ODIO A MI HERMANA

Mi hermana en la habitación

MI CUARTO ; MIS REGLAS


-jueves 17 mayo-


 Ainhoa está molesta. Siempre ha tenido su cuarto para ella sola, pero, ahora, las circunstancias familiares han cambiado y tendrá que compartirlo con el inútil de su hermano pequeño.

LEO: No es mi culpa que la yaya esté enferma.

AINHOA: Me da igual. Esta es mi habitación y aquí mando yo.

LEO: Pero deja algo de espacio para mis cosas. !Que no me dejas traer nada!

AINHOA: Tú no te acomodes demasiado. Esto es temporal.

 Leo no lo lleva nada bien. Su abuela ha tenido una recaída, y, por el momento, no podrá vivir sola. La vieja le ha usurpado su cuarto y el chico, acogido hostilmente por su hermana, se siente completamente desubicado.

LEO: Al menos, deberíamos haber hecho un sorteo, Ainhoa.

AINHOA: Papá y mamá comprenden que para mí sería más difícil. Tengo más cosas.

LEO: No. Solo es porque yo soy el pequeño.

AINHOA: No. Es porque yo soy la preferida. A ti nadie te quiere porque eres adoptado.

 A veces, desearía serlo. No soporta compartir lazos sanguíneos con esa ramera despiadada, y tampoco está muy satisfecho con el trato que recibe por parte de sus padres.      

 Leo está en una edad difícil, llena de inseguridades, cambios, expectativas… Nunca ha sido popular, ni en el colegio ni en el instituto, pero es ahora cuando sus carencias toman más relieve.

LEO: ¿Por qué no dejas el móvil de una vez? No puedo dormir.

AINHOA: Shhht. ¿Qué te he dicho? Te aguantas.

LEO: Pues al menos, para de reírte.

AINHOA: Que te calles de una vez, idiota.

 Es casi media noche, y mañana toca madrugar. Leo nunca ha tenido el sueño fácil, y en esta: su primera noche en tierra enemiga, el insomnio amenaza con castigarle. En circunstancias normales, suele hacerse unas cuantas pajas para relajarse, pero, en el escenario actual, esta es una alternativa descartada.

 Se siente despreciable al desear la muerte de su propia abuela.

“¿Quién sabe cuánto tiempo podría prolongarse este despropósito? Yo no puedo vivir así”

 Arropado por unas finas sábanas azules, el niño se regodea en su propio infortunio preadolescente. Nunca pensó que llegaría a añorar sus días en el cole, pero lo cierto es que su primer año en el instituto, donde cursa primero de la E.S.O., se ha convertido en una experiencia todavía más fastidiosa.

“Tampoco soy tan feo, ni tan tonto. ¿Cómo he llegado a ser el paria de mi clase?”

 No le falta razón. No es especialmente atractivo: estatura media, complexión enclenque, pelo oscuro, una cara corriente y moliente… ni tiene una inteligencia privilegiada, pues lo único que se le da bien son los videojuegos, ver series, hacerse pajas, suspender exámenes y no hacer nunca los deberes; pero ese no es el problema. Se trata más bien de una cuestión de carácter. Leo es tremendamente tímido. Le da pánico hablar con las niñas y se ha pasado medio curso sin un solo amigo.

 Afortunadamente, hace un par de meses llegó alguien todavía más marginado que él. Un gordo que tuvo que cambiarse de instituto a causa del bullying que estaba recibiendo por parte de sus crueles compañeros. En un principio, Leo intentó darle la espalda, como lo hacían todos los demás, pero pronto terminó por asumir que Raúl era su única opción de tener un amigo: alguien con quien hablar; alguien para formar equipo a la hora de hacer los trabajos, alguien para no quedarse solo cuando el profe de gimnasia pedía que se formaran parejas; alguien que no se disguste por tener que sentarse a su lado en clase… 

“Solo he empezado el instituto y ya tengo ganas de acabar. Son solo cinco años más. !Ánimo, Leo!”

 Al otro lado de la habitación, Ainhoa por fin ha silenciado el móvil y se dispone a conciliar el sueño. Su realidad es completamente opuesta a la de su desafortunado hermano. Ella ya está cursando bachillerato y sus resultados académicos son mucho más brillantes que los de Leo. Se ha convertido en una chica preciosa y su popularidad está rompiendo techo después de haberse desarrollado como lo ha hecho.

 Sus flamantes tetas han adquirido una gran notoriedad, y la delgadez de su figura hace un alto por debajo de su cintura para permitir un culo de lo más redondo, prolongando su carnosidad a través de unos bonitos muslos, bien nutridos, que acaban de moldear una silueta de infarto. Ese cuerpazo lleva de cabeza tanto a los alumnos como a los profesores, e infecta de envidia tanto a las alumnas como a las profesoras.

 Ainhoa ya era muy guapa de pequeña, pero sus preciosos ojos azules han ido adquiriendo una desdeñosa soberbia intimidante que fomenta, ahora que es más mayor, un atractivo de tintes inalcanzables. Su carácter frío y cortante contribuye a refrendar esa inaccesibilidad, y convierte su conquista en una quimera solo al alcance de unos pocos elegidos.

 Rafa es su primer novio mínimamente consolidado. Es alto, guapo, fuerte, divertido, respetuoso, amable… Sin duda: es el chico más codiciado del instituto, y no es extraño que se haya aparejado con la reina de ese populacho estudiantil.

Sin embargo, hay algo que no termina de cuadrar en dicha relación; pues bajo aquella deslumbrante fachada de ensueño se esconden algunas carencias que, a día de hoy, todavía permanecen en el anonimato.


-viernes 18 mayo-


 Desde las gradas, cobijado por las sombras que proyectan los vestuarios, Leo goza, a solas, de los últimos minutos del recreo. Su mutismo se corrompe por la llegada de Raúl, y de sus andares obesos. Se trata del único engendro más desdichado que él en la desalmada jerarquía de su clase. No en vano, aglutina muchos defectos propios de un nerd: sobrepeso, gafas, mala pronunciación, baja estatura, las pecas inherentes a los pelirrojo, rizos aberrantes… Y sacar buenas notas no le ayuda a obtener el más mínimo respeto de sus compañeros.

RAÚL: ¿Quién gana?

LEO: No sé. No miro el partido. Solo miro a las chicas.

RAÚL: Lo zé, lo zé. Pero una coza no quita la otra.

LEO: Carla está buena. Me pone.

RAÚL: Hablando de tiaz buenaz. Tu hermana eztá que cruje.

LEO: Pero, ¿qué dices? Estás enfermo.

RAÚL: Tienen un perfil en Faze. Ella y zuz amigaz.

LEO: Ya lo sé. Todo el mundo tiene un perfil.

RAÚL: Noooo. Me refiero a un perfil oculto. Un perfil de guarronaz.

LEO: ¿De qué hablas? ¿Ella y quién más?

RAÚL: Todaz tienen un perfil perzonal. Laz de zu pandilla ze apellidan Jagger.

LEO: ¿Amanda Jagguer? ¿Monica Jagguer? ¿Isabel Jagguer?…  ¿Ainhoa Jagguer?

RAÚL: Zí. Ez zu alter ego. Me enterado de cazualidad. Hay fotoz muy cachondaz de todaz, zobre todo de tu hermana. Ya te contaré. Vamoz, que llegamoz tarde.

Después de clase, Ainhoa siempre se queda un buen rato con sus amigas en el parque, al lado del instituto. Los chicos suelen organizar partidos improvisados de futbol al tiempo que las chicas permanecen en su ubicación habitual dándole a la sinhueso; como de costumbre.

