SOL NACIENTE

VOTOS  MATRIMONIALES


-lunes 16 mayo-  20:42h


 Un par de lágrimas empañan los ojos de Miguel mientras ese nostálgico empedernido observa la foto más icónica de su boda; una emotiva ceremonia que queda ya muy lejos en su memoria.

 Eran tiempos más sencillos; más felices; colmados de amor, de juventud, de complicidad y de proyectos ilusionantes. Por aquel entonces, parecía que nada ni nadie podía manchar el idílico porvenir de ese matrimonio romántico y sin fisuras.

 Sumido un longevo silencio, el hombre reflexiona:   

“El tiempo lo degrada todo; TODO. El florecer de la rosa más bella, la inocente pureza de un niño, la pasión de una pareja enamorada…”

 Esa instantánea obsoleta escapa de los dedos de su protagonista masculino para encontrar la moqueta negra que cubre el suelo del dormitorio de don Isidro.

 Padre e hijo permanecen inmóviles mientras contemplan aquel retrato, ahora de forma romboide, situado entre los zapatos de un Miguel que, sentado a los pies de la cama, carece del coraje necesario para agacharse a recogerla.

ISIDRO: Deberías haber luchado más por ella.

MIGUEL: ¿Acaso tendría que haber abofeteado a Naoki con un guante?

ISIDRO: No vengo del medievo, hijo. No soy tan anciano. No me refería a un duelo.

MIGUEL: Hice todo lo que estaba en mi mano, papá. No insistas. 

 El viejo levanta sus pobladas cejas canosas dando forma a una mueca de resignación, e inspira profundamente para esgrimir un suspiro condescendiente. Sin la más mínima intención de levantarse de su silla, con semblante trascendental, se dedica a observar el atardecer a través del cristal salpicado de la ventana.

ISIDRO: Por lo menos, no tendrás que seguir pagándole la pensión.

MIGUEL: No. Eso ya se acabó. Demasiado ha durado el cuento.

ISIDRO: Hace más de un año de vuestra separación, ¿no?

MIGUEL: Catorce meses, ocho días y… … dieci… …nueve horas.

 Aquel triste divorciado ha tenido que consultar las agujas de su reloj y hacer algunos cálculos antes de dar esa cifra tan exacta.

-Es preocupante que lleves la cuenta, aún- señala Isidro trayendo de vuelta su mirada.

-¿Qué puedo decir? Se me grabó en la memoria la fecha en que me dejó. Tiene un círculo rojo en mi calendario mental parecido al que rodea el cuatro de mayo-

-¿Parecido?- pregunta el abuelo torciendo su expresión con escepticismo.

-No. Llevas razón. El día de mi boda está rodeado por un rojo pasión, y el siete de marzo está emborronado por un mugriento lamparón oscuro que ensucia todo el dos mil veintiuno y parte del dos mil veintidós-

-No me seas tan melodramático, Miguel. Más se perdió en la guerra de Cuba-

 Una tenue sonrisa se dibuja, inesperadamente, en el rostro de aquel individuo derrotado pocas horas antes de que el susodicho cumpla su quincuagésimo aniversario.

MIGUEL: Ese refrán es tan, tan… … rancio. Nadie se acuerda ya de las colonias españolas.

ISIDRO: Tengo más de setenta años. ¿Es que quieres que hable como un influencer?

MIGUEL: Le diré a Alba que te dé clases de modernidad, para que estés en la onda.

ISIDRO: Apuesto a que, a la niña, tú le pareces tan viejuno como yo a ti.

MIGUEL: No lo dudes. Ella no está de moda; ella es Mainstream.

 Al tiempo que la hija de Miguel cobraba protagonismo en tan chinchón toma y daca, el humor ha hecho acto de presencia aliviando lo tedioso de esa charla paternofilial, pero la sombra de semejante fracaso familiar no tarda en volver a apagar la luz de aquel lluvioso lunes de mediados de mayo.

ISIDRO: ¿Sigue sin hablarte?  

MIGUEL: Está en una edad difícil. Ya lo sabes.

ISIDRO: Tú también pasaste la edad del pavo.

MIGUEL: ¿Qué? Apenas me dejaste ser idiota. Fuiste un padre de mano dura.

ISIDRO: Creo que hice un buen trabajo. Saliste bien.

MIGUEL: Los tiempos han cambiado, y Martina no es como mamá.

ISIDRO: Todo era mejor cuando el cabeza de familia era quien llevaba los pantalones.

