DEMENCIA INFANTIL

ABUSO SENIL

-miércoles 21 septiembre-

 Los remordimientos no acostumbran a hacer mella en la consciencia de don Hilario, pues la conducta de ese respetable anciano siempre ha sido íntegra, cívica y ejemplar. Sin embargo, el reservado talante de viejo esconde un secreto inconfesable. Se trata de una filia que ha tomado relevancia ahora; diez años después de que su longevo matrimonio terminara, trágicamente, con la muerte de su mujer, compañera y amiga.

 Fue en el otoño del dos mil doce cuando una enfermedad degenerativa se cebó con la ya muy marchita salud de Dolores, haciendo honor al nombre con el que la ya fallecida fue bautizada, y causándole un gran sufrimiento durante largos meses.

 Sentado junto a la ventana abierta del salón, Hilario evoca los últimos momentos que compartió con su difunta esposa:

“Qué duro fue aquello. Estaba tan demacrada…”

 Tras realizar un profundo suspiro, ese viudo taciturno mira el reloj de pared por enésima vez. Emitiendo un perpetuo tic tac casi imperceptible, aquel vetusto mecanismo está a punto de marcar las cinco por medio de unas agujas que no dejan de espolear la impaciencia de un jubilado con demasiado tiempo libre.

 Una risa juguetona le llega a lomos de esa brisa estival.

 Las pobladas cejas canosas de Hilario se levantan.

“!Es ella! Seguro. Ahí viene. !Por fin!”

 A principios de mes, el yayo quedó consternado por la deslumbrante aparición de un ángel risueño que no ha dejado de regresar, con relativa puntualidad, andando por esa misma calle peatonal provista de árboles y bancos de madera.

 Sin llegar a levantarse de aquella silla especialmente dispuesta para la ocasión, el abuelo estira el cuello a la vez que sujeta la cortina con el propósito de encubrir una mirada, carente de ángulo, que pronto gozará de un prisma más ventajoso.

 Está sobre aviso, dado que, en los últimos días, le ha parecido que la niña le echaba discretos vistazos cada vez que pasaba por ahí; reojos picarones que tenían el objetivo de confirmar que ese añejo seguidor no faltaba a su cita desde su privilegiado asiento de primera fila, en la planta baja del edificio.

“Mala. Hoy me has hecho esperar. Te has entretenido al salir del cole, ¿eh, pequeña?”

 Como si esa hermosa chiquilla de pelo rubio hubiera  escuchado aquella pregunta muda, inesperadamente, le devuelve la mirada a su atento espectador sin ningún disimulo. Con actitud exaltada, la joven transeúnte señala al mirón para alertar a sus dos amigas de lo que ocurre.

 Hilario se oculta con toda la premura que le permiten sus achacosas articulaciones reumáticas. Se ha desentendido de la silla para quedar tendido sobre el suelo, con cara de susto.

“!Maldita sea! ¿Qué hago? No me moveré. No podrán descubrir mi escondite por más que se acerquen”

 El anciano no se equivoca, pues el alfeizar de su ventana queda casi dos metros por encima de las baldosas grisáceas que conforman el pavimento de esa vía urbana con aires rurales.

-Oiga, abuelo- escucha él, petrificado, con la vista fijada en el techo -Os lo dije, no falla. Es un viejo verde- insiste aquella cría impertinente.

-Puede que solo esté aburrido, y se pase el día mirando a la gente-   responde su amiga.

-Víctor, ¿qué puedes contarnos sobre don Hilario?-

¿Mi padre?… … No es un hombre de trato fácil. Llevamos sin hablar… … … … desde el entierro de mi madre. Jamás hicimos buenas migas. No estaba orgulloso de mí. En parte, le comprendo. Di muchos tumbos antes de ser autosuficiente. No llegué a terminar los estudios, y nunca estuve dispuesto a comprometerme con un empleo formal.

Tuve algunos problemas de adicción y… bueno: no era un hijo ejemplar, precisamente; no para alguien que se casó con su primera novia, llegando virgen a la fecha de su boda; no para alguien que fue alcalde de un pueblo a los treinta y dos, y que siempre fue un miembro respetado de la comunidad; no para alguien que ha publicado varios libros de tirada nacional, y que ha consagrado su vida al respetable oficio de la traducción…

-¿Dirías que es una buena persona?-

Diría que sí. A pesar de todos los pesares… Sin embargo, las sensaciones que tuve hace diez años, y las pocas cosas que me ha contado mi tía, me hacen pensar que ya no es ni la sombra de lo que fue. Creo que se ha vuelto… … irrelevante. La vejez lo ha ido arrinconando y, ahora, es un tipo solitario que solo quiere que le dejen en paz.


