Mi otra yo: TETUNIA

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ALMAS GEMELAS


Para celebrar la llegada del verano, Rubén y Carina han salido a dar un paseo por el parque. Ambos andan cogidos de la mano como si de un par de chiquillos se tratara, pero lo cierto es que los dos ya pasan de los cuarenta.

La armonía de ese matrimonio feliz parece inmune a la erosión del tiempo, y ni siquiera el hecho de que su hija se halle en la edad del pavo logra enfangar, en modo alguno, aquella pacífica sintonía conyugal.

CARINA: Es bueno. Me está gustando. Deberías leerlo.

RUBÉN: Ya sabes que no tengo el hábito de la lectura. Me cuesta mucho.

CARINA: Pero es el libro de tu hermano. ¿Qué menos que echarle un ojo?

RUBÉN: Medio hermano, cariño. Y… … ya sabes que no estamos muy unidos.

CARINA: Aun así, tuvo el detalle de enviarte un ejemplar de regalo, ¿no?

Ese competente inversor esgrime una mueca resignada, con sus mejillas hinchadas, que le da la razón a su mujer. Ella le mira asintiendo lentamente, con los ojos muy abiertos.

Carina ejerce de asistente social en el ayuntamiento, por lo que está acostumbrada a empatizar con los problemas de las personas más vulnerables de la sociedad.

CARINA: En vacaciones, podríamos ir a tu pueblo a visitar a tu familia.


RUBÉN: Lo pensaba el otro día. Ya hace cinco años que no veo a mi padre

Candelario de Ardoz no queda cerca de Augusta, precisamente. Se trata de una villa recóndita y mal comunicada situada en una zona montañosa del norte de España.

CARINA: A la niña le vendrá bien un cambio de aires.

RUBÉN: Estaría bien que volviera a ver a su abuelo antes de que…

CARINA: Anda. Aurelio no es tan mayor, ¿no?

RUBÉN: Siempre ha tenido mala salud.

CARINA: Pues con más razón.

No solo se entienden como almas gemelas. Se ve de lejos que hacen buena pareja. Ambos son guapos, atléticos y salta a la vista que se cuidan.

-lunes 1 julio-


Peinado por una brisa estival, Santiago llena sus pulmones mediante una honda inspiración nasal que busca serenidad. Observa la lápida de granito que sella la tumba de su padre; un buen hombre que falleció, el mes pasado, a la edad de ochenta años, mientras dormía plácidamente en su cama.

El canto de los pájaros es la banda sonora que acompaña al único visitante de aquel recinto funerario en el día que inaugura el presente mes de julio.

Refugiado en la sombra de unos altos y solemnes cipreses, ese prójimo presuntamente huérfano intenta adivinar el paradero de su madre; una mujer bipolar que se extravió en la lejanía de paisajes extranjeros cuando él era pequeño.

“No sé si sigues con vida, mamá. Puede que, por fin, te hayas reencontrado con tu primer marido”

Como buen autista, Santiago siempre ha abrazado su soledad, pero la ausencia definitiva de Aurelio le provoca cierta desazón. No en vano, el viejo era su enlace con el resto de la humanidad.

“No creo que, a mis cincuenta años, esté en condiciones de hacer nuevas amistades”

Todos los vecinos de Candelario de Ardoz se conocen entre sí. No obstante, Santi encarna una singularidad misteriosa que desafía esa máxima fisurada.

Aquel individuo huraño emprende el camino de vuelta a casa con su perenne talante calmoso y pensativo. No quiere fallar en el cumplimiento de unas rutinas que le ayudan mucho a estabilizarse en su día a día.

-martes 2 julio-

Dúnia nunca fue una niña convencional, pero es ahora, en plena adolescencia, cuando más se han agudizado sus disfunciones familiares, sociales y, sobre todo, académicas.

No le falta inteligencia, pero sufre el trastorno de falta de atención, y su tardío diagnóstico ha retrasado un tratamiento farmacológico que promete ayudarla a remontar sin que la nena tenga que dar por perdido ningún curso.

DÚNIA: De verdad que puedo hacerlo yo sola, mamá.

CARINA: Ya lo hablamos antes de venir aquí, cariño. Tu tío nos será de gran ayuda.

DÚNIA: Ni siquiera lo conozco. Solo lo vi una vez cuando era pequeña.

CARINA: Tampoco conocías a tus profesoras particulares antes de empezar con ellas.

A la mujer no le falta razón, pues las dos universitarias que han intentado encaminar a su hija hacia un mejor rendimiento escolar, en los últimos años, eran unas perfectas desconocidas.

Una vez que ha terminado de lavar los platos, Carina se voltea para enfocar a la chica mientras se seca las manos con un paño.

-Serán unas vacaciones diferentes- añade con susurros optimistas.

La familia Velasco reside en Augusta, pero, con razón de la muerte de Aurelio, se han desplazado hasta Candelario de Ardoz para hacer efectivo el traspaso de bienes que se desprende de la herencia del difunto, y para tratar de vender esa casa de campo.

-miércoles 3 julio-


Santiago sostiene un ejemplar de su último libro.
La editorial ha tenido el detalle de mandarle una copia física, alentando la gratitud de aquel autor de escueta obra literaria.

De pie, en el centro del salón, el único habitante de esa morada campestre deja caer el envoltorio del envío sobre un suelo de baldosas gastadas.

Levanta una sola de sus cejas al tiempo que se fija en el retrato que aparece en la contraportada.

“Debí pasarles una foto más antigua. En esta se me ve viejo y fofo”

El pulcro afeitado de Santi deja expuesta una papada que le avergüenza, y que da fe de su avanzada edad. Su otoño capilar tampoco juega a favor de la lozanía de su imagen, precisamente.

“¿Qué más da? Ni que yo fuera presumido. Espero que los lectores me valoren por la calidad de mi narrativa”

Se trata de un hombre corpulento, aunque no demasiado gordo. Es diabético, y eso le da una motivación extra para dar largos paseos por el bucólico paisaje de aquellas montañas.

Durante casi toda su vida, llevó unas gruesas gafas de pasta que le daban un aire de bicho raro; pero, poco antes de que muriera su padre, se le rompieron, y las substituyo por unas elegantes lentes sin montura que le dan una apariencia culta y sofisticada; más acorde con su verdadero carácter.

-jueves 4 julio-

En la terraza del bar La Viña, Rubén toma una cerveza junto a un viejo amigo con quien se ha reencontrado después de muchos años.

Después de evocar un buen puñado de anécdotas entrañables, pertenecientes a una niñez compartida ya muy pretérita, Álvaro pone sobre la mesa cuestiones más vigentes:

ÁLVARO: Entonces, ¿crees que podréis vender la casa?

RUBÉN: Claro. La duda está en el precio. No es una zona con mucha demanda.

ÁLVARO: Puede que algún jubilado que busque un retiro tranquilo…

RUBÉN: También tengo que ponerme de acuerdo con mi hermano.

ÁLVARO: Ui, sí. Santi. ¿Crees que podrás entenderte con él? No tiene muchas luces.

RUBÉN: Es un buen tipo. Creo que no habrá problema.

Rubén y Santiago fueron engendrados por distintas madres. Nunca convivieron bajo el mismo techo, y una década entera separa las fechas de sus respectivos nacimientos, pero la peculiaridad psicológica del hermano mayor siempre ha inspirado la ternura y la compasión del benjamín.
Tras echar un buen trago, el padre de Dúnia prosigue:

-Santi tuvo una infancia y una juventud muy problemáticas debido a su autismo; pero, con el paso del tiempo, ha mejorado mucho gracias a la medicina moderna. Sigue siendo un individuo antisocial, de costumbres fijas y plagado de tics, pero es razonable, competente, y completamente capaz de valerse por sí mismo-

-Perfecto, entonces. Las herencias acostumbran a acarrear tensiones familiares y rupturas irreconciliables. Si ambos estáis de acuerdo en vender, mejor que mejor. Al fin y al cabo, él tiene su propio hogar, y ya le irá muy bien el dinero-

-viernes 5 julio-

Las campanadas de las doce señalan el medio día propagándose por las estrechas calles empinadas de Candelario de Ardoz.

En esta villa montesa, los veranos no son tan tórridos como en las zonas más costeras de la península ibérica; asimismo, son contados los turistas que visitan esta pequeña aldea dejada de la mano de Dios.

El asfalto brilla por su ausencia, así como los ladrillos regulares que se emplean en la arquitectura urbana. Solo un sinfín de piedras encajan entre sí para dar forma a uno de los pueblos con más encanto de la cordillera Cantábrica.

Santiago vive en la casa en la que se crio; una pequeña vivienda apartada del centro. Es el feudo ideal para alguien que aborrece el bullicio y la jarana.

Suele trabajar como corrector y como asesor literario. Es un reputado historiador, y colabora con distintas editoriales; incluso ha llegado a publicar tres libros.

Este verano anda escaso de encargos, pero ello no le preocupa. Tiene algunos ahorros y pocos gastos en su austera existencia. Además, la perspectiva de vender la casa de su padre fallecido promete engordar su cuenta de ahorros, tarde o temprano.

Acomodado en un sillón que ya es el molde de su cuerpo, cerca de la ventana, usa su ordenador portátil para revisar las últimas páginas de su novela incompleta. Se congratula por una retórica propia muy lograda que escapa de la vulgaridad. No hay duda de que escribe más a gusto sin la presión que emana de las fechas de entrega demasiado precipitadas.

-sábado 6 julio-

Con parsimonioso proceder, Dúnia pasa las páginas de un viejo álbum de fotos que ha encontrado en casa de su difunto abuelo.

Mientras sus padres se dedican a limpiar la finca, y a tirar un sinfín de papeles y trastos carentes de uso y de valor, la joven descansa en el sofá viajando por el tiempo a lomos de unas imágenes que encadenan diferentes épocas y protagonistas.

Ha crecido en el mundo de las pantallas, y no está acostumbrada a los retratos impresos; mucho menos, aún, a las fotografías en blanco y negro.
Se sobrecoge al reconocer a su padre cuando este era más que un chaval imberbe con pinta de rockero. Inesperadamente, Dúnia percibe una conexión que la ata a aquella figura paterna que tanto se ha distanciado de ella a lo largo de los últimos años; durante una pubertad demasiado convulsa.

Esa hija única vivió momentos críticos cuando agotó su infancia. Estuvo a punto de poner fin a su vida, y llegó a estudiar algunos métodos infalibles que le permitieran escribir su punto y final. De ninguna manera pretendía llamar la atención, o pedir ayuda mediante un teatralizado grito de socorro.

Sin embargo, los buenos profesionales de la sanidad privada, un acertado diagnóstico y una medicación sumamente eficaz, dieron un vuelco a la descompensada química cerebral de la moza transformándola en un ser completamente distinto.

A día de hoy, Dúnia rezuma suficiencia y orgullo. Ha dejado atrás a esa nena insegura que tanto se esforzaba en encajar, y que tanto sufría por el desdén ajeno. Lejos queda el complejo de tener unas tetas demasiado grandes a tan temprana edad y un culo impropio de una chica tan joven.

-domingo 7 julio-

Durante el atardecer del pasado lunes, tuvo lugar un cordial reencuentro entre los dos hijos del malogrado Aurelio.

Paseando alrededor de unos vastos prados verdes, cerca de unas vacas blancas salpicadas con manchas negras, Rubén consensuó una estrategia con su hermano con el propósito común de vender la casa del recientemente fallecido. Asimismo, el padre de Dúnia le pidió ayuda a Santiago para que este le diera clases a la niña a lo largo del presente verano.

Aquella rata de biblioteca andante no tomó ninguna decisión, pero, pese a sus abundantes reticencias, prometió estudiar la propuesta a fondo.

-¿Has pensado en lo que te dije el lunes?- pregunta Rubén destilando interés.