MIGUEL: Qué casposo suena eso, viejo.

ISIDRO: El mundo se va a la mierda, joven. Antes los hombres mantenían a sus familias con empleos fijos, y se respetaban los votos matrimoniales. “Hasta que la muerte nos separe”, ¿te suena? Mira dónde ha quedado esa promesa. ¿La ves?

 El abuelo de Alba señala la fotografía de aquellas pretéritas nupcias que, tirada en el suelo, representa una metáfora perfecta del valor que tiene un “Sí, quiero” a día de hoy.

-Qué poético, papá- replica un Miguel sorprendido -No es propio de ti-

-Lo sé- contesta el anciano con una sonrisa complacida -Es que me ha venido al pelo-

 Finalmente, el visitante recoge esa imagen un tanto descolorida y algo doblada, la mete en su bolsa de deporte, junto con un puñado de efectos personales, cierra la cremallera, y se dispone a abandonar la estancia.

ISIDRO: Me parece buena idea que pases página, por fin.

MIGUEL: Cincuenta años no se cumplen cada día. Es un número tan redondo… Medio siglo. Ya es hora de que empiece a mirar hacia delante en lugar de quedarme añorando la vida que tuve.

ISIDRO: Aun así, no entiendo cuál es la diferencia. Yo podría haber seguido guardándote las cosas de tu mujer. La cuestión es que no tuvieras en tu piso de soltero los álbumes de fotos, los discos que os gustaban, vuestras cartas de enamorados, los cuadros que pintó Martina en su etapa más artística…

MIGUEL: Mi terapeuta me ha dicho que, pese a ser un hecho simbólico, deshacerme de todo esto puede ayudarme a cerrar un capítulo de mi vida para abrir el siguiente. Estoy harto de estar triste, papá.

ISIDRO: Bien, bien. ¿Quién sabe? Quizás esa sacacuartos lleve algo de razón.

MIGUEL: Ya sé que no crees en estas cosas, pero Maite es una buena psicóloga.

ISIDRO: Yo elegí permanecer abrazado al recuerdo de tu madre, cuando ella falleció. Nuestra casa de toda la vida, los retratos en las paredes, sus recetas… Pero entiendo que lo tuyo es distinto. Eres joven, aún, y ella ha elegido a otro hombre en tu lugar. Bueno, perdona… … Sabes que no soy muy bueno en esto.

MIGUEL: No te preocupes. Sé que tu dedo en mi herida no lleva mala intención

LEJANO  ORIENTE


-martes 17 mayo-  14:48h


 Bajo el cobijo de un cielo enladrillado, Martina se ve incapaz conciliar sus reflexiones contrapuestas mientras intenta quitarle la razón a Naoki, quien, más sereno, espera pacientemente a que su flamante esposa termine llegando a la misma conclusión que él.

MARTINA: Va de farol. Detestaría vivir con su padre. Se llevan a matar.

NAOKI: La veo muy convencida. No quiere dejar Fuerte Castillo de ninguna manera.

MARTINA: Si Miguel se pusiera de mi parte…

NAOKI: Alba es muy cabezona. Es capaz de emanciparse. Te amenazó con ello, ¿no?

 La mujer frunce el ceño y enmudece dirigiendo su mirada a un lateral, como si esperara encontrar la respuesta a sus quebraderos de cabeza entre los tochos que conforman el muro del edificio más cercano. No puede creer que su única hija se niegue a acompañarla en la nueva vida que les espera en Tokio.

“Me niego a separarme de mi hombre justamente ahora que nos acabamos de casar. No puedo retenerle aquí, ni irme y secuestrar a la niña”

 Martina se siente como un pañuelo anudado en la parte intermedia de la cuerda del juego de la soga; una contienda cruel que enfrenta a su segundo marido con su hijita adolescente.

NAOKI: Miguel se alegrará de poder volver a vuestra casa.

MARTINA: No es un tipo demasiado expresivo, pero estoy segura de que dará saltos de alegría en cuanto conozca el cambio de situación.

NAOKI: ¿Todavía no se lo has contado?

MARTINA: N0O. Ha sido todo tan precipitado… A ti te lo dijeron el domingo. Imagínate: primero me caso y renuncio a la pensión, luego me voy a la otra punta del mundo y le cedo la casa, y, para rematarlo, le paso la custodia de la niña.

La mujer ha pronunciado aquella trilogía circunstancial con tono susurrado y con la mirada perdida. Le cuesta creer en sus propias palabras mientras se mantiene pensativa, sintiendo vértigo frente al porvenir que le espera en oriente.