-jueves 22 septiembre-


 Don Hilario ha pasado mala noche. Había ninguneado la gravedad de su incipiente perversión bajo el pretexto de que era algo completamente íntimo y privado. No obstante, la escena que protagonizó ayer, junto a su musa de ojos azules, ha cambiado el paradigma de ese depravado fervor. De algún modo, nota que su máscara de decencia se ha agrietado.

“No sé por qué le doy tanta importancia. Ya lo dijo la otra niña: podría ser que me pasara las horas mirando cómo pasa la gente porque no tengo nada mejor que hacer”

 No es que la vida de aquel octogenario fuera una montaña rusa de emociones, antes de alcanzar la tercera edad, pero su supervivencia a lo largo de la última década ha sido particularmente austera en lo que a sentimientos se refiere: una soporífera soledad, el cobro regular de una pensión discreta, carencia de aficiones, retos, sueños, ilusiones…

“Antiguamente, me pasaban cosas; buenas y malas, pero pasaban. Después de que Dolores faltara, dejó de ocurrirme nada”

 Desde que enviudó, la existencia de don Hilario ha estado vacía. La mayor aventura vivida, al terminar cada semana, pasó a ser su visita al supermercado, con el carrito de la compra, alguna que otra cita médica o la charla con alguno de sus vecinos.

Antaño le apasionaba la lectura, pero, como le ocurre con tantas otras cosas, su interés ha ido menguando con el paso de los años.

 Tuvo buenos amigos, si bien el último de ellos falleció en el diez y siete, a raíz de un agresivo cáncer de pulmón.

 Todo cambió cuando, durante el inicio del curso escolar, Hilario vislumbró a esa preciosa nena por primera vez.

 Ella andaba a solas, con pasos saltarines que pisaban los fragmentos de la línea discontinua del carril bici; muy cerca de la ventana del viejo.

“Aún no entiendo lo que me sucedió ese día. Jamás me había fijado en una cría tan joven, ni en mis años mozos ni, mucho menos, después. Por poco me da un ataque de corazón”

 Todo en esa mocosa le pareció erótico: su pueril forma de jugar sin importarle quien la estuviera viendo, el vaivén de sus convulsionadas trenzas de oro, el color rosa de su coqueta mochila escolar, la brevedad de su ropita veraniega, aquella saludable vitalidad propia de las edades más tempranas…

 Una larga lista de ingredientes inapropiados que se sumó a esa incontestable belleza preadolescente, de rasgos nórdicos, para convertir a semejante lolita en la antagonista de Dolores, denigrando los últimos recuerdos que Hilario tiene de su mujer:

la agonía de sus últimos momentos, su enfermizo y desesperado empeño para aferrarse a la vida, su decrépito cuerpo obeso, los lamentos y las lágrimas de un lento fallecer que martirizó al anciano de la manera más traumática…

“Algo se rompió en mi maltrecha cordura cuando esa pitusa anónima se me apareció”

 El abuelo nunca ha asistido a ninguna sesión con un psicólogo, pero sospecha lo que le diría el especialista si su caso fuera digno de estudio. No tiene ninguna duda de que sus circunstancias han sido determinantes para el florecer de su libertina obsesión.

“Si Dolores siguiera a mi lado, estoy seguro de que, a día de hoy, no me vería atrapado en esta desvergüenza. Si conservara a mis amigos, mi empleo, mis ganas de leer… Todo sería distinto si mi anodina realidad sin asperezas no me hubiera convertido en un ser tan blandengue y sensible”

 Las consideraciones de Hilario no carecen de fundamento, pues, cuando aún se hallaba en su mediana edad, encarnaba a un hombre muy entero y competente. Era capaz de resolver cualquier problema que le sobreviniera, por muy arduo que fuera, sin flaquear en ningún momento.

 Ahora siente que es alguien muy distinto. Se ahoga en un vaso de agua, se preocupa por todo, y cualquier inconveniente le parece frío y farragoso. Siempre le da mil vueltas a las cosas, y, al final, termina por no hacer nada.

“¿Qué te ha pasado, Hilario? Tú antes no eras así. ¿En qué te has convertido?”