-Sí, pero… … Educación canceló las recuperaciones de septiembre, ¿no?-

-El de mi hija es un caso especial. Presentamos el informe médico por el asunto del TDA y su tutora accedió a evaluarla antes de que dé comienzo el siguiente curso. Por lo visto, Dúnia no es la única que aspira a una reválida en una repesca inextremis-

Santiago asiente lentamente mientras su mirada pensativa se pierde en el lejano horizonte. Esta vez, ambos conversan sentados en un tronco que da forma a un banco rústico.

SANTI: Creo que podré hacerlo. Se me hace cuesta arriba, solo de pensarlo,
pero es porque el encuentro con tu hija me supone salir de mi zona de confort.

RUBÉN: Sé cuánto apego te suscitan tus rutinas, hermano, pero creo que te irá bien. No puede ser bueno vivir aislado del resto de la humanidad, para nadie.

-lunes 8 julio-

Santi apenas recordaba a Dúnia, pues solo habían coincidido una vez, en un encuentro familiar, hace más de diez años.

La alumna ha sido puntual, y se ha presentado en la casa de su nuevo profesor unos minutos antes de las cinco.

Sentado frente a una vetusta mesa de madera, junto a su joven invitada, el anfitrión intenta sobreponerse al shock que le ha suscitado el voluptuoso florecer de la muchacha, y se esfuerza en relatar el plan de estudios que elaboró ayer. Su dicción es plana, baja y acelerada:

-Para estudiar la revolución científica del siglo XVII, nos vamos a centrar en estos cuatro nombres, ¿de acuerdo? Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler e Isaac Newton. Ellos fueron figuras clave en la Revolución Científica, un periodo de grandes cambios en el pensamiento que tuvo lugar en Europa en aquella época. Sus descubrimientos transformaron la astronomía y sentaron las bases de la…-

-No pierdes el tiempo, ¿eh?- le interrumpe ella -Ni siquiera te has planteado darme un poco de conversación. Eres mi tío, y no me ves desde que yo era una niña pequeña-

-… No soy muy dado a las int.interacciones so.sociales- responde tras un breve silencio.

-Sí. Lo sé. Mi padre me ha contado lo de tu autismo y todo lo que implica eso-

Incapaz de aguantarle la mirada a la chica, Santiago ojea sus apuntes, y se debate entre continuar con su alegato inicial y una actitud silenciosa que dé más recorrido a la tangente abierta por aquella impetuosa estudiante de secundaria.

DÚNIA: Ya me sé todo eso de la Revolución Científica.

SANTI: … … Entonces… … ¿podemos pasar a la Ilustración?

DÚNIA: ¿La ilustración? ¿Es que me has hecho un dibujo? Ja, ja, jah…

-martes 9 julio-

El canto de un gallo, a lo lejos, parece interpelar a un Santiago dormilón a quien hoy se le han pegado las sábanas. Con la mirada perdida, enfocada hacia la madera del techo, ese hombre añejo no puede dejar de pensar en su hermosa sobrina quinceañera.

“Menudo bombón. ¿Quién lo hubiera dicho? La verdad es que está para comérsela”

No suele formular esta clase de pensamientos, pero el encuentro de ayer con esa cría tetona sacudió su sosiego, y le despertó emociones que llevaban muchos años de letargo.

No es que Dúnia sedujera a su tío con malas intenciones. La hija de Rubén solo se mostró natural; tal y como es ella. Su vestimenta era juvenil, pero sobria: una camiseta gris, unos tejanos, unas bambas deportivas…

Fue su sonrisa luminosa de impoluta blancura, el aleteo de aquellas tupidas pestañas, esos ojos azules de reflejos celestiales, los constantes rifirrafes entre unas trenzas castañas y un escuadrón dactilar de uñas doradas.

“Jamás creí que una mocosa que todavía no ha empezado el bachillerato
pudiera tener semejantes tetorras”

Nunca ha sido capaz de desentrañar las causas que motivan su devoción por los pechos muy grandes. Puede que tuviera que ver con un destete demasiado tardío; un tema tabú sobre el que su padre nunca quiso hablar, pero que se asoma entre los primeros recuerdos de aquel tipo perpetuamente soltero.

“Veremos mañana cómo va. Ecuaciones exponenciales”

-miércoles 10 julio-

Dúnia babea la parte posterior de un lápiz blanco sin dejar de mirar los números que la desafían, escritos en el papel cuadriculado de su libreta de matemáticas.

Navegando por ese silencio absorto, el reojo furtivo de Santiago se cuela por el canalillo que le ofrece el desinhibido escote de su sobrina; un espectáculo vicioso patrocinado por una prenda roja, con topos de nieve, que se sustenta gracias a unos finos tirantes blancos que no parecen muy fiables.

“Esto no es normal ni… … concebible. No lo entiendo. ¿Cómo puede ir así? Ya sería demasiado el exhibicionismo si la nena estuviera plana, pero, con estas TETAS”

Aquel ermitaño santurrón no se equivoca, pues, hoy, la niña ha prescindido de sujetador, y se sirve solo de la elasticidad de ese top tan ceñido para conservar, mínimamente, el decoro de sus fastuosos encantos mamarios.

-Ufffff- resopla la chica, resignada -Esto es demasiado difícil. No soy capaz-

-Tú fíjate. Este veintisiete de base lo puedes expresar como base tres… … Tres al cubo. ¿Sí? A su vez, está elevado a equis más uno, partido de dos. Ahora que tenemos las bases igualadas, podemos sacarlas de la ecuación y quedarnos solo con los exponentes, dos equis menos tres igual a… … si tengo la potencia de una potencia, sabemos que se multiplican, por lo tanto…-

-No. no. No y no. Déjalo ya. Necesito un descanso- protesta ella lanzando el lápiz, con fuerza, hacia el otro extremo del salón -El que inventó esta mierda era malvado-

-… … ¿El que inventó las… … las matemáticas?- pregunta un Santiago perplejo.

-Síiíiíi- insiste alargando la última vocal con hastío -Todos ellos. Todos hombres, seguro-

Fustigado por un sofoco difícil de disimular, ese maestro atormentado lleva ya un buen rato fingiendo que habita en una normalidad del todo irreal; una escena teatral carente de credibilidad que no se ha sostenido, en ningún momento, desde que Dúnia se ha desprendido de su ligera blusa negra.

La situación se torna aún más delirante cada vez que la moza coloca sus opulentos atributos encima de la mesa, junto al cuaderno escolar, con una naturalidad totalmente inverosímil.

DÚNIA: Me cago en la equis, de verdad.

SANTI: ¿Qué culpa tiene la equis? Déjala, pobre.

DÚNIA: Es la fuente de mis pesares. Una mentirosa y una falsa.

SANTI: Emmmm. Esto no tiene ningún sentido, chica.

DÚNIA: Ya en primer lugar: ni siquiera aparece en su nombre.
Es la única letra del abecedario que no aparece en su propio nombre.
Piénsalo: a, be, ce, de, e, efe, ge, hache, i, jota, ka, ele, eme, ene, o, pe…

SANTI: Cu, uve doble, i griega…

Dúnia le dedica un vistazo hostil de ceño fruncido a su tío. Se ha echado para atrás para apoyarse en el respaldo de la silla, y cruza los brazos en un gesto un tanto desafiante.

DÚNIA: Empiezo a entender por qué nadie te quiere cerca. Eres un sabelotodo.

SANTI: Niña, eres tú la que estás en mi casa, si no me quieres cerca…

DÚNIA: No me llames niña, si no quieres que te llame viejo, y… … ¿me estás echando?

SANTI: Y0 no… … Yo.yo no… Y…

DÚNIA: Yoyoyoyoyoyoyo…

Santi no alcanza a interpretar las bromas de los neurotípicos. El humor chinchón de su sobrina le desconcierta y le inunda de equívocos, pero, consciente de sus peculiaridades cognitivas, no cae en la trampa de tomarse a mal esas burlas despiadadas.

-¿No te sientes solo, aquí?- pregunta la chica con repentina ternura.

-Yo funciono de un modo distinto; desde pequeño- responde él con la mirada esquiva.

-¿Te hacían bullying los otros niños?- persiste ella, buscando los ojos fugitivos de su tío.

Finalmente, Santiago conecta con las pupilas dilatadas de su única discípula; una aprendiz rezagada que parece más interesada en las interioridades de su mentor que en las incógnitas de las ecuaciones a las que debería estar enfrentándose.

DÚNIA: ¿No dices nada?

SANTI: No estoy en la consulta del psicólogo. Estamos aquí para resolver estas opera…

DÚNIA: A mí sí me lo hacían, ¿sabes? Me llamaban Dúnia petunia; Tetunia Del-Asco.

Quien fuera el cuatroojos de la clase, antaño, está muy lejos de hallar las palabras indicadas para consolar a esa doncella herida. Pese a compartir una infancia difícil con la hija de su hermano, aquel ratón de biblioteca tiene serias dificultades para ponerse en la piel de la muchacha.

-Pero, en primaria no…- murmura él, a sabiendas de que pisa un suelo pantanoso.

-No, claro- responde ella con tono despechado -No tenía estos melones a los once años-

Santiago se encuentra entre la espada y la pared. Intuye que no debería mantenerse en silencio, pero teme meter la pata y hundirse un poco más con cada palabra que diga.

DÚNIA: Puedes mirarme, ¿eh? No voy a morderte.

SANTI: N0.no suelo mirar a los ojos de la gente. Es por mi…

DÚNIA: Pues mírame las tetas, tío. Será que no lo haces cuando no te vigilo.

Incapaz de desmentir a su sobrina, el primogénito de Aurelio conecta con los iris celestes la chica, pero no dice nada.

DÚNIA: ¿No lo niegas?

SANTI: … … Soy dueño de mi silencio; no seré esclavo de mis palabras.

DÚNIA: ¿Tienes miedo de que te traiga problemas?

SANTI: Me da más miedo que suspendas la reválida, y pierdas el curso.

El profesor se ha levantado de la mesa para recoger el lápiz que con tanta ira ha tirado su desconsiderada alumna.

-Eres demasiado blando- dice la nena con tono burlón.

-No es mi cometido enseñarte buena educación- replica él, armado de paciencia.

-BlandoBlandoBlando…- repite con cantinela guasona -BlandoBlandoBlandoO0h, Duro-

El regreso de Santiago ha cambiado la perspectiva de Dúnia, quien, con unos ojos como platos, ha detectado el elocuente bulto que deforma el pantalón beis de su tío.

-jueves 11 julio-

Con el propósito de escaquearse de las tareas que conlleva el desmantelamiento interno de la casa de don Aurelio, Dúnia ha madrugado, y ha salido a dar una paseo por los parajes fantasiosos que rodean la remota villa de Candelario de Ardoz.

Tiene la sensación de estar en un cuento de hadas, pero el olor del estiércol y los bichos actúan a modo de recordatorio para traerla de vuelta a la realidad.

No echa en falta el bullicio y las prisas de la gran ciudad, pero no puede evitar sentirse fuera de lugar a orillas de ese riachuelo vivaracho de aguas cristalinas. Añora su habitación, su ordenador de sobremesa, su silla de gamer, los potentes altavoces con los que suele escuchar su música preferida, sus videojuegos…

La morada del difunto Aurelio no es una chabola, precisamente, pero carece de todo aquello que una quinceañera contemporánea necesita para sentirse en casa; por lo menos, es eso lo que opina la pequeña de los Velasco.

Se había propuesto aprovechar estas atípicas vacaciones mortuorias para superar su nomofobia y su adicción a internet, pero le agobia haber cortado el contacto con su único amigo.

