PAPÁ ME QUIERE MÁS A MÍ

ENSEÑAME A BESAR


-viernes 23 junio-


 Katia y Selena caminan por el puente cogidas de la mano. A unos metros por detrás, les siguen sus padres, de bracito. Mariela comenta el final de la película de esta tarde cinéfila en familia. Daniel va asintiendo y soltando algún monosílabo, pero su cabeza está en otro sitio. Mientras mira a sus hijas, piensa si no debería ponerse más firme con el asunto de la vestimenta.

“Es cierto que los tiempos han cambiado. Es cierto que ahora todas las chicas van así en verano. Es cierto que ya tuve suficientes broncas con el asunto el año pasado…”

A pesar de ser el único hombre de la familia, parece que no es él quien lleva los pantalones en casa. Su enojo habla en silencio:

“Para pantalones: los que llevan las niñas. !Esto no son pantalones ni son nada! Estas prendas transgreden los límites más elementales de la decencia. El año pasado ya vestían corto, pero algo ha cambiado. ¿Puede que ahora llenen mejor sus ropas? !Demasiado bien!”

 El calor de mediados de junio todavía no es tan firme como para sobrevivir a estas últimas horas del día. Más allá del resplandor de las farolas, el río Aguado se adentra por una oscuridad casi absoluta. A lo lejos, se escucha el susurro de unos enormes árboles peinados por la brisa suave de un verano recién estrenado. El sonido acompasado de los zapatos de Mariela contrasta con el sigilo con el que andan los pasos de goma del resto de la familia.

 Daniel está intrigado por los cuchicheos de sus hijas. Últimamente, le ponen muy tenso. No se lo explica:

“Puede que sea por el estado alterado que me produce la medicación que me recetó Maite, o por la imperiosa necesidad que tengo de impedir que ningún chico se acerque a mis niñas. ¿Es posible que mi inquietud tenga algo que ver con esta rivalidad desconcertante que tienen por ser mi preferida?”

 Ese juego siempre ha existido, pero, antes, no implicaba ningún equívoco: no ocurre nada si tu hija de seis años te da un beso en la boca, no es raro si a los ocho se empeña en ponerte crema solar en el pecho, no es censurable que a los diez se siente en tu regazo y solo una mente viciosa vería vergonzoso jugar a las cosquillas con ella a los doce o pegarle un cachete en el culo con catorce. El caso es que muchas de esas actitudes han seguido teniendo su lugar ahora que están a punto de cumplir dieciséis.

 Sin embargo, hay cosas más preocupantes que esa clase de comportamientos. Se trata de algo intangible: algo que hay en sus ojos, en su tono de voz; algo que entrañan esos inocentes roces recurrentes; la manera que tienen esas manos traviesas de salpicar lo cotidiano de indecencia…

 Día a día, las chicas premian a su padre con una ternura que se nutre de caricias desprovistas, aparentemente, de connotaciones sexuales: en la calva, en las orejas, en el cuello, en la cara y, de un modo pretendidamente accidental, en la boca: cómo si esos dedos juguetones pidieran ser besados. Sus carantoñas suelen terminar con un último gesto de propina antes de perder el contacto, tan innecesario como significativo, que parece decir: “Quisiera más” refrendado por una mirada seductora y fugaz que añade: “¿Te das cuenta?”.

Ese perfume solo se huele de cerca, pues, a menudo, Mariela presencia dichos juegos sin que nunca se haya dibujado el más mínimo atisbo de desaprobación en su rostro.

 Mientras estas ideas transitan alborotadamente por su cabeza, Daniel se sorprende a sí mismo mirando el enlace de los dedos de las niñas, así como el hipnótico balanceo de unas jovencísimas nalgas adolescentes a duras penas enfundadas en unos pantalones estudiadamente estropeados.

-¿Por qué hacen eso?- dice contrariado.

-¿El qué?- pregunta Mariela como despertando de repente de su silencioso trance.

-Cogerse de la mano. Ya son mayores- protesta refunfuñando.

-Déjalas, Dani. ¿Cuántos padres quisieran que sus hijas se llevaran tan bien?-

-Bueno- suspira resignado -Cuando se enfadan tienen tela marinera- 

-Chillan mucho, pero solo son rabietas de nenas pequeñas- afirma condescendiente.