 Sentado en uno de los bancos de su calle, se dedica a echar migajas de pan a las numerosas palomas que se han agrupado en torno a él. No le hacen tanta compañía como se la hacían sus difuntos gatos, y ni siquiera logra diferenciar a las unas de las otras, pero disfruta de la popularidad que ostenta frente a ellas.

 Con la intención de no pasar toda la jornada encerrado en casa, tiene la costumbre de salir a dar un paseo por el parque, de tomar un café en alguna terraza mientras lee el periódico y de reunirse con sus famélicas amigas aladas con un trozo de pan.

 Unas campanadas muy lejanas se mezclan con el canto de los pájaros para anunciar las doce del mediodía.

 Hilario no tiene mucha hambre, todavía, pero empieza a pensar en regresar a su piso y prepararse alguna comida ligera.

 Al enfocar su mirada hacia la derecha, antes de ponerse en pie, advierte la inesperada llegada de la fuente de su devoción. La niña, a solas, camina hacia él. Sus pasos son lentos y distraídos, pero ya se halla demasiado cerca como para que el yayo pueda evitar ese encuentro fortuito.

 Tras voltearse, violentamente, para enfocar su portal, Hilario descarta su huida e intenta aparentar sosiego mientras sigue tirando migas de pan a aquellas comensales voladoras.

“!Son las doce! ¿Por qué está aquí? ¿Acaso está haciendo campana? DIOS. Qué embarazoso”

 La situación sería muy distinta si no hubiera tenido lugar el desafortunado incidente de ayer. No en vano, las despectivas palabras de la nena todavía retumban en el pensamiento del jubilado:

Viejo verde

Viejo verde

Viejo verde

 Hilario es consciente de lo ridículo que resultaría que un vejestorio saliera corriendo para escapar de una cría que solo pretende cruzar, despreocupadamente, delante de él.

 Rígido y tenso, aquel vecino maduro evita el contacto visual hasta el último momento, pero, finalmente, levanta la vista para encontrar los ojos celestes de una criatura angelical que, hoy, se muestra sonriente y compasiva:

-H0lª- susurra ella a la vez que le dedica un guiño.

-Hola- responde él, sin salir de su asombro, con una pronuncia mucho más gruesa.

 La chica sigue su camino, sin más, dejando a Hilario aturdido, y sumido en la más absoluta perplejidad:

“Pensé que se burlaría o que me humillaría con más insultos. Quizás no sea tan valiente sin el respaldo de sus amigas”

 Sofocado, el anciano persigue, con la mirada, unos andares mucho más formales que los que tuvieron lugar en días previos.

 En la presente mañana, esa pequeña novillera ha prescindido de su mochila escolar, por lo que su menuda silueta se contonea, sin interferencias, ante las atentas pupilas de aquel trasnochado matusalén del siglo XXI; un pensionista senil que ya no se reconoce como el hombre intachable que era el mes pasado.

 La camiseta blanca de la niña no tiene nada de excepcional, pero sus shorts son demasiado breves, y resultan indecentes; sobre todo, tratándose de una moza de corta edad.

“No es normal lo que me ocurre. Mis latidos son tan fuertes que podrían romperme el pecho”

 A lo largo de los últimos veranos, no son pocas las ocasiones en las que don Hilario se ha escandalizado por la desinhibición de las adolescentes contemporáneas, pero, nunca como ahora, se había implicado emocionalmente ante ese descaro descocado.   

“Me da igual lo que dicten las normas. Esto no está bien; no en chiquillas tan menores”

 Pese a sus indignadas proclamas moralistas, el viejo no puede dejar de admirar las impolutas piernas de esa escultural peatona, llegando a advertir los pliegues inferiores de unas prohibitivas nalgas infantiles que, a su criterio, jamás deberían ver la luz del día.


-viernes 23 septiembre-


 Don Hilario se sobresalta a raíz del escándalo que desencadena el timbre del portero automático. Se encuentra en el salón, cerca de un aparato que parece diseñado para alguien duro de oído.

“!Por favor! Este pitido no es de recibo, y menos a estas horas de la mañana”

 De camino al pasillo, el viejo se fija en la hora que marca su reloj de pared para percatarse de que no es tan temprano.

“Vaya, será que me he levantado tarde, hoy, para variar”

 Aquella reflexión irónica ejerce de preámbulo para un nuevo azote sonoro que indigna al único habitante de ese domicilio.

