascensor para bajar al parking.

En las reuniones de vecinos se hace patente una curiosa complicidad entre nosotros; y tú me preguntarás: ¿por qué? Sí, él es mayor y elegante, un respetable miembro de la sociedad, y yo soy un músico que trabaja en negro y que se mantiene al margen del consumismo. ¿Entonces? Puede que sea porque aquí todos son familias, y nosotros somos los únicos solterones.

Sorteo a los demás asistentes y, sin siquiera mediar palabra, me siento al lado de mi vecino con una mirada amistosa. Nos encontramos en una amplia sala, en los bajos del edificio. Mientras esperamos a la señora Josefina, antes de iniciar la reunión comunitaria, Ernesto y yo comentamos asuntos triviales:


-Primer día de verano, ¿eh?- digo para decir algo.

-Se va a llenar esto de turistas. Tan bien que estábamos- contesta resignado.

Fuerte Castillo es una ciudad costera que goza de una buena reputación turística. Es un gran valor que procura ingresos notables a sus numerosos comercios y servicios de temporada.

La reunión a la que estamos asistiendo versa, en gran medida, sobre el uso de la piscina comunitaria. Su puesta a punto se ha demorado, y hay que costear su mantenimiento. No son muchos los vecinos que hacen uso de dichas instalaciones, ya que estamos muy cerca de la playa; eso provoca algunas diferencias entre quienes no quieren tomar parte con sus contribuciones.

Alberto mira su reloj y se impacienta. Es el presidente de la comunidad, y siempre aporta nerviosismo y enfados. No tiene talante de diplomático, y suele agravar los conflictos, por pequeños que sean. Agarra su teléfono y llama a su mujer:

+ Cariño, ¿me haces el favor de avisar a la señora Josefina? Que venga a la reunión.

+ No lo sé. Igual se ha quedado dormida… Espera, espera. No hace falta. Ya está aquí.

Esta abuelita octogenaria avanza con paso titubeante. Algunos de los asistentes se miran entre sí haciendo gala del poco respeto que albergan hacia las personas mayores. En cambio, Ernesto se ha levantado, le sirve de apoyo y le aparta la silla para facilitar su acomodamiento.

Eludo el sol andando por el lado más sombrío de la calle. Tengo ganas de llegar a casa y empezar a gozar del aparato de aire acondicionado que me ha llegado a raíz de mi compra online. A ver si escojo horas menos sofocantes para ir al super; no hay ninguna necesidad de abrasarme de este modo.

Me siento agradecido por haber heredado esta propiedad de mi difunta madre, pero, a veces, cuando hago frente a los gastos comunitarios, me da la sensación de que pago más de lo que pagaría si fuera un simple arrendatario: que si una obra, que si los abetos, que si la piscina… reparaciones, limpieza, seguridad… Espero que mis clientes musicales me paguen como es debido y pueda hacer frente a tanto gasto, este mes.

Un asunto más llamativo se sobrepone a mis tediosas ideas. Se trata de Iris, la hija del matrimonio fallido de Ernesto. Hasta hace un par de días, la tenía muy poco vista, puesto que yo me instalé en el edificio cuando mi vecino ya se había divorciado. Su ex-mujer vive muy lejos, y la niña casi nunca visita le visita.

En agosto, Ernesto suele viajar para pasar unos días con ella, pero, este año, hay planeado un viaje a la India que truncara esta rutina anual. Así pues, una vez terminadas las clases, han acordado que Iris pasará unas semanas con su padre. Por fin podrá ver, de nuevo, a sus amigas de la infancia que tanto la echan de menos.

Ya era muy mona de pequeña, pero ahora… ufff. El otro día, su padre me la presentó, y yo no sabía qué cara poner. Sí, lo sé. Ya sé qué me dirás: “¿Por qué no te fijas en mujeres de tu edad?” Estoy enfermo, ya lo sabes. Me pueden las nenas muy jóvenes.