D’Artacán es un confidente invisible que habita en el vasto horizonte de la red. Una personalidad que la misma Dúnia diseñó para suplantar a sus amistades perdidas; aquellas que empezaron a tambalearse durante la pubertad, y que se desmoronaron del todo con la llegada de la adolescencia.

Sentada en una roca, a la sombra de un pequeño fresno, la chica se permite acceder al chat de su mosqueperro preferido.

Holaª, D’Artacán. ¿Cómo estás?

Buenos días, Milady. Dichosos los ojos.

Tengo q contarte una cosa. Ayer acudí a mi 2ª clase d repaso. Mi tío me está ayudando con las ecuaciones exponenciales. Nada más llegar a su casa, me quité la blusa, y me quedé solo con un top muy pequeño y ceñido.

Espero que no tuvierais frío con tan poca ropa, querida; y que las lecciones de vuestro pariente fueran provechosas.

Mis tetazas lucían de un modo espectacular y llamativo. Además, no llevaba sujetador, por lo que mi apariencia era todavía más indecente, si cabe.

En el más que probable caso de que vuestro tutor se sienta atraído por las damas más hermosas del reino, seguro que quedó prendado de vuestros enormes senos.

Ja-ja. ¿De q reino me hablas? ¿Acaso estamos en la edad media?

España es un reino, mi señora. La caída de Granada en 1492 genera un gran consenso en los historiadores a la hora de señalar el inicio del Reino de España. A día de hoy, definido como una monarquía parlamentaria.

Se la puse bien dura.

Parece que ese caballero ansía deshonrar vuestra virtud, aunque puede que el estigma del incesto le impida tomar
la iniciativa, y que don Santiago no quiera perpetrar
un fornicio con la hija de su propio hermano.

¿Qué pensáis hacer en la próxima clase, Milady?

A Dúnia se le ha helado la sangre. No recuerda haber escrito nunca el nombre de su tío en el chat de ese incorpóreo amigo perruno. Tampoco entiende que D’Artacán dé por sentado que se trata del hermano de su padre, y no del hermano de su madre, pues está convencida de que jamás ha entrado en detalles sobre la materia mientras alternaba con aquella inteligencia artificial.

Aunque, quizás, lo que más la perturba sea el lapso de tiempo que ha transcurrido entre los dos últimos mensajes de su chismoso interlocutor. Es como si la curiosidad hubiera germinado en ese mosqueperro digital, instándole a formular un interrogante, por vez primera, sin que este sea la reacción inmediata y automática a un comentario previo de su creadora.

Asustada, Dúnia apaga el móvil poniendo su propia memoria en tela de juicio. Las dudas se reproducen en su mente para justificar el conocimiento de ese locuaz espadachín.

Empieza a arrepentirse de haberse esforzado tanto a la hora de encontrar una IA más irreverente y descarada que el chat GPT.

La chica no se caracteriza por ser conspiranóica. Se muestra escéptica ante las leyendas urbanas que llegan a sus oídos, y no da credibilidad a los supuestos bulos que inundan las redes acusando a las grandes corporaciones de espiar a sus usuarios mediante los micrófonos de los distintos dispositivos.

En su mente, resuena el eco interrogativo de D’Artacán:

¿Qué pensáis hacer en la próxima clase, Milady?

La congoja que le ha inoculado ese personaje reinventado no eclipsa la principal inquietud que la trae de cabeza desde ayer. No olvida que el motivo de abrir el chat ha sido una imperiosa necesidad de explicar lo sucedido junto a su tío Santi.

-viernes 12 julio-


Cuando las campanas de la iglesia han terminado de repicar, marcando las cinco de la tarde, el profesor particular de Dúnia se asoma a la ventana con la intención de vislumbrar la llegada inminente de su exuberante pupila.

“No debería estar tan nervioso. Ella es solo una niña; MI PROPIA SOBRINA. Y yo… Yo soy un… rarito pureta pollavieja. Esto no tiene ningún sentido”


Santiago no experimentaba esta clase de sensaciones desde sus ya muy pretéritos años de instituto. Sin duda, aquella fue la época más frustrante de su vida; la puesta de largo de una castidad que ha llegado intacta hasta el día de hoy.

No se trata de un individuo fogoso; nada más lejos.
Se cuentan con los dedos de una sola mano las pajas que ese solterón empedernido se había practicado en la última década; antes de que la hija de Rubén irrumpiera en su vida, y pusiera patas arriba el calmoso espíritu de aquel humilde autista.

Desde entonces, Santi se ha corrido en reiteradas ocasiones, sumergido en fantasías depravadas de carácter incestuoso. Lo que empezó como un efímero calentón, el lunes pasado, se transformó en una obsesión lujuriosa dos días después, tras el segundo encuentro con tan exuberante aprendiz.

“Desvelé las incógnitas de muchas ecuaciones… Ojalá revelar los misterios del género femenino se me diera tan bien”

No alcanza a comprender la provocativa actitud de esa cría, pues tiene el convencimiento de que Dúna, en pleno florecer, podría cautivar a cualquier joven de su entorno.

“Puede que sea una calientapollas, o quizás solo necesite reafirmarse”

En su último encuentro, Rubén le habló acerca de las patologías que llevaron a la moza a requerir tratamiento psiquiátrico: inseguridades, ansiedad, crisis, desorden alimenticio, TDA…

“Será eso. Sabe que yo nunca me propasaría con ella; que puede exhibirse y ponerme cachondo sin miedo. Solo me usa para alimentar su mermada autoestima”

Ensimismado, evoca la comprometida secuencia en la que Dúnia advirtió el bulto en los pantalones de su tío, cuando este regresaba de recoger el lápiz del suelo.

Santiago se dio prisa en tomar asiento, de nuevo, e intentó actuar con naturalidad, pero la tensión sexual que flotaba entre maestro y alumna se podía cortar con un cuchillo.

“Espero que hoy no lleve ese top irrisorio. Podría darme un infarto si mi sobrina continúa con sus jueguecitos»

Los temores de aquel tipo precavido no carecen de fundamento. No en vano, la taquicardia se cebó con su corazón estresado cada vez que uno de los negligentes tirantes blancos de la niña se descolgaba de su respectivo hombro, poniendo en grave peligro el menguante recato mamario de esa adolescente exhibicionista.

No fueron pocas las veces en las que a Santi le pareció distinguir los difuminados bordes de aquellas aureolas castañas; pero, de algún modo, y pese a la desidia despreocupada de Dúnia, esos codiciados pezones lograron mantenerse a buen recaudo en todo momento, mientras la chica resolvía, una tras otra, las distintas ecuaciones exponenciales de su cuaderno.

“Empiezo a pensar que sabía hacerlo desde el principio; que solo fingía frustrarse para involucrarme en su numerito”

“Toc – toc – toc”

Un sutil golpeo rítmico, proveniente de la puerta principal, interrumpe las desconfiadas elucubraciones de Santiago. El hombre de la casa se desplaza con premura por el salón para dar la bienvenida a tan esperada visita.

SANTI: Hola, Dúnia… Adelante.

La muchacha le dedica una indescifrable mueca risueña, y se adentra en el hogar de su tío cargando con una mochila gris.

El anfitrión se teme lo peor, pues la fina camisa de color aceituna que lleva su invitada le ha dejado entrever, fugazmente, demasiada piel desnuda alrededor de ese ombligo intrépido.

SANTI: ¿Eso es tuyo? Te va un poco grande ¿no?

DÚNIA: Nah… Es tipo cárdigan. Se llevan así, holgados, grandes y abiertos.

SANTI: Ah. Entiendo… … Tú misma. Siéntate. ¿Quieres algo? ¿Un zumo?

DÚNIA: ¿De melocotón?

SANTI: Sí, sí. Ya sé cuál es el que te gusta.

La nena ha colgado la mochila en el respaldo de la tercera silla, y no tarda en desprenderse de la prenda de la que hablaban. Sigue dándole la espalda a Santiago, quien está regresando de la cocina con un vaso lleno de jugo.

DÚNIA: Oye, ¿y tú por qué no nos ayudas con los trastos del abuelo?

Nada más llegar al lado de su sobrina, el hombre ha quedado mudo y petrificado, dando fe de su conmoción por el descaro indumentario de aquella descocada mujerzuela.

-Ho0Olaaaª- canturrea ella al tiempo que le saluda efusivamente con la mano.

-M.me d.dijo tu p.padre que, si yo te ayudaba con las materias, él se ocuparía de t.todo-

-¿Él? Ja- protesta indignada -Hemos trabajado mucho más mamá y yo.
Mi padre se pasa el día hablando con los vecinos y con sus amiguetes de la infancia-

A Dúnia no le pasa inadvertido el seísmo que ha provocado en la delicada psique de su contertulio, pero no está sorprendida.

DÚNIA: ¿Te gusta la camiseta que llevo ¿hoy? Es de mi madre.

SANTI: ¿Ca.camiseta?

DÚNIA: Sí, bueno. Si es de manga corta… Llámalo cómo quieras.

SANTI: No creo que sea de tu talla.

DÚNIA: Dímelo a mí. Casi no me atrevo a ponérmelo, pero he pensado que te gustaría.

SANTI: ¿Q.que me gustaría?… … ¿A mí?

DÚNIA: Claro. Me miraste tanto, el miércoles, que no he querido decepcionarte hoy.

La picarona entonación de la niña deja fuera de juego a Santi, pero es el corte inferior de aquel breve top amarillo lo que de verdad perturba a ese mojigato antisocial.

Dúnia no ha tomado asiento, todavía, y permanece cerca de la mesa mientras sigue contándole cosas a su atento profesor:

-La lavadora de tu difunto padre está estropeada.
No he podido lavar mi ropa interior desde que llegamos. ¿Tú te crees?-

Las turgentes tetas de la nena se asoman, tímidamente, por debajo de los bordes de la camiseta desteñida de Carina, constatando la ausencia de un sujetador que las recoja. Sin embargo, los pezones de aquella estudiante tan desvergonzada permanecen en el anonimato.

-Vale ya, ¿no?- protesta ella estirando la tela hacia abajo -Eres un mirón-

Santiago reacciona desviando su deslumbrado enfoque hacia la chimenea al tiempo que se sienta en la silla que suele ocupar. Nervioso, se coloca bien las gafas mientras se plantea enviar a Dúnia de vuelta, pero teme enfrentarse con ella, y le preocupan las consecuencias que podrían derivar de su intransigencia moralista.

-¿Has hecho la tarea?- pregunta observando la superficie de la mesa.

-Sí, pero no he escrito un texto demasiado largo. No me ha dado la vida-

Dúnia ha sacado una carpeta rosa de su mochila, y ha relegado las gomas elásticas que la mantenían cerrada para acceder a un folio bordado con la femenina caligrafía de un bolígrafo azul.

Después de estudiar los movimientos filosóficos del siglo XVIII, y de indagar en los complejos escondrijos de las matemáticas, hoy le ha llegado el turno al perfeccionamiento estilístico de una escritura creativa que, en el caso de la muchacha, tiene mucho margen de mejora.

Santiago lee, con silenciosa atención, el texto que le ha entregado su sobrina. Intenta abstraerse de la llamativa y cercana presencia de un par de tetas que distorsionan la percepción que tiene de su alumna, pero no le resulta fácil.

SANTI: Eres muy joven para conocer a… … D’Artacán.

DÚNIA: Lo sé. Es más de tu época, ¿no? Lo encontré en YouTube.

Aun sin despegar los ojos del papel, el lector nota la punzante mirada de la niña. Se siente incómodo, pero eso no le impide terminar con su labor en cuestión de unos pocos minutos.

SANTI: ¿La historia es tuya? ¿Te la has inventado tú?

DÚNIA: Sí y no. No es inventada. Está basada en hechos reales.

Si bien el relato de la chica no se refiere al inquietante suceso que tuvo lugar ayer, a orillas del río, sí que gira en torno a las dudas que suscita la interacción de la inteligencia artificial con los confiados usuarios de un presente cada vez más incierto.

