CUERPO DE BOMBEROS

PIRÓMANA EN CELO


-sábado 17 junio-


 En el día de ayer, Salvador tuvo una charla intensa con su hijo, quien terminó por romper a llorar.                                                   

 Las hormonas adolescentes de Eugeni estallan, como palomitas en el microondas, cada vez que se acerca a Paula, su primer amor. El chico no tiene ningún bagaje emocional de ese tipo, y no sabe lidiar con tan intensos sentimientos. Es muy tímido, y enrojece fácilmente a primeras de cambio. Ni siquiera es capaz de dirigirle la palabra a la moza cuando están en clase, pero se la come con los ojos y la ama irracionalmente.

 Su padre se preocupa mucho por él:

“Puede que yo le haya transmitido los genes que dan relieve a ese infame terror al rechazo femenino”

 Salva ya hace décadas que lo superó, pero la angustia que experimentaba, cuando empezaron a interesarle las chicas, es algo que nunca olvidará. Pasó por un verdadero infierno, y no quiere que su hijo sufra esa terrible tortura ni un solo día más.

Intenta situarse en el mapa que le ilustra la pantalla de su móvil, pero no consigue sacar el agua clara. De pronto, se percata de que ya se encuentra frente a su destino. Acosado por las dudas, se cobija bajo la sombra de un árbol sin dejar de contemplar el casoplón al que pretende acceder.

“No sabía que los Lucena fueran tan adinerados”

 Repasa su plan meticulosamente. No es que se haya aprendido un guion de memoria, pero tiene muy claro cuáles son las “ideas fuerza” que quiere desarrollar con su particular elocuencia.

“Es un asunto peliagudo, pero necesito acabar con el sufrimiento que atormenta a Eugeni”

“DingDongDangDung… DongDangDongDung”

 Una clásica canción británica, articulada mediante campanas, suena en el momento en que Salvador aprieta el timbre. Le incomoda una frase musical tan larga. Es como si una tonada tan clamorosa agravara el disparate que está cometiendo.

“Solo quiero hablar con los padres de la niña. A ver si, entre todos, podemos averiguar la mejor manera de resolver este entuerto amoroso”

 Una inerte quietud ningunea sus expectativas a la vez que la reverberación de la última campanilla termina de agonizar.

 Salva apoya su dedo sobre el pulsador, pero se detiene. No quiere volver a escuchar esa sobredimensionada melodía, aunque tampoco quiere irse de vacío sin agotar sus opciones. Golpea aquella elegante madera de roble y observa a través del vidrio translúcido que da forma a una coqueta ventanilla un poco por debajo de la altura de sus ojos, pero no percibe ningún movimiento, y termina dándose por vencido.

 Cuando ya se ha volteado, un crujido reclama su atención. La puerta ha prescindido de su clausura, pero no aparece nadie para recibirle. Nada más bajar la mirada, Salvador se encuentra con Noa, la pequeña de la casa.

-Hola, preciosa- saluda él agachándose -¿Están tus padres?-

 La niña niega con la cabeza chupándose su pulgar babeado. Tiene el pelo castaño y rizado, y unos mofletes que harían palidecer de envidia a Heidy. Al hombre le sorprende que una cría, que no habrá cumplido los tres años, sea capaz de recibirle sola.

-¿Con quién estás? ¿Quién cuida de ti?- pregunta con un tono infantilizado.

 Noa sigue sin mediar palabra, y le señala el final del pasillo en el que se hallan mientras se encamina hacia el jardín trasero.

 Unas grandes baldosas anaranjadas de piedra le dan un toque rústico a la planta baja de aquella casa. Hay roca en las paredes y otros toques campestres que combinan con puertas y muebles de vidrio y de trabajada madera negra.

 Todavía dudoso, Salva cierra la puerta principal y se adentra en busca de algún adulto con el que tratar. Al traspasar el umbral de una puerta de cristal, se manifiesta ante él un estupendo jardín con césped, piscina, un par de árboles entre los cuales se sustenta una sombría hamaca… Todo ello rodeado por una hilera de abetos que otorgan cierta intimidad a los habitantes de tan suntuosa vivienda.

 Aquel edén ha cautivado la atención del intruso, pero, pronto, un foco mucho más poderoso atrapa de su mirada.

 Sobre una especie de tatami blanco, situado encima del parqué que rodea la casa, descansa una despampanante muchacha que aún no se ha percatado de su presencia. Tiene los auriculares puestos y, bocabajo, permanece pendiente de la pantalla de su tablet.

 La diminuta indumentaria que lleva se asemeja más a un grácil anudamiento de hilo negro que no a cualquier prenda que se pueda considerar bikini o traje de baño. Es fácil de adivinar que no es la primera vez que la chica usa dicho atuendo, pues un bronceado sublime pinta aquella preciosa piel sin dejar un solo rincón a la palidez.

 Su culo es turbadoramente generoso; sobre todo, por dibujar sus redondas curvas sobre un cuerpo relativamente esbelto. Sus piernas, alzadas por debajo de las rodillas, se entrelazan y basculan sutilmente al tiempo que unos pies, con vida propia, articulan sus juguetones dedos ajenos al pensamiento de la moza.

 Salva empieza a pronunciar un “hola” apremiado por las circunstancias, pero no termina su última vocal. Todavía no ha intentado deducir la identidad de la descuidada cuidadora de la pequeña que, ahora mismo, está jugando a su lado; pero tiene claro que no está presentable, en estos momentos, y que él no puede justificar el haber invadido su intimidad.

 Discretamente, retrocede hacia el interior de la casa con la urgente intención de pasar desapercibido. Cuando ya pisa las baldosas, de nuevo, se ve interpelado repentinamente:

-!¿Quién anda ahí?! !¿Quién eres?!- le interroga ella imperativamente.

 Por un instante, Salva se plantea la opción de salir corriendo, pero sabe que ello podría acarrearle penosas consecuencias; sobre todo, en el caso de que haya cámaras de vigilancia o de que, por azar, la chica haya podido reconocerle.

-No te asustes- responde nervioso -Soy el padre de… La pequeña me ha abierto y…-  

-¿Noa? ¿Te ha abierto la puerta ella sola?- pregunta extrañada -¿Has abierto, Noa?-

-Sí- dice Salva -Pensé que encontraría a… ¿tus padres?- supone gesticulando.

-¿A mí me lo preguntas?- contesta desconcertada pero algo más tranquila.

 La muchacha ha recuperado su postura más relajada, y ya no tiene los brazos en tensión alzando su torso.

 Salva no sabe a dónde mirar. Es evidente que aquella situación escapa de la normalidad. Se siente incómodo; desearía abandonar la escena, pero no puede hacerlo sin esclarecer lo sucedido.

-Eres Paula, ¿no?- se figura intentando centrar su mirada solo en los ojos de la chica.

-¿Quién lo pregunta?- contraataca ella con su propio interrogante frunciendo el ceño.

-Verás. No pretendía afrontar esta situación de est…-  

-!¿Que quién ereeeeees?!- le interrumpe impetuosamente.

-S.soy el pa.padre de Eugeni. Lo co.conoces. Va a tu clase. Quería hablar con tus…-

-¿Por qué? ¿Qué pasa con ese merluzo? Si ni siquiera me habla- añade altiva.

-De eso se trata. Verás… ¿A qué hora vienen tus padres?- pregunta aún desubicado.