AMANDA: Mírale. Rompe con todo. No sabes qué envidia me das Noa.

MÓNICA: Ya te digo. Quién pillara a ese jamelgo.

AINHOA: Está claro que la nena más guapa del insti merece estar con el mejor chico.

ISABEL: ¿No me lo cambias por mi Víctor? Me tiene harta ya.

MÓNICA: !Otro más! ¿Cuánto van ya? ¿Seis a cero? !Somantapalos!

AINHOA: El quinto de mi novio, ¿eh?

ISABEL: Bueno. Eso es porque Oscar no para de darle buenos pases.

AMANDA: ¿Y qué me dices de las paradas de mi chico? !Que no pasa ni una!

 Ha faltado poco: mientras la charla cambia de rumbo, Ainhoa siente cómo la tentación de hablar más de la cuenta se disipa. Quisiera contarles a sus amigas lo de su pareja, pero entonces: su envidia se tornaría mofa, y su trono en el club de las más guapas se vería en tela de juicio.

 Rafa es gay; o eso o sufre de una grave disfunción eréctil. Él nunca lo ha admitido, pero, después de unos meses de relación, todavía es hora de que se le ponga dura con su novia. Sus excusas son variadas: el estrés por la separación de sus padres, los exámenes, los anabolizantes del gimnasio… 

 Leo se ha hecho una cuenta falsa para infiltrarse e indagar en el perfil indecente de su hermana. Quiere tener acceso a todas las fotos desvergonzadas que habiten en su muro. La chica no ha tardado en aceptar a Aitor Valiente; un apuesto joven que juega en el filial del equipo de Fuerte Castillo. Ni siquiera ha tenido que mediar palabra con ella.

“Esa zorra es tan exhibicionista… !Casi cinco mil seguidores!”

 Por la tarde, sentado en el sofá, el niño usa la tablet para inspeccionar, una por una, todas las imágenes que ha encontrado. Su idea inicial era la de buscar material sensible con el que extorsionar a su enemiga frente la autoridad paterna, pero, a estas alturas, ya está palote como nunca.

 Cada una de aquellas imágenes roza la censura. Ainhoa tiene bien aprendidas las normas de esa red social; unos límites que resultan estériles a la hora de contener su descaro, y que no le impiden lucir su sensualidad en cada una de sus poses.

 El odio que Leo alberga hacia ella nunca le había permitido mirarla con esos ojos, pero sus calenturientas hormonas adolescentes no atienden a razones, y su química cerebral está que arde.

 “No lo puedo creer. !Pero qué tetas tiene! No puede ser. Eso tiene que ser Photoshop. ¿Y ese culazo? !Jodeer, no puedo maaaaás!”

 Apenas unos pocos tocamientos superficiales son suficientes para que Leo se corra, inesperadamente, sin siquiera liberar su miembro: sorpresa, desahogo, enajenación, vergüenza, arrepentimiento… No tiene el más mínimo control sobre su propio cuerpo, pero no esperaba desbordarse así. Ese esperma no solo ha mojado su ropa, también ha manchado su orgullo.

-¿Estás bien, Alberto?- pregunta la abuela desde su discreta presencia.

“!DIOS! !NO me acordaba de que estaba aquí!”

-Soy… Leo, yaya- murmura con temblorosa pronuncia.

 Esa vieja no habla, no se mueve y la mayor parte del tiempo está dormida. Hace un rato, se había quedado frita mirando un capítulo de la señora Flecher, y el nene, sumido en su propia lujuria incestuosa, había olvidado por completo que no estaba solo. Avergonzado, intenta calibrar la notoriedad de su orgasmo:

“Puede que la abuela se haya despertado con mis sollozos. En el peor de los casos, llevaba rato observándome, y habrá interpretado mis posturas y mis tocamientos. Aunque mis manos no se hayan adentrado por debajo de mi ropa, cualquier persona lúcida deduciría lo que me acaba de ocurrir”

 Un disparo suena desde el televisor llamando la atención de la abuela, quien ya no devuelve la mirada hacia su nieto.

Leo se siente aliviado, aunque no confía del todo en el hermetismo de su discreción. Cautelosamente, se levanta y abandona el comedor en busca de ropa de repuesto. Se encierra en el lavabo y procede a remediar aquel pringue.

 Los Duarte llevan muchos años viviendo en ese piso de la zona sur de la capital. Son gente humilde que ha sabido abrirse paso en la vida con esfuerzo y trabajo duro.

 Alberto es el cabeza de familia. Tiene tres empleos: una pizzería propia, una agencia de traslados y una subcontratación para el ayuntamiento. Es un hombre rudo, pero tiene un lado afable que solo sale a la luz cuando llega a casa. Alberga cierto sobrepeso; lleva barba, gafas y tiene algunos problemas de espalda de tanto cargar muebles de un sitio a otro. Suele vestir camisas de cuadros y ropa de corte bastante clásico. Como mucho, se pone unos tejanos para sus tareas más tediosas.

 Mari siempre ha asumido el rol de complementar a su marido en los temas laborales, pero nunca ha permitido que nadie la ningunee por ello. Lleva la contabilidad de las empresas y, lo que es más importante, se encarga de todas las tareas del hogar. También tiene algunos kilos de más, pero esas cosas no le quitan el sueño. Le preocupan más sus hijos: están en una etapa difícil.

 Ainhoa y Leo nunca se llevaron demasiado bien, pero, últimamente, están que trinan, y la inoportuna llegada de la abuela no ha hecho más que empeorar las cosas. Todo les parece injusto. No dejan de pedir y protestar por cualquier cosa, y no hacen más que poner malas caras y hacerse las víctimas.

Mari se consuela pensando que es ley de vida: la edad del pavo.

 En cuando su solicitud sea aprobada, podrán ingresar a Remedios en una residencia para ancianos, y las cosas en casa serán algo más llevaderas.

 El final del curso está a la vuelta de la esquina y los chicos pronto podrán disfrutar de unas merecidas vacaciones. Leo no. Él tendrá que repasar para la reválida de septiembre. Es una calamidad estudiantil. Jamás presta atención y nunca hace los deberes. Lo único que se le da bien es la educación física, aunque su manejo del balón deja mucho que desear.

 Llegada la hora de cenar, el chico deja de fingir que estudia y se dispone a saciar su apetito. Se apresura a poner la mesa él solo, pues no tiene ganas de discutir a quien le toca. Siempre pierde dichas peleas con su hermana. Por mucha razón que lleve el pequeño de la casa, esa sabandija fraterna siempre acaba por salirse con la suya.

 Cuando la familia ya se encuentra entorno a la mesa, el padre de aquellos rivales enfrentados tiene que regañar a la niña:

ALBERTO: Ainhoa, deja el móvil. Ya sabes que en la mesa no se puede.

AINHOA: Ay, papá, déjame. No seas pesado.

ALBERTO: No quiero tener que levantarme a quitártelo. ¿Me oyes, cariño?

MARI: ¿Qué se cuenta Rafa? ¿Todavía estáis tan enamorados?

 La chica mira a su madre con una expresión inerte de apatía. No piensa contestar. Se termina su salchicha untada en puré de patatas y, acto seguido, coge el mando para cambiar de canal.

-¿Y tú qué miras?- le pregunta violentamente a su hermano.

-Nada- contesta él un poco intimidado.

-Pues deja de mirarme de una vez, que hace rato que me haces sentir rara-

 El nene intenta actuar con disimulo, pero sus interrogantes le inquietan demasiado.