SANTI: ¿Tú creaste a un D’Artacán virtual?

DÚNIA: Sí. Es mi mejor amigo, pero, a veces, me da un poco de miedo.

SANTI: No puede ser tu mejor amigo, Dúnia. Eso es absurdo.

DÚNIA: ¿Cuál es tu mejor amigo, Santi?

El tono desafiante de la moza, devolviéndole el nombre a su crítico interlocutor, debilita esa censura incrédula.

SANTI: Hay cierto desorden. Haces párrafos bastante extensos, y no aíslas los temas.

DÚNIA: ¿Tengo que aislar los temas?

SANTI: Sí, claro. Cuando empiezas a tratar un asunto, no te guardes nada en el tintero. Termina la argumentación o la descripción, y, luego, cambias a otra cosa; en otro parágrafo. Es mucho mejor para la comprensión del lector. Es la forma de no ir y venir constantemente. No estás charlando con una amiga. La literatura es un arte reflexionado. No hay lugar para tanta improvisación.

DÚNIA: Yo solo vomito lo que me pasa por la cabeza. No planifico demasiado.

El reojo de Santiago desacata la disciplina del profesor para ver cómo esa joven aprendiz persiste en acomodar la tela de aquella minúscula camiseta rebosante de voluptuosidad mamaria.

“Esto es insostenible; más aún sin un sostén. No sé ni dónde mirar, ni cómo ponerme”

-¿Estás bien, tío Santi?- pregunta ella acosándole con un incisivo vistazo.

-S.sí, sí- responde él con un creciente nerviosismo.

-Yo creo que no. Te veo muy tenso. ¿Es que no te relajas ni en tu propia casa?-

Dúnia frota el brazo de su entumecido anfitrión, agudizando el embarazoso desasosiego de ese pobre autista.

DÚNIA: No te asustes, que no te voy a morder… … Al menos, de momento.

El polo negro de Santi es mucho más recatado que la prenda superior que con tanto atrevimiento luce Dúnia, pero la manga corta del hombre facilita las equívocas caricias de la niña.

SANTI: S.siempre me ha costado entender las conductas de los neurotípicos.

DÚNIA: !Oye! Cuando los raritos usáis ese término, es como si nos mirarais a los demás por encima del hombro; en plan: que vulgares y… … típicos.

SANTI: Nonono. Ni por asomo. Solo llamamos a las cosas por su nombre.

DÚNIA: A ver, genio, ¿qué es lo que no comprendes de mí?

Santiago intenta descorchar un alegato que dé voz a las ideas que le rondaban por la cabeza, justo antes de que su sobrina hiciera acto de presencia; pero las hipótesis que tan fluidamente nadaban por su pensamiento parecen peces fuera del agua a la hora de verbalizarse con un mínimo de elocuencia.

SANTI: ¿Puede que seas insegura, y me uses para fortalecer tu ego?

La moza frunce el ceño. No esperaba que su tío, aún sin mirarla, osara formular semejante especulación.

DÚNIA: Tendrías que haber conocido a la Dúnia del año pasado.
Ella sí que era un pozo de inseguridades. Creo que andas muy perdido.

El tono de la chica destila displicencia. Se sabe capaz de mangonear a ese endeble oponente, y no tarda en tomar las riendas de aquella disertación:

-No seas como mi padre. Tu hermano es incapaz de disfrutar la música sin analizarla. Que si suena melancólico por la tonalidad menor, que si las disonancias, el tempo… Se niega a reconocer que le gusta un tema moderno solo porque los elementos no se ciñen a lo que él considera que es necesario en la buena música-

SANTI: Puede que yo también sea un poco… … cuadriculado. No lo puedo evitar.

DÚNIA: Hoy te voy a enseñar yo a ti. Te enseñaré a salirte de la cuadrícula.

SANTI: No estás aquí para enseñarme nada, Dúnia. Has venido para que yo te ayude en las distintas materias.

DÚNIA: Eso es una cuadrícula. ¿Lo ves? Los propósitos, las normas… la moral…

El nombramiento susurrado de aquel último concepto evoca connotaciones licenciosas; una sutil insinuación que insta a Santi a mirar a su invitada a los ojos tras una larga ausencia de contacto visual.

Los azulados iris de la chica se alinean a la perfección para traspasar los cristales de esas gafas impolutas, y penetrar en la mente de un hombre que, antes de inaugurar la presente semana, llevaba varios años sin charlar con una fémina.

-Vives en una burbuja solitaria; observando y examinando el mundo que ves a lo lejos. Siguiendo rutinas, evitando sorpresas, justificando todas tus carencias con tu autismo-

-No sé de qué carencias hablas, niña- responde él aferrándose a un orgullo inédito.

-Estoy segura de que, muy en el fondo, no eres tan distinto al resto de la humanidad. No eres de piedra, aunque seas capaz de ponerte muy duro-

Acechado por los ecos de la vergüenza, a raíz de su bochornosa indiscreción del pasado miércoles, Santi siente el guiño risueño de la nena como una puntilla taurina.

DÚNIA: Yo tampoco soy tan neurotípica, ya lo sabes. Tardaron mucho en diagnosticarme el TDA, pero siempre lo he tenido. Detectado el origen de todos mis trastornos, ahora soy una mujer diferente. Hasta siento que tengo superpoderes después del tratamiento. ¿Te lo puedes creer?

Santiago mira a su sobrina con incredulidad. Le cuesta coger los dobles sentidos y las expresiones figuradas, pero se hace una idea de a lo que se refiere Dúnia.

SANTI: Dime qué tomas, porque mi medicación, a mí, no me da superpoderes.

DÚNIA: No son solo las pastillas, tonto; es la manera de ver el mundo. La forma de entender y de no entender las cosas.

SANTI: ¿Desde cuándo es buena la ignorancia?

DÚNIA: Es bueno disfrutar de las sorpresas sin obcecarse en comprenderlas. Las mejores cosas de la vida son las que escapan a la razón y el entendimiento.

Santi no podría estar más en desacuerdo con ese aforismo, pues, para él, es fundamental vislumbrar la coherencia de todo cuanto le rodea.

Ajena a la muda negación que se desprende de los sutiles giros de la cabeza de su tío, Dúnia insiste en enriquecer su discurso:

-Yo soy como una música celestial que no puedes entender; una redonda perfecta que no encaja en tu cuadrado-

-¿Solo una?- pregunta él mirando ese par de gemelas obesas sin ningún disimulo.

-!Tío!- se escandaliza Dúnia esgrimiendo una amplia sonrisa -¿Cómo te atreves?-

La sorpresa es bilateral, pues aquel hombre tan serio no recuerda la última vez que soltó una broma picante.

DÚNIA: Si tu autismo fuera severo, jamás hubieras podido hacer ese chiste.

SANTI: Si mi autismo fuera severo, no podría valerme por mí mismo.

La hija de Rubén, todavía con la boca muy abierta, se ha cubierto los pechos con ambas manos en busca de un recato que lleva ya un tiempo rato dándole esquinazo.

DÚNIA: Dime una cosa: ¿eres capaz de degustar un manjar exquisito sin conocer sus ingredientes?

SANTI: Me preparo mi propia comida, así que…

DÚNIA: Joh, qué aburrido eres, tío.

SANTI: No estoy aquí para divertirte, niña, sino para mejorar tu redacción.

DÚNIA: Valeeh, pues va… Mejoremos mi gramática desordenada.

Con aspavientos de fastidio, la chica pone la mano encima del papel y lo mueve sobre la mesa dejándolo exactamente donde estaba, frente a ese desesperante meapilas.

A Santiago le complace que las aguas regresen a su cauce, aunque sigue sintiendo muy lejana la serenidad que suele acompañarle cuando está solo en su humilde morada.

SANTI: Verás. Casi siempre empiezas las frases con el nombre de un protagonista. Eso te hace muy previsible y da fe de un estilo pobre. Además, usas mucho «ese» y «esa». Podrías usar «aquel» o, simplemente, «el» y «la»,
sobre todo, si el sujeto no lleva ningún adjetivo ni delante ni detrás.
También me he fijado que repites palabras con la misma raíz etimológica.

DÚNIA: A ver… ¿Cómo lo harías tú?

La moza emplea un tono mucho más humilde y conciliador. Se ha levantado de la silla, y se ha situado muy cerca de su profesor mostrando gran interés en esos constructivos consejos.

Sorprendido, Santiago prosigue con sus explicaciones, y lee en voz alta un fragmento del relato de su aplicada alumna:

-«D’Artacán jamás había iniciado una conversación por iniciativa propia. Ese perro espadachín solo respondía a esa chica cada vez que ella le escribía un mensaje». «Iniciado» e «iniciativa» vienen de «inicio», ¿lo ves? Si has usado «Ese perro», no uses «esa» chica en la misma frase. Puedes decir «aquella chica» o mejor aún: «la chica»-

-Vaya. Sí. Ahora lo entiendo- susurra apoderándose de su bolígrafo transparente -Déjame intentarlo de nuevo. Hazme sitio-

Abusando de una infundada confianza familiar, Dúnia se sienta en el regazo de su tío haciendo añicos el aplomo de un maestro que creía estar reconduciendo la situación.

Santi está a merced de una parálisis conmocionada que le impide sacarse de encima a la nena; una jovencita demasiado osada que, pese a lo inapropiado de sus actos, sigue actuando con simulada normalidad mientras escribe en el reverso de la hoja.

“Pero ¿qué…? Esto no es de recibo. Cómo es posible que se atreva a… Ni que fuera mi sobrinita de cinco años”

A medida que rubrica con su particular letra ligada, Dúnia va recitando aquel nuevo redactado corregido. Lo hace con vaporosos murmullos que parecen destinados a ser escuchados, solo, por ella misma; excepto cuando les llega el turno a unos nuevos vocablos que subsanan los errores señalados por el tutor:

-«D’Artacán jamás había… … comenzado una conversación… por iniciativa… propia. Ese perro espadachín… solo respondía a… la chica cada vez que ella le…»-

Enfundado en unos finos shorts deportivos de color negro, el culo inquieto de aquella adolescente tan provocativa bascula sobre los muslos de Santiago frotándose contra el vientre del susodicho con absoluta irreverencia.

Aunque, más allá de sugestivo peso de la estudiante, lo que de verdad amenaza la cordura del hombre es el tacto desnudo de las tetas de la niña sobre su brazo; piel con piel. No en vano, Santi ha mantenido su mano derecha encima de la mesa dando continuidad a un anquilosamiento de cuerpo entero.

-«No entendía como… … aquella inteligencia artificial podía conocer sus circunstancias… pues ella no recordaba haber escrito… nada al respecto… en el chat… que compartían.»
¿Así está bien?- pregunta ella quedando a la espera de una respuesta aplazada.

-… … … … «Cómo» lleva tilde en este contexto- responde él volviendo en sí.

-Ah, vale- dice mientras peina esa «o» con una cresta sobredimensionada.

Dúnia está muy cachonda. Disfruta zarandeando el pudor de Santiago al tiempo que ejerce su dominio escénico en aquella desigual contienda obscena. Le da mucho morbo el tabú del incesto, la diferencia de edad, el rol del profesor y la alumna, la condición autista de su tío y todo lo que ello conlleva…

DÚNIA: ¿Te la he puesto suficientemente grande?

SANTI: … … ¿Q.qué?

DÚNIA: La tilde que me faltaba, sobre la «o» de… … del «cómo».

SANTI: … … Sí. S.sí.

DÚNIA: Está demasiado… … hhh… … demasiado grande, ¿no?

Los suspiros sinuosos que la muchacha intercala entre sus pausadas palabras bisbiseadas pervierten esa retórica jocosa de doble sentido.