-Creo que tardarán en aparecer- pronostica ella mientras regresa la mirada a su tablet.

-Puede que deba esperar a que vuelvan, no quisiera…- dice él destilando inseguridad.

-Eso no es una buena idea. Ellos no están muy… … muy receptivos, últimamente-

 Libre de supervisión, y ya más cerca de la chica, Salva se deleita con esas descomunales vistas desinhibidas. Empieza a entender la obsesión que se ha apoderado de su hijo, aunque duda que los ojos de Eugeni hayan sido premiados con semejante regalo. Tras una pequeña pausa, prosigue:

S: Verás, Paula, mi hijo es un mozalbete muy sensible y vergonzoso.

P: ¿Qué me vas a decir? Una vez, tomándole el pelo, le guiñé el ojo y le tiré un besito. Se puso tan rojo que mis amigas y yo nos asustamos. Creíamos que le daba un yuyu.

S: Sí. Ya. Eso… … Eso que me cuentas sería propio de él.

P: Aunque con los demás habla, a veces, pero vamos: que es un bicho raro.

S: Mira: yo le conozco bien. Es un gran chico: bueno, inteligente, creativo, trabajador…

P: Es un crío y un cobarde. Cómo no tiene el valor de hablar conmigo, envía a su papá para mandarme recaditos. No se puede caer más bajo.

S: Non0nono. Él no sabe que he venido… … !Por Dios! No se lo digas; no le digas que…

P: Pero si ya sé que está colado por mí. Toda la clase lo está. ¿Es que no me has visto?

 Intimidado por un nuevo vistazo de Paula, Salvador siente la imperiosa necesidad de tomar asiento, pues una indecente protuberancia fálica se expresa, ya muy explícitamente, en el perfil de sus grises pantalones de tela fina. Decide acomodarse, como un indio, sobre una especie de flotador-colchoneta con el que hace un rato estaba jugando Noa.

 La pequeña permanece al otro lado de su hermana, apilando unos bloques de plástico ajena a tan incómodo diálogo.

SALVA: De verdad: Eugeni te quiere mucho, y necesito saber si hay alguna posibilidad…

PAULA: ¿Con ese tarugo lleno de granos? Ni de coña. No salgo con los niños de mi clase.   

 El inherente optimismo de Salvador, con el cual había emprendido esa peculiar misión, está herido de muerte.

S: ¿Es que sales con alguien de fuera?

P: No es asunto tuyo. En cualquier caso, no saldría con un chico de mi edad.

S: Podrías… A ver… No sé qué es lo que puedo ofrecerte yo, pero… significaría mucho para mí que hablaras con mi hijo y le hicieras entender, amablemente, con buenas palabras, que te cae muy bien, pero que no hay ninguna opción de que salgáis.

P: No me cae bien.

S: Da igual. Emm. Es una mentira piadosa. Su sufrimiento, en gran medida, viene de su incapacidad para hablar contigo; de desear declararte su amor y no poder. Si tú le dices lo que me has dicho a mí: que ya sabías que está colado por ti y, entonces…

P: ¿Por qué debería molestarme? A mí me importa un pito ese zopenco.

S: Pero a mí no. Haré lo que me pidas. Necesito ayudar a Eugeni.

P: … … … … ¿Sabes que estoy castigada sin salir durante lo que queda de junio?

S: ¿Es que… … quieres que hable con tus padres sobre ello?

PNooh. Ni por asomo… … Mis padres me castigaron porque se enteraron de que me veía con un profesor fuera de las horas de clase. En el insti nadie lo sabe, pero…

S: Vaya. Ese es un asunto peliagudo.

P: Me aburr0ooh. Me aburro tanto… aquí, sola. Noa no es que sea la mejor distracción.

S: Entonces… … No se me ocurre cómo podría yo influir en tu situación.

P: ¿De verdad que no?

 Paula vuelve a ojearle. Con un mechón de pelo negro en su rostro, muerde la patilla de sus gafas de sol en un gesto sinuoso. Su expresión no contiene alegría ni enfado, pero unas cejas levantadas dan forma de interrogante a tan sugestiva mirada que hace enmudecer a su juicioso contertulio.

PAULA: Tengo entendido que eres bombero. Mola, ¿no?

SALVA: … … Emmm. Sí. Hace muchos años que me dedico a ello. Es vocacional.

PAULA: Los bomberos sois valientes y fuertotes. Tu hijo no podría serlo.

SALVA: Cuando yo tenía su edad, no era un hombre tan fornido. Era un tirillas también.

PAULA: Pero ahora ya no lo eres. Aunque te veo un poco pálido, ¿no?

SALVA: No, qué va. Bueno, tengo la piel clara de naturaleza, y la temporada de incendios justo empieza ahora, pero siempre hacemos maniobras en el exterior.

PAULA: Ya, pero… … esas maniobras no las hacéis en bañador, ¿no?

SALVA: No. Claro que no. Llevamos la ropa de trabajo.

PAULA: Apuesto a que tienes el culo más blanquito que el de Noa.

SALVA: Desde luego no lo tengo tan bronceado como el tuyo.

PAULA: !Aahap! !¿Es que me has estado mirando el culo?!

SALVA: A ver… … estoy aquí… … y tú también. Y no llevas… … ropa, que digamos.

PAULA: Ahahaha. ¿Es que no te gusta mi bañador? Mis padres no saben que lo tengo.

SALVA: Eso no es… … Eso no es un bañador ni es nada. Eso es como si no llevaras…

PAULA: Cállate, antiguo. Pareces mi padre. No lo llevaría en la playa, pero ahora estoy en mi casa, y no esperaba visitas. Si te molesta, pues no me mires.

SALVA: Bueno. Como quieras; pero volviendo a lo de antes. A lo de Eugeni…

PAULA: !Ay! Qué pereza me da hablar otra vez de ese memo.

SALVA: Tiene que haber algo que yo pueda…

PAULA: Puede ser que me lo piense; lo de hablar con tu hijo. Pero tú tienes que hacerme compañía hasta que lleguen mis padres.

SALVA: No sé si es una buena idea que ellos me encuentren contigo en este estado.

PAULA: Tranqui, tronco. Oiremos su coche al llegar. Podrás salir por la puertecilla esa.

SALVA: Entonces, si me quedo un rato, tú crees que…

PAULA: De momento, báñate conmigo. Seguro que en tu casa no tienes piscina.

SALVA: No, pero… … en realidad yo no… … es que…

 Paula no se queda para escucharle. Haciendo gala de una repentina vitalidad, se levanta y se encamina, con paso ligero, a las cristalinas aguas de su piscina con forma de alubia gigante.

 Viéndola caminar, Salva entra en shock. Las desproporcionadas nalgas de la niña se contonean hipnóticamente con cada paso. Sus balanceados andares resultan de lo más sugerentes, y cada uno de sus gestos: con sus brazos, su pelo, su cintura… parecen destinados a encandilarle.

“Debería irme… pero… así no habré ayudado a Eugeni. Puede que si me quedo y le sigo el juego… solo un poco…”

 Ni él mismo se cree sus pensamientos. Aunque vaya de santurrón, siempre ha sido bastante pervertido. Su apacible vida familiar, un trabajo exento de mujeres, su escasa vida social… Todo su contexto vital le ayuda a mitigar sus fogosos instintos, pero Paula… Esa chica está tan buena que ha despertado a la bestia, de nuevo.