-Sí. Ya, pero… ¿Pero qué…? ¿Has visto ese negro? !¿Pero tú qué miras, tío?!-

 Daniel no puede dormir. No es por los leves ronquidos de su mujer, ni por el viento que azota las ventanas. Se le ha quedado clavada la mirada de sus hijas después de que él arremetiera contra ese mirón baboso.

“Solo las ha ojeado al cruzarse con ellas. ¿Por qué me hierve la sangre así? He perdido los nervios. Me merecía un buen puñetazo”

 El hombre le ha mirado como a un loco; eso le importa poco, pero ellas… No lo entendían. Ni siquiera recuerda lo que le ha gritado a ese tipo. Solo recuerda haber avergonzado a su familia.

 Sabe que, si él fuera también un joven, con un buen pollón hambriento de chochetes jóvenes, tampoco habría podido evitar un repaso a semejantes bellezas; no con esas ropas tan cortas y ajustadas.

 Con la mirada fijada en el techo, pasa las horas farragosamente. Siente cómo el desasosiego que tiene con las niñas empieza a convertirse en una obsesión. Aun así, no tiene la más mínima intención de comentarle nada a su psicóloga. Ella siempre lo vincula todo al sexo, y a ciertos vínculos primarios de fondo erótico que atañen a las personas más inadecuadas. Aquello le incomoda sobremanera.

“No, no es nada. Solo se trata de una fase por la que estoy pasando. Me estoy emparanoiando a base de bien. Suerte que mañana es sábado y no tengo que madrugar”


-sábado 24 junio-


El sol se esconde tras el horizonte un día más. Por la mañana, Daniel ya se ha percatado de que la obcecación de la pasada noche quedaba atrás y de que, después de haber dormido un puñado de horas, todo se relativizaba. En el almuerzo, nadie ha hecho mención del desagradable incidente que perpetró junto a ese individuo de piel oscura, y todo ha vuelto a la normalidad.

 En el salón, las niñas están mirando un reality cutre, y se ríen de sus protagonistas.

 Daniel, frente a la mesa, pone un poco de orden en su portátil. Trabaja concentrado hasta que levanta la vista y se encuentra con que Katia y Selena se están comiendo la boca, la una a la otra, sobre el sofá. Se ha quedado pasmado sin saber reaccionar. Los instantes permanecen suspendidos al tiempo que intenta asimilar lo que ocurre con la respiración detenida.

 De pronto, Selena repara en la mirada estupefacta de su padre e, instantáneamente, contagia la dirección de sus ojos a Katia. Las dos estallan en una carcajada mientras intentan explicarse:

-N0 papaáh, no..n0 es lo que pa..parece- consigue pronunciar Katia.

-Solo me está… … me está enseñando a besar- completa Selena.

-¿Para qué necesitáis aprender eso? Ni siquiera tenéis novio- dice él casi sin vocalizar.

-Katia sí que tiene- confiesa mirando a su hermana con picardía.

-!Ssssssh! !Tiaaaaah!- replica la aludida rezumando indignación.

-No pasa nada, Katia- señala Selena abriendo mucho los ojos y los brazos -Es normal-

-No es novio-novio- intenta tranquilizar a su padre -Es solo un… un novio- 

-!Es un skater!- añade Selena para complicar la situación.

-!Tiaaaaaaaah!- reacciona Katia aún con más desespero.

 Daniel no sabe qué cara poner, y opta por callar. En el seno de su familia, es bien sabido que odia irracionalmente a los skaters: ese aire modernillo y molón, ese pavonearse sin camiseta haciendo acrobacias sobre un juguete infantil, esa improductividad rodando arriba y abajo de las rampas durante tardes enteras, esos tortazos consecuencia del escaso ángulo visual que provocan unos flequillos tan poco razonables, esa absurda admiración que provocan en las chicas…

“La pesadilla se ha hecho realidad. Temía que este día llegaría. No hay nada que yo pueda hacer”

 Baja la mirada y finge que sigue con lo suyo. Ensimismado, escucha unos leves sonidos salivales. Katia vuelve a instruir a su hermana mordiéndole el labio inferior. Aún en estado de shock, Daniel observa de reojo a sus hijas. Las ganas de soltar un grito, y mandarlas cada una a su cuarto se desvanecen en cuanto nota cómo su falo se nutre de virilidad.