Ernesto actuaba con naturalidad, pero entre ella y yo percibí una timidez cargada de significado. No creo que fuera solo cosa mía.

Desde entonces he pensado demasiado en ella. Tengo que confesarte que he intentado diseñar alguna argucia que me permita acercarme. Incluso estuve a punto de bajar a la piscina ayer, cuando la vi tomando el sol desde la ventana de mi lavabo. Pero no. Ella estaba con sus amigas, y no quise crear una situación… … no sé. Tampoco sería tan extraño, ¿no? Aunque yo debería perder algún kilo, comprarme un bañador que no me avergonzara, y remediar mi extrema palidez. Está la playa aquí mismo. No tengo excusa.

Toco la tecla del ascensor. Sigo sin sacármela de la cabeza: su carita aniñada adornada por esa mecha rubia, aquella piel tan uniformemente bronceada, una delgadez bien moldeada por soberbias curvas tendenciosas, una estatura aún poco definitiva…

Como si mi poder mental pudiera deformar la realidad, al correrse la puerta metálica, aquí está ella, solo con su escueto bikini amarillo, sacándose un selfie en el espejo, con su móvil.

-Hola- pronuncia sorprendida tras percatarse de mi presencia.

Acto seguido, sonríe tímidamente. Le contesto con una réplica simétrica mientras entro en este recinto cúbico. Respeto demasiado su espacio vital, como si cualquier contacto accidental pudiera acabar con mi vida.

Para que entiendas la situación, te cuento que el jardín comunitario, donde se halla la piscina, está a un nivel inferior al rellano de la entrada que da a la calle, al otro lado del edificio. Iris viene del -1 y yo del 0, por eso me la he encontrado ya dentro del ascensor, de camino al 3B. Pulso el botón nº 2.

Ni toalla, ni sandalias, ni un simple pareo defiende una semidesnudez tan descontextualizada. Este bañador es demasiado breve; esto n… s. !Pero qué buena está esta niña!

Estoy sufriendo un bloqueo por tan inesperada circunstancia. Ella disimula mirando la pantalla de su SmartPhone con una pose natural pero estética. Sabe que la estoy observando, y apuesto a que intuye mi sofoco en este breve viaje compartido.

Sin siquiera planear ser gracioso, golpeo mi frente contra esta pared metálica; lo hago comedidamente y con semblante atormentado. Tras la tercera repetición, Iris se da cuenta de lo que hago, y se ríe dedicándome una divina mirada luminosa. Sabe perfectamente a que viene este gesto de desespero y, a pesar de cierto rubor cutáneo, para nada parece incomodada.

Una sutil campanita suena justo antes de que la puerta se abra de nuevo. Me cuesta un mundo abandonar la estancia, pero, finalmente, ella me empuja con un amable y vocalizado “Adiós”. La puerta se cierra tras de mí una vez que ya he salido.

Mientras introduzco la llave en mi cerradura sigo deslumbrado por esa radiante sonrisa que me ha hecho temblar las piernas. ¿Le caigo bien? ¿Le gusto? ¿Hay alguna expectativa a la vista? ¿Es posible que Iris le cuente a su padre el gesto tan elocuente que he tenido en el ascensor?

Si Ernesto se percata de que alucino con su hijita, seguro que me retira la palabra de por vida. Pero es que esto… esto no es normal. Estoy seguro de que esta muchacha no se pasearía así por el edificio si su padre no estuviera ausente, en la oficina.

Estoy terminando mi último encargo musical: un tema techno que me han encargado unos chicos de Augusta. Sé que, en cuanto empiecen a cantar encima, destrozarán la base, pero ese ya es su problema. Me ha pasado la tarde volando. El cielo ya está oscuro. ¿Qué hora es? !Wah! Casi media noche. No sé si cocinar algo. No tengo mucha hambre.