-Ya voy, ya voooy- murmura a sabiendas de que nadie le escucha-

 En cuanto accede al dispositivo, Hilario pulsa el botón de apertura sin siquiera pronunciarse a través del micrófono. No tiene ganas de hablar con nadie, y confía en que, quien sea que le haya molestado, solo pretenda revisar los contadores, arreglar el ascensor o dejar algunos panfletos de correo comercial.

 Un nuevo sonido indeseado no tarda en hacer mella en la irritable serenidad de aquel anciano cascarrabias. Esta vez, se trata de la campanilla de la puerta de su piso.

“¿Quién será? Hace como un año que nadie me requiere. Espero que no sean religiosos, como la última vez. No soportaría una nueva charla santurrona”

 La sorpresa del jubilado es mayúscula cuando, tras articular la manilla, encuentra a la pupila que le ha estado robando el sueño, sonriendo y plantada al otro lado del umbral.

-O.h0laª- consigue pronunciar él a duras penas.

-O.h0laª- le imita ella, jocosamente, con un tono mucho más agudo.

 Hilario frunce su ya muy arrugado rostro para dar fe de su ofensa. Ya con una mayor entereza, prosigue:

HILARIO: ¿Qué quieres, niña?

MATI: Necesito un sitio donde quedarme un rato.

HILARIO: … … ¿Es que no tienes colegio?

MATI: Estoy expulsada. Mis padres no lo saben, y no pueden enterarse. He salido como siempre, esta mañana, para que crean que voy al cole, pero…

HILARIO: ¿Cómo es posible que estés expulsada y tu familia no esté al tanto.

MATI: Un amigo mío se hizo pasar por mi padre y me vino a recoger. Matías tiene cuarenta tacos y… … no es demasiado moreno, Ja, jah. Mi verdadero papá jamás se ha pasado por el insti, así que… … coló.

HILARIO: Pero… … acaso no llamaron por teléfono a…

MATI: !Sí! Es una larga historia. Mi padre se cambió el móvil, y me dio el suyo, ¿vale? No le interesaba conservar el número, así que, a veces, me llama gente que quiere hablar con él, y tengo que darles el nuevo.

HILARIO: Ya, pero…

MATI: ¿Puedo pasar o no?

 Matilde ha interrumpido al viejo haciendo gala de una molesta impaciencia poco conforme con semejante interrogatorio.

 Su tono muta cobrando musicalidad y sutileza para certificar el abanico de opciones que se abre ante ella:

Puedo llamar a otro vecino que sea más hospitalario-

 El anciano guarda unos instantes de silencio ante aquella desdeñosa afirmación con tintes de amenaza.  Finalmente, termina por apartarse en un inequívoco gesto que invita a entrar a esa preciosa desconocida de mirada pícara.

-Me llamo Matilde, pero me gusta más Mati- dice orgullosa mientras pasa muy cerca de su anfitrión para acceder al comedor -Todo el mundo me llama así-

-Yo soy Hilario y… … no me gustaría que te refirieras a mí como Hili-

-Demasiado tarde. Ja, jah-  responde la niña guiñándole un ojo.

 La recién llegada se desentiende de su mochila escolar dejándola caer sobre el suelo del salón. Acto seguido, se aproxima a la ventana para comprobar cómo se ve esa pasarela peatonal desde el lado de su ferviente espectador. Sin dar el más mínimo signo de nerviosismo, se anima a narrar los motivos de su inesperada visita:

-Daría un paseo, pero es que… … son muchas horas, y es un aburrimiento. Además, hoy brilla el sol, y dentro de un rato hará mazo de calor. No tengo casi batería en el teléfono ni dinero en el bolsillo, así que he decidido aprovecharme de ti para que me dejes cargar el móvil, apalancarme en tu sofá… … y para que me des algún refresco… … … … ¿Qué tienes?-

 A Hilario le fascina la cara tan dura que tiene aquella mocosa. Intenta poner en valor el descaro que ha requerido la nena para abrirse paso en la casa de un anciano desconocido, y para empezar a beneficiarse de su hospitalidad sin ningún complejo.

HILARIO: ¿Agua? ¿Vino?… … Ah, tengo zumo de limón.

MATI: ¿No tienes tequila o vodka?

HILARIO: No te daría ese tipo de alcohol, aunque lo tuviera.

MATI: Bueno. En tal caso, tomaré una limonada fresquita.