 La calma por la que navegaba este apacible sábado se ha visto fustigada, repentinamente, por violentas olas emocionales que golpean sus valores haciendo que se tambaleen: vergüenza, lujuria, indignación, sofoco, preocupación, parálisis, miedo…

-!La cena está lista!- chilla Mariela desde la cocina.

 Las niñas interrumpen su actividad besucona y, de un bote, se dirigen animosas hacia la cocina estorbándose revoltosamente.


-domingo 25 junio-


 El día transcurre con la tranquilidad propia de un festivo, y el sol corteja a la montaña dando un color mágico al atardecer.

 Daniel reposa en la hamaca que tiene atada entre los pinos del jardín. Se ha pasado todo el día sin hacer nada, y se siente flojo y desanimado. Ha cometido la imprudencia de doblarse él mismo la medicación para combatir su desánimo, y ahora todo le da vueltas. Necesita conectar con algo firme, así que deja caer una de sus piernas para contactar con el suelo. Va recuperando el equilibrio hasta que, de pronto, oye un portazo en la entrada principal. Se extraña, dado que no esperaba visitas.

“Todavía es muy pronto. Mariela ha dicho que se quedaría con las niñas a cenar en casa de su hermana”

 La curiosidad rivaliza con la pereza y, finalmente, logra levantarlo y encaminarle hacia el interior de su hogar. Después de tropezar con los zapatos de Selena, la encuentra llorando desconsolada en el sofá.

-¿Qué te pasa, cariño?- pregunta enternecido.

-Odio a Katia- contesta ella entre sollozos.

-No digas eso, tonta. Si no podríais quereros más- dice él sentándose a su lado.

-!No, papá! es una zorra- pronuncia acabando con un susurro lleno de resentimiento.

-¿Cómo dices eso, amor?- insiste con una curiosidad temerosa.

-¿Te acuerdas de Javi? Es el jardinero de las tías Antonia y Dolores. Pues ese chico siempre me gustó. Teníamos algo especial. Coqueteo con él cuando lo veo y, hoy, hemos pasado un buen rato flirteando hasta que ha aparecido Katia. De repente solo tenía ojos para ella y yo he dejado de existir. No se han cortado ni un pelo. !Y ella tiene novio! Luego se han ido a dar un paseo y yo me he quedado ahí, sola, con las tías, muerta de asco. Y después, cuando nos hemos juntado todos para comer en la mesa…-

 Dani pierde el hilo de la explicación, y no puede evitar sumergirse en algunos de sus razonamientos:

“Ciertamente, Katia es muy guapa. Puede que su belleza impresione más de inicio. Aun así, Selena es una verdadera preciosidad sin ningún pero… Es mucho más lista que su hermana. Más buena, más sensible, más dulce… Me cuesta entender que Katia haya podido eclipsarla. Mírala, con esos ojazos de color de miel tan llorones”

 La expresividad de la niña no tiene nada de actuación. Más allá de sus palabras entrecortadas, Daniel ve, en esos gestos, el sufrimiento de un corazón herido. Lo ve en la dirección inquieta de su mirada, en su modo de zarandear los brazos con despecho, en el tono de una voz que se debate entre la ira y el victimismo.

 Le apetece decirle que no es nada, que eso que le parece tan importante, ahora, será algo de lo que se reirá en unos años, que los amores vienen y van, y que tienden a aparentar ser reales, aunque no lo sean… pero se calla. Sabe que sus argumentos no le servirán por muy certeros que sean.

 El ritmo de la chica va menguando, y la celeridad de su habla se disipa como lo hace su agitación corporal. Está de rodillas, en un lado del sofá, con una postura recogidamente femenina.

 Dani siente que debería decir algo para consolarla, y, tras planteárselo en un breve momento silencioso, susurra un interrogante colmado de secretismo y de complicidad:

-¿Sabes que eres mi preferida?-

 Selena vuelve a enfocar los ojos de su acompañante después de tanto mirar sin sentido. Esgrime algunas lágrimas más, pero, esta vez, son de emoción. Su cara dibuja una sonrisa balsámica.

 Su padre nunca se había pronunciado sobre ese asunto. No lo encontraba ético, y tampoco habría sabido a qué hija otorgarle dicho honor; pero los últimos sucesos le han ablandado el corazón, y ha terminado por emitir su controvertido veredicto.