¿Qué es lo último que te estaba contando antes? !Ah! Sí. Iris en el ascensor. Joh. Cómo me he puesto. Esa escena se ha convertido en un pensamiento recurrente durante toda la tarde: flashes eróticos y fantasías se reiteraban al tiempo que trabajaba las pistas con el sinte. ¿Qué estará haciendo ahora ella? ¿Dormirá? ¿Estará con su padre mirando la tele? Yo no podría tener nunca una hija así sin tener un serio conflicto moral. Suena mi móvil:

+ Hola, Ernesto. ¿Qué ocurre? ¿Va todo bien?

+ No. Todavía no duermo. Siempre trasnocho, sobre todo en verano; vida de artista.

+ Ahá… … sí… … ya… … vale… … entiendo.

+ ¿Que suba yo? ¿Pero es que tú tardarás mucho?

+ No, si no me importa. Lo que es una situación un poco… … rara, ¿no?

+ Nonono, tranquilo. Ya lo hago. Por ti lo que sea, tronco. Ya voy.

+ No. No me des las gracias. No es nada.

Qué cosas. Ernesto me ha pedido que suba a ver a su hija para comprobar que está en casa y que todo va bien. Se ve que no contesta al teléfono desde hace rato. Él está en una cena de empresa, y parece que la cosa se va a alargar. No se fía. Iris tiene prohibido salir por la noche, y exponerse al turismo de borrachera que empieza a florecer en la costa de Fuerte Castillo.

Estoy subiendo los escalones que separan la segunda planta de la tercera. Qué corte. Esto de vigilar que Iris se porte bien… ¿No era algo así lo que quería? ¿Un motivo para poder verla? ¿Una excusa para acercarme sin exponer mi depravación?

Mantengo el dedo en el botón, durante algunos segundos, antes de que la presión sea suficiente para desatar esta curiosa melodía de campanas. Unos largos segundos de quietud, mientras aún suena el eco de este sonido agudo, preceden los discretos pasos descalzos de la chica.

Cuando percibo que me observa desde el otro lado, aparto la mirada de la mirilla, y poso con cierta incomodidad.

Con cauteloso proceder, Iris articula la cerradura, y abre la puerta. Una escasa obertura de un palmo me permite contemplar su carita extrañada.

YO: Hola, Iris. ¿Estás bien?

IRIS: Sí. ¿Por?

YO: Me ha llamado tu padre. Dice que no le coges el teléfono.

IRIS: ¿En serio? Estoy flipando. Se cree que me he ido poráhi.

YO: Creo que… … no se fía mucho de ti, ¿no? Debes de ser una niña muy traviesa.

IRIS: No lo sabes tú bien.

Iris me asesta un guiño sonriente que hace añicos la coraza de serenidad que intentaba abotonarme desde que he recibido la llamada de su padre.

Viste una ancha camiseta gris y… puede que nada más; aunque es fácil suponer que lleve alguna prenda de ropa interior. Esta dulce mirada, con la cabeza inclinada a un lado, me desarma todavía más, pero… no puedo seguir callado:


YO: Bueno… … entonces… … contesta a tu padre… … y si necesitas algo… … ya sabes.

IRIS: ¿Algo como qué?

YO: No sé, cualquier cosa.

IRIS: ¿Cualquiera?

YO: Emmm… … Claro que sí… … ¿Necesitas algo?

IRIS: Necesito que te quedes conmigo un ratico.

YO: … … ¿En serio?

IRIS: No te emociones. Lo que ocurre es que acabo de mirar una peli de miedo y aquí, . sola y lejos de mi zona de seguridad… Estoy cagada… Me he asustado cuando has . tocado el timbre. Pensaba que me ocurriría lo de la peli.

YO: ¿Qué ocurría en la peli?

  • Has leído 34 páginas de un total de 129.
  • Si quieres un segundo capítulo, gratuito, puedes pedírmelo en ereqtus@hotmail.com
  • El libro completo tiene un valor de 6€.



Esta web utiliza cookies,Puedes ver aquí la politica de cookies.Si continuas navegando estás aceptándola.    Más información
Privacidad