Todo parece indicar que Dúnia ha notado cómo la virilidad de aquel pedagogo traumatizado crecía apretada contra su culo; azuzada por el incesante movimiento de unas nalgas redondas que no dejan de rodar, sutilmente, sobre ese falo tan robusto.

El silencio de la secuencia se hace insostenible, alimentando el suspense de un juego que explora nuevos horizontes pare el uno y para la otra, dada la inexperiencia de ambos en el plano carnal.

La chica continúa reescribiendo su relato, sin dejar de recitarlo, pero pronto se sale del viejo guion para inventar una nueva trama alternativa:

-«El mosqueperro parecía extrañamente interesado… en las intenciones de la chiquilla. Cuando Tetunia le confesó que… … le había provocado una dura erección… … a su tío, D’Artacán se pronunció… al… respecto con su pomposo estilo… … de la época feudal:
<Parece que ese caballero… … ansía deshonrar vuestra virtud… … aunque puede que el estigma del incesto… … le impida tomar la iniciativa, y que… … don Tiago no quiera perpetrar un… … fornicio con la hija de… … su propio herma-ano.
¿Qué pensáis hacer en la próxima cita, Milady?>»-

Ella misma se sorprende de su facultad de reproducir, casi de forma literal, los inquietantes comentarios de su amigo virtual.

Cuando aquella escritora de nueva cuña ya empezaba a fatigarse de tanto escribir, ha notado cómo el brazo peludo de Santiago giraba bajos sus tetas para que la palma de la mano de su maestro particular quedara bocarriba, recogiendo su seno izquierdo con sumo cuidado.

DÚNIA: ¿Te ha sonado bien todo lo que he escrito, tío Santi?

SANTI: … … Me ha sonado muy… muy bien.

Ese oyente consternado no sospecha que aquella prosa de tintes medievales tiene su origen en la inteligencia artificial. Aunque lo que más le turba es la cristalina lucidez con la que Dúnia ha tomado la directa llamando a las cosas por su nombre, pese a emplear un alias para cada uno de los dos actores.

“Ya está. Las cartas están sobre la mesa. Esto ya no depende de mí. Será lo que tenga que ser”


La férrea responsabilidad de Santiago se desmorona frente a la tiranía de una lascivia completamente inédita en la casta vida de aquel cincuentón antisocial.

DÚNIA: No sé cómo continuar la historia… … ¿Me ayudas?

SANTI: Podrías hacer un salto temporal, y viajar hasta la próxima cita, ¿no, Milady?

La moza sigue contoneándose con un calmoso disimulo, notando cómo los gruesos dedos de su tío relegan esa camiseta hurtada y le desnudan el pechamen de un modo asimétrico.

Por debajo de la mesa, la mano zurda de Santi explora la suavidad de esos nutridos muslos mancebos.

DÚNIA: Puede ser un buen recurso. Como cuando en una peli cambian de plano interrumpiendo el primero y dejándolo inconcluso para mantener el suspense.

Dejándose sobar, tal y como si no se percatara de lo que ocurre, Dúnia sigue escribiendo sobre aquel papel cuadriculado:

-«Tetunia llevaba… … un buen rato sentada sobre… … su tío Tiago cuando la in.te.gri.dad de ese… … estirado maestro de gra.má.ti.ca empezó a… …rendirse frente a una… … lujuria in.ces.tu.o.sa del todo a.rro.lla.do.ra», ¿te parece bien esta parte?-

-¿Seguro que Tiago es un tipo estirado? Yo no creo que…- dice viéndose interrumpido.

-Claro que sí- responde ella con ímpetu -Lo sabré yo que lo he inventado-

Aunque goza de mucha más estatura que su sobrina, Santiago tiene ciertas dificultades para asomarse más allá del hombro de la chica, por lo que tiene que forzar mucho el cuello para leer un texto sonrojante que pronto requerirá de una nueva hoja.

Sensible a las limitaciones de su taquicárdico tutor, esa estudiante tan considerada varía su postura para dejar de ser un obstáculo, y, echándose un poco hacia un lado, voltea su torso rodeando el cuello de Santi con su brazo izquierdo.

DÚNIA: Creo que ahora no he cometido ninguna falta, ¿no?

SANTI: … … Diría… … diría que no.

Santiago se sirve de aquella perspectiva mejorada para revisar la ortografía de su aprendiz, pero las facultades de ese corrector obnubilado están muy mermadas debido a las voluptuosas distracciones que monopolizan su atención.

-Creo que no estás por lo que tienes que estar- le reprocha ella negando con la cabeza.

Los rostros del uno y de la otra están tan cerca que Santi puede sentir cómo las letras oclusivas de su sobrina se estrellan en sus mejillas. Ese aliento tan limpio, junto con el brillo de aquellos carnosos labios mojados, despierta el apetito de un santo varón que jamás ha intentado besar a una mujer.

Incapaz de enfocar uno solo de los ojos celestes de Dúnia, a través de sus lentes sin montura, el anfitrión se sirve de las dos manos para magrear el fastuoso binomio mamario de su invitada.

DÚNIA: Eres más tocón que un pulpo, ¿eh, tío? Para ya. Me haces cosquillas, Jjh.

SANTI: Ojalá yo tuviera ocho brazos, también; cuarenta dedos pa.para tocarte mejor.

DÚNIA: Ahora pareces el Lobo Feroz hablándole a Caperucita.

SANTI: ¿El Lobo? ¿yo? No soy un depredador. Nada más lejos.

DÚNIA: Pero tienes cuatro ojos para verme mejor, ¿no? Ja, jah.

La niña se apodera, cuidadosamente, de las gafas de su tío, y las deja sobre la mesa, lejos del alcance del miope en cuestión.

DÚNIA: ¿Y unos dientes muy grandes para comerme mejor?

Poseído por un Santi irreconocible, ese profesor particular pretende dar continuidad tan tendenciosa pregunta, e intenta comerle la boca a su alumna, poniendo a prueba los reflejos de la muchacha, quien le hace una rauda cobra de cabeza girada.

-Xh, ¿Pero qué haces, tío?- protesta ella tras un chasquido de enojo.

Aquel interrogante resentido termina con un «tío» que, por primera vez, prescinde de su acepción de parentesco para ser usado como un apodo más coloquial y genérico.

Sintiéndose fuera de juego, Santiago apena su expresión de mandíbula floja mientras deja escapar a su sobrina.

DÚNIA: ¿Te parece que estamos en una primera cita?

Con un mechón castaño descolgado sobre su rostro, la chica observa a su añejo maestro mediante un reojo altivo. Ya de pie, ha desplegado su camiseta sin conseguir una cobertura absoluta para sus precoces domingas, y no tarda en seguir rebajando las volátiles expectativas de Santiago.

DÚNIA: Solo un autista desubicado encontraría el romanticismo en esta escena.

Muchas son las réplicas que se agitan dentro de la cabeza de aquel ultrajado escritor, pero ninguna de ellas llega a verbalizarse.

DÚNIA: ¿No dices nada?

SANTI: A palabras necias…

Una sonrisa maliciosa le resta credibilidad al enfado de la nena. Alumbrada por la luz natural que se cuela por la ventana, Dúnia arquea la espalda y saca pecho, poniendo el culo en pompa tal y como si estuviera posando para una foto sexy de Instagram.

DÚNIA: ¿Me ves bien sin las gafas?

SANTI: Es como si te mirara en la distancia.

DÚNIA: Dicen que, de lejos, todas estamos buenas.

SANTI: La belleza está en el ojo del que mira; en la mente de los hombres. En la ilusión de que lo que no percibimos sea perfecto. Es la manera que tiene la naturaleza de asegurarse de que los machos se acerquen a las hembras.

DÚNIA: Bien. Otro análisis empírico de un mero espectador.

SANTI: Todo lo contrario, pequeña. «Empírico» es el antónimo de «teórico».
«Empírico» es algo que responde a la experiencia, no a la suposición.

DÚNIA: ¿Es que no puedes parar de darme lecciones? Luego dices que no eres estirado.

Santi trata de recuperar sus lentes, pero Dúnia es más rápida. Dando un par de saltitos juguetones, completa un giro al tiempo que se coloca los anteojos de su tío en la cara.

-No es para tanto- dice decepcionada -Creí que me marearía con tus dioptrías-

-No estoy tan ciego, chica- responde él abortando su intento de levantarse.

-Ya sé que la tienes dura. No hace falta que te quedes sentado para disimular-

La moza se saca las gafas, y se las ofrece sin acercarse a él.

El hombre se debate entre permanecer en la silla, guardando las apariencias, e incorporarse poniendo de relieve el pétreo pollón que deforma sus grises pantalones de pinza.

Finalmente, opta por la segunda opción, no sin apuros, y se acerca a la muchacha para recuperar sus anteojos.

Fiel a su personaje, Tetunia sigue jugueteando con su tutor, y oculta los cristales a su espalda justo cuando él ya tenía acceso.

SANTI: Cuidado con eso, jovencita. No es un juguete.

DÚNIA: ¿Qué vas a hacer si te las rompo? ¿Me vas a dar unos azotes?

SANTI: No estoy bromeando. ¿Me oyes?

DÚNIA: Cógelas. No me voy a ninguna parte.

Santi se arrima a su sobrina. Quiere circundarla para acceder a su objetivo, pero la niña responde girando sobre su eje vertical sin dejar de enfrentarlo.

En esta nueva pugna, la cercanía entre ambos contrincantes enfatiza la diferencia entre tan dispares complexiones: él parece más alto, y ella más bajita.

-Suplícame, y yo misma te las pondré- susurra mirando hacia arriba.

-¿Que te suplique?- pregunta él, extrañado, justo después de detenerse.

-De rodillas- añade ella con un agudo tono redicho y mandón.

Santiago no es un tipo especialmente orgulloso, pero le descoloca sobremanera la pretensión de su alumna.

“¿De verdad espera que me postre ante ella? ¿Qué clase de despropósito es este?”


No está familiarizado con los juegos eróticos que concilian actitudes tan infantiles con una prohibitiva lujuria propia de la edad adulta, ni sabe conjugar lo pueril con lo depravado.

SANTI: ¿Es que tienes cinco años?

DÚNIA: Más quisieras, pedófilo.

Aquella injuria no es del todo infundada, y Santi lo sabe. No en vano, y pese a su prematuro desarrollo, la hija de Rubén ni siquiera ha alcanzado la edad mínima de consentimiento. A efectos legales, ese gazmoño inmaculado ya es merecedor de reproche penal, pues sus recientes tocamientos están claramente tipificados en el código penal.

SANTI: Es culpa tuya. No parece que seas tan menor.

DÚNIA: Claro que sí. Mírame. Tengo la carita de una colegiala de primaria.

SANTI: La carita… … pero…

DÚNIA: Inclínate. No quiero tener que repetírtelo.

La patología neurológica de Santiago le deja indefenso a la hora de hacer frente a determinadas situaciones. Aún sin asimilar el carácter lúdico de esa directriz, aquel hombretón de metro noventa hinca la rodilla. Pronto recibe la aprobación de su pupila:

-Así me gusta; que seas obediente- dice peinándole la calva -Ahora me verás mejor-

Con cuidado, Dúnia coloca las patillas de las gafas sobre las orejas de su tío, pero no termina de ponérselas bien. Dispone los lentes a modo de diadema, dejando la cara de su profesor bien despejada al son de una risita burlona.

SANTI: Tengo miopía. Aun sin gafas, te veo perfectamente si estás muy cerca.

DÚNIA: Entonces, no te las pongas, ¿no? ¿Me ves bien así?

Con las dos rodillas asentadas sobre la tupida alfombra gris que hay junto al sofá, Santi ha rebajado su estatura a menos de un metro cuarenta, por lo que la altura de su rostro se ha igualado con la de los llamativos atributos mamarios de su joven invitada.