 Daniel está formalmente sentado, mirando al frente. Selena gatea hacia él hasta que logra colocarle una de sus rodillas a cada lado para darle un sentido abrazo. Él duda, pero le devuelve el gesto consciente de que está logrando animar a su pequeña. Se siente el mejor padre del mundo.

-Ya no me volveré a hablar con Katia. Que le den- susurra ella haciendo morritos.

-No digas eso, vida. ¿Quién te va a enseñar a besar si no?- dice sin reflexionar.

 Se produce un silencio que redirecciona ambos pensamientos hacia una respuesta común, tan inadecuada como evidente; más aún dada su proximidad física. Mientras Daniel intenta, sin éxito, articular alguna palabra que corte esa deriva, Selena le acaricia una oreja permaneciendo encima de él y, sin divagar, verbaliza un presentimiento de lo más tendencioso:

-Seguro que tú besas bien- murmura entre risas juguetonas.

-Pregúntaselo a tu madre, p.por eso se casó conmigo- responde casi sin tartamudear.

-¿Mamá era guapa de joven?- pregunta alzando la vista hacia su hemisferio imaginativo.

-No tanto como tú- contesta ya completamente embobado, mirándola muy de cerca.

 Selena trae de vuelta a sus ojos. Tras unos instantes de intriga, con la boca medio abierta, se humedece el labio y, bajando la mirada con timidez, le pregunta:

-¿Me enseñas a besar?- deslizando el índice por la camiseta de su padre.

 Él guarda un silencio colapsado. Se siente incapaz de apartar la mirada de esa hermosa carita mojada. Aún tiene las manos algo suspendidas, sin saber muy bien dónde ponerlas.

 La chica acerca su rostro inclinado al de él, lentamente, hasta que ambos comparten el mismo aliento. Al fin, sus labios entran en contacto de la manera más suave.

 Articulan sus bocas y todo empieza a fluir.

 Daniel, arrollado por los acontecimientos, se permite acariciar los suaves muslos de su hija. Esos shorts han dejado de parecerle demasiado cortos, y ahora es él quien goza de su brevedad.

 Ella suspira levemente y susurra:

-¿Así?… …Mmmh… … ¿Así?- cuchichea buscando la aprobación paterna.

-Sií, sií… … Mmmh… … Mw bn, cariñw-

 Mientras Daniel saborea la lengua de Selena, nota cómo su verga adquiere ya un vigor notable. Sus manos se infiltran, furtivamente, por debajo de la camiseta de la niña. Ascienden guiadas por la osadía de unos dedos lujuriosos que no dejan de trepar por esa espalda tan estrecha. Al encontrarse con el sujetador, empiezan los problemas:

-¿Qué haces?- susurra ella sonriendo.

-Nada cariño… … no… … no hago na.nada-

 En contra de lo que dice, Daniel se acaba de enzarzar en una aparatosa trifulca para liberar esos apetitosos pechos presos. Torpemente, consigue remontar la prenda, y empieza a disfrutar del magreo de aquellas delicias mamarias.

 Ella emite tímidos gemidos sin separar su lengua de la de él. El sugerente sonido de esa voz infantil se convierte en la banda sonora de un místico trance cautivador.

 Una atmósfera embriagadora inunda el salón con los perfumes morbosos de un incesto que está dejando de ser platónico.  

 Como regresando de golpe a la realidad, Selena se detiene en seco, se aparta y pregunta:

-Papá, ¿me estás tocando las tetas?- con fingida sorpresa.

 La aguja que hacía sonar ese tocadiscos virtual con música divina ha hecho un quiebro, y ha puesto punto y final a esa melodía celestial con una ruidosa rascada. Un silencio expectante convierte el edén místico en el que se encontraban en el terrenal salón que tantas escenas familiares ha sustentado desde que las niñas eran apenas unos bebes.

-No, cariño. Claro que no- responde negando lo obvio.

-Ah, vale… Espera, que me molesta el sujetador-

 Con la naturalidad de quien se quita una pulsera, la chica solventa el estropicio indumentario que le ha hecho su padre. Un par de gestos cotidianos le bastan para desprenderse del sostén por la parte inferior de la camiseta.

 Daniel la observa con atención. De alguna manera, esperaba que algo detuviera aquella locura; pero el modo en que Selena retoma su besuqueo parece indicar que no tiene la más mínima intención de ponerle freno.