 A sus treinta y ocho años, esa bella dama de ondulado pelo rubio nunca ha logrado desentenderse de su espíritu aventurero; un anhelo que ha permanecido latente durante largos años, enterrado debajo de una existencia acomodada pero anodina. 

 Precisamente, dejó al padre de Alba para huir de una vida convencional y rutinaria; de un ser demasiado precavido, alérgico a los cambios, que siempre huye de los conflictos; de una ciudad que la ha visto nacer, crecer y estancarse.

-¿Lo tienes claro, amor mío?- pregunta ese nipón trajeado, de pie junto a ella.

-Es precipitado, pero, conociendo a Alba, seguro que no seguiría muchos años a mi lado, aunque nos quedáramos a vivir en la capital-

BUENAS  NOTICIAS


-miércoles 18 mayo-  17:56h


 Miguel regresa a su casa andando por el lado más sombrío de la calle. Es muy sensible al azote del astro rey, pero le alegra que las nubes que tapaban el cielo al principio de la semana se hayan disipado para dejar paso a un día tan radiante.

“Me encanta cómo se cuela la luz entre las hojas de los árboles. Esta avenida se vería muy distinta sin este verde primaveral”

 Se fija en la errática actitud de un hombre a quien ya ha visto varias veces por aquella zona; un individuo que vaga recogiendo las colillas que encuentra por la acera con la intención de fumarse las que aún contengan un poco de tabaco.

“¿Se puede caer más bajo? El Covid todavía campa a sus anchas, y este tío llevándose a la boca lo que otros han chupado, tirado y pisado con la suela del zapato”

 Sensible a la penosa realidad de ese individuo de semblante común, se siente afortunado de ser él quien se regocija con el canto de los pájaros, con la mirada alta, en lugar de vagabundear, cabizbajo, con el pesado yugo de la adicción sobres sus hombros.

 Absorto en sus mudas cavilaciones, Miguel se encuentra, de repente, ante una potente metáfora visual. Reflejado en un escaparate, se ve a sí mismo, en primer plano, a la vez que distingue la distraída presencia de aquel indigente huérfano de dignidad, detrás, a cierta distancia. Halla cierta semejanza entre el uno y el otro.

“No. No puede ser que nos parezcamos. Es porque él está lejos y se ve borroso”

 Pese a su certera conclusión, se permite equiparar a ese tipo con el Miguel taciturno que se ha pasado más de un año rebuscando por el suelo algún rastro de lo que tanto añora.

“Puede que yo fuera un mendigo emocional. No era nicotina lo que necesitaba, pero… ¿Cuántas veces le supliqué a Martina? Me aferré a una esperanza menguante hasta que…”

 Sacude la cabeza para librarse de aquel hilo argumental que acabaría llevándole camino del acantilado de melancolía que tan frecuentemente ha visitado a lo largo de los últimos meses.

 Ignorando al desdichado actor que interpreta la versión caduca del Miguel de cuarenta y nueve años, se centra en cincuentón próspero que se enfoca en sus pupilas, reflejado frente a él. Se trata de un hombre de notable estatura y buen porte. Peina canas en los laterales de su tez, y ve a través de unos ojos claros de mirada afable.

“Podría cambiarme el nombre para inaugurar esta nueva etapa. Michael Powers suena muy cool”

 Sonriendo solo con la parte derecha de la boca, ese peatón solitario reprende la marcha con andares tranquilos.

 Cuando apenas se han cumplido las seis de la tarde, llega al portal de su edificio con las llaves en la mano; dispuesto a no demorarse en su camino al ático que tiene alquilado en la octava planta.

“Creo que por fin estoy pasando página. Maite tenía razón. Tirar los recuerdos de los años más felices de mi matrimonio me ayuda a sentirme desapegado”

 Inesperadamente, encuentra a su hija esperándole, sentada en los primeros peldaños de una escalera que se ofrece como alternativa al ascensor para los vecinos menos perezosos.

 La rubia mantiene una expresión enigmática, consciente de lo sorpresiva que debe de resultar su visita para un padre a quien no ha querido ver en los últimos dos meses. Sin incorporarse, guarda silencio para que sea el recién llegado el que hable.

-¿Cómo has entrado?- pregunta extrañado. 

-¿Es que no me vas a decir ni un “hola”?- le reprocha ella sonriendo.