 Viéndola acomodarse en su acolchado sofá de tela gris, el viejo se siente tentado de dar rienda suelta a su faceta más gruñona para poner en su sitio a esa cría maleducada, pero los emotivos antecedentes que Matilde ha cincelado en su memoria más reciente intimidan a aquel carcamal amainado.

 Ya en la cocina, mientras vierte el zumo de limón en un vaso, Hilario delibera acerca de la actitud que deberá tomar para meter en cintura a su joven invitada, pues no está dispuesto a que la moza se le suba a la chepa ni le tome el poco pelo que le queda.                                                               

“La veo venir. En cuanto le sirva el refresco me dirá: “Ya te puedes retirar”, y se quedará tan ancha sentada en mi sofá y mirando mi tele”

 Pese a los esfuerzos del yayo para anticiparse al siguiente desatino de la gorrona que le espera en la estancia contigua, la sorpresa le embarga nada más presentarse, de nuevo, ante ella.

 Matilde ha logrado captar el pasmo de Hilario mediante una foto robada que pronto circulará por los móviles de sus amigas.

HILARIO: !Pero… ¿Qué haces?!

MATI: Solo le demuestro a mi amiga que realmente estoy aquí, contigo.

HILARIO: !¿Qué necesidad tienes de…?!

MATI: Es que no se lo creíaaan. Necesitan pruebas.

HILARIO: ¿No se lo creían? !¿Quiénes?!

MATI: Daniela, Alexia, Maribel…

HILARIO: Pero… … ¿por qué…?

MATI: ¿Me das mi limonada?

 Hilario está al tanto de lo frívolo que se ha vuelto el mundo de la fotografía con las nuevas tecnologías: cámaras en el móvil, internet, redes sociales, selfis, sobreexposición mediática… pero nunca antes había tomado parte de ello como protagonista.

“Diría que la última instantánea que me tomaron, antes de esta, fue revelada en un estudio fotográfico”

 Mientras le sirve el zumo a la niña, el abuelo hace memoria para hallar una sola imagen que desmienta su muda sospecha, pero, pese a sus concienzudos esfuerzos, no lo consigue.

MATI: ¿En qué piensas?

HILARIO: … … En… … Temo que alguien pueda considerar inadecuada tu presencia aquí.

MATI: No es delito cuidar de una damisela en apuros. ¿Sería diferente si fuera chico? 

HILARIO: N.no… … Creo que sería incluso peor… … No me conoces. Yo podría ser…

MATI: Eres un viejito inofensivo. Si alguien está en peligro, en este piso, ese eres tú.

HILARIO: ¿Sí? ¿Es que tienes la intención de robarme? ¿De abusar de mí?

MATI: Eso ya lo iremos viendo. Depende de cómo te portes.

 Don Hilario se sobrecoge. Le resulta inconcebible la vanidad de la que presume esa jovenzuela deslenguada.

Quiero una pajita… … y un cubito- declara ella con un tono aún más infantil.

 El jubilado recupera el vaso con la irreflexiva intención de satisfacer los deseos de aquella nenita caprichosa. No tarda en reaparecer ofreciéndole, a Matilde, un servicio mejorado cual camarero ejemplar.

-Aquí tiene, señorita-  anuncia mientras le entrega el cristal de nuevo.

-Gracias, Geoffrey- dice ella haciendo referencia al mayordomo del Príncipe de Bel-Air.

 Hilario frunce el ceño, de nuevo, identificando a tan servil personaje. De inmediato, constata la notable anacronía que se desprende de la fecha del estreno de esa popular serie respecto a la presumible edad que ostenta su risueña visitante.

“Esto tiene que ser cosa de las reposiciones, o del catálogo de Netflix y demás”

-Mmmh. Qué buena- proclama Matilde relamiéndose los labios.

-La hago yo mismo- responde él mostrando un orgullo solemne.

-Espero que no lleve cosas raras- afirma ella con fingida desconfianza.

-¿Qué insinúas?- protesta ofendido -Limón, agua y azúcar y un toque de jengibre-

-¿Seguro que no hay nada más? ¿Nada que pueda inducirme sumisión química?-

-!Pero ¿qué…?!- se queja Hilario gesticulando -!Trae! He hecho mal en ser amable-

-Que N0oOh. Es broma, tonto0oh. Ja, ja, jah-

 Matilde se afianza el vidrio apartándolo de las manos curtidas de su contrariado proveedor; un carroza rudo y poco receptivo al humor chinchón de aquella revoltosa chiquilla.