 Ese respetable padre de familia entra en el cielo a través de los jugosos labios de su hija, mientras que un sinfín de femeninas caricias, originadas por unos deditos fríos y puntiagudos, se recrean en su cabeza despejada, en sus orejas y en su cuello.

 Las manos de Daniel realizan un breve recorrido circular por encima de esos shorts indecentes que tanto odiaba, pero no tardan en regresar bajo aquella holgada camiseta verde en busca de las maravillosas redondeces que esconde. Una vez que las ha encontrado, las aprieta instintivamente, con fuerza, desatando las sugerentes quejas doloridas de la niña.

-!oOh!… CuidadoOh… ¿Te gustan mis tetas, papá?- pregunta melosa como nunca antes.

 Escuchar esa obscenidad dictada por la tierna voz de su propia hija le revela, aún más claramente, la bochornosa carnalidad de la escena tan sórdida que están representando; aun así, Daniel sabe que es tarde ya para oponerse. No sabe muy bien cómo ha llegado hasta ahí, pero, ahora mismo, su moral tiene el estatus de una sola mano intentando detener el caudal de un río de concupiscencia totalmente desbordado.

 Daniel nota cómo Selena empieza a balancearse, imprimiéndole empuje con sus caderas. Se mueve desde atrás hacia adelante, repetidamente, cada vez con movimientos más marcados e inequívocos. La chica respira profundamente, con el pelo despeinado cubriendo gran parte de su rostro. Sus contoneos se aceleran, perniciosamente, alimentándose de su propia impaciencia.

SELENA: Mmmh… … mMmmMh… … mMmMmMh… … oO0h…

 Los jadeos de la niña cada vez son más profundos, y se acompañan de gemidos crecientes.                                            

 Hacía décadas que Daniel no estaba tan cachondo; desde luego: nunca había experimentado un deseo que confundiera tanto sus sentimientos, su moral, su concepto de familia… 

 Sin siquiera haberlo planeado, Selena empieza a llegar al éxtasis montada en algo más que una simple simulación. Galopa enérgicamente obligando a su padre a sujetarla fuerte por la cintura para que no salga despedida.

 Él se da cuenta perfectamente de lo que ocurre, pero hay tanta energía entre los dos que no logra asimilarla, y vuelve a sentirse mareado y sobrepasado por las circunstancias.

 La sensual voz de Selena abraza su mente, empapándola por completo de erotismo con cada gemido, y transportándola a otra dimensión más elevada y caótica.

SELENA: !oO0h!… … !Oo0ooOh!… … !Siiiíiíi!… … !MmMgh!

 La chica grita, con su tono más agudo, en cuanto una implosión de placer desata una serie de clamorosos orgasmos, obligándola a abrazar con fuerza a su padre.

 Él, pese a su perenne silencio, mantiene los ojos muy abiertos. Se siente sometido a la voluntad de su niña como un vil juguete.

 Ese frenesí tan censurable termina por desvanecerse, pero Daniel, todavía con la respiración acelerada, aún ve estrellitas eclipsando la imagen de su acogedor hogar.

 Selena no se atreve ni a mirarle a la cara. Se coloca el pelo con un gesto inseguro y empieza a disculparse con un hilo de voz casi imperceptible.

SELENA: Papá… … hhh… … lo sientoo… … hhh… … no sé qué me ha pasado.

DANIEL: No pasa nada, cariñoh. Es cosa de la edad. Tienes las hormonas disparadas.

 Intenta mostrarse comprensivo, aunque tiene la polla tan dura que apenas le llega riego sanguíneo al cerebro. Se le ha aclarado la vista, pero todo gira a su alrededor. Desearía arrancarle la ropa a su hija y follarla violentamente, pero todavía le queda un poco de cordura.

“La situación se ha desmadrado porque ella estaba muy vulnerable y caliente, pero… … ya pasó”

 Sin proponérselo, sigue acariciándole los muslos con ternura.

 Aún con un bajísimo tono de voz, ella sigue excusándose:

-Qué vergüenza, estoy toda mojada- admite palpándose los pantalones.

 En ese preciso instante, el sonido de la cerradura de la puerta principal sacude, con gran urgencia, el pulso de sus corazones. Sin apenas tiempo para reaccionar, se abre la puerta para dar paso a la vehemente entrada de Katia.