LEO: Ainhoa, ¿tú conoces a alguien que sepa mucho de Photoshop?

AINHOA: Pues… … … no sé. Lo normal. Creo que el que más sabe es tu amigo zanahorio.

LEO: Entonces, ¿nunca te han retocado en una foto?

 Leo lleva puesta una máscara de frialdad, pero sus palabras traen cierta carga maligna. Su hermana le mira, incrédula. No alcanza a comprender si ese tono trae consigo alguna amenaza; alguna insinuación inapropiada, o si, simplemente, es una ocurrencia anecdótica.

-Claro que no. Soy perfecta. No necesito la más mínima mejora- responde altiva.

-Buenobuenbueno- dice Alberto con un tono desenfadado -El teléfono que te regalé por tu cumpleaños tiene parte de mérito en las fotos que os sacáis-  

-¿Es que habéis visto muchas fotos de Ainhoa?- pregunta Leo maliciosamente.

-!Ay, Ainhoa!- exclama Mari -!Estate quieta con el mando!-

 La chica está nerviosa por la deriva de aquella conversación, y expresaba su inquietud cambiando frenéticamente de canal. El reproche de su madre le ha hecho soltar el dispositivo como si quemara, dejando sintonizado el más aburrido de los programas.

 Ainhoa se despierta por los gemidos de Leo. Se incorpora, disgustada, cargando sus cuerdas vocales con un grito de protesta, pero se detiene. Esta vez, no es como las otras: no son ronquidos ni es el sonido de esa cama destartalada. En la presente ocasión, se trata de algo mucho más inquietante.

 El niño parece estar teniendo una pesadilla, pero sus gimoteos no están asustados. Pronuncia el nombre de su hermana de un modo sugerente.

 La luz de la luna llena se cuela por la ventana, iluminando sutilmente esa bochornosa estampa.

 La chica se sobrecoge al contemplar cómo aquellas finas sábanas azules se deforman por el brote de una indecorosa protuberancia fálica.

 Una mancha delatora no tarda en teñir, de un color marino, la cúspide de ese vergonzoso volcán celeste.

Consternada, ella se tumba y simula su propia somnolencia, consciente de que un orgasmo puede despertar a cualquiera.

 Leo se alarma a medida que toma conciencia de lo que acaba de ocurrir. No solo ha tenido otro de sus accidentes nocturnos, sino que, encima, estaba soñando con su hermana.

“No. Otra vez no. ¿Pero qué…?  Noo. Nooo. Esto sí que noo”

 Tras una fugaz parálisis, escucha la profunda respiración fingida de Ainhoa, quien logra convencerle de su letargo. Con cuidado, se levanta para remediar su pringosa situación.

 Aquella testigo fraterna se ríe en silencio, entreabriendo sus ojos mientras observa cómo Leo respeta, como nunca, el silencio de la noche.


-sábado 19 mayo-


 El día ha amanecido radiante y prometedor, pero Ainhoa tiene la cabeza enfocada en la noche de fiesta que le espera junto a sus amigas y a su novio. Seguramente, hoy tampoco se consumará su relación, pero pocas cosas le gustan más que salir a divertirse, a bailar, a presumir, a beber e incluso a esnifar algún gramito.

AINHOA: Mamá, acuérdate de que Mónica se queda a dormir; que vamos a esa fiesta.

MARI: Acuérdate tú de que tienes a tu hermano en la habitación.

AINHOA: Ya lo sé. No te preocupes. Llegaremos de madrugada y dormirá en mi cama.

MARI: No me gusta esto. A partir de ciertas horas, no se cuece nada bueno.

AINHOA: Ay, mamá. Parece que ya no te acuerdes de cuando eras joven.

MARI: Yo no necesitaba hacer las cosas que hacéis hoy en día.

 Leo no tiene tan buen plan: jugará a un videojuego sangriento, postergará sus tareas escolares sin sentimiento de culpa alguno, y aprovechará cualquier ratito a solas para tocarse de nuevo. Tiene algunas dudas sobre lo que le está pasando, pero su padre le contó que es algo normal; que cuando los chicos se corren por primera vez, suelen obsesionarse durante un tiempo.

“Tendrá su morbo hacerlo en el cuarto de Ainhoa; incluso podría dedicarme a manchar sus peluches con mi lujurioso jugo albino. Sería como marcar el territorio que esa alimaña intenta negarme”

 Leo no está acostumbrado a verse en el espejo sin proponérselo, pero, en la habitación de su hermana, ese es un suceso inevitable. Tiene espejos para maquillarse, espejos de cuerpo entero, espejos decorativos… Espejos y más espejos.

“Es tan presumida que se pasará el día mirando lo guapa que es”

 Él solo se mira para petarse algún grano cuando se limpia la cara, por las mañanas, pero, en aquel entorno, está contagiándose del narcisismo de Ainhoa.

“No estoy tan mal”

 Tras dudar unos instantes, y asegurarse de que nadie invadirá su intimidad, se quita la ropa. No recuerda haberse visto nunca desnudo de pies a cabeza. Pronto, toda su atención se focaliza en su pene. Temía que este nuevo prisma atentara contra su orgullo, pero lo cierto es que su autoestima está saliendo muy reforzada.

“Esto es una polla y lo demás son tonterías”

 Al menos tiene una cosa buena: un premio que permanecerá consigo a lo largo de toda su vida; una herramienta que sería motivo de gran orgullo si no fuera por su humillante disfunción. Ese incontrolable vigor eréctil le ha estado a punto de costar más de un disgusto en forma de indiscreción, y lo que es peor: su precocidad a la hora de escupir su licuada semilla lechosa le hace temer que cualquier relación con una chica pueda convertirse en una frustrante decepción.

 La única ventaja de ser un marginado antisocial es que, por el momento, no tiene que preocuparse de que sus inexistentes novias queden satisfechas en la cama. Es muy joven todavía y ve muy, muy lejana la extinción de su virginidad.

 Un repentino cambio en la iluminación le quita brillo a su pálida desnudez. Parece que ese arrogante sol flaquea, por fin.

 El tan esperado verano pretendía anticipar su llegada. Fuerte Castillo llevaba días sometido por la tiranía del astro rey. Últimamente, las sombras no dejaban de esconderse, cobardes, durante las horas meridianas de las jornadas; las chicas más jóvenes empezaban a vestir muy cortas; los helados proliferaban junto con el bullicio de las terrazas; las noches parecían tener más vida que en semanas anteriores…

 Pero con la llegada de las ferias de San Basílico, unas inoportunas nubes negras se asoman, con viles intenciones, amenazando con aguar la festividad del patrón de la ciudad. El año pasado ya llovió por estas fechas, y el anterior, y el otro… Parece que los lugareños sean víctimas de una maldición meteorológica que los fustiga: año sí, año también.

 En cuanto ha terminado de desayunar, Ainhoa ha salido con sus amigas. Han ido de tiendas, a la costa, y tienen la intención de comer en el burguer que hay frente al mar.

 Leo, como de costumbre, se ha quedado en casa. Ha bajado la persiana y está absorto en un ensordecedor mundo virtual que solo es audible a través de sus voluminosos auriculares: rugidos, gritos, disparos, explosiones, graznidos, roturas huesudas…

 Mari no tiene idea del trato que su hijo suele dispensar a tan infames demonios, ni de las traumáticas muertes mutiladas que experimenta ese niño cada vez que se ve sobrepasado por dichas fuerzas infernales. Si lo supiera, tomaría cartas en el asunto. De momento, se limita a atender a sus quehaceres cotidianos.