-Hola, cariño. Es que… … no tienes llaves y…- plantea viéndose interrumpido.

-¿Es esto lo único que te preocupa?- insiste la chica, torciendo la cabeza. 

-No, pero…- empieza él, de nuevo.

-Me ha dejado entrar tu vecina, la gorda, ¿vale?-

 Una intriga recelosa deforma la expresión afeitada de Miguel. Le duelen los latidos de su propio corazón, pues la herida que le provoca el desdén de su hija rebelde sigue abierta de par en par.

-Traigo buenas noticias-  anuncia Alba mientras se incorpora -Adivina-

 La imaginación de aquel padre desahuciado no es muy facunda. Por más que se esfuerza, solo consigue formular una hipótesis.

MIGUEL: Tu madre ha dejado al japo y quiere que volvamos a ser una familia.

ALBA: Ja, ja, jah. No tan buenas, papá.

MIGUEL: Pues dime. ¿Qué es tan importante como para que me hables de nuevo?

ALBA: Mamá y Naoki se marchan a Tokio.

MIGUEL: ¿De luna de miel?

ALBA: No, no. A vivir… … Y tú te vuelves a nuestra casa, conmigo.

 Los esquemas de Michael Powers se rompen en mil pedazos debajo de la gélida expresión de un Miguel que, por lo visto, tendrá que superar nuevos obstáculos para pasar página.

 Alba se ha puesto en pie, pero su corta estatura no le permite alcanzar la mirada perdida de su padre. La niña guarda un gran parecido con Martina, aunque el azul de sus ojos lo ha heredado de su otro progenitor. Lleva un top negro demasiado pequeño, y unos shorts tejanos que no dejan demasiado a la imaginación.

 A la espera de que Miguel reaccione, su hija pulsa el botón del ascensor con la intención de seguir dando continuidad a esa inédita reconciliación intergeneracional. La campanilla que acompaña la apertura de aquella puerta metálica despierta a tan atribulado inquilino, rescatándolo de su propia perplejidad.

-¿Y yo no tengo ni voz ni voto?- pregunta él entrando en el cubículo.

-Ni siquiera Naoki lo tiene. Ya sabes que los japoneses son esclavos de sus empresas-

-No, no. Me refiero en lo de volver a casa- insiste pulsando el número ocho.

 La puerta se cierra automáticamente y, acto seguido, un liviano movimiento silencioso da comienzo a un ascenso imperceptible.

ALBA: Es una tontería que sigas pagando este alquiler teniendo una casa grande y con jardín en la mejor zona de Fuerte Castillo. Además: yo no quiero vivir aquí. Es pequeño y está lejos de mis amigos.

MIGUEL: No sé si estoy preparado para volver a casa. Quizás debería consultarlo con mi terapeuta.

ALBA: Venga, papá. Ya eres mayorcito como para tomar tus propias decisiones. No me seas nenaza. Hace más de un año que mamá te echó.

MIGUEL: !¿Qué dices?! Tu madre no me echó. Acordamos de mutuo acuerdo que…

ALBA: Que sí, que sí. Lo que tú digas.

 La puerta del ascensor vuelve a abrirse justo cuando Miguel conectaba con los displicentes ojos de su hija a través del espejo que hay en uno de los laterales de la estancia. Ambos acceden a un amplio pasillo alumbrado por la luz natural de un miércoles radiante que no caerá fácilmente en el olvido.

-Me sorprende que Martina no insista en llevarte con ellos- afirma ensimismado.

-Ha insistido, créeme- responde Alba -Pero yo no estoy dispuesta a irme. Ni de coña-  

-¿Hasta el punto de aceptar el vivir conmigo?- pregunta un Miguel incrédulo.

-Imagínate si estoy desesperada que vengo dispuesta a que nos entendamos-

-Tú me entiendes; soy yo el que no lo hace- añade abriendo la puerta del ático.

-Entonces, tendré que explicártelo mejor-

 Ambos se adentran en el piso sobrio y ordenado de aquel pulcro abogado para continuar su charla.

ABISMO  GENERACIONAL


-jueves 19 mayo-  12:24h


 Don Isidro ha sufrido una aparatosa caída por los escalones que dan acceso a la Plaza Mayor. Por suerte, un buen samaritano ha acudido en su ayuda, oportunamente, equipado con una silla de ruedas.

-¿Seguro que no la necesita tu abuela?- le pregunta el viejo -No quisiera…-

-No se preocupe, señor. Mi yaya se las apaña bien si solo son un par de esquinas-

-Gracias, gracias, chico. De verdad-

 El padre de Miguel ha quedado muy dolorido, y necesita atención médica, aunque solo sea a modo de precaución.