 Totalmente ajena al acto que acaba de perpetrarse en el seno de su casa, alcanza a ver cómo Selena, aún despeinada, salta de encima de su padre. Atónita, se percata de que es ropa interior lo que su hermana se apresura a recoger del sofá antes de desaparecer, con paso ligero, en la profundidad del pasillo.

-¿Qué hacíais, papá?- pregunta con un tono muy firme y estricto.

-¿Cómo que qué hacíamos? ¿No te da vergüenza robarle el novio a tu hermana?-

 Daniel intenta cambiar de tema burdamente. Todavía está un poco sudado y le falta el aire. Se le nota nervioso, y eso ofende a su hija, quien trata de verificar sus peores sospechas.

-¿Te puedes levantar?- sugiere ella aún desafiante, pero con más suavidad.

-No tengo por qué levantarme. Me duele la espalda- responde él fingiendo su dolor.

 La negativa de Daniel, con una excusa tan pobre, alimenta los temores de la chica. Sabe que su padre no podría disimular la vergonzosa erección que esconde bajo sus pantalones si se encontrara erguido.

 Detrás de Katia, aparece Mariela cargada con bolsas:

-¿Cómo dejas que tu madre cargue con todo?- protesta con resentimiento resignado.

-Eso, papá. ¿Por qué no te levantas y ayudas a mamá?-

 Katia sigue con ese tono musicado que insinúa más de lo que dice. La chica encierra su furia en una mirada que se asoma entre los párpados de unos ojos medio cerrados. Dani la ignora y coge el mando de la tele para despachar el asunto. Ella se va a su cuarto con prisas y, una vez en él, da un fuerte portazo que expresa su ira mejor que cualquier palabra.

-¿Qué le pasa a la niña?- pregunta Mariela asomándose intrigada desde la cocina.

 Él se encoge de hombros como si no supiera a qué viene ese colérico desaire. En cuanto su mujer vuelve a la cocina, suspira y reflexiona desatendiendo las frívolas imágenes de la pantalla. Se siente aliviado a sabiendas de que ya ha pasado el momento más crítico, pero es consciente de que será difícil restaurar la normalidad familiar después del depravado altercado sexual que acaba de protagonizar junto a su hija preferida.

 Aún está malo. No consigue rebajar la firmeza de su miembro.

“Quizás debería… No, no tengo la costumbre. De hecho, no recuerdo mi última eyaculación. Esto no puede ser bueno”

Katia se fue a dormir muy enfadada, ayer, consciente de que su hermana Selena le está arrebatando el trono que corona a la hija preferida de Daniel. Sin embargo, lejos de aceptar la derrota, hoy se ha levantado dispuesta a hacer lo que sea necesario para perpetuar su longevo reinado doméstico.

Daniel tiene un buen sueldo que le permite financiar una vivienda ideal en una de las zonas más bien estantes de Fuerte Castillo. 

 A pesar de disponer de una cocina espaciosa, la familia Valverde suele reunirse en el salón para comer y para cenar. Solo desayunos y meriendas quedan relegados de dicho privilegio.

-Sí que estáis calladas, niñas- dice Mariela extrañada por una cena tan silenciosa.

-Déjalas, mujer. Por una vez, ya va bien un poco de tranquilidad- responde Daniel.

-Eso es lo que teníais antes de que llegáramos, ¿no? Tranquilidad- añade Katia enfadada.

 Su madre se intriga por esa insinuación, pero está muy lejos de enfocar, certeramente, cualquier sospecha, y termina por atribuir la hostilidad del tono de su hija a otra más de las rabietas que tan a menudo se suscitan entre ella y su hermana.

MARIELA: Carmen y Conchi vuelven a estar peleadas de nuevo.

DANIEL: !Vaya! Las otras. Parece que hoy es el día mundial de las hermanas enfadadas.

 Katia le dedica una mirada asesina a su padre que nadie querría ni para su peor enemigo.

 Daniel fija la vista en su plato mientras levanta las cejas. Reza para que no se desate ninguna discusión indiscreta delante de su mujer. Sus ojos andan de puntillas, ahuyentados por cada gesto hostil de la chica.

MARIELA: Al menos ellas no viven bajo el mismo techo. No tienen que verse si no quieren.

DANIEL: Carmen también suele pelearse con Manolo. Con ese no tiene escapatoria.

SELENA: Menudos vecinos. ¿No papá?

KATIA: Xssst.

 El oclusivo chasquido vocal de Katia pretende ridiculizar el comentario de Selena, quien sigue ignorándola.