 El corazón de Salva le golpea el pecho fuertemente, y sus buenas intenciones empiezan a corromperse bajo el influjo de una incontestable lujuria intergeneracional.

 Aún escudándose tras una inocencia provisional, se permite el lujo de desvestirse quedándose únicamente en gayumbos.       

“Mi indumentaria se asemeja más a la de un bañista y es mucho más recatada que la de ella”

 Fustigado por el calor de esa tórrida mañana, nada le apetece más que un refrescante baño junto a tan espectacular muchacha.

 El bombero anda por unos escalones forrados con pequeños azulejos celestes mientras se adentra en aquellas aguas sorpresivamente frías intentando no parecer demasiado patoso.   

 Ella ha sido la primera en sumergirse y nada sin dejar de mirarle. Su rumbo es poco definido y acaba por acercarla al punto de inicio.

PAULA: Pues no estás nada mal para ser un papi. Eres un verdadero machote.

SALVA: No podría ser bombero si no superara unas pruebas físicas muy duras.

PAULA: Eso sí: necesitas una buena sesión de bronceado. Tienes el pecho descolorido.

SALVA: Bueno. Es que no soy mucho de ir a la playa y…

PAULA: Estás en el sitio indicado. Hoy tomarás el sol durante un buen rato. !Noa, no toque eso! Es caca. Tíralo.

 Paula se impulsa, de nuevo, causando un notorio oleaje, y bracea para alcanzar el polo opuesto de la piscina. Incluso distorsionado por el agua, su sublime cuerpo se dota de un aura mística; aliñada con unos destellos solares que castigan, suavemente, las pupilas de su nuevo compañero acuático.

 Luchando contra sus instintos más primarios, Salva se agarra al borde de la piscina y descarta la lasciva persecución que tantas ganas tiene de emprender. Su propia decencia le recompensa, pues no pasan demasiados segundos hasta que observa cómo la niña regresa, cual boomerang, con una fresca sonrisa.

 Tras acercarse en exceso, Paula se conecta a los ojos de su invitado con una mirada traviesa. No obstante, la moralidad de ese atormentado individuo aún no ha dicho su última palabra:

S: Si Eugeni supiera que estoy bañándome contigo, no volvería a dirigirme la palabra.

P: Olvídate de ese crío. Has hecho lo que has podido. Ahora solo estamos tú y yo.

S: Paula, verás: estoy casado. Nunca le he sido infiel a mi mujer, y no quisiera que…

 La expresión de la chica se contrae bruscamente, como si, de pronto, algo no cuadrara.

PAULA: !¿Es que crees que quiero follar contigo? !Si nos acabamos de conocer!

SALVA: Ah. No. Es que… Cómo… Yo pensaba que… En realidad no… … no quería.

PAULA: Además. Yo ya tengo novio. Lo que es un novio secreto, pero es muy guapo.

SALVA: ¿El profesor?  

PAULA: No, no, no. Él solo fue… … una historia pasajera. Muchas complicaciones.

 Paula se ha relajado, y su enfado parece haberse diluido mientras hablaba. Apoya sus hombros en el borde de la piscina y extiende sus brazos, en cruz, a lo largo de un pedregoso límite descrito por una infinidad de minerales naranjas y blancos.                   

 Su mirada distraída autoriza los reincidentes vistazos libidinosos de su interlocutor, obcecado, ahora, por unas tetas impropias de una chica tan joven. Salva llega a plantearse que pueda haber algo de silicona conformando esas firmes mamas.

PAULA: Háblame de tu mujer. ¿Está tan buena como yo? ¿Lo estuvo alguna vez?

SALVA: Emm… Bueno…. Marisa tiene otro modo de ser guapa. Es una belleza recatada.

PAULA: !Eh! Que yo no me paseo así por el insti. Esto de hoy ha sido algo accidental.

SALVA: Sí, pero tu cuerpo… Dudo que ningún atuendo pueda… … pueda disimularte.

PAULA: He tenido suerte de nacer en este siglo. Cuando yo era pequeña, las reinas del baile eran chicas muy delgadas; muy finitas. Ahora se llevan los culazos.

SALVA: Eso sí es cierto. Aunque a cada cual…

PAULA: “Marisa” ahaha, qué nombre tan viejuno. ¿Ella tiene un buen culo?

SALVA: Ella siempre ha sido delgada; un saquito de huesos.

 La cercana mirada de Paula se ve tan limpia e inocente… No parece que, un poco por debajo de esos claros ojos castaños, dé comienzo semejante despilfarro de sensualidad adolescente.

Hablando con un confuso tono pícaro, la muchacha le lanza miraditas y sonrisas difíciles de interpretar. A cada segundo que pasa, su negativa sexual se torna más dolorosa y asfixiante. Salvador no puede eludir ciertos pensamientos:

“Pero ¿hasta qué punto es definitiva esa negación? ¿Hasta qué punto importa eso?”

SALVA: Fue mi primera novia en el instituto, así que… … nunca he estado con otra.

PAULA: !No me fastidies! ¿En serio? Eso es… fuah… Muy romántico. Tiene suerte de tenerte. La fuerza del amor verdadero es lo más bonito que hay en el mundo, espero que nada ni nadie te haga desistir nunca de ese compromiso tan firme.

 Esa maquiavélica zorrona pronuncia aquellas enternecedoras palabras mientras sale de la piscina. Su manera de andar por los escalones contradice su oratoria hasta el punto de rebajar su última frase a la categoría de burla.

 Ese tremebundo culo mojado se contonea cerca de la cara de Salvador, quien ni siquiera logra apartar su mirada bobalicona cuando la chica voltea su cabeza para descubrirle.

-¿Has oído un coche?- pegunta ella frunciendo el ceño y mirando lateralmente.  

-¿Qué? No ¿En serio? Están aquí. Pero…- balbucea saliendo a toda prisa de la piscina.

Nooh. Tranquilo, tron. Solo era una broma. No creo que mis padres vengan a comer. Menuda cara has puesto… … Ja, ja, jah… … y qué manera de moverte; parecía que anduvieras sobre brasas… … Ja, jah-

 El robusto torso de Salva se modula por hondas y aceleradas bocanadas de espanto. Mientras recupera el aliento, observa cómo la chica se da la vuelta sin dejar de reír. Esa infame broma le ha situado, de nuevo, en el mapa:

“He entrado en una casa ajena, sin permiso, con la intención de ayudar a mi hijo con sus torturados aferes amorosos, y, ahora, no puedo parar de mirarle el culo a su amada deseando penetrarla hasta el fondo; !A una niña que podría ser mi hija!”

PAULA: ¿Vienes o qué?

 Paula arrastra su tatami hasta el césped, cerca de la piscina. Noa, cansada ya de jugar con los bloques de colores, la sigue con su pequeña toalla personalizada. Salva se había olvidado de ella por completo; es tan silenciosa… A cuatro patas, su hermana mayor le ayuda a establecerse, extendiendo esa tela infantil a su lado.

“!Pero qué culo, madre de Dios! Tengo que irme de aquí o acabaré cometiendo una violación”

SALVA: Debería irme ya. No creo que… bueno…

PAULA: ¿Qué dices? ¿No habíamos acordado que te broncearías un poco conmigo?

SALVA: Sí, ya, pero se está haciendo tarde, y no creo que…

PAULA: Al menos ayúdame a ponerme la crema solar.

 El rostro boquiabierto de Salvador se cristaliza, pues la sola idea de tocar a esa chica le trastorna.