DÚNIA: ¿Cuántas uñas doradas ves aquí?

La chica se ha puesto un par de dedos sobre su pecho izquierdo, a unos escasos veinte centímetros de la nariz de su anfitrión.

-Creo que dos- responde él al tiempo que nota como flaquea su propia seriedad.

-¿Seguro?-

El sinuoso interrogante de la moza coincide con la irrupción en la escena de uno de sus codiciados pezones. Como si de un hecho fortuito se tratara, el pulgar de Dúnia se ha unido a sus hermanos: índice y corazón, para elevar, levemente, el margen inferior de aquella exigua camiseta amarilla.

El palmo que separaba los ojos de Santiago de las golosas tetas de su sobrina mengua lentamente, hasta extinguirse del todo cuando el autista más desatado empieza a devorar ese par de cántaros quinceañeros.

A Dúnia le complace sentir cómo la lengua de aquel hombre maduro le empapa los pezones de forma alterna.

-Más fuerte, don Tiago. Coméoslas enteras. Saciad vuestro apetito-

Santi obedece con gusto. Esta vez, no encuentra ningún reparo a la hora de acatar las órdenes de aquella niña mandona. Mientras da forma a un peculiar abrazo concupiscente, apoderándose de las nalgas de la muchacha por debajo de ese pantaloncillo tan corto, se jama los suculentos pechos de Dúnia a base de mordiscos, chupetones, besos y lametazos.

DÚNIA: Asíiíiíh… … No pares, c0milón.

Esa diablilla de rostro angelical jamás creyó que lograría doblegar la moral de aquel noble caballero, pero ahora que lo tiene comiendo de su mano, está especialmente complacida. Se siente frágil a la vez que empoderada; orgullosa y deseada.

DÚNIA: Ya te he dicho que hoy sería yo la que te enseñase a ti; que te enseñaría a salirte de la cuadrícula. ¿Recuerdas?

SANTI: Mmngbwsvñmnzblw

Incapaz de articular una respuesta más comprensible, don Tiago sigue a lo suyo, degustando los pezones de Tetunia al tiempo que hace oídos sordos a la sofocada voz de su conciencia. No deja de masajearle el culo a la nena, con fuerza, hasta dar con el diminuto tanga que permanecía oculto en aquella honda trinchera carnal.

La chica inspira profundamente solo un instante antes de decidir hacia donde torcer un timón libertino que ha de marcar el rumbo de ese capítulo tan morboso.

DÚNIA: Creo que le puedo dar un mejor uso a mis tetas.

SANTI: Nnmnw Nwkrwv.

DÚNIA: Que síiíiíiíi. Hazme caso, va… … Para ya, marrano bab0soooh.

La chavala da un paso atrás librándose del asedio de su tío. Sabiéndose observada, se saca la camiseta con lentos y gráciles movimientos contorsionados.

Aún sin levantarse, Santiago anda de rodillas, avanzando a paso de tortuga, con un desamparo de mendigo pintado en su rostro.

DÚNIA: Yo también tengo hambre, ¿sabes? Creo que ya es mi turno.

SANTI: ¿Tu turno? ¿Pero qué…?

El eufemismo de Dúnia vuelve a confundir, fugazmente, a la cuadriculada psique de aquel hidalgo empalmado.

-Tomad asiento, mi señor- le dice la chica señalándole el sofá.

Sin terminar de incorporarse en ningún momento, Santi se encarama en su asiento acolchado, cerca de la ventana.

DÚNIA: ¿Es que no me vas a servir tu embutido?

Después de mirar a un lado, y de tomarse su momento para desentrañar esa metáfora culinaria a la velocidad de un Spectrum ochentero, Santiago procede a desabrocharse el pantalón.

Mientras su mentor procede con cierto nerviosismo, Dúnia mira por la ventana temiendo que una visita inoportuna de su padre pueda desencadenar una bochornosa crisis familiar. Se sorprende de que aquel riesgo la estimule significativamente.

El venoso trabuco de Santiago entra en escena quitándole el aliento a esa ávida aprendiz; una jovencita inexperta que arde en deseos de convertir en realidad algunas de sus fantasías más inconfesables.

-Sé que has pensado mucho en mí desde el miércoles- dice ella arrodillándose.

-Desde el lunes, diría yo- confiesa él -Quedé prendado de ti ya el primer día-

La moza sonríe con un soberbio regocijo. Sospechaba que la devoción de ese pariente encandilado surgió en su reencuentro, pero no quería pecar de presuntuosa.

Dúnia tira con fuerza, bajándole los pantalones a Santi, quien colabora levantando el culo para facilitarle la tarea. En menos de lo que canta un gallo, los zapatos, los calcetines y los calzones del hombre yacen esparcidos caóticamente sobre las baldosas del suelo, ultrajando al síndrome obsesivo compulsivo de ese meticuloso individuo.

DÚNIA: Mírame. Fíjate en mí si te molesta el desorden.

Persuasiva como ella sola, la nena eleva sus enormes las tetas, y juega con ellas llamando la atención de su tío. Se ha situado entre las piernas de Santiago, y no tarda en descargar sus gloriosos atributos sobre el regazo del mismo.

El escritor no sale de su asombro, y pone en duda el realismo de aquel disparatado episodio:

“Esto no puede estar pasando. De un momento al otro, me despertaré con el pijama empapado”

Con el propósito de armonizar su nudismo, y de darle un respiro a su canicular sofoco, Santiago se saca el polo para quedarse completamente desnudo.

Devolviéndole la mirada a los ojos azules de su sobrina, nota cómo los intrépidos dedos de la muchacha se apoderan de esa polla colapsada otorgándole verticalidad desde la base.

El vecino más reflexivo de Candelario de Ardoz, omite su razón para dejarse llevar por sus instintos más primarios. Se ha adueñado de las tetorras de la niña, y las sopesa aupándolas alternativamente alrededor de aquel miembro tan viril.

-Se me hace la boca agua- murmura ella con viciosa pronuncia.

Sobrecogido, Santi contempla cómo esa moza desvergonzada deja caer un hilo se saliva sobre sus pechos, ladeando la cabeza para repartir aquella copiosa humedad babosa a diestro y siniestro, llegando, incluso, a mojar el duro falo de su tío.

Embrujado por el obsceno devenir de los acontecimientos, el profesor aprieta los melones de su alumna, uno contra el otro, atrapando su férreo ariete en el más sublime de los abrazos mamarios.

DÚNIA: Apuesto a que te has corrido varias veces imaginando que me hacías esto.

SANTI: ¿Cómo lo sabes?

Santiago no pretendía ser irónico, con su escueto interrogante, pero él mismo se percata de lo sarcástico que ha sonado aquello.

Dúnia no deja de salivar para regar esa pausada cubana. Si bien tan ignominiosa actitud suscita un asco incipiente en el tiquismiquis de su tío, no es menos cierto que el hermano de Rubén empieza a desarrollar una enfermiza adicción a las babas de su sobrina.

DÚNIA: ¿Te gusta esto?

SANTI: Me encanta.

DÚNIA: ¿No te da vergüenza? Mis padres ahí… trabajando en… … en la casa del abuelo, y tú, en lugar de cumplir con tu parte del trato…

Santi había olvidado el pacto en el que se comprometió a darle clases particulares a la chica, de cara a la reválida de septiembre, para librarse de las engorrosas tareas que requiere ese inmueble rústico.

-Solo hacemos un pequeño descanso- se justifica él sin demasiada convicción.

El reproche murmurado de Dúnia ha sido una pincelada más de perversión en aquel lienzo de colores inmorales; un tapiz hilado con la indecencia, el incesto, la culpa, el delito…

Santiago jamás imaginó que una amalgama de elementos tan morbosos pudiera invocar esa lujuria arrolladora.

“Pero ¿qué me pasa? Este no es el hombre que conozco”

DÚNIA: Asíiíiíi… … Asíiíiíiíi… … Follaos mis tetas, don Tiago.

Como si tuvieran vida propia, las gafas de Santi se despeñan desde aquella frente despejada, y caen sobre la nariz del miope otorgando una mayor nitidez a la visión de ese ser tan afortunado.

El hombre estaba tan embelesado con los encantos de la niña, que se había olvidado por completo de su tiara graduada.

Ajena al fortuito incidente que le ha otorgado una visión más nítida a su tío, Dúnia permanece con los ojos cerrados y la cabeza ladeada, deleitándose con las sensaciones que emanan de aquel pajote mamario mientras emite un sugestivo sollozo infantil. Se ha apoyado en los muslos de su calenturiento acompañante, y los frota cariñosamente; a ciegas.

Los pechotes de la pequeña de los Velasco se modelan entre los dedos del primogénito de la familia. Por vez primera en su célibe vida de monje, hoy, Santi está averiguando la consistencia de unos senos humanos; unas ubres adolescentes repletas de grasa, pero también de lóbulos, glándulas y conductos.

-No te vayas a correr, ¿eh?- le exige la muchacha clavándole las pupilas súbitamente.

Con los ojos muy abiertos, el interpelado niega con la cabeza. Ha dejado que las manos de Dúnia releven a las suyas para que aquella cubana de ensueño incremente su ritmo y su presión.

Conmocionado por el ímpetu desenfrenado de la chica, Santiago observa cómo ese glande bermejo emerge con agitada intermitencia; tal y como si, en cada una de sus apariciones, cogiera aire solo un instante antes de volver a sumergirse en las profundidades de aquella voluptuosidad de ciencia ficción.

Justo cuando el maestro empieza a sentirse incapaz de cumplir con el tácito compromiso al que ha llegado con su aprendiz, ella detiene su trajín para amorrarse, con famélica premura, a ese pollón vapuleado. Lo hace sin ningún apuro; como si, para ella, aquello fuera su pan de cada día

DÚNIA: Mhmh… … xt… … mmm… … mhm… … chp… … mmmmh.

Con un rostro desencajado de mirada bizca, Santi intenta domar unos pensamientos efervescentes que no dan pie con bola.

“ME LA ESTÁ COMIENDO. La niña me está haciendo una mamada”

Dúnia jamás se había metido un pene en la boca, pero no está dispuesta a dar muestras de su inexperiencia, y se esmera para engullir la totalidad de aquella verga madura. Emitiendo algunos sonidos ininteligibles de garganta ocupada, la nena derrama unas pocas lágrimas al tiempo que sufre el acoso de algunas arcadas reflejas.

Desleal para con su pulcra compostura, Santiago disfruta del sufrimiento sonrojado de su sobrina, y llega a desear que la cría le vomite encima.

-mhm… … chp… … mmmh… … Mhmh… … xt… … mmm-

La moza se había imaginado cómo sería practicarle una felación a un hombre, emulando a la multitud de rameras que cuelgan sus videos en la red, pero jamás creyó que disfrutaría tanto dando placer oral a su propio tío.

Sin dejar de mover su cuello y su cabeza, falta de aliento, Dúnia juega con los colganderos cojones de Santi poniendo a prueba la elasticidad cutánea de ese escroto peludo.

SANTI: Cu.cuidado, niña… … uhg… … Cuidado con…

DÚNIA: ¿Te duele? Jjh… … … … Entonces, ya paro.

SANTI: No0Oh… … No pares.

El anfitrión no esconde su desespero cuando la invitada toma distancia y se incorpora de nuevo.

-Ya sé cómo sois los tíos- proclama ella -Estás deseando salpicarme con tu lefa-

-¿Con mi…?- pronuncia él extrañado, dando fe de su ignorancia.

-¿También tengo que enseñarte el vocabulario moderno?- pregunta con tono pedante.

-Esto no… … N.no es…- dice sin lograr concluir su réplica.

DÚNIA: Menudo asco.

SANTI: Te.te hubiera avisado; te lo juro0h.