 Para demostrar el carácter guasón de sus últimos interrogantes, la niña bebe con ganas, fijando las pupilas en el viejo.

 Hilario le devuelve una mirada de hielo que oculta sus sentimientos conmocionados, pues, tras esa coraza de frialdad, se esconde un corazón que late con fuerza, y un fervor que sería duramente reprobado por cualquier persona decente.

MATI: Jengibre, ¿eh?

HILARIO: Solo un poco.

 Mientras la moza se distrae conectando el cargador a un enchufe cercano a su asiento, el anciano aprovecha para darle un buen repaso. Plantado en el centro del salón, se deleita con la estampa estival que le brinda esa sorpresiva visita. No obstante, es de la opinión que aquel conjunto colorido no es tan inapropiado como el que tanto le llamó la atención ayer.

 Matilde viste unos shorts tejanos y una camisa de rojizo entramado que hace juego con sus bambas Converse clásicas. Hoy lleva el pelo suelto y bien cepillado. Es digno de mención que, cuando guarda silencio, parece que jamás haya roto un plato.

-Hoy estás muy guapa- señala Hilario con la intención de sonar condescendiente.

-¿Más que todos los otros días que me has visto?- pregunta ella con insolencia.

-Quizás hoy vas más… … decente- responde él sabiendo que pisa terreno pantanoso.

 La niña no le devuelve más respuesta que una mueca extrañada que mezcla ofensa con perplejidad.

MATI: ¿No apruebas la ropa que llevaba ayer? ¿El miércoles? ¿El martes?

 A Hilario le gustaría negar que esté al tanto del vestuario que ha estado usando su osada contertulia a lo largo de toda la semana, pero sabe que tiene las de perder si entra en ese jardín. Guarda silencio, y permanece inmóvil al tiempo que encarna a la antítesis de Matilde en muchos aspectos: edad, género, talante, postura, modo de vestir…

No en vano, su estilo anticuado, con pantalones de pana y camisa de cuadros, contrasta con los juveniles tonos indumentarios de su interlocutora.

 Cuando el silencio entre los dos ya resulta incómodo, el viejo se decide a formular una pregunta que, inexplicablemente, ha permanecido en el tintero hasta ahora.

HILARIO: ¿Por qué te han expulsado? ¿Tan mal te portas en clase?

MATI: NoooOh. Si soy un angelito… … Es un tema un poco… … delicado.

HILARIO: ¿Tiene que ver con unos pantalones demasiado cortos?

MATI: ¿Qué? No0Oh… … O sí. En cierto modo…

HILARIO: O sí o no. No hay término medio, ¿no?

MATI: Nadie se me ha quejado de los shorts grises que llevaba ayer, al contrario. Por lo visto, es algo que gusta demasiado a quien no debería; a un profesor.

HILARIO: No. ¿De verdad? ¿Alguien te ha hecho comentarios inapropiados?

MATI: Si solo fuera eso…

 De pronto, Hilario se pone tenso. Todavía en tiempos de la dictadura, asistió a un colegio católico. Él no sufrió abusos en primera persona, pero su hermano sí.

 El pequeño de la casa fue víctima de la hipocresía de la Iglesia, de los silencios cómplices de sus padres, del descrédito que se atribuía a los críos en esa época tan gris… Solo se llevaban un par de años, pero al mayor de aquella dupla fraterna siempre le han carcomido los remordimientos por no haber hecho más, en su momento, para defender a quien fue su mejor amigo.

 Compungido, se sienta en el otro lado del sofá muy atento a lo que Matilde pueda contarle acerca de su percance.

 Sintiéndose escuchada, la niña inspira hondamente, y empieza a construir su escalofriante relato:

-Resulta que mi maestro de francés es un maduro baboso; siempre me catea. No porque me tenga manía. Realmente: yo soy un desastre; se me da fatal. El jueves, me pidió que me quedara después de clase para repasar un examen. Me había puesto un cuatro y medio, y quería que yo le diera un motivo para aprobarme. Suena peor de lo que era. En realidad, nada me hizo sospechar de él. Simplemente, me acerqué a su mesa y repasamos algunos de mis ejercicios errados-

-¿Estabais a solas en el aula?- pregunta un Hilario intrigado.