 La más lujuriosa de las adrenalinas acaba de dar un golpe de estado en su cerebro. Contemplando cómo Paula unta a su hermanita con protección solar, prácticamente desnuda, nota cómo su escalera levadiza asciende firmemente. No puede esperar más para ponerle las manos encima a esa niña traviesa. En cuanto ella siente la cercanía de su invitado, le dice:

PAULA: Estaba jugando en la sombra hasta ahora. Pero si mis padres se la encuentran roja, me cae la gorda a mí, ¿sabes?

 Salva no había reparado en la calidez de la voz de aquella chica. Puede que sea por el suave tono con el que se pronuncia ahora; aunque, seguramente, el embriagado estado mental del bombero le haría adorar esa aterciopelada voz, aunque hablara en alemán.

PAULA: Por cierto: ¿cómo has sabido dónde vivo? ¿El acosador de tu hijo me sigue?

SALVA: Nooh. Ya te he dicho que Eugeni no sabe que he venido.

PAULA: ¿Entonces?

SALVA: Mi mujer conoce a tu madre. Hace tiempo iban a yoga juntas y alguna vez…

PAULA: ¿Tu mujer sabe que has venido?

SALVA: Le comenté que vendría. Me dio la dirección, pero dijo que no era buena idea.

PAULA: ¿Y tú qué crees? ¿Ha sido buena idea?

 La moza por fin vuelve a mirarle mientras da voz a su último interrogante, retomando una cautivadora sonrisa que enamoraría al más insensible de los asexuales de este mundo. Todavía de rodillas, le ofrece el tubo de loción solar con un gesto mudo.

 Paula se tumba jovialmente. Acto seguido, su hermanita la imita con gestos muy graciosos. Salvador se siente como un pirata que destapa el cofre del más preciado tesoro, y nota intensos sus latidos. Se unta una gran cantidad de crema sobre la mano derecha, y contacta con ese pibón justo por encima de la cintura.

 Por medio de un simple y repentino gesto, Paula tira de un cordón para desabrochar la parte de arriba de su microbikini. Su espalda queda desnuda, y las manos de Salva tienen vía libre. Con enérgicos masajes, esparce aquel potingue relegando la blancura de unos primeros trazos viscosos.

PAULA: Entonces, ¿le hablarás de mí a tu mujer?

SALVA: Creo… … Creo que no. Me diría: “Ya te lo dije”.

PAULA: ¿El qué?

SALVA: Que no conseguiría ayudar a Eugeni.

PAULA: ¿Te gustaría que saliera con él?

SALVA: Pues claro. Para eso he venido.

PAULA: Ya, pero… … eso era antes de conocerme. Te lo pregunto ahora.

 El hombre no contesta a esa cuestión, pues sus celos podrían convertir aquel interrogante un dilema.

 Un sollozo de placer pone banda sonora a tan intensa friega, y barre cualquier pensamiento que pueda distraer a ese honrado padre de familia. Sus dedos se apresuran a alcanzar la plenitud de aquella preciosa espalda, más carnosa ya en la zona lumbar. Salva quiere arrancarle otro gemido a Paula y no tarda en lograrlo:

-Oo0oOh… … Dios… … Qué manos tienes- declara extasiada.

-oO Doz, ke manos  tenez- le parodia la pequeña entre risas.

 Salva se siente más depravado con su tremenda erección palpitando cerca de la niñita. Imagina la cara que pondría Marisa si contemplara aquella escena, y las lágrimas de rabia y de odio que emanarían de los ojos de su hijo si estuviera ahí. Esa culpabilidad pretende vetar sus inminentes manualidades, pero una tendenciosa pregunta termina con dicha deriva.

-¿No te olvidas de nada?- pregunta la chica con un tono suave.

-¿A qué te refieres?- contesta él algo descolocado.

-No solo tengo espalda- susurra como si quisiera que Noa no la escuchara.

 Salva entra en ebullición. No puede más. Desde que empezó con Marisa, hace más de dos décadas, no había tenido esa clase de sensaciones. Ni siquiera las de entonces eran comparables a lo que está sintiendo ahora. A estas alturas, ya escasean las dudas sobre la inevitable extinción de su longeva fidelidad.

“Cabeza fría, Salva. Cabeza fría. No piensas con claridad. Esto es un calentón. Solo un tremendo calentón; nada más. Huye de aquí ahora o lo lamentarás”

 Sus dedos se declaran en rebeldía, y descienden hasta aquellas voluptuosas nalgas divinas. Las respectivas palmas no dan abasto. Ese fino cordón negro no representa ningún impedimento para las obscenas maniobras de aquel bombero en llamas. El contrapunto lo ponen las manitas de Noa, que se entrometen llenando la escena de desconcierto y cortándole el rollo a Salva.

NOA: Culo, culo, culo, Paula, culo…

PAULA: Anda, Noa. Túmbate como yo. No molestes a este señor.

 Ese señor empieza a sentirse como un pez fuera del agua. No concibe la naturalidad con la que Paula se dirige a su hermana en un contexto tan delirante. La niña le hace caso y vuelve adoptar su postura inicial. Salva permanece paralizado, aún, cuando:

-¿A qué esperas? ¿A que lleguen mis padres?- pregunta ella con tono jocoso.

 La chica gira la cabeza unos noventa grados, los cuales no son suficientes para conectar sus miradas.

 Mientras las dudas siguen asaltando la honesta consciencia de Salva, su lujuria desbocada toma el control, y le hace derramar un generoso chorro de crema sobre el fastuoso culo de Paula. Se emplea a fondo y, sin mediar palabra, amasa esas inauditas redondeces como los panaderos amasan la masa para hacer pan. Intenta bajar por aquellos nutridos muslos, pero no consigue llegar hasta las rodillas antes de volver a subir. Con el pensamiento nublado, se aventura por lugares prohibidos.

-!Oh! Pero ¿qué haces?- protesta ella -¿Acaso piensas que puede darme el sol ahí?-

 Mudo, Salva siegue dando profundidad a su fechoría digital. Le ha bastado apartar un poco el cordón para acceder al sagrado ojete de Paula profanándolo con vehemencia. Su solitario índice no consigue llegar tan adentro como pretende, así que pronto recibe la ayuda de su socio corazón.

-No deberías…- le reprocha Paula -oOoh… … mi hermanita está  aquí-

-¿No te gusta, Paula? ¿No es esto lo que querías?- pregunta él sin despegar los dientes.

-Pero, ¿qué dices? Mi culo no es… … 0Oh… NoOh. Piensa en Marisa, en Eugeni… 0oOh-

 Esa dolorosa alusión a los pilares afectivos de su vida no logra sofocar el incendio. La hoguera es tan imponente ya que ni el mejor bombero podría sofocarla. Salvador se encuentra en una disyuntiva tan tensa que empieza a tener leves temblores.

 Noa se da la vuelta y estira sus bracitos mirando al cielo. Señala una nube que ha llamado su atención al tiempo que canturrea la última canción que le han enseñado en preescolar.

“Bendita inocencia”

 Justo cuando el dedo anular estaba a punto de unirse a la fiesta, Paula le pone freno con un movimiento brusco de cadera; desenfundando aquellos intrusos apéndices de su ano lubricado. Está preocupada por la pequeña, pues no quiere mancillar su pureza escenificando un acto tan degenerado delante de ella. Le dedica una mirada de enfado a su agresor, pero, en el fondo, la calentura que la invade es comparable a la de Salva.