 Alberto está trabajando. Ni está ni se le espera hasta la noche.

Una vez adquiridas sus alitas de pollo complementarias, Mónica regresa a la mesa que ha cogido junto a sus amigas. Por un momento, se había desubicado, pero las llamativas risas de Isabel y de Amanda la han ayudado a focalizar su destino. Nada más llegar, la chica se hace eco de las lascivas miradas que ha recibido cuando estaba esperando junto al mostrador.

MÓNICA: Babosos everywhere, tías.

AMANDA: Te digo.

ISABEL: La mayoría de estos mirones solo salen de casa para salivar.

AINHOA: Tenéis que ser más comprensivas. Estos pobres caballeros no pueden concebir que se hallen en presencia de semejantes diosas.

AMANDA: Naah. Es que Moni va enseñando su opulento culo africano por doquier.

MÓNICA: Oyeeh… Que tus pantalones son tan cortos como los míos, ¿eh? Además, mi culo ha nacido aquí, igual que el tuyo.

Amanda sonríe con malicia. Sabe, perfectamente, que a Mónica no le sientan bien esa clase de comentarios raciales. Si bien es cierto que los exóticos genes de su amiga le han otorgado una piel notablemente tostada, más allá de su pelo rizado, sus rasgos son más bien occidentales, y su cultura es equiparable a las demás integrantes de aquel grupo tan selecto

ISABEL: Pero mira ese gordo. Parece orgulloso de que le hayamos calado.

AMANDA: Y encima se ríe, el tonto.

MÓNICA: ¿Pero cuántos años tendrá? ¿Cuarenta? Es mayor que mi padre.

AMANDA: ¿No tiene cuarenta tu padre? Ah, Claro. Olvidaba que en el tercer mundo no tienen condones, y las parejas tienen hijos cuando todavía son muy jóvenes.

 Mónica abre los brazos perpleja, pero termina por no dar continuidad a ese despropósito de mal gusto. Ainhoa se ha estampado la mano en la cara para expresar su estupor. Isabel es la única que da sonoridad a su risa, aunque se trata de un sonido más grotesco y diabólico que el que esboza habitualmente.

-Voy a pagar- dice la última en cuanto acalla su trastornada risotada.

-Paga lo mío también- le sugiere Amanda.

-Pago lo de todas, tonta- afirma complacida y sin bromear.

 Cuando el cuarteto ya ha pasado a ser trío, Ainhoa deja caer una interesada propuesta susurrada sobre la mesa:

-Tenemos que conservarla en el grupo-

-Ya te digo- dice Amanda -Es como la gallina de los huevos de oro-

 Mónica tiene la boca llena y se limita a asentir, silenciosamente, mientras sonríe con complicidad.

AINHOA: ¿Al final ha cortado con Víctor, por fin?

MÓNICA: Shi nu lo ha hexo, spego que lu hagu prnto.

AMANDA: Está claro que puede aspirar a algo mejor.

Juntas de nuevo, esa cuadrilla abandona el local y emprende el camino de vuelta acompañándose con frívolas charlas juveniles.

-!No me jodas!- protesta Mónica mientras tiende la mano mirando al cielo.

-Como llueva esta noche…- resopla Ainhoa saliéndose de la acera.

-Míralo en tu móvil, Mandi. Mira si va a llover- sugiere Isabel tomando la delantera.

-Es que no tengo casi batería. Míralo tú en el tuyo- rogando.

-Déjalo- corta Ainhoa -Subamos a mi casa, que casi ya hemos llegado-

-No. Yo me voy a casa de Mandi, que tengo ahí mi ropa de noche- dice Isabel.

-No te pongas muy zorra- bromea Ainhoa -Anda, nos vemos luego. Adiós-

-Adiós, perras- se despide Amanda alejándose del portal de Ainhoa junto a Isabel.

 Ya en el ascensor, Mónica y Ainhoa se sorprenden, la una a lo otra, mirándose en el espejo.

M: Qué buenas estamos, Ainhoa. A veces me gustaría ser bollera.

A: Pues espérate a ver el vestido que estrenaré hoy. Estoy para morirme… ¿Morirse?

M: A ver. Ahora nos los enfundamos.

A: Te aviso que hay público, ¿eh? Tengo al idiota de mi hermano de ocupa.

M: Bueno. Que juzgue él quien de las dos rompe más con la pana.

A: Nooooh. Quita, quita. No sabes lo salido que está.

M: Pero ¿qué dices? ¿Cuántos años tiene ese baby?

A: … … … Ni siquiera lo sé… … … pero agárrate: ayer vi cómo se corría.

M: !!¿Queeeeeh?!! !!”Wathefuk”!!

A: Estaba dormido y… … eso no es lo peor… … Es que no puedo ni decirlo.

M: !¿Pero qué?! Anda, niña… !Que soy yo! ¿Quieres que te tire de la lengua?

A: Estaba diciendo mi nombre. ¿Te lo puedes creer? Y todavía hay más. Ya te contaré.

M: ¿Qué dices? ¿De qué va eso? En serio… … estoy flipando mandarinas.

A: Creo que ha visto mi perfil de guarrona en face.

 Las chicas entran en el piso susurrando esas últimas frases.

Mari les da la bienvenida, ya en el comedor, alimentando sus peores temores meteorológicos.

MARI: Mira quién ha llegado, por fin. ¿Os habéis mojado, niñas?

MÓNICA: No. Ahora estaban empezando a chispear… … chispeos.

MARI: Dice el hombre del tiempo que viene una tormenta del copón.

AINHOA: La hostia. Voy a mirar en la web si se cancela la fiesta.

MARI: Pero ¿es que acaso es al aire libre?

AINHOA: Pues claro, mamá. Es en plan festival. Lo hacen cada año. ¿No te acuerdas?

MARI: !Ah sí! Por lo de las fiestas de Fuerte Castillo. El año pasado no te dejamos.

AINHOA: Aquí no dice nada. Esperaremos a ver si amaina. No me lo puedo creer.

MÓNICA: Ya, tía. Qué mala pata… … !¿Por ké, zeñor?! !¿Por keeé?!

MARI: ¿Habéis comido ya?

AINHOA: Sí. En ese burguer de la playa.

LEO: !Callaros ya, que no oigo la tele!

AINHOA: Tú cállate, mocoso.

LEO: Cállate tú, zorra.

MARI: !HE! !Basta ya los dos!

MÓNICA: HoOolaa, LeoOo.

 La morena articula una sinuosa musicalidad en su saludo jocoso, descolocando a aquel irritado telespectador.

-¿Qué haces, tía?- pregunta una Ainhoa ofendida.

 Indignada, coge del brazo a Mónica y se la lleva a su cuarto entre risas juguetonas. No tardan en estar acomodadas en la cama.

M: Si al final no podemos salir, lo vamos a pasar bien igualmente. Nos quedamos y le tomamos el pelo a tu hermano.

A: Anda ya. Yo paso de ese bicho calenturiento.

M: ¿Cómo diabletes sabes que ha visto tu perfil?

A:   Porque sospechaba algo. Me fui a mirar en la tablet, y empecé a escribir la “A” y la “I” de Ainhoa para iniciar sesión en Face. Automáticamente, se completó un nombre y un apellido porque las cookies lo habían memorizado.

M: ¿Las cookies? ¿Las galletas?

A: Sí, tía. O lo que sea que memoriza estas cosas.

M: Pero ¿qué nombre era? El de tu brother no puede ser. Empieza por “L” y “E”.

