NIDITO DE AMOR

HECHIZO GENERACIONAL

Las veo a lo lejos; por el rabillo del ojo; a la salida del instituto. Oigo sus risas desinhibidas, sus bromas bulliciosas, su griterío… Junto a ellas, ellos son meros elementos de un atrezo insulso.

La primavera, la sangre altera; pero el verano… A mi edad, no debería hervirme la sangre por esa magia pueril; por un hechizo de inocente apariencia angelical que, en mi mente, se deprava degenerando hasta los niveles más morbosos.

¿Soy un enfermo? Un hombre maduro debería ponderar a las féminas por su intelecto, su fiabilidad, su solvencia, su talento… ¿Por qué me seducen tanto las nenas sin responsabilidades? Me cautivan las que aún no han dejado el nido paterno, las que nunca se han enfrentado a una jornada laboral, las que jamás han tenido que plantarle cara a la vida.

Puede que Uri no contemplara todos los pros y los contras cuando se ofreció a alojar a Laia durante el resto del curso. Pese a que el nuevo anfitrión estableció unas condiciones rígidas que parecían blindarle contra futuribles vicisitudes, la hija de su mejor amiga ha convertido la apacible vida de aquel artista multidisciplinar en un carrusel repleto de altibajos.

“¿De verdad me arrepiento de haberla invitado? Estaba más tranquilo antes de que ella viniera, pero está claro que mi día a día, ahora, ya no es tan solitario y aburrido”

La existencia de ese bohemio ocioso fluye libre de las cadenas que esclavizan a la mayor parte de la humanidad. No en vano, el tipo heredó una cuantiosa suma de dinero que, si bien no le convierte en un ricachón, sí le permite vivir sin trabajar en un piso de obra nueva situado en la mejor zona de la ciudad.

Mientras lava los vasos con agua fresca, su mirada ausente se pierde entre las copas de los árboles que se mecen unos metros por debajo de su ventana.

-Podrías comprarte un lavaplatos, tronco- propone Laia apareciendo detrás de él.

-¿Para una sola persona?- responde Uri volteando levemente la cabeza.

-Ahora somos dos; y te sobra la pasta- añade recalcando los argumentos de su tesis.

-No mes sobra nada. Me administro la herencia para que me dure toda la vida-

-Bueno, ya estás viejo, así que… No tendrás que estirar mucho tu fortuna- se mofa ella.

-Pero ¿qué…? No estoy ni a la mitad de mi esperanza de vida, niña-

-Más quisieras-

Sin llegar a enfocarla, Uri escucha cómo la puerta de la nevera se abre tras él justo antes de que la chica se ausente de nuevo.

Laia ha sufrido bullying durante el presente curso. Sus problemas en el centro de Pino Alto vienen de lejos, pero la situación de aquella brillante alumna se tornó insostenible a lo largo del pasado invierno.

La convivencia en el seno de su hogar también ha sufrido, recientemente, los estragos de una realidad cambiante. La nueva pareja de Teresa se ha destapado como un padrastro atroz para la única adolescente de la casa; una moza que está muy lejos de acatar la autoridad de ese extraño indeseable que intenta desempeñar, torpemente, un forzado rol paterno.

Aquel explosivo coctel circunstancial, agitado por la convulsa edad del pavo que atraviesa la nena, motivó que la madre de Laia buscara una solución plausible. La mandamás de la familia Pastor se apoyó en su mayor aliado para concederle una salida a su hijita; un balón de oxígeno que ha de apaciguar las aguas tormentosas de semejante temporal.

Uri y Teresa se conocen desde parvularios. Se criaron juntos en el pueblo y mantuvieron el contacto cuando él se mudó a Augusta.

Aquella mujer tan responsable padece una androfobia que le impide confiar en el género masculino, pero, de algún modo, su único amigo escapa de ese estigma. Ella ni siquiera le ve como a un hombre, pese a que, en su momento, tuvieron un romance tan fugaz como confuso; aunque de eso hace ya muchos años.

Cuando tanto su nueva pareja, como el director del instituto, la psicóloga de la niña, sus amistades íntimas, el sentido común y su propia hija abogaron por un cambio de aires, Teresa decidió enviar a su pequeña hacia la morada del único varón que merece su confianza en este mundo; un pedazo de pan a quien no se le conoce una sola mancha en su intachable honor de buen hidalgo.