-Sí. Los demás alumnos y alumnas estaban en el recreo. Pues bien: había una frase… “Ce chien aime mordre les gens”, o algo así. “A este perro le gusta morder a la gente”, pero yo había escrito “bite” en lugar de “mordre”, porque en inglés “bite” es morder, y me confundí de idioma. Bueno: sabrás que esta palabra, en francés, es “polla”. Pues un poco de jiji, un poco de jaja; no sé cómo lo hizo para que sonara normal, pero terminó por preguntarme si alguna vez había visto un pene al natural-

-!¿Qué?!- exclama él indignado -¿Cómo puede sonarte normal eso?-

-Durante la clase, había salido el tema del porno en internet, y de lo fácil que es acceder a páginas para adultos. Habíamos hablado de lo que es hacer un francés…-

 Hilario no puede concebir que se traten semejantes asuntos en una asignatura a la que asisten alumnos menores.

HILARIO: ¿Esto entra en el temario que se imparte en tu curso?

MATI: !N0! Fue una charla distendida que tuvo lugar antes de empezar con el francés.

HILARIO: Me resulta tan improcedente…

MATI: Los tiempos ha cambiado, abuelo. Ya no hay tabúes como los de antaño.

 Ese ofuscado oyente cruza los brazos y yergue la espalda para atender más formalmente a la parte más sórdida de la crónica.

 Matilde percibe el interés silencioso de su anfitrión y prosigue:

-Le dije que no había visto un pito en mi vida; que no tengo hermanos. Me preguntó si quería ver uno de verdad, y, antes de que yo le diera una respuesta, se apresuró a explicarme que era lo más normal del mundo tener curiosidad a mi edad. Que no era nada malo de lo que tuviera que avergonzarme. Entonces, yo le dije que sí; que me haría gracia, pero, inocente de mí, ni siquiera había considerado que quisiera ser él quien me enseñara el suyo. Se puso en pie y se bajó la cremallera. Yo estaba muy sorprendida, pero no intenté detenerle. Quien me conoce sabe que soy tan curiosa como traviesa. Creo que don Felipe no se esperaba encontrarme tan receptiva. No sé exactamente por qué se detuvo, en ese instante, pero me dijo que la tenía morcillona, y que le bastaría con acariciarme un poco para poder empalmarse y…-

-N0- le interrumpe Hilario -Esto no puede ser verdad- proclama enfadando a la niña.

-¿Cómo puedes dudar de mi palabra?- pregunta Matilde entre lágrimas.

 Aquellos ojos llorosos evocan algunos de los recuerdos más dolorosos del viejo; unas vivencias remotas que, a día de hoy, aún hieren la conciencia de alguien que no fue lo suficientemente valiente, en el momento preciso, para defender a un ser amado.

HILARIO: Perdona, pequeña… … Es que no me entra en la cabeza que…

MATI: La cosa no fue a más. Cuando él se me acercó, yo me fui del aula corriendo.

HILARIO: Entonces, ¿no llegó a tocarte? ¿Ni se la sacó?

MATI: No. Realmente, no ocurrió nada.

HILARIO: Claro que ocurrió. ¿No entiendes lo grave que es esto que me cuentas?

MATI: Sí, bueno. Se lo expliqué a la directora del centro y… … aquí vino el problema.

HILARIO: ¿Qué problema? ¿Insinúas que ese es el motivo de tu expulsión?

 Matilde guarda silencio. Se limita a asentir con los labios apretados y carita de pena.

MATI: Fue un gran fallo pensar que Catalina me creería. A fin de cuentas, es íntima amiga de Felipe, y, a decir verdad, yo no tengo buena fama.

HILARIO: ¿A qué te refieres? ¿No tienes credibilidad?

MATI: Soy revoltosa y peleona. Tengo enemistades y provoco envidias. Eso hace que las malas lenguas siempre hablen mal de mí.

 Hilario aborrece la soberbia de las jóvenes que se enorgullecen de ser, supuestamente, el foco de la envidia de los demás, pero el caso de la nena que tiene en frente es diferente, pues le cuesta muy poco trabajo asumir que ella sea, con diferencia, la chica más guapa de su clase.