A: NoO0. Aquí está la gracia. Ayer me agrego un supuesto tío bueno, jugador del Fuerte Castillo, en el perfil de zorrear. Pues flipa. Es un perfil falso que se ha hecho Leo para poder ver mis fotos.

M: !No me pitufes! ¿Y cómo sabía él lo del perfil? Espera, espera: ¿y tú por qué sospechabas? ¿Te dijo algo?

A: Algo de si me habían retocado en fotos. El muy memo no puede creerse que de verdad estoy tan buena.

M: Qué megafuerteeeh, tía. Esto es un filón. ¿Él no tiene ni idea de todo esto? ¿De que sabes lo del Face? lo de la corrida? lo de sus pajas…?

A: No, qué va. Mamá me contó que no deja de encontrarse clínex en su papelera.

M: Es que debe hacer nada que… … … que ya es un hombre.

A: Eso no es un hombre ni es nada.

M: Ya me entiendes, zorra.

 La cena ha sido más bien un picoteo. Una velada más animada de lo habitual por las desinhibidas gracias de Mónica. Mari y Alberto se ponen anormalmente simpáticos cuando hay algún invitado; incluso Ainhoa se permite salir de su encorsetado papel de hija fastidiada; hasta la abuela ha tomado parte en alguna que otra broma, aunque nadie tiene claro que de verdad la entendiera, a pesar de sus risas.

 El único que es el de siempre es Leo. Poco participativo, cumple con su cometido alimenticio y, cuando tiene ocasión, se escapa a la habitación para seguir interactuando con su portátil; aquel instrumento que tanto le ayuda a huir de su triste realidad.

 Las chicas han mirado un rato la tele, pero la cinta que está viendo Alberto, sobre la segunda guerra mundial, resulta cada vez más aburrida. Finalmente, optan por huir de esa tediosa trama y se van del salón.

-¿No estabais mirando una peli?- protesta Leo nada más verlas llegar.

-La guerra mundial es un coñazo- contesta Mónica.

-Pero os podríais quedar ahí. Los sofás son muy cómodos- con ansias de ofender.

-Papá no nos deja hablar. No entiende los disparos si no estamos calladas-

-Podría ponerse subtítulos- dice Mónica -¿Te imaginas? !Pumpam, tatatata, bacum!-  

-Yo creo que os ha echado porque le provocabais dolor de cabeza de tanto parloteo-

 Mientras Ainhoa deja caer su cuerpo desgobernado sobre su cama, Mónica abre el armario y saca un par de bolsas con ropa aún precintada.

MÓNICA: Vamos a probarnos los trapitos que teníamos preparados para la noche.

LEO: ¿Es que al final no vais a salir?  

AINHOA: ¿No escuchas la que está cayendo? Ya saldremos el lunes, que hay fiesta.

MÓNICA: ¿Te ha llamado Rafa, al final, petardis?

AINHOA: !Qué va! Estará con Marcos y Víctor. Haciendo botellón y jugando a la play.

LEO: Entonces, ¿te quedas a dormir aquí, Mónica?

MONICA: Sí. A estas horas no tengo manera de volver a Augusta. Además, le he prometido una noche de amor a tu hermana y no puedo dejarla con las ganas. Si quieres te dejamos mirar.

 Mónica abanica un guiño con sus largas pestañas mientras arranca un oclusivo y cómico gesto indignado de su amiga, quien se mofa de su hermano con una mueca insultante.

LEO: ¿Qué te has creído, Ainhoa?  Ni que me pagaras me dedicaría a mirarte.

AINHOA: ¿De verdad, Leo? ¿De verdad? ¿O debería llamarte: Aitor Valiente?

LEO: ¿Q.qué?

 El chico no tiene demasiada sangre fría y está sufriendo un sofoco incontrolable. Sus tartamudos intentos de explicarse no hacen más que terminar de desmantelar su dignidad:

LEO: No.no sé de qué… … … no sé quién es el Aitor ese.

AINHOA: Entonces, ¿por qué te has puesto rojo, merluzo?

LEO: Bu… bueno sí, pero no lo hice para mirarte. Lo hice para chivarme a papá.

AINHOA: Podrías delatarme sin la necesidad de entrar a babear..

 Mónica, sonriente, observa con los ojos muy abiertos cómo a ese crío se le suben los colores.

 Las expresiones de Ainhoa son muy distintas: negando con la cabeza, dispara desprecio y asco en la cara de su hermano.

LEO: Tenía que comprobar de qué se trataba. Solo había escuchado rumores.

AINHOA: Entonces… ¿solo miraste un par de fotos o te fundiste toda la galería?

MÓNICA: Déjalo, Ainhoa. No lo machaques.

LEO: Nada. Solo un par. Me daban asco, ¿vale?

MÓNICA: ¿Yo también te doy asco, chiquitín?

LEO: No tanto. !Digo: No!

AINHOA: Atrévete a chivarte a papá. No te imaginas las hostias que llegarán a caerte. No sabrás ni de dónde te vienen. Te haré la vida imposible.

 Leo baja la cabeza, intimidado. Nunca ha tenido temperamento para enfrentarse a su pérfida hermana. Incluso cuando descubrió ese impúdico perfil, y a pesar de fantasear con ello, en el fondo, sabía que no llegaría a usarlo en su contra. 

-Date la voltio, Leo- sugiere Mónica mientras empieza a desnudarse.

-¿De verdad, Moni?- pregunta Ainhoa -¿Ahora tienes ganas de esto?-

-!Claro que sí! Yo no me voy a dormir con el gusanillo. Aunque solo me veas tú y la ricura de tu hermano-

 Ainhoa no las lleva todas consigo, pero decide seguirle el juego. En esta noche tan lluviosa no hay nada mejor que hacer.

 Leo se ha dado la vuelta y finge mirar la pantalla de su portátil, pero sus ojos van como locos buscando algún espejo que le dé un buen ángulo de visión. Le ha tocado encararse con la pared menos poblada de reflectantes, pero, si fuerza un poco la pose…

-!¿Qué haces, Leo?!- pregunta imperativamente su hermana -!No! !No te gires!-

-Pues no me hables- le reprocha.

-Anda, Ainhoa- le interpela Mónica -Ayúdame con la cremallera-

-Joh, Moni !Cómo rompes! Estás para comerte- dice ella sin despegar sus dientes.

-Ahora tú, va- responde Mónica con cierta emoción impaciente.

-¿Por qué no te vas, enano?- propone esa muchacha despechada.

-Estoy bien aquí- contesta él sin levantar la voz.

-Déjalo, zorra. Necesitamos un jurado-  

-Si mi hermano tiene que dar un veredicto, ya te puedes considerar ganadora-

 Leo no ha conseguido ver más que el reflejo de algún hombro, un ombligo y algunos mechones del pelo rizado de Mónica; aun así, su miembro ya ha recibido algunos centilitros extra de su pernicioso riego sanguíneo. Puede que sea más por la situación que por las pocas imágenes que alimentan sus curiosas pupilas. 

 Finalmente, Ainhoa termina de vestirse.

Al tiempo que se peina frente a uno de los espejos, Mónica solicita la supervisión del joven y único integrante del jurado.

-Señor Leo Duarte. Ha llegado la hora de emitir su dictamen-

Pese a sus intentos por mantener una expresión indiferente, el chico queda boquiabierto a raíz de tan deslumbrante visión.

 Mónica busca la complicidad gestual de su amiga mientras esta, displicente, desvía la vista hacia la ventana.                                        

 Contrariando su pretendida apatía, Ainhoa está curvando la espalada para sacar pecho y convertir su descarado escote en un fenómeno difícil de concebir. Ese par de tetas son inauditas.