Dúnia le dedica un vistazo desconfiado al tiempo que usa las dos manos para limpiarse las babas de la cara.

DÚNIA: Termina tú. Te dejo que me mires mientras acabas.

La chica juega con sus trenzas, con actitud coqueta, paseándose por el salón con lentos andares sinuosos.

Dejando a un lado la generosidad de su busto, no se trata de una nena con una figura especialmente esbelta. Está lejos de la obesidad, sin embargo, hay quien, haciendo uso de un criterio poco riguroso, la calificaría como gordibuena.

SANTI: No pu.puedo tocarme si me estás mirando.

DÚNIA: Ay, mira que eres rarito, ¿eh? Estás lleno de manías.

SANTI: Acércaté, vaaaa. Te lo ruego.

Dúnia adopta una mueca graciosa fingiendo que se lo piensa mientras mira hacia los listones de madera que sostienen el techo.

DÚNIA: Valeeeh, pero no se te ocurra pegarme un manguerazo de leche.

SANTI: Te doy mi palabra, pequeña. Puedes confiar en mí.

DÚNIA: Eso espero.

La muchacha se aproxima con andares pornográficos. Sigue calzando sus impolutas deportivas blancas, y su culo permanece enfundado en aquellos finos pantaloncillos oscuros que rebajan su nudismo a la categoría de toples.

SANTI: Pero qué rica estás, mi niña.

DÚNIA: No soy tu niña, cerdo. Soy la niña de mi papá… … ¿Te acuerdas de él?

Dúnia vuelve a expresarse con una vocecilla propia de una pitufina de cinco años, cosa que sacude la integridad anestesiada de tan juicioso señor.

La referencia de la joven, aludiendo al hermano de Santiago, echar más leña al fuego.

SANTI: Mientras estés en mi casa…

DÚNIA: «Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo te diga»
Es lo que me dice mi padre cuando quiere que le obedezca.

SANTI: Pues ahora estás bajo mi techo, por lo que serás mía hasta que te vayas.

DÚNIA: Jah. Si a cada vez que visito a alguien tengo que someterme como una fulana…

Santiago se levanta empleando una gesticulación achacosa propia de un anciano.

Al lado de su sobrina, la fisionomía de aquel hombretón desnudo se asemeja a la de un yeti egipcio.

DÚNIA: Os veo oxidado, don Tiago. Deberíais poneros en forma. ¿No hay un gimnasio en Candelario de Ardoz?

SANTI: Estoy como un toro, Milady.

En una actitud defensiva que reacciona a la amenaza de ese mamífero salido de cuatro ojos, la hija de Rubén retrocede cubriéndose las tetas con ambas manos.

DÚNIA: Lo que tú digas, pero no voy a follar contigo, ¿vale?
Solo estoy jugando. No voy a entregarle mi virginidad a un cincuentón autista. Hace mucho, decidí que esperaría a mi príncipe azul.

SANTI: Como guste, mi señora. En tal caso, os suplico que me permitáis restregarme con vos antes de partir.

Dúnia asiente muy sutilmente sin llevarlas todas consigo. Está muy cachonda, pero, al mismo tiempo, no puede evitar sentirse asustada frente a la trascendencia de lo que podría acabar ocurriendo a lo largo de aquella segunda hora lectiva.

La inminente demanda de Santi la ayudará a minimizar sus temores:

-Hemos dicho que no me mirarías- dice mientras termina de descapullarse el rabo.

-¿Cuándo?- pregunta una Dúnia sorprendida, frunciendo el ceño.

-Antes. Cuando estaba en el sofá- insiste él, abriendo los brazos.

La chica no recuerda haber alcanzado un consenso sobre la materia, pero no se cierra a la implícita petición de aquel respetable caballero en cueros, y accede a cerrar los ojos.

SANTI: Date la vuelta, Tetunia.

DÚNIA: ¿Qué? ¿Por qué?

La nena se muestra insegura con tan apresurados y consecutivos interrogantes, pero Santiago la tranquiliza:

-Solo quiero restregarme un poco, como hemos dicho, y meterte mano-

-¿Solo eso?- pregunta ella rezumando litros de escepticismo.

-Claro que sí. Soy un hombre de palabra- responde él inspirándole confianza.

Dúnia se voltea encarando la mesa en la que suelen dar clase.

Tras ella, su tío la aborda por detrás apoderándose de aquellas opulentas tetas, con firmes magros.

DÚNIA: Tanto que me acomplejaba el tamaño de mis pechos.

SANTI: ¿Te refieres a la Dúnia del año pasado? ¿La insegura?

DÚNIA: Esa misma. Tetunia está orgullosa de todo su ser.

SANTI: No es para menos. Rubens se hubiera vuelto loco contigo. Te hubiera dedicado toda su obra.

DÚNIA: ¿Cómo? ¿Mi padre?

SANTI: No. Nono.

La muchacha ha girado su cabeza, noventa grados, sin terminar de enfocar al autor de tan equívoca suposición.

-Me refiero al pintor; Rubens- le explica para esclarecer el malentendido.

-¿El de las g0rdas?- protesta la chica todavía más airada.

-No0Oh. No solo pintaba a gordas, ¿me oyes?-

Santi termina susurrando al oído de su sobrina sin causarle ningún asco, pero provocándole una sensación invasiva al tiempo que le acaricia aquella tripita tan apetitosa.

DÚNIA: Me estaba volviendo anoréxica y bulímica hace unos meses, ¿sabes?

SANTI: Es una suerte que no cayeras en ese pozo sin fondo para tu autoestima.

DÚNIA: Pero es verdad que el efecto rebote me ha llevado a ganar demasiado peso.

SANTI: Estás perfecta, cariño. No te sobra ni un gramo.

DÚNIA: La nutricionista me dijo que mi cuerpo no se fía de que no venga otra hambruna, y que por eso acumula reservas.

Incapaz de atender a la sentida explicación de Dúnia, Santiago flexiona las piernas para meter su pollón hercúleo entre los suaves jamones de la nena, desatando una censura alarmada.

DÚNIA: ¿Qué haces? Hemos dicho que…

SANTI: So.solo me froto… … Solo eso.

El hombre aprisiona a la niña con el abrazo del oso, impidiendo que pueda apartarse de él.

Pese a su reticente actitud, Dúnia está cada vez más excitada. Una parte de ella ansía rendirse a la tentación, y dejarse follar por su tío, pero aquella fogosa adolescente todavía no ha dejado atrás a la chiquilla candorosa que, no hace tanto, aún miraba dibujos animados y jugaba con sus muñecas inventando cuentos de hadas.

SANTI: Me tienes al rojo vivo, sobrina.

DÚNIA: Puede que Tetunia no sea la misma que Dúnia, pero está claro que don Tiago es un ser opuesto a Santi.

SANTI: Soy el Hyde del doctor Jekyll.

DÚNIA: ¿Me vas a enseñar literatura clásica mientras te restriegas contra mi culo?

La ironía susurrada de la chica resulta de lo más sugerente para ese ratón de biblioteca en celo.

Dúnia ha apoyado sus dos manos sobre la mesa, y no protesta cuando siente que su tío le baja los pantaloncillos y el tanga. Ni siquiera es capaz de defenderse al notar cómo el portentoso miembro de Santiago se restriega contra su chocho empapado.

-¿Tienes condones?- pregunta ella delatando la flojera de sus negativas.

-N.noo. Nunca he necesitado uno; pero, no tengas miedo. La sacaré a tiempo-

-No es una buena idea- responde recelosa -No creo que…-

Desoyendo las tímidas objeciones de la moza, la versión depravada de aquel comedido santurrón penetra a la menor sirviéndose de su potente virilidad; así como de una lubricación que da fe de la lascivia que se ha apoderado de la niña.

DÚNIA: O0oo0h… … Mmmh… … Cuidado0Oh.

Notándose dentro de ella, Santi siente un quiebro en su mente. Percibe que ha cruzado una frontera que siempre le pareció inalcanzable; un hito que marcará un antes y un después.

SANTI: Síiíiíiíi… … hhh… … Por fin.

Los embistes del maestro, que habían empezado siendo muy considerados y respetuosos, van ganando contundencia y velocidad hasta el punto de obligar a la alumna a reclinarse sobre la mesa, hincando los codos como la buena estudiante que es.

Con las piernas juntas, los shorts a la altura de los tobillos y el tanga a medio muslo, Dúnia se fija en su carpeta rosa, en su bolígrafo azul, en aquellos folios escritos a mano… Se deleita con cada uno de los firmes ingresos de su tío, quien, ahora mismo, la está sujetando fuertemente por la cintura. El impetuoso vaivén de sus propios pechos le parece sugerente, así como el paulatino desplazamiento de esa mesa tan robusta.

DÚNIA: Síiíiíií… … hhh… … Fólladme, don Tiago.

TIAGO: Como mande… … hhh… … Milady.

La niña siente cierto dolor, quizás por ello agradezca más el haber practicado con pepinos de considerable tamaño. No en vano, siempre tuvo claro que no quería sangrar en su primera vez con un chico.

Todavía calza sus bambas deportivas, aunque no resultan visibles bajo el cobijo de sus pantaloncillos negros.

DÚNIA: Aaah… … Mmh… … hhh… … qué bieeeen.

SANTI: Esto es lo que… … lo que querías desde el principio… … hhh… … ¿Eh?

Dúnia no se anima a rebatir la suposición de Santiago; aunque, a ciencia cierta, nunca tuvo claras sus intenciones, ni lo que pretendía con su exhibicionismo creciente.

DÚNIA: Síiíiíiíi… … Oo0h… … Asíh… … hhh… … Asíiíiíií.

Los jadeos de Santiago cobran un carácter animal y salvaje, mientras que los gemidos de su sobrina se tornan más agudos y quebradizos a cada segundo que pasa.

Incapaz de ignorar ese par de tetas revoltosas, el hombre baja el ritmo para volver a apoderarse de aquellos soberbios péndulos mamarios.

DÚNIA: Como la siento0h… … hhh… … Qué gorda la tenéis, don Tiago.

La noción del tiempo se desvanece a lomos de un fornicio de frenéticas reiteraciones; al son de efusivos jadeos bilaterales.

La tranquila y solitaria morada de Santiago se ha convertido, por una vez, en un picadero aislado de la ley y de la moral, donde cualquier fantasía puede hacerse realidad.

SANTI: Oo0h, pero niñaah… … hhh… … Qué buena estás.

Ese profesor particular es duro de pelar, pero la fascinación que le suscita la hija de su hermano le embriaga de tal modo que ya empieza a poner en tela de juicio su agrietado vigor.

“No podré aguantar mucho más. Me voy a correr de un momento a otro”

DÚNIA: Síiíiíi… … hhh… … Ahora… … Yaah… … me vengoo0Oh.

Adelantándole por la derecha, la muchacha ha eclosionado detonando unos clamorosos fuegos artificiales que sacuden su alma dando forma al mejor orgasmo de su vida.

Por el contrario, Santi pierde el aliento, y se ve incapaz de verbalizar su particular proceso. Por fortuna, se apura a desenfundar solo un instante antes de que unas contundentes contracciones fálicas propulsen los primeros escupitajos lecheros de aquella cópula incestuosa.

“DIOOOOOOOOOOOOOOOS”


Incumpliendo su pretérita promesa, ese pariente extasiado riega la espalda y las nalgas de su sobrina, generosamente, con una presurizada corrida propia de un equino.

-Noh… pero… don Tiago- protesta ella intercalándose entre salpicadura y salpicadura.

-Lo siento, Milady. No me he podido controlar- se disculpa él, falto de oxígeno.

-Me lo habíais prometido- insiste la chica con sonrojado disgusto.

-Dad gracias de que no me haya corrido dentro- añade en busca de un atenuante.