 No ha dejado de jugar a ese pernicioso juego desde que aquel hombre se ha personado sobre el césped de su jardín. Lo que ha comenzado como un atrevido acto de rebeldía contra el castigo de reclusión al que la someten sus padres, se ha convertido, ya, en un clamoroso fervor de mucho más calibre. Sin el aplomo para renunciar al destino que la tienta, recupera su relajada postura y hace como que se entretiene con la tablet.

 Noa también ha recuperado su pose bocabajo, y cierra los ojos mientras reposa la cabeza sobre sus brazos.

 Salva no deja de acariciar las gelatinosas nalgas de la moza, pero eso ya no es suficiente. Una imperiosa necesidad biológica está a punto de instaurar un punto de inflexión en tan truculento encuentro.

 Con un enérgico gesto, ese respetable funcionario arranca el cordón que tan tímidamente defendía el decoro trasero de Paula. La muchacha, un poco asustada, se mantiene impasible; a la expectativa; mirando de reojo a su ingenua hermanita soñolienta.

 Sorprendido por la pasividad de aquella chica tan singular, Salva desenvaina su gran falo colapsado, y se mueve de rodillas para encaminarse hacia su objetivo. Con sumo cuidado, empuja su cipote entre las nalgas de Paula, quien, en un principio, sigue manteniendo un enigmático silencio.

 La niña era virgen de culo, y nunca creyó que una verga pudiera llegarle tan hondo por detrás. Ese interminable ingreso anal le hace temer por la integridad de sus entrañas y, víctima de su propio vértigo, termina por emitir un gemido lleno de fragilidad:

-OoOoOoOh… … ¿Co.cómo es…?… … 0Ooh… … ¿Cu.cuánto te mide la polla?-

 Salva intenta contestar, pero no consigue articular palabra. Se siente orgulloso del pasmoso tamaño de su miembro, pero está a punto de correrse víctima de una humillante precocidad.                                 

 Esa febril pasión ha mantenido a sus glándulas seminales a pleno rendimiento durante demasiado tiempo y, ahora, su corrida está ansiosa por adentrarse en aquel gran culo adolescente.          

Siente el aliento de la vergüenza en la nuca, pero ya es tarde. Salva nota cómo se agrieta su presa orgásmica, e intensifica ese candente trajín rectal agitando la postura de Paula, quien sigue teniendo las piernas cruzadas, y se limita a mantener su culo en pompa sobre el tatami mientras gime:

-Oh… … ooOoh… … 0oh… … poOor  favoOor… … mmnn… … Oh-

 Presa de un aplastante desahogo, ese bombero deshonrado riega, con su lechoso flujo, el interior más íntimo de aquella jovencita incendiaria. Salva se corre holgadamente, pero, por muy grande que sea su manguera, si solo la usa durante unos segundos, no podrá, siquiera, inquietar las ardientes llamas de esa pirómana en celo.

 Cuando su silenciado pero descomunal orgasmo empieza a tornarle impotente, la más inesperada de las figuras acude en su ayuda, y lo rescata de una humillación absoluta.                          

 Noa ha vuelto a levantar su cabeza, oportunamente, y requiere de la atención de su hermana.

Paula, con toda su urgencia, intenta sacarse de encima esa pesada carga que la oprime.  

Salva se desploma a su lado, comiéndose el césped. Su respiración acelerada nutre de oxígeno aquel alivio mareado.

“¿Sabrá que me he corrido? Con tanta loción y con tanta lubricación anal… Además, se lo he metido tan adentro…”

 Al tiempo que nada entre sus elucubraciones, oye a Noa, pero no la escucha. Por lo visto, esa cría inquieta tiene calor, y quiere cobijarse en la sombra para jugar con sus muñecas. Con la respiración aún afectada, Paula se pronuncia al respecto:

-Vale, uf… pero que yo te vea. No entres en casa como antes- le dice viéndola alejarse.

 En cuanto la pequeña llega a su destino, la muchacha regresa la mirada al mermado amante que ha desterrado, de mala manera, hace solo un momento. Levanta las cejas y dice:

-Te diría que te fueras, pero… … estoy tan cachondaaah- susurra malévolamente.

-Te entiendo, niña, pero… … llevo ya un rato al sol y no quisiera quemarme-

 Salvador intenta ganar algo de tiempo. Con un poco de suerte, podrá volver a la carga con todo su vigor.

 Paula vuelve a arrugar la frente. No da crédito a lo que escucha.

-¿Es que ahora quieres jugar tú conmigo? ¿Ahora que estoy en llamas?-

-No te enfades, chica, pero es que me estoy quemando- dice subiéndose los bóxers    

-¿Luego ¿cómo le cuento a mi mujer que…?-

-No quiero meterme tu polla sucia por el chocho. Vamos a la ducha y te limpio-

-¿En serio?-

-Espérame allá. Voy a por un poco de jabón del lavabo-

Salvador ve estrellitas mientras se pone en pie. Puede que sea por la insolación, por su reciente eyaculación o por incorporarse tan deprisa; o puede que por las tres cosas a la vez. Anda con pies de plomo, aún temeroso de perder el equilibrio, observando cómo Paula se dispone a entrar en casa.

 La parte de abajo de aquel supuesto bikini ejerce ya como un mero cinturón decorativo. El voluptuoso culo de la chica,  carente de esa pretérita teatralidad sensual, resulta igualmente cautivador sometido al movimiento de unos pasos apresurados.

 Algo perturba a ese pasmado espectador desatando su pánico. Un coche está aparcando en la calle; muy cerca. Salva recoge su ropa con premura y, tras una rápida carrera, la tira por encima de los abetos; al patio de los vecinos.               

 Se ha precipitado, dado que la puerta que le permitirá salir del jardín en el que se encuentra queda al otro lado. Con sus gayumbos aún mojados, y algo paralizado por el riesgo, se esconde tras la barbacoa de piedra; al lado de la ducha exterior.

 Paula no tarda en reaparecer extrañándose por la inesperada ausencia de su invitado. Termina por encontrarlo mimetizando mudos gestos de alerta. Ella sonríe negando con la cabeza mientras señala hacia la calle, pues no se trataba de sus padres.

 Salvador se frota la frente, aliviado. No tarda en percibir la presencia de la chica a pocos metros. Por primera vez, vislumbra su chocho depilado. Sus gruesos muslos dibujan una Y griega perfecta bajo una apetecible barriguita. La moza trae consigo un pequeño envase de jabón.

-Toma. Lávate los dedos. No seas asqueroso. Yo te limpio la polla-

 Cuando él ya se está enjabonando las manos en seco, Paula abre el grifo de la ducha sin previo aviso. Unos centilitros de agua templada, calentada durante toda la mañana por la insolación del tubo de metal, dan paso a un torrente más gélido.

Habituándose a esa nueva temperatura, Salva percibe el despeño de sus bóxers mediante la inestimable ayuda de Paula. Todavía con agua en los ojos y en la boca, siente cómo la jovencita le agarra el pene y se apodera de sus huevos peludos.

 No ha tenido tiempo de comprobar el estado higiénico de su miembro, pero confía en que no fuera precario.  

 Ese espumoso manoseo fálico no tarda en tornarse placentero. Arropado por el frescor de su elemento favorito, el bombero empieza a sentirse reconfortado. Con sus ojos resguardados del chorro que tan descaradamente ha ultrajado su rostro, Salva recupera la lucidez de su visión.