 Durante largos segundos, los cubiertos parecen ser los únicos que se atreven a mancillar el silencio de tan incómoda velada.

-Hoy hacen esa peli tan buena que dijimos- dice Daniel intentando romper el hielo.

-Uy, no- contesta su mujer -Estoy muy cansada. Me iré a dormir ya mismo- 

-Yo también- se desmarca Katia -No estoy de humor-

-A mí sí que me apetece, papá. Yo la veré contigo- 

 Selena intenta mantener un tono anormalmente neutral que, a oídos de su hermana, resulta todavía más desafiante.

 La cena finaliza sin abandonar esa calma tensa. Mariela acaba de recoger la mesa cuando los demás aún están con los postres.

 En cuanto Dani enciende la tele, se percatan de que la película justo empieza. Selena se acurruca al lado de su padre; en el sofá. Katia se sienta en el sillón sin abandonar su rictus enfurruñado. Las dos visten con unos pijamas infantiles que, este año, ya han quedado pequeños.

-¿No te ibas a dormir, Katia?- pregunta Selena con naturalidad.

-¿Qué te importa?- responde calmada, sin siquiera mirarla -Me iré cuando yo quiera- 

-Vamos, niñas, ya está bien de riñas- añade Dani conciliadoramente -Veamos de la peli- 

-!Buenas noches a todos!- grita Mariela a modo de despedida.

 La cinta pretende ser intrigante, pero, por lo menos, a ojos de Daniel, no logra cumplir con dicha aspiración. Puede que la culpa sea de Selena. Esa niña tan traviesa está cautivando la atención de su padre hasta tal punto que tan distraído espectador ya no sabe quiénes son los policías y quienes son los prófugos. Lo que en principio parecían roces accidentales ha propiciado que, ahora, ella le esté cogiendo la mano. La chica juega con sus dedos mientras finge seguir la trama que se produce tras la pantalla.

 Katia les observa de reojo hirviendo en celos. Las caricias de su hermana van más allá de los límites que está dispuesta a tolerar. Aun sin ninguna evidencia, siempre se había sentido ganadora en su contienda para ser la preferida de papá; la favorita de todos. Lo de hoy con Javi no ha sido más que una prueba; otra muestra de su hegemonía. Ni siquiera le gusta el jardinero, solo necesitaba reivindicarse de nuevo; pero la competición por el amor de su padre es algo mucho más importante; un asunto sagrado que se remonta más allá de sus primeros recuerdos.

“Siempre nos picamos entre nosotras, pero sin perder el buen rollo ni cruzar líneas rojas. Con lo de Javi solo he puesto a Selena en su sitio, pero lo que estaba ocurriendo cuando he abierto la puerta es un golpe demasiado bajo”

 Daniel se da cuenta de que Katia les observa con disimulo, y percibe su zozobra enfurecida. Aun así, no se siente capaz de rechazar las carantoñas de Selena; unas caricias que, cada vez más ambiciosas, ya trepan brazo arriba. Ese respetable cabeza de familia tiene que acomodar la postura para disimular una más que llamativa tienda de campaña. Una vez asegurada su discreción, empieza a devolverle los mimos a su hija.

-Papá, ¿el asesino sabe quién es ella en realidad?- pregunta Selena.

-¿Qué? ¿Qué asesino?- contesta un Daniel completamente despistado.

-Fffffh. Qué rollo de película. Me voy a dormir. Buenas noches, tortolitos- remuga Katia.

 Se marcha asqueada para no terminar perdiendo los estribos. Una vez en la cama, decide poner fin, de la manera que sea, a esa insultante parcialidad paterna. Siente la imperiosa necesidad de restaurar su reinado y de humillar a la usurpadora de su hermana.

 Entre tanto, en el comedor, Daniel y Selena llegan hasta los títulos de crédito sin dejar de acariciarse mutuamente. La chica se despereza sensualmente para terminar con un “Buenas noches, papá”  acompañado de un beso en la boca, fugaz pero muy meloso.