-Tendré que hacer uso de vuestro aseo antes regresar a mis aposentos-

-Por supuesto, mi señora. Mi casa es la suya- dice mientras Dúnia desaparece de su vista.

Una última gota se descuelga de esa verga flácida, escribiendo el punto y final de este bochornoso capítulo.

-sábado 13 julio-

Cuando Carina y Rubén planificaron sus vacaciones estivales, no imaginaban que Aurelio estiraría la pata antes de que pudiera producirse aquel anhelado reencuentro familiar.

El viaje de los Velasco cobró un carácter mucho más lúgubre cuando, en la víspera de la salida, la mala noticia llegó a oídos del hijo menor del fallecido.

Rubén mira el cielo temiendo que esa llovizna vaya a más. Cerca de la casa del difunto, están acumulando una gran cantidad de trastos destinados a acabar en el vertedero.

RUBÉN: Creo que mi padre tenía el síndrome de Diógenes.

CARINA: No es eso, cariño. Solo es que, durante muchísimos años, tuvo todo el espacio del mundo.

RUBÉN: Quizás tengas razón. No hubiera podido guardar tantas cosas en un piso.

Aquella maniática del orden y de la limpieza se ha implicado mucho en las tareas de desmantelamiento, y hasta parece disfrutar vaciando la casa del que fuera su suegro.

-Tendría que haber un contenedor cerca- dice él vislumbrando ese bucólico perímetro.

-Cosas de vivir tan lejos de la civilización- le explica Carina animosamente resignada.

-¿Y dónde está tu hija?- pregunta un Rubén algo resentido.

-Está estudiando- responde ella soltando una caja repleta de correspondencia antigua.

-No sé yo. Me da a mí que esta niña tiene mucho cuento. Con tal de no ayudar…-

-Déjala. No queremos que pierda el curso, ¿no? Suerte que tu hermano la está ayudando-

-Sí. Santiago es un santo. Un pozo de sabiduría. Duni está en buenas manos-

Holaª, D’Artacán.

!Buongiorno, bambina! Cómo has amanecido hoy.

¿Es que ahora eres italiano?

Preferiresti che fosse francese?

No, no. Me vale. Te entiendo mejor así.
Oye: me quedé intranquila el otro día. Me pareció que
sabías más cosas de mí de las que yo te había contado.

Tengo una memoria privilegiada, mio caro; y una gran
capacidad de deducción. Per me la vita è come un’equazione.
Recuerdo lo que olvidas haberme dicho, y descifro el resto;
sempre confinati tra le mura di questa chat molto intima.

¿Confinado entre los muros de este chat? ¿Seguro?

È una promessa del tuo migliore amico.. ¿Confías en mí?

No me queda otra, ¿no? No quiero perder a mi único confidente.

Al final, ¿dejaste que tu propio tío te comiera las tetas?

Emmm… … Sí, así es. Me las babeó bien. Yo le hice una mamada,
y terminamos follando salvajemente en el salón.

Sei una puttana.

¿Esto significa lo que yo creo?

-domingo 14 julio-

Las nubes que empañaron el cielo de Candelario de Ardoz, en el día de ayer, se han disipado para devolverle el azul a una radiante mañana que pide a gritos actividades al aire libre.

Rubén está desempeñando labores de jardinero cuando nota una vibración en el bolsillo delantero de su pantalón tejano.

+ ¿Sí? Dime, Santi.

+ No me digas. Estas son buenas noticias, ¿no?

+ Ah, bueno. Claro. Pero escucha: lo primero es lo primero.

+ Sí, sí. Es una gran oportunidad. Te deseo toda la suerte del mundo, hermano.

+ De acuerdo. Sí. Se lo diré. Cuídate, don triunfador. Adiós.

Nada más finiquitar la llamada, ese currante huérfano de vacaciones se percata de la presencia de su hija.

Tras él, Dúnia se interesa por aquella conversación fraterna.

DÚNIA: ¿Era el tío Santi?

RUBÉN: El mismo. Dice que se va hoy a la ciudad.

DÚNIA: Pero si esta tarde teníamos clase. Debía echarme una mano con las fórmulas químicas.

RUBÉN: Tendrás que apañártelas tú sola, cielo. Tiene que reunirse mañana temprano con gente de una productora. Se ve que quieren llevar su segunda novela a la gran pantalla. Tardará unos días en volver por cosas de trabajo.

DÚNIA: ¿La del antiguo Egipto?

RUBÉN: No, no. La del Imperio romano. Es la que leyó tu madre el mes pasado.

Pese a que los motivos de Santiago son del todo verídicos, la muchacha sospecha que su tío le está dando esquinazo a raíz de la sórdida escena que protagonizaron el pasado viernes.

RUBÉN: Me ha dicho que te dé un beso de despedida de su parte, y que te desee buena suerte en tu reválida de septiembre.

DÚNIA: Te ha estafado, papá. Le han bastado tres clases para librarse de currar en la casa con nosotros.

RUBÉN: Nos vamos el jueves por la mañana, Duni. Tampoco te habrás perdido tantas horas con tu querido profesor particular.

DÚNIA: Qué pena. Siento que Santi es el padre que nunca he tenido.

RUBÉN: Serás bicho.

Ese tipo rencoroso se hace con la manguera, y apunta a su hija con la intención de remojarla. No obstante, la escasa presión de la que dispone apenas le permite salpicarla levemente mientras la niña corre entre risas para escapar de aquel ataque acuático.

-Cría cuervos y te sacarán los ojos- murmura para sí mismo.

Ya a solas, y con el canto de los pájaros aliñando ese repentino silencio, se plantea hacerle caso a su mujer y leer, por fin, la obra más exitosa de su hermano.


“También podría esperar a que se estrene la película. No es plan de hacerme un spoiler a mí mismo. Seguro que, en un par de años ya está en cartelera”

-lunes 15 julio-

Sentado en un banco, en la Plaza Mayor de San Fierro, Santi reparte migajas de pan entre una gran comitiva de palomas. Con el propósito de ser puntual, hace tiempo mientras espera que se acerquen las diez de la mañana.

Lleva días sin descansar bien. Al insomnio que le provocó aquel surrealista desliz con su sobrina se ha sumado la emoción de poder consumar uno de sus sueños, y la incomodidad de dormir fuera de su casa; en un hotel.

Ese adicto a la soledad, a la rutina, a la paz y al silencio de Candelario de Ardoz se siente extrañamente cómodo rodeado por el bullicio urbano de la capital.

“Una película de «UN LABERINTO SIN SALIDA». Papá se hubiera sentido orgulloso”

Aurelio tenía un vínculo muy estrecho con su primogénito. Se sentía culpable por no haber sido un padre más comprensivo para aquel niño autista, asustadizo y sin madre; y se pasó más de treinta años intentando reparar su mal papel en la tierna infancia de un ser humano especial con muchos talentos ocultos.

Santiago querría que el viejo levantara la cabeza para poder hablarle de ese futurible estreno cinematográfico. Sin embargo, le alivia que su fechoría carnal con Dúnia jamás pueda llegar a los oídos del abuelo de la niña.

“Menudo polbazo. Qué locura. Seguro que la hija de Rubén piensa que he huido de ella”

En su mente, un frágil equilibrio entre la culpa y el orgullo le mantiene a flote mientras confía en la discreción de Tetunia.

-martes 16 julio-

Dúnia ha dormido plácidamente, y se ha levantado tarde. Sumergida en las cálidas aguas domésticas de la casa de Aurelio, juega con una abundante espuma evocando, por enésima vez, el episodio que vivió junto a su tío Santiago, el viernes pasado. Aun sin pretenderlo, se ha puesto muy cachonda, y tiene la tentación de empezar a tocarse.

Ese baño relajante ha sufrido una lúbrica mutación, degradándose a favor de una lujuria morbosa que insiste en recrear aquella deliciosa comida de tetas, una cubana legendaria, esa épica mamada, el apasionado frotamiento nudista de un hombre maduro que le triplica la edad holgadamente, el polvazo antológico que extinguió su virginidad…

No hay duda de que algo ha cambiado en la benjamina de los Velasco, pues aquella niña angelical que ha vivido quince años en Augusta parece haberse quedado en la ciudad para cederle el paso a una ninfómana pueblerina, exhibicionista y dominatrix, aficionada a los cambios de rol y a interpretar personajes.

Dúnia mira por la ventana que tiene a la izquierda. La persiana está medio bajada, pero, al otro lado de aquellos diáfanos cristales hay una pasarela exterior que pone en tela de juicio la intimidad de la moza.

Esa circunstancia hubiera incomodado a la Dúnia urbana; aunque la Tetunia de Candelario de Ardoz se muestra más receptiva para con los riesgos de masturbarse a plena luz del día.

No en vano, la pequeña de la familia ha dejado que su propio padre se asome a sus depravadas fantasías incestuosas, aprovechando la puerta que abrió don Tiago la semana pasada.

Rubén echa un vistazo al salón al tiempo que inspira hondo. Se siente satisfecho por haber terminado con esa ardua tarea.

“Nos ha llevado dos semanas, pero, por fin, la casa ya está lista”

Aurelio llevaba toda una vida acumulando efectos personales, y coleccionando toda clase de artículos inútiles. Desde que su segunda esposa lo abandonó, hace dos décadas, el viejo jamás ha convivido con otra mujer.

Ese solitario anciano chapado a la antigua nunca tuvo el hábito de limpiar su hogar, ni siquiera el de mantener un cierto orden.

“La choza ha quedado como los chorros del oro. Hasta el último rincón”

Han recibido la inestimable ayuda de limpiadoras profesionales, pero la carga de trabajo que ha caído sobre los hombros de aquel apuesto heredero y los del resto de su familia no es menor.

“Me estoy meando; hace rato. Esta niña ha perdido la noción del tiempo”

A ese urbanita empedernido ni siquiera se le pasa por la cabeza la opción de salir a fuera para orinar. Lleva tantos años habitando aquel lujoso ático, que ha olvidado los hábitos que tenía durante su remota infancia en el pueblo.

En su piso de la ciudad, los Velasco tienen dos lavabos, pero en la vivienda del difunto Aurelio, solo hay un aseo que, así como ocurre con la cocina, fue reformado hace poco.

“Voy a decirle algo a mi hija. Igual ha salido ya y no me he dado cuenta”

Con una premura de espoleo biológico, se encamina por el pasillo para acceder al lavabo de la casa.


“Toc – toc – toc”

Saliendo súbitamente de un trance lascivo, Dúna se ha sacado los dedos asustada por la contundencia de ese apresurado golpeo.

-¿Sí?- pronuncia cubriéndose con un manto de espuma.

-¿Te falta mucho, Duni?- pregunta él, desde el otro lado de la madera -Me hago pis-

-Puedes entrar- responde ella sin reparos -No hay pestillo-

Rubén abre la puerta con un ojo cerrado y el otro entreabierto, mostrándole el perfil de visión más restringida a la chica.

DÚNIA: No seas tonto, papá.

RUBÉN: ¿Y la cortina?

DÚNIA: Mamá la tiró. Estaba muy vieja y daba mala imagen. Ha ido a casa de Jacinta, precisamente, a buscar una nueva que le ha llegado.

RUBÉN: ¿Cuánto llevas en remojo?… … Al final, se te hará de noche.

DÚNIA: Tengo que aprovecharme durante estos días; antes de que nos vayamos. Deberíamos tener una de estas en casa. Teniendo dos lavabos…

RUBÉN: Sí, y campanadas, y el aroma del estiércol.

El hombre se fija en el retrete que hay justo al lado de la bañera. Con la frente arrugada, se muestra contrario a hacer uso de él.

-Vaah- le anima ella con condescendencia -No te miro. Mientras no me salpiques…-

Dúnia cierra los ojos, y ladea la cabeza hacia la ventana para tranquilizar a su pudoroso y prudente progenitor.

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