PAULA: Se te había quedado morcillona… … … … pero ya empieza a crecer.

SALVA: Claro, niña. Es que con el susto de antes.

PAULA: No me llames niña. ¿Es que no te has dado cuenta de que soy una mujer?

SALVA: Pero ¿qué dices? ¿Cuántos años tienes?

PAULA: Pues los mismos que tu hijo. ¿Tú qué crees? Si vamos juntos a clase…

SALVA: Diosss… … No me hagas pensar en él.

PAULA: En el fondo, te pone la traición. !Miramiramira! Mira que duro te estás poniendo.

SALVA: Noh, es que… … Uff… … Esto no…

PAULA: Si lo hiciéramos delante de él, te correrías… … constantemente.

SALVA: No, Paula. Cállate. No seas mala.

PAULA: ¿Mala yo? Por cierto… ¿No te habrás corrido en mi culo? Me lo noto pringoso.

SALVA: ¿Qué dices? Si a penas te estaba empezando a follar.

PAULA: Ah, no sé. Es que como nunca lo había hecho. Era virgen de culo, ¿lo sabías?

SALVA: ¿Y de boca? ¿Eres virgen de boca?

PAULA: Mmmmn… … Eso no. Ja, ja, jah… … ¿Por qué me lo preguntas?

 Salva se deleita admirando esas espléndidas curvas relucientes. La parte de arriba del escueto bikini de Paula está desabrochada por detrás, pero aún se sostiene desde el cuello; dejando caer su minimalista textura por delante de su espectacular delantera.

SALVA: Quítate esto ya.

 La chica mira a ambos lados para certificar su discreción,  como si estuviera a punto de rebasar una frontera del decoro que no hubiera cruzado ya. No solo se deshace de su atuendo superior, sino que también se quita ese inútil cinturón residual.

 La polla de Salva, ya libre de espuma, vuelve a gozar de su máxima expresión; soportando estoicamente un chorro de agua fría que ningunea el calor matutino de esa bochornosa jornada.

 Ya bien fresquito, aquel varonil invitado se desmarca de su ubicación para dejarle sitio a su joven anfitriona. Sin dejar de mirarla, se apoya en una amplia repisa de la barbacoa. No da crédito a lo que ven sus ojos:

“!Pero ¿cómo puedes estar tan buena?! Ahora sí que te follaré como es debido. No conseguirás que vuelva a correrme tan fácilmente. No sabes lo que te espera”

 Después de cerrar el grifo, Paula aprovecha para volver a inspirar profundamente. Se acerca a él recogiendo su oscuro pelo para atrás, y le mira a los ojos de nuevo. Las pupilas de Salva van como locas. Esas resplandecientes curvas mojadas no le dan tregua, y reclaman su atención, todas a la vez, a cada instante.

Después de rodear el cuello de ese tipo con sus brazos, Paula estampa su boca con la de él en un gesto inesperado.    

 Por A o por B, el tipo no había previsto besarla en los labios. Será porque su generación no tomaba tan a la ligera dicha intimidad bocal; aunque tampoco era común follar con alguien en la primera hora de conocerse. Sea como sea, dicha carantoña contiene una inherente ternura amorosa que le desconcierta.   

 La lengua de la chica no tarda en darle un carácter más obsceno al presente romance. No contenta con convertirse en una intrusa en la boca de aquel individuo, Paula le muerde los labios mojándolos con sus abundantes y sublimes babas.

 El bombero articula su respuesta con un intenso manoseo nalgón a modo de abrazo.

En medio de tan cruenta reyerta, Paula baja sus manos para volver a agarrar ese pétreo manubrio bermejo.

PAULA: ¿Quieres que te la chupe?

SALVA: … … … No. Claro que no. Eso sería asqueroso.

 Paula finge que se enfada. Airada, se da la vuelta y empieza a andar hacia el centro del jardín. Salva corre tras ella e intenta detenerla mientras la muchacha se hace de rogar teatralmente. La función se interrumpe cuando, muy cerca de ellos, se acerca Noa con la intención de enseñarle algo a su hermana; algo que a ella le parece muy interesante acerca de su muñeca preferida.

 La moza se incomoda súbitamente, y se dirige con disimulo al hombre maduro y desnudo que le está rogando clemencia demasiado cerca de ellas, con la polla completamente tiesa.

-Estate quieto, joder… … emmm… … padre de Eugeni- dice con susurros imperativos.

-¿Qué?- contesta él ofendido -Me llamo Salva-

-Claro, Salva… Métete en la piscina y espérame- le ordena antes de atender a Noa.

 Una repentina sensación de desnudez asalta al hombre, y lo empuja a cubrir su pene inflamado con sus manos. Noa le mira desconcertada por unos instantes, pero pronto se ve interpelada de nuevo Paula y se despista.                                      

 Sintiéndose un degenerado, Salvador mira a lo alto de las casas colindantes. Apenas distingue unos pocos tejados, pero también ve alguna ventana desde donde alguien podría observarles. Emulando una normalidad poco creíble, se acerca a la piscina y se adentra en ella otra vez; como si el agua no estuviera fría.

“!Coño! Con este sol pegando toda la mañana debería de estar más templada. Todavía estamos a medianos de junio, pero…”

 La pequeña Noa también quiere ir desnuda, pero su hermana no se lo permite. Cuando la niña ya le ha explicado, con su limitado vocabulario, porque su muñeca Malibú articulada es tan apasionante, Paula la envía, de nuevo, a jugar en la sombra. Seguidamente, se aleja, con prisas y sin dar ninguna explicación.

“Pero, ¿dónde va esta nena? A ver si con esta agua tan fría se me va a bajar. No seas gafe, Salva. No pienses en eso. Nada sería peor que flaquear ahora. Un gatillazo, después de todo a lo que he renunciado por follarme a Paula… Ya viene. Solo ha ido a buscar mis gayumbos. !Pero mírala! ¿Cómo es posible que esté tan buena?”

 Los bóxers mojados de Salva vuelan veloces dibujando una parábola en el cielo, y terminan por estamparse violentamente en la cara de su dueño. Paula se tapa la boca, sonriente y algo alarmada por tan certero lanzamiento.

-¿Estás biehen?- pregunta entre risas.

-!¿Te has vuelto loca?! ¿Sabes lo que pesa esto mojado?- protesta ofendido.

No pensaba que te daría en la jeta- se excusa modulando gestos de perdón.

-Es lo que me faltaba para acabar con mi erección- señala victimizándose.

-Oh. No. Por favor. No me digas eso. ¿A ver?- dice acercándose con curiosidad.

 Salva se sienta en uno de esos escalones celestes dejando su culo parcialmente sumergido. Su tranca no se encuentra en su mejor momento, pero aún goza de cierto grosor.

-Déjame a mí. Yo me ocupo de levantar esta piltrafa- proclama con confiada actitud.

 Paula hunde su cuerpo hasta la cintura para tener mejor acceso a ese pedazo de carne que tanto ha decaído desde la última vez que lo tocaba.                                                                      

 En una espeluznante maniobra, la moza engulle, por completo,  la trinidad genital de Salvador. Todavía se ayuda con los dedos para meterse el segundo huevo en la boca cuando un hilillo de babas se derrama sobre la fresca agua clorada que los sumerge. Famélica, mastica compasivamente ese manjar testicular rodeando el cuerpo de su propietario con los brazos;  sujetándolo por la zona lumbar para dar más presión a su ingesta.