 Él no deja de contemplar los sugestivos andares de esa fascinante figura adolescente. La niña desaparece dedicándole una última mirada al tiempo que se adentra en la oscuridad del pasillo. Su padre está compungido:

“¿Esto va a ser así siempre? No. No pude ser. Lo de antes ha sido un accidente; una cadena de despropósitos: los efectos de mi medicación, las hormonas adolescentes de Selena, su vulnerabilidad por esas heridas amorosas, el contexto de nuestra cercanía física…”

 No quiere contemplar ningún otro camino que no sea el de la vuelta a la normalidad familiar, pero la corriente de los últimos acontecimientos parece empujarle lejos de ella. Navegando en un mar de dudas, Daniel se va a la cama con la intención de seguir consultando sus quebraderos de cabeza con la almohada. 

 Ya en el dormitorio, observa cómo su gorda mujer duerme a pierna suelta y, escuchando sus rudos ronquidos, se plantea si ese es todo el erotismo al que puede aspirar el resto de su vida.

“Mariela seguirá en declive hasta que muera: más fofa, arrugada y estropeada a cada día que pase”

 Aquella cruda realidad le asfixia amargamente hasta que, como si de una bocanada de aire fresco se tratara, respira el recuerdo de ese último beso de Selena, tan breve como significativo. De pronto, vislumbra el camino a un manantial de juventud virginal: al frescor de una turgente belleza; a su embriagador hechizo adolescente… Sabe que podría escabullirse, sigilosamente, hasta el cuarto de su hija para azotarla con una férrea virilidad incandescente.

 Desde lo más profundo de su ser, emerge un ilustre sentimiento que cierra esa posibilidad de un portazo. Un nada desdeñable amor paterno fustiga aquellas ideas obscenas con su pureza, y ata a su hacedor en la cama con cuerdas de resignación.

 El pobre no deja de zarandearse a lomos de una montaña rusa emocional que transita por raíles de razonamientos contrapuestos.

-lunes 26 junio-

 Dani todavía está soñoliento mientras se lava los dientes a la luz de un nuevo amanecer. Ha dormido pocas horas, pero, pese a ello, se siente bastante bien. Su nobleza le da palmaditas en la espalda congratulándose por haber superado la dura prueba de anoche. Después de darle muchas vueltas, tomó la determinación de hablar con Selena para apaciguar la fogosidad que hay entre los dos. Durante su cepillado, intenta escoger las palabras, sin presión:

“Cariño, es importante que entiendas que volver a caer en ese error podría conducirnos a un oscuro escenario de ruptura familiar. Comprendo la curiosidad propia de tu edad, pero no puedes permitir que tu inmadurez te lleve a confundir un sano amor hacia tu padre con inquietudes del todo inapropiadas. Además, es digno de mención que…”

 Una urgencia repentina interrumpe sus elucubraciones sorprendiéndole aún con el cepillo en la boca. Katia se ha levantado más temprano de lo habitual para ducharse antes de ir al instituto y, procedente del otro lavabo, entra como una exhalación reclamando la atención de Daniel:

-!Papá, tengo cáncer!- exclama con su rostro desencajado y empapado en lágrimas.

-Pero ¿qué dices, cariño?- contesta él sin dar ningún crédito a sus temores.

 La niña solo lleva unas braguitas, y sostiene una pequeña toalla que no alcanzaría para secar ni una porción de su cuerpo mojado.

 Dani repara en esa semidesnudez nada más superada la sorpresa. Ni siquiera se acuerda de que él también lleva el torso desvestido. Sintiéndose asaltado, no tarda en poner en tela de juicio la veracidad de las lágrimas de su hija.

-Me noto un… … un bulto- murmura ella -Aquí- señala dejando caer la toalla.

 Katia coge la mano de su padre y la rellena con una de sus firmes peras. Daniel la aparta con urgencia; como si quemara. Siente que ha salido del fuego para caer en las brasas.

-Pero, papaaaah- protesta llorando y ondulando su tono teatralmente.

-Perdona, Katia, pero no… no puedo tocarte las tetas- dice excusándose contra la pared.

-¿Puedes tocarle las tetas a Sele porque estás cachondo y no a mí para diagnosticarme . una enfermedad mortal?- insiste ella con cara de asco.

-¿Pe.pe.pero q.qué di.dices? … yo n.no- balbucea él con un severo tartamudeo.

-Me lo ha dicho, ¿vale? !Lo sé todo!- le asesta destripando su autoridad moral con semejante mentira -Papaahaa- insiste agudizando su llanto con impaciencia.

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RELATO ERÓTICO DE INCESTO: PAPÁ ME QUIERE MÁS A MÍ



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