 Leo empieza a creer que el Photoshop no incidió, en modo alguno, en aquellas infartantes fotos que consiguieron verter sus flujos más íntimos, ayer por la tarde.

 Mónica se ha dado cuenta de que, por muy teatrales que sean sus propios gestos, ese niño solo tiene ojos para su hermana. No es hasta que Ainhoa se digna a mirar, por fin, al chaval, que este finge interesarse por su chistosa amiga.

-¿Y bien?- pregunta Mónica solicitando un veredicto.

 Hasta para Leo resulta demasiado previsible fallar en contra de su íntima enemiga; pero, por más buena que esté con ese provocador vestido gris, le resulta inconcebible premiarla con su favor. Empieza a inclinarse hacia un diplomático empate, pero:

LEO: En los concursos de belleza hay algunas pruebas adicionales.

AINHOA: ¿Qué pasa, bicho? ¿Es que vas a preguntarnos sobre historia o geografía?

MÓNICA: No vamos a desfilar con ropa de baño, y mucho menos con ropa interior.

AINHOA: No te columpies más. Dale la corona a Mónica, si le hace ilusión, y ya.

MÓNICA: Espera, espera. Vamos a enseñarle esa coreografía tan sexy.

 Mónica habla de un baile que tienen ensayado con Ainhoa. Tiene parte de improvisación, pero, en los estribillos, bailan al unísono fundiéndose sensualmente en una peculiar simbiosis lésbica. Es algo que usan en la disco cuando suena su canción. Ese numerito actúa a modo de imán para el género masculino.

 Leo no lo ve muy claro. Pese a que la postura que ha adoptado le ayuda a encubrir la tremenda erección que alberga su fino pijama, el decoro que lo protege se vería en grave peligro si tuviera que moverse. Además, es consciente de que pocas cosas le calientan más que los bailes femeninos, y Mónica ya ha anticipado una gran carga erótica en su futurible actuación. Siente la amenaza de otro inoportuno derrame si la cosa se desmadra demasiado. No puede imaginar peor humillación que el que su hermana le haga correrse sin siquiera tocarle.

 El chico intenta pronunciarse en contra, pero, al parecer, no tiene ni voz ni voto para detener esa deriva tan tendenciosa. Mónica ya ha encontrado el video en Spotify y sube el volumen de un modo poco razonable. Ainhoa ha apagado la luz del techo y ha encendido las dos lámparas de su cuarto enfocándolas a modo de focos. Por suerte, la habitación es espaciosa.

 Tras un breve beat telefónico, entra una percusión regular con mucho cuerpo. Las chicas parecen olvidarse de Leo en cuanto sus gestos cómplices se acompasan con el ritmo de la música.          

 Aquel sugerente bailoteo cautiva la febril mirada del niño, quien navega por tempestuosas aguas emocionales.

 La gracia de esas mozas es asombrosa. Sus curvaturas sinuosas subrayan sus generosas redondeces. Mónica lleva pinzas en sus rizos y su peinado guarda aún cierta disciplina, pero, por contra: el indómito pelo oscuro de Ainhoa se zarandea salvajemente.

 Leo observa, momentáneamente, a su invitada. Ella es la única que le dedica sugerentes miradas llenas de maldad. Sin duda, es una mujer de bandera, y hoy está particularmente atractiva con esas ropas, pero la fuente de las perturbadas inquietudes del chico lleva el mismo apellido que él.

 El tubo textil que pretende cubrir las nalgas de su hermana parece dimitir sometido a esos obscenos movimientos circulares. Trepa por sus carnes con insistencia, obligando a la chica a recomponer su compostura con frecuencia. Por si no fuera suficiente, en el frente superior, algún que otro accidente de contención mamaria deja asomar, parcialmente, uno de los grandes y oscuros pezones de Ainhoa. Ella se ayuda con la rotación de sus pasos para esconder dichas indiscreciones, pero no puede privar a Leo de ciertos flashes taquicárdicos.

Unos desacompasados golpes hacen temblar el suelo interrumpiendo aquella sensual coreografía. Mónica se apresura a detener la reproducción de ese audio sobredimensionado.

-¿Qué fakers es eso?- pregunta Mónica entre risas, con los ojos muy abiertos.

-La señora Pardina. Siempre se queja cuando hago ruido- admite una Ainhoa sonriente.

-¿Te da con la escoba?- insiste la morena todavía manteniendo su sorpresa.

-No sé si es escoba, fregona o bastón, pero no tiene mucha paciencia que digamos-

-Pues suerte que nos hemos quitado los tacones- susurra consternada.

-¿Y a ti qué te pasa?- le pregunta a su hermano viéndolo extrañamente concentrado.

Leo mantiene su mirada perdida con el ceño fruncido. Está al borde de la eyaculación. Se ha puesto como una moto.

MÓNICA: ¿Estás bien, ricura?

LEO: Sí. Sí. Es que me he acordado de que tenía que hacer una cosa, hoy.

AINHOA: ¿Y por qué estás rojo? Tienes la vena de tu frente a punto de estallar.

MÓNICA: Yo creo que lo hemos impresionado demasiado, pelandusca.

AINHOA: Te digo. Este crío va tan salido que podría correrse mirando una yegua.

MÓNICA: Eso sería zoofilia, tía.

 Ainhoa no va del todo desencaminada. No hace demasiados días, su hermano se sorprendió, a sí mismo, observando con demasiada atención los cuartos traseros del caballo de Napoleón en un retrato de un libro de historia. Tuvo que preguntarse si ese animal podría ser hembra para no sentirse tan depravado.

 Pero lo que le ocurre ahora mismo va mucho más allá. Por un momento, ha creído que se corría. A pesar de una disuasoria postura que liberaba su miembro de cualquier presión aleatoria, su libidinoso esperma ha ido acumulándose de tal manera que amenaza con quebrar la presa que lo mantiene a buen recaudo.

-Joh, tía. Entre la tormenta y tu vecina nos están fastidiando la noche-  

-Hay cosas peores- pronuncia asqueada mientras encuentra la mirada de Leo.

-Pero ¿qué dices? A mí me parece muy gracioso. Tendrías que sentirte halagada-

-Imagínate que el gordo de tu padre se empalmara contigo- dice una Ainhoa airada.

-!Anda, tía! No seas roñosa. Mi padre es viejo y gordo. Tu hermano es solo un niño-  

-¿No decías antes que ya es un hombre?- contraataca Noa, con ganas de bronca.

-Pero cállate, perra- le reprocha Mónica supervisando el estado del chico.

 Leo no sabe qué sentido tienen aquellas palabras, pero, por la reacción de la invitada, intuye que no son muy formales.

“¿Un hombre? ¿Ya soy un hombre? ¿Qué determina eso?… … !Dios!”

 De pronto teme por la discreción de sus vergonzosas gayolas:

“¿Es que alguien me ha visto? ¿Es que la abuela se chivó?”

 Leo no le ha hablado a nadie de sus recientemente adquiridas facultades lecheras; ni siquiera a su amigo Raúl.

 Inesperadamente, suena el teléfono de Ainhoa:

+ Hola, amor.

+ Sí. Ya lo imaginaba. Se lo he dicho antes a Moni.

+ No. Ya no va a parar. Y aunque parara, todo eso ya se ha anulado.

+ Venga va. No seas tonto.

+ Noooh. Tú más.

+ Anda… buenas noches. Y no te vicies demasiadoooh.