 Atento al sufrimiento de un anciano que podría tener algún hueso roto, ese socorrista improvisado le ha prohibido a Isidro que intente andar por su propio pie. Haciendo gala de una gran amabilidad, el joven empuja la silla, a través de las ramblas, camino al centro de atención primaria.

 Se trata de un chaval rubio y un tanto afeminado que viste atuendos llamativos de tonos rosados y violetas.

-¿Quiere que llamemos a alguien, don Isidro? ¿A su hijo? ¿A su nieta?-

-¿Qué? ¿Cómo es que conoces mi nombre?- pregunta el doliente, extrañado.

-Soy amigo de Alba. Y soy su vecino. Nos hemos visto alguna vez-

-Creo que me acordaría de ti- replica negando con la cabeza.

Qsí, hombre. Mi nombre es Lili. Yo sí me acuerdo de usted-

 La entonación del chico cada vez tiene una musicalidad más desinhibida, y su gesticulación denota una mayor pluma a medida que la confianza crece entre aquella estrafalaria pareja.

 Isidro frunce el ceño e intenta voltearse para echarle un ojo a su asistente, pero no consigue enfocarle.           

 Ni corto ni perezoso, Lili aparca la silla y se sitúa frente al anciano adoptando una pose propia de una diva subida en una carroza barroca en pleno día del orgullo gay.

ISIDRO: ¿Qué haces, niño? Solo te faltan unos tacones altos y un sombrero lleno de fruta.

LILI: Sí. Sería divino, ¿no?

ISIDRO: N0.

 Al abuelo de Alba se le ve molesto, pero no olvida que esa reinona adolescente le está haciendo un gran favor, e intenta reprimir sus críticas más faltonas.

-Oye, joven- continúa una vez que el muchacho ya está empujando la silla de nuevo.

-Dígame, don Isidro- responde Lili inmune a la seriedad de aquel cascarrabias.

-Explícame los problemas que hay entre Alba y su padre. Me tienen en la inopia-

LILI: Es complicado. Son choques entre distintas generaciones.

ISIDRO: ¿Qué me vas a contar?

LILI: Miguel es un hombre pragmático chapado a la antigua. Es un abogado de litigios corporativos que no entiende el rumbo de su hija.

ISIDRO: ¿Y cuál es el rumbo de Alba? Si todavía es una niña.

LILI: Su nieta está aparcando los estudios y se ha convertido en una especie de ciberlolita con miles de seguidores; en Japón, sobre todo.

ISIDRO: !¿Qué?! Pero, ¿cómo?

LILI: No se asuste, abuelo. No es tan malo como suena. No es obsceno. No mucho.

ISIDRO: ¿Lolita de internet Para los amarillos?

LILI: No se desnuda. Solo aparece sexy, y hace directos jugando a videojuegos.

ISIDRO: pero, ¿qué carajo…?

LILI: Como su madre, Alba siempre ha sentido fascinación por la cultura nipona. Mangas, animes, videojuegos… Había aprendido un poco de japonés antes de que su padrastro irrumpiera en su vida. Desde entonces, ha perfeccionado su dicción y ha ganado en popularidad entre los streamers orientales.

ISIDRO: ¿Streamers? ¿Eso son sus fans?

LILI: No, no. Streamers son los que hacen lo mismo que ella. Compiten, juegan a videojuegos y retransmiten sus partidas para sus seguidores en Twich.

ISIDRO: ¿Twich? ¿Eso es como una especie de Feiswuk?

LILI: Noho… Wen0. Más o menos. ¿Sabe lo que es Youtube?

ISIDRO: No. no. Qué va. Todo esto me suena a chino… … o a japonés.

LILI: El caso es que los japos se vuelven locos cuando una nena occidental habla su idioma; sobre todo, si se trata de una rubia tan mona como Alba. Ella hace cosplay, que quiere decir que se disfraza de personajes populares. Triunfa mucho con su recreación de Klee, de Genshin; una cría con poderes. En esa sociedad, está muy extendida la pedofilia, aunque sea platónica o ficticia. Su nieta es menuda y tiene la apariencia de niña, así que…

ISIDRO: Será mejor que te calles. Me estoy poniendo enfermo solo de oírte.

LILI: No sé si en el C.A.P. le podrán mirar eso, también. Ja, ja, jah.

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