 Los fantasmas de ese gatillazo se esfuman a medida que la carnosa polla de Salva crece dentro de los mofletes de Paula. Pronto, dicho falo destierra, egoístamente, a sus dos aliados colganderos para monopolizar las atenciones de la chica.

-Oh… … Sí… … Así me gusta- declara él echando una ojeada a su alrededor.

-Jhhqdprzzhcrzzzhff- balbucea ella con condicionada pronuncia.

-Cómeme… … cómeme los huevos-

 Paula obedece y vuelve a prestarle atención a ese binomio pelotudo tantas veces olvidado. Lo saborea con avidez mientras sigue empleando una de sus manos para desenvolverse en un efectivo masaje fálico. Salva no puede evitar pensar en Marisa:

“Ella nunca ha querido hacerme esto. Nunca en más de veinte años. Dice que son demasiado peludos… Tendría que ver esto… !NonOno! Por Dios. Mejor no”

 Paula aparta la cabeza sin escupir el contenido de su boca; provocando un doloroso estiramiento cutáneo justo antes de permitir que los cojones del bombero escapen de sus fauces.

 El agua que refresca la parte inferior de los muslos de Salva se convierte en un coctel baboso de tan abundante como es la saliva que desprende la chica, quien ya vuelve a comerle el nabo.

SALVA: !Sí!  sisisi  Sí… … Paula… … Qué buena  eres.

PAULA: Mghmn, q pllqtnnnzz, gmh…

SALVA: Si  sigues  así me voy a correr antes de poder follarte.

 Con un rostro algo ofendido, aquella desvergonzada bañista desatiende sus tan laureadas atenciones bocales para que esa hipotética situación no pueda tener lugar. Aprovecha para echarle una ojeada a su hermana.

 Noa sigue canturreando dando vida a sus muñecas sin prestar la más mínima atención a lo que ocurre en el agua.

 A la vez que escucha esos absurdos diálogos enfatizados,  Paula siente cómo unas grandes manos toman sus tetas, y adapta su pose para realizarle una cubana al padre de Eugeni.

SALVA: Eres una pirómana. No imaginas el incendio que has provocado.

PAULA: Entonces… … entonces será mejor que uses tu manguera para apagarlo.

SALVA: No lo dudes, pequeña.

PAULA: No soy tan pequeñaaaah.

 Las tremendas peras de la chica terminan de empaparse a raíz de las salpicaduras que provoca aquel enérgico pajote mamario.

Salvador no puede dejar de sorprenderse:

“!Esto está tan bien…! Si me corriera ahora no podría arrepentirme. No podría, tan siquiera, lamentar el no haberla follado como es debido. No sé si… Pensaba que duraría más… creo que…”

 Como si Paula le hubiera escuchado pensar, se para en seco. Su parálisis va más allá de un desapego sexual pasajero. La muchacha se ha detenido a modo de fotograma pausado.

-¿Qué pasa?- pregunta él invadido por la curiosidad.

-Estamos haciendo ruido- susurra ella mientras afina su oído.

-¿Es que has escuchado algo?- insiste mirando hacia la casa con espanto.

-No lo sé. Sal de la piscina. Voy a ver-

 Viéndola salir del agua con premura, Salva llega a la conclusión de que nunca podría acostumbrarse a ver a esa nena desnuda como sí lo hizo con su mujer.

“Paula está demasiado buena”

 Tras una fugaz intrusión en su casa, la chica sale con una expresión más relajada.

 Noa apenas se inquieta y permanece tumbada, con la cabeza reclinada sobre un cojín cuadrado.

 A medio camino, Salva se deja caer despreocupadamente sobre el tatami en el que tan cómodamente se bronceaba la hija mayor de los Lucena. Espatarrado, siente el sol sobre la mitad frontal de su cuerpo mojado, y mira al cielo con gratitud a sabiendas de lo que está a punto de suceder.

 Paula no tiene pensamientos muy distintos. Sentir esa polla tan madura en sus manos, en su boca, entre sus tetas… incluso dentro de su culo, en primera instancia, la ha puesto muy caliente. Toda la rabia y los resentimientos que alberga contra sus padres, por tenerla en arresto domiciliario en un sábado tan espléndido, se están a punto de reconvertir en ferviente euforia sexual mediante un polvazo lleno de expectativas.

“Castigada por verme con mi profe, ¿eh? Pues aquí tenéis… !Dos tazas! En vuestra propia casa”

Paula se aposenta sobre Salvador sin demasiada delicadeza. Mueve su culo para restregar sus partes con las de él, pero está demasiado ansiosa, y descarta recrearse con más preliminares. Sin vacilar, agarra ese cipote venoso y se lo mete muy adentro. Dicho ingreso no requiere de mucha sutileza dado que su chocho empapado ya hace un buen rato que lubrica.

 Cegado por los rayos solares, Salva nota cómo su miembro es acogido cálidamente dentro de su anfitriona.

 La chica empieza a sacudir sus caderas ferozmente de un modo que supera a su huésped. Frente a la inalcanzable tarea de rodear unas nalgas tan hiperactivas y revoltosas, el bombero se centra en sujetar a Paula por la cintura para que no salga rebotada a consecuencia de esas impetuosas embestidas. Intenta participar con su propio balanceo pélvico, pero es incapaz de sincronizarse con semejante desenfreno, así que, un poco asustado, se limita a darle a su tranca la mayor relevancia posible con su pose.

 Esa niña incandescente enloquece. Sus orgasmos suelen hacerse de rogar, pero lleva mucho rato en ebullición, y aquella frenética cabalgada ya vislumbra la luz al final del túnel. Ardiendo de impaciencia, intensifica aún más el ritmo. Sus jadeos, que habían empezado contenidos, se desinhiben a medida que le va faltando el aliento.

 Ese folleteo termina adquiriendo una obscena sonoridad que traspasa, holgadamente, la tenue frontera discrecional que se articula mediante una simple hilera de abetos. Cualquiera de los vecinos cercanos, y no tan cercanos, podrán escuchar a Paula; tendrán que hacerlo si se encuentran en sus casas, y mucho más si están en el jardín.

“!!Qué desvergonzada que es esta cría!!”

 Preso de una cierta enajenación, Salva experimenta un momento de lucidez que le permite tomar plena consciencia de lo que está ocurriendo desde un prisma distinto: se ve a sí mismo follándose a la chica que ama su hijo, desmadradamente, al aire libre, sin ninguna cautela; una adolescente infartante a quien acaba de conocer; una nena perversa que ha usado sus incontestables atributos para ningunear décadas de impoluta fidelidad matrimonial.

“Yo solo venía a tener una charla cordial con sus padres”

PAULA:!Oo0h!… … hhh… … !Sii!…  …!Oo0OoOh!

SALVA: Mmmh… … MmMmMmh… … !OOoah!

PAULA: Oh… … Joder… … hhh… … OoOh… … Me corroh… … !Me corro!

 Ese anuncio alivia a Salvador, quien, contra todo pronóstico, sentía ya insostenible su virilidad. Aunque se trate de su segundo derrame, nadie podría soportar tan furiosas acometidas de tan despampanante jamelga sin correrse en pocos segundos.