-A tu edad, yo solo pensaba en tener algo de comer y en jugar a pelota, pero han pasado setenta años desde la postguerra, y los críos de hoy sois diferentes. Tenéis prisa por llegar a la adolescencia antes de tiempo-

-¿Lo dices porque confesé que quería ver una polla sin pantallas de por medio?-

-Ni siquiera deberías pronunciar esa palabrota con tu boquita de fresa-

-Carmen, ¿qué puedes contarnos sobre Mati?-

¿Matilde? Me preocupa la niña. No saca malas notas, pero es desafiante conmigo y con el resto de los profesores. Ha tenido problemas con algunos niños, y los ha resuelto empleando un temperamento violento impropio de una nena tan joven y mona. Nadie lo diría, dada su apariencia angelical, pero es una cría de armas tomar a quien no se le caen los anillos a la hora de liarse a tortas contra cualquiera que se pase de la raya.

-¿Qué fue lo que le ocurrió el jueves pasado?-

La tuvimos que expulsar. Le aplastó un chicle en el pelo a una chica de un curso superior. Por lo visto, Lisa fue la que empezó. No conocía bien a esa diablilla; no lo suficiente, si no, no se hubiera atrevido con ella. Matilde tiró las cosas de su acosadora por la ventana y le pegó un buen bofetón antes de usar su chuchería de menta de la manera más devastadora para esa Rapunzel presumida.

-Parece que tiene carácter-

Si solo fuera eso… Es muy fantasiosa y se inventa cosas. Tiene una lengua viperina y le gusta engañar a la gente. No me extrañaría que terminase siendo guionista de cine.


-sábado 24 septiembre-


 Frente al espejo, don Hilario se mira a los ojos intentando ver más allá de su glaucoma. Busca resquicios de culpabilidad, pero, afortunadamente, no encuentra más que buenas sensaciones y una ilusión flamante y del todo inédita.

“No recuerdo haberme sentido así jamás. Quizás en mi pubertad, pero hace tanto de ello…”

 Los ancianos que alcanzarán la edad de jubilación este año  aún no habían nacido cuando Hilario se enamoró de Dolores. No obstante, en plena adolescencia, las emociones de quien encarnara a aquel chaval nada tienen que ver con las que ahora, sesenta y cinco años después, tanto le embriagan.

“Vengo de una década de soledad absoluta. La pequeña me ofrece la compañía que tanto he anhelado. Mati es solo un amor platónico huérfano de perversión, expectativas, inseguridades, o malas intenciones. A mi edad, ni siquiera se me levanta”

 El encuentro de ayer entre la niña y el viejo fue más fructífero de lo que cabía imaginar. Conversaron durante horas de varias intimidades y de mil cosas distintas. Finalmente, se hizo la hora de comer y Matilde regresó a su casa, al poco de que terminara su horario escolar, tal y como si no hubiera faltado a clase.

 La moza le habló sobre Matías. El particular amigo cuarentón que se hizo pasar por su padre para recogerla en el colegio. Los motivos para esa inusitada conducta, tan impropia de un adulto responsable, atañen a la naturaleza de una familia disfuncional en la que aquella hija única suele recibir maltrato, tanto físico como psicológico, por parte de ambos progenitores.

 El tipo ejerce de bedel en una escuela de Augusta. Ahí conoció a Matilde, durante el curso pasado, antes de que los padres de ella se trasladaran a Fuerte Castillo.

 Matías empatizó con la pequeña porque, por lo visto, ella sufría bullying por parte de sus compañeros de clase. Con el paso del tiempo, el empleado del colegio se convirtió en el mayor confidente de esa alumna desdichada, y su peculiar amistad ha perdurado ahora que viven en ciudades distintas.

“Puede que la sociedad no vea con buenos ojos que un hombre adulto confraternice con una chiquilla. No me extrañaría que los mismos que censurarían la actitud del bedel tampoco entendieran la pureza de mi afecto”

 Hilario cierra la puerta de su casa con llave, y se dispone a salir a la calle sumergido en unas reflexiones monotemáticas. No nació ayer, precisamente, y sabe que no puede confiar en todo lo que le diga una mocosa a la que acaba de conocer, pero un fuerte sentimiento amoroso le insta a entregar su confianza ciegamente, y a tirarse a la piscina sin reparos.

 Cuando Matilde se enteró de que el viejo había sido traductor de obras literarias a lo largo de toda su vida, y de que estaba especializado en el francés, no tardó en sugerirle que le diera clases gratuitamente; solo a cambio de su preciada compañía. Solo a cambio de mi preciada compañía

“Pero qué cuca es”

 Una sonrisa enamorada se dibuja en la expresión de un yayo que casi había olvidado cómo adoptar una mueca risueña. Andando por esa calle peatonal, evoca el reprochable flechazo que hirió su corazón la primera vez que vio a Mati, ahí mismo.

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