MÓNICA: Qué cariñosa. Pareces otra persona cuando hablas con él.

AINHOA: Claro. Es mi novio. ¿Qué quieres?

MÓNICA: ¿Y todo ese asuntillo del que me hablaste? ¿Cómo va? ¿Solucionado?

AINHOA: No voy a hablarte de eso. Y menos delante de mi hermano.

MÓNICA: Al menos dime si tiene un buen manubrio, tía. !Que no me cuentas nada!

AINHOA: Déjalo.

MÓNICA: El otro día me lo hice con Carlos. No se lo digas a nadie, ¿vale? Ni tú tampoco, ¿capisci?

 Mónica mira a Leo de un modo amenazante. Le hace un gesto con dos dedos señalando intermitentemente a sus propios ojos y a los ojos del chico. Él no emite ningún sonido, pero asiente con la cabeza certificando que lo ha entendido.

AINHOA: Esa polla es universitaria. Seguro que tiene un buen tamaño.

MÓNICA: Ya te digo. Era casi como mi palmo estirado a tope.

AINHOA: ¿Eso qué son? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve?

MÓNICA: Tengo la mano pequeña. Casi dieciocho.

AINHOA: No está mal. Pero, espera… ¿te pusiste a medirle la polla en plena faena?

MÓNICA: Solo puse la mano porque estaba impresionada.

AINHOA: Vaya pollón. Ya me gustaría que mi novio alcanzara esa medida algún día.

MÓNICA: Buenoooh. Si no le ha crecido ya, no creo que le crezca más.

 Ainhoa pretende mantener una expresión neutral, pero su amiga sabe leer entre líneas.

MÓNICA: !Nooh! ¿En serio? ¿Todavía no? Pero vamos. ¿Qué problema tiene ese chico?

AINHOA: Aix; cállate. No sé. Dice que está pasando malos momentos; está estresado.

MÓNICA: ¿Tú qué opinas, Leo?

AINHOA: No le metas en esto, guarra.

 Leo hace rato que navega de una web a otra, sin profundizar en sus contenidos. Disimula, pero su atención está puesta en la charla de sus dos compañeras de cuarto y, sobre todo, en cómo esos atrevidos vestidos modelan sus fantasiosas formas.

LEO: ¿Sobre qué?

MÓNICA: ¿Tú has pasado alguna mala época en la que no se te pusiera farruca?

LEO: No.

AINHOA:  Pero ¿no ves que antes de ayer todavía ni se le ponía dura?

LEO: Perdona, lista: a mí se me pone dura desde que era pequeño.

AINHOA: Es que aún eres pequeño, tontolaba.

LEO: Soy más grande que tu novio… … y que ese tal Carlos también.

MÓNICA: Ojojojojojooooh.

 Mónica se emociona con semejante escalada de tensiones mientras asimila el verdadero sentido de esa afirmación.

Ainhoa sonríe negando con la cabeza.

AINHOA: Ya te gustaría a ti, mequetrefe.

MÓNICA: ¿Se aceptan apuestas?

LEO: Me apuesto lo que quieras; estoy seguro de que Ainhoa se rajará ya mismo.

AINHOA: A ver: ¿cuál sería el reto?

LEO: Que la mano de Mónica se quede corta para medir mi trabuco.

 Ainhoa rompe a reír. No puede creer que esté teniendo lugar esa conversación. Por otra parte, ve la oportunidad de aplastar a su hermano usando su propia arrogancia.

“Está claro que el niño no puede tener el pollón que pretende; solo es un farol para reivindicarse. Fanfarronea porque piensa que de ningún modo tendrá lugar la comprobación, pero eso no tiene por qué ser así”

AINHOA: Mónica puede comprobarlo sin que yo tenga que verte el pito.

MÓNICA: Si tu madre se entera de que le mido la picha a Leo, me echa de casa.

AINHOA: Qué va, tonta. ¿Cómo quieres que se entere?  

LEO: ¿Y cuál es la apuesta?

 A la chica le sorprende la seguridad de su hermano. Lo que él no sabe es que ella vio cómo se le empinaba ayer por la noche.

“Era un buen bulto, pero NO, de ninguna manera. ¿Un palmo? Claro que cubierto por las sábanas… puede que no tuviera mucha verticalidad. Estaba oscuro, o sea que… NOO”

AINHOA: ¿Te piensas que no sé de qué vas, niño? Si no la tienes tan grande como dices, me quedaré con tus ahorros para la nueva Play Station. Yo les daré mejor uso.

LEO: ¿Y si resulta que digo la verdad?

AINHOA: Si te mide más que el palmo de Moni, dejaré que me toques las tetas.

LEO: ¿Sí? !Anda! y ¿qué… … quién te ha dicho a ti que… que yo quiero hacer eso?

AINHOA: ¿A quién te crees que engañas? Casi te desmayas, hace un momento, mirándome mientras bailaba; esta noche te has corrido soñando conmigo; y ayer seguro que estuviste pajeándote mirando mis fotos. 

LEO: ¿Qué? ¿Esta noche? ¿Pero cómo…?… Yo no… Miraba más a Mónica que a ti.

MÓNICA: Eso sí que no, cariño. Cada vez que te veía, estabas embobado por ella.

 Leo está pensativo. No se considera buen negociador; además: bajo los efectos de su ardiente calentura, no le parece tan mal trato, pues se trata de una apuesta segura. Aun así: si pudiera realizar su fantasía…  Puede que sea por las constantes humillaciones e insultos a los que le somete su hermana, pero lo que realmente quiere es otra cosa:

LEO: Quiero azotarte las tetas con mi polla.

AINHOA: !Pero ¿qué… … dices?!

LEO: Es lo que quiero. No es tan diferente a lo que me ofreces.

AINHOA: … … … Bueno. Da igual. No me creo nada de lo que afirmas, así que…

LEO: ¿Cuántos golpes? ¿Veinte?

AINHOA: ¿Dónde vas? Diez y gracias.

LEO: !¿Diez?! ¿Frente a todos mis ahorros de navidades, cumpleaños y pagas?

AINHOA: Si tan seguro estás… Esto es lo que hay.

LEO: Vale… … … pero primero me escupirás en la polla.

AINHOA: Vale, vale. Te escupiría, pero no te hagas ilusiones, mendrugo.

 Ainhoa termina la frase riendo. Aquella cháchara sigue pareciéndole surrealista, pues nunca había existido el más mínimo ápice de sexualidad entre esos dos hermanos permanentemente enfrentados por cualquier mínima disputa. La moza reflexiona:

“¿Qué nos ha pasado? ¿Será porque compartimos cuarto? ¿Será porque Leo ha llegado a la pubertad y se la pela como un mandril?”

 Las dos amigas se dedican una divertida sonrisa justo antes de que Ainhoa salga de la habitación. Su cómplice hará los honores.

 Una vez a solas con Mónica, a Leo le entran las dudas. Desde que su madre le lavaba la pichulina, de pequeño, ninguna niña, chica, mujer o vieja le ha visto el pene. Su virilidad se está desvaneciendo a medida que su incomodidad gana terreno. Es un crío tímido.

“Puede que no haya medido bien los riesgos. La presión de perder mis ahorros y mi dignidad está mermando el vigor de mi miembro”

MÓNICA: Si no te la sacas, habrá ganado tu hermana, y se quedará con todo.

LEO: Dame solo un momento.

 Leo da un paso atrás para mirar con mejor perspectiva a Mónica. Ella se da cuenta de la grosera táctica del chico:

MÓNICA: !¿Oye?! ¿Qué haces? ¿Te quieres calentar conmigo? No te voy a ayudar si eso perjudica a mi mejor amiga.