 Paula está llegando. No necesita pronunciarse más al respecto. La manera en que ha enmudecido su lasciva oratoria, el modo en que aprieta su pelvis contra su amante, sus incontrolables temblores cárnicos, la respiración contenida en aquel precioso cuerpo falto de oxígeno, sus ojos cerrados, sus dientes mordiendo su labio inferior…  Eso sí es lenguaje no verbal.

SALVA: ¿Est. Estás bien?

PAULA: S.Sí… … hhh… … Espera… … No. No te  habrás corrido, ¿no? No te corras, ¿eh?

 Salva niega con la cabeza, aún con los ojos muy abiertos. Sometidos por tan imperativo calentón, ni el uno ni la otra habían contemplado ninguna de las debidas precauciones.

“Parece mentira que haya estado a punto de preñarla. No quiero ni pensarlo. Suerte que no es demasiado tarde”

 Asustada por la tardía llegada de su juicio, Paula desenfunda. Está aturdida y aún le flojean las articulaciones. No hay duda de que ha sido el orgasmo más intenso de su vida.

PAULA: No podemos seguir tentando a la suerte.

SALVA: Ya pero…

PAULA: ¿Qué es lo que prefieres? ¿Quieres que…?

SALVA: Tu culo. Quiero tu culo, Paula.

PAULA: Jooh, Ja, ja, jah… … Vaya sorpresa… … Valevale… … ¿A cuatro?

SALVA: No espera. Ponte como antes. Bocabajo.

PAULA: Te ha gustado eso, ¿eh? Cuando nos ha parado la peque.

 Los dos se enfocan en la cría.

 Noa sigue durmiendo en ese sombrío rincón; a salvo del traumático espectáculo que está teniendo lugar sobre el tatami.

 Paula se acomoda mientras se aparta el pelo de la cara.

 Esa pausa le ha venido de perlas, a Salva, para desterrar un orgasmo demasiado prematuro. Antes de profundizar en el asunto que se trae entre manos, se dedica a comerle las nalgas a la chica. Teme no poder gozar de ellas nunca más, y se empeña en saborearlas y en medirlas bien con sus grandes palmas.

SALVA: Sí… … Así… … Toda dentro… … Despaciooh… OooOh… … Qué culo tienes Paula.

PAULA: No  me digas. Oh. Yo creo  que… que por eso se ha enamoradoh Eugeni  de mí.

SALVA: ¿Por tu culoOh?… NoOh… Mi hijoOh… Eugeni es un chico0oh muuy sensibleeh.

PAULA: Sí… … sí… … ClarooOh… … Joder… … !Pero qué polla tienes!…!Qué duro estás!

SALVA: Oh… … Sí… … Tengo una buena manguera… … 0ooOh… para apagar tus llamas.

PAULA: Ah… … Ah… … ah… … sigue… … Más rápido… … Dame  fuerte.

 El ritmo de esa indecente penetración anal crece, exponencialmente, hasta adquirir una violencia inédita.         

 Paula vuelve a desatar sus gemidos desinhibidamente, incomodando, a la vez que estimulando, a su entregado visitante.

 Salva está perdiendo la cordura. Como si de un poseído desquiciado se tratara, se emplea a fondo para dar alcance a su preciada corrida final; aquella que dará sentido a todo lo acontecido durante esa inaudita mañana de sábado.

 La siente llegar ya, pero se frena; quiere durar un poco más. Incorpora su postura para volver a palmear las imponentes nalgas de aquella jovencita tan traviesa. Se nota algo mareado por el esfuerzo. Necesita estabilizarse antes de retomar la recta final. El mundo le da vueltas; hasta el trasero de la chica parece rodar circularmente, pero no:  eso no tiene que ver con su zarandeada percepción.

 Pese al dolor que castiga su ojete, Paula se niega a darle tregua. Es ella quien mueve su culo para arrebatarle el descanso a ese explotado miembro bermejo.

 Salva contempla cómo ruedan las descomunales nalgas de la nena, vapuleando su falo sin llegar a desenfundarlo del todo. Más motivado que nunca, arremete contra ella con fuerza:

PAULA: !Oh!… !Sí!… … !Vamos!… … !Dame!… … !Dame!…  !Dame!… … !Oh!… … !o0Oh!

SALVA: Toma… … toma… … hhh… … esto  es  lo  que  quieres… … ¿eh?

PAULA: Sí… … Fóllame… … Quiero  correrme  otra vez… … !Vaaamos!

SALVA: Ya  está  aquí… … Oh… … MMmmnhg… …  Lo notoh…

 Paula se está tocando, en la medida de lo posible, con un brazo metido por debajo de su cuerpo. Los empujes del bombero la coartan, pero esa trepidante sodomía no quedará huérfana de premio para ninguno de los dos.                 

 La niña se viene cuando su amante ejecuta la última embestida. Su explosión orgásmica supera, incluso, el fervor de la primera. Esta vez, queda inerte, desplomada sobre el tatami al tiempo que una desahogada quietud se apodera de la escena.

Salva se siente salpicado por una lluvia de auténtica felicidad. Por unos momentos, mientras su polla sigue escupiendo semen, todo encaja en su vida. Esas sensaciones tan placenteras nublan por completo su percepción de la realidad. Ahora todo le da igual. Ya habrá tiempo para lamentaciones y quebraderos de cabeza.

 Un estruendo contundente despierta a la pequeña Noa. Parece que una corriente de aire ha estampado la puerta de la entrada principal contra su propio marco.

 El susto es mayúsculo para los habitantes del jardín, e impulsa la castigada motricidad de Salvador para ponerlo en pie y darle un par de vueltas sobre su propio eje. De repente, el hombre nota muy intensa su desnudez a la vez que unos desatinados pasos mueven su cuerpo cómicamente.

 A los padres de Paula les bastaría con mirar hacia el jardín para contemplar esa esperpéntica escena, ya que el hombre se halla, plenamente, en su ángulo de visión; pero están distraídos.

 Los movimientos de la chica tienen mucho más sentido. Unos pocos segundos le valen para apoderarse de su pareo: una indumentaria cercana y especialmente dispuesta para proteger su decoro en cuanto llegaran sus padres.

 En el preciso momento en que Ariana hace acto de presencia en el jardín, Salva está volando, pues, tras un intenso sprint, ha usado la barbacoa para impulsarse por encima de los abetos. Su caída sobre el césped de los vecinos ha sido antológica.

 Nada más incorporarse, ese sobresaltado fugitivo se percata de que no está solo, dado que una vecina, obesa y de edad avanzada, permanece sentada en una tumbona con un libro en sus manos. La mujer lo mira con semblante extrañado, a pocos metros.

 El nudismo de Salvador resultaría más escandaloso si no fuera por el contexto en que se encuentran. Sin duda, esa señora habrá escuchado el explícito polvazo que se acaba de perpetrar en el patio trasero de los Lucena.

 Las circunstancias no le otorgan demasiada autoridad, aun así, el intruso le hace el gesto de silencio, con su índice, al tiempo que pone cara de pena. Con toda su premura y discreción, empieza a vestirse con las prendas que acaba de recuperar.

 Mientras tanto, al otro lado, se escucha una charla cotidiana:

-¿De verdad que no ha llegado el del reparto? No lo entiendo. ¿Cómo es posible?-

-Que no, mamá. ¿Yo qué sé? He estado aquí todo el rato y nadie ha llamado-

-¿No tendrías los auriculares puestos? Mira que te lo tengo dicho, ¿eh, Paula?-

-Pero ¿tú me estás viendo? ¿Acaso estoy escuchando música?-

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