 Mónica se distancia, recoge algunas de las ropas que encuentra sobre la cama y cubre sus zonas más sugerentes.

A Leo le están entrando calores. Se saca la camiseta, se desabrocha el pantalón y, tras un momento de parálisis reflexiva, agarra la tablet. Tarda tan solo unos segundos en identificarse como Aitor Valiente y acceder a la galería de su hermana.

 En el pasillo, Ainhoa ya ha dejado de pegar su oreja a la puerta. Espera pacientemente mientras mira su propia mano. Calibra la distancia que hay entre la punta de su pulgar y la de su meñique.

“Nooh. Ni de coña. Ninguno de mis rollos tenía este tamaño. Mis tetas están a salvo. Seguro. Esto será pan comido. Una manera fácil de ganar un buen fajo de billetes. ¿En qué me lo podría gastar?”

 Llega a sentir cierto grado de culpabilidad al aprovecharse así del tonto de su hermano; pero alguien tiene que darle, a ese niñato impertinente, una valiosa lección; una cura de humildad.

MÓNICA: !Ya está, Ainhoa! !Ya puedes pasar!

 Nada más entrar, la muchacha percibe algo raro en la cara de su amiga. Lo primero que piensa es que Mónica pretende tomarle el pelo. Es así de cruel; no tiene miramientos.

MÓNICA: Lo siento, tía. Al principio parecía que no, pero… Tela.

AINHOA: Ni de coña. No seas zorra, Mónica. No tiene gracia.

 Un poco asustada ya, mira cómo su hermano respira hondo, lleno de satisfacción. Sigue incrédula, pero ya no lo ve tan claro.

MÓNICA: Solo serán diez azotes fálicos. No es para tanto, guapi.

LEO: No te daré muy fuerte, Ainhoa. No te preocupes. No quiero hacerte daño.

AINHOA: Es que no me lo creo.

LEO: No te puedo engañar. Tendrás que verla con tus propios ojos, sea como sea.

 La chica se acerca a Mónica y, sin mediar palabra, le coge la mano para encajarla con la suya, simétricamente. Sus tamaños son prácticamente idénticos. Dubitativa, toma asiento en su propia cama manteniendo una expresión escéptica.

LEO: ¿Te sacas las tetas?

AINHOA: !¿Qué dices, bicho?! Con este escote tienes superficie de sobras. Además: primero tendré que medirla yo misma.

 Leo se acerca a su hermana. Con su ventajosa perspectiva, observa esas apetitosas tetas adolescentes. Están sopesadas por un sujetador que las aprieta y las eleva hasta tal punto que parece como si quisieran desbordar aquel vestido ajustado. En su suave palidez, casi libre de pecas, se dibujan sutiles trazos azules que dejan intuir un riego sanguíneo que los llena de vida.

 La polla de Leo ha ido basculando entre muchos tamaños. Tan rocambolesco escenario hace imprevisible la reacción biológica del chico; aun así, su hermana le da tanto morbo que no duda de su capacidad para proceder con firmeza.

-A ver. Ufffff. Sácatela- propone Ainhoa -Nunca pensé que llegaría a decirte esto-

-No protestes. Si te va a gustar- contesta él con un anómalo tono de fanfarrón.

 Leo desenfunda su imponente atributo. No goza aún de su estadio más extremo, pero no por ello deja de paralizar el aliento de su hermana. No solo es largo, si no que goza de un grosor impropio para un niño de su edad. Parece que se trate de un engendro implantado, proveniente de una estrella del porno. Esa descontextualización cárnica se ve reforzada por un enrojecimiento que contrasta con el tono del resto del cuerpo.

 Ainhoa se plantea la posibilidad de que su hermano esté intentando engañarla con una prótesis, y se la aprieta con fuerza.

-!AahaH!- exclama Leo con cierta flojera -¿Qué haces?- 

-!Joh! ¿De verdad es tuya esta cosa?-

-Pues claro… … … ¿Pensabas que era Photoshop?- 

 Los efectos de tan inesperado apretón no tardan en hacerse visibles. Al compás de sus lujuriosos latidos, ese nabo inverosímil se colapsa de sangre tensando sus tejidos de forma alarmante.

 Ainhoa se siente presionada; como si tuviera que darse prisa en medir aquella abominación antes de que reviente. Sin esperanzas, usa su palmo, estirado como nunca, para intentar abarcar la magnitud de la tragedia. No lo consigue por poco.     

-Joh- exclama Mónica -Qué machote. Eso parece el fémur de una jirafa-

-Escúpeme- le ordena Leo a su víctima -Me has dicho que me escupirías-

 Ainhoa no se hace rogar. Para no mancharse el vestido, acumula muchas babas en su boca antes de proyectarlas. Escupe burdamente y con desprecio.

Su certera munición baña, generosamente, el glande de su hermano. El acercamiento facial ha sido impreciso, y la punta de tan inquieto ariete ha llegado a rozar la jugosa boca de la chica.  

 Leo empieza a desmoronarse: tanto rato de alternar erecciones, el aborto de aquella corrida precoz de antes, el húmedo aporte que acaba de recibir de su hermana… Está malito como nunca y eso, tratándose de él, es mucho decir.

 Le duelen los huevos y la tiene tan dura que casi ha perdido la sensibilidad. Por un instante, se plantea indultar a Ainhoa para no exponerse a su enésimo derrame involuntario, pero sabe que la presente oportunidad no se repetirá, y no quiere dejar escapar la ocasión de flagelar, por fin, la soberbia de su hermana. Puede explotar en cualquier momento, así que decide darse prisa:

-Vamos, Ainhoa: súbetelas con las manos, ni que sea. Si no quieres sacártelas…-

-… … … Vale, vale, pero no te flipes-  

 La chica intenta enajenarse mirando de nuevo hacia la ventana mientras levanta esas nutridas tetas. Sus oscuras areolas vuelven a asomarse, fruto de la presión, desafiando la blancura de su piel.

 Mónica se acerca y da un paso al lado para lograr un mejor ángulo, y no perderse detalle.

 Leo toma una pose heroica, con sus piernas abiertas, y agarra su arma desde la base para no restarle inercia a sus azotes.

Ainhoa cierra los ojos con fuerza y dibuja una mueca de asco al tiempo que se somete a tan ultrajante castigo.

 Usando toda la fuerza que le permite su maniobra fálica, Leo le da su merecido a esa zorra engreída al compás del recuento de Mónica, quien no ha dejado de ejercer de árbitro en este bochornoso asunto incestuoso: “Uno, dos, tres…” El chico cambia de teta dejando un hilo de saliva colgando entre ellas.  “… Cuatro, cinco, sth…” Aquellos tremendos golpes se aceleran a toda prisa, pero la serie no se completará.

 Leo se corre, holgadamente, a la vez que contiene el aliento. Su instinto le empuja a remojar los pechos de su hermana, pero también el cuello y hasta la cara. Tanto rato acumulando lácteos ha terminado por provocar una eyaculación presurizada tan caudalosa que desafía la lógica más elemental de la física.

 Mónica se sobrecoge y se lleva las manos a la cabeza.

 Tras coger aire violentamente, y articular una expresión pavorosa, Ainhoa cierra los ojos para capear el temporal, pero tan mayúscula sorpresa le hace abrir su boca:  [graso error]

Mi hermana en la cama
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Mi hermana en el monte

RELATO ERÓTICO DE INCESTO: ODIO A MI HERMANA



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