A lo lejos, Uri escucha el característico chasquido que emiten sus latas de clara al perder el hermetismo. Mientras se seca las manos con un paño blanco, sonríe con indulgencia.

“Qué morro tiene la cría. ¿Se piensa que no me doy cuenta? Me prometió que no seguiría robándome. Estas tienen muy poco alcohol, pero…”

Cuando todavía no hace ni dos semanas que conviven, Laia ya ha cogido mucha confianza con el amigo de su madre; un tipo que siempre ha estado presente en su vida, desde la más tierna infancia de la muchacha.

Uri solía aparecer esporádicamente y de un modo remoto: encarnando visitas periódicas enfocadas en Teresa, haciéndose audible en largas conversaciones telefónicas, prestando su ayuda en distintos asuntos familiares, protagonizando el relato de anécdotas descabelladas ambientadas en la lejana juventud de aquella mujer tan formal…

“Será mejor que haga un nuevo apunte en la lista de la compra, si no, echaré en falta mis birras con limón cuando más las necesite”

Ya de nuevo en la salita que tiene habilitada como taller, ese pintor autodidacta nota el inherente aroma de sus esmaltes. No le disgusta la fragancia en cuestión; no obstante, opta por abrir la ventana con el propósito de renovar el aire que respira.

Vislumbrando la obra que se trae entre manos, intenta visualizar el resultado que querría obtener con sus coloridas pinceladas abstractas, pero sus pensamientos le traicionan como ya lo han estado haciendo en los últimos días.

“Quizás, si la pintara a ella, estaría más centrado en el lienzo”

Los latidos de ese hombre compungido se nutren de ansiedad cada vez que el abismo generacional que le separa de Laia, su nobleza de tutor, la confianza ciega de Teresa y el código penal se confabulan para dinamitar todas y cada una de las esperanzas que no dejan de brotar en su pensamiento enamorado.

La mirada de Uri vuelve a buscar el mundo exterior, perdiéndose entre las inquietas nubes de algodón que sobrevuelan su particular infierno doméstico.

“Solo unas semanas más. Luego, termina el curso y…”

La idea de perder de vista a su joven compañera de piso no le alivia en absoluto, pero intuye que dicha ausencia representará un mal menor respecto a la amenaza vertiginosa que brilla en los preciosos ojos azules de aquella rubiales de pelo ondulado.

“¿Cómo me he metido en esto? Tere ni siquiera me lo pidió. Salió de mí”

La compañía no parecía demasiado compleja en un principio. Dejando aparte pequeños hurtos de provisiones y suministros, Laia nunca ha infringido las normas de su casero: no trae a nadie al domicilio, no sale en horas intempestivas, no pone la música fuerte, conserva la limpieza y el orden…

Sin embargo, la chica hace gala de ciertos hábitos que hieren, cada vez más, la serenidad del hombre de la casa.

“Mensajitos excesivos con el móvil, demasiados cuchicheos risueños en sus llamadas de anónimo interlocutor, inoportunas salidas a media tarde”

Los celos de Uri no eran relevantes durante los primeros días. Si bien el tipo se sentía abrumado por la belleza angelical de la recién llegada, no es menos cierto que se notaba bien ubicado en su papel distante de adulto juicioso.

Fue la simpatía desbordante de la muchacha, junto con una complicidad del todo inesperada, la que fue quebrando la armadura de frialdad que protegía al artista.

Aunque lo que más daña la cordura de ese individuo, realmente, es la desinhibición de la nena cuando esta se pasea por el piso.

“Estamos a las puertas del verano, pero… no me parece normal”

Junio está a la vuelta de la esquina, y las temperaturas en esa villa costera son especialmente cálidas para las presentes fechas.

“No sé. Quizás sea un pretexto válido. ¿Serán legítimos los modelitos que luce en casa? No es tan descarada cuando sale a la calle”

Uri tiene la cabeza bien amueblada, aun así, le cuesta relativizar su punto de vista tras el cristal de una efebofilia casi pedófila.

“Nunca creí que Laia pudiera estar tan buena. Ha florecido en un visto y no visto. Debería darse cuenta de lo que me hace. ¿Y si está al tanto?”

No es la primera vez que pone en tela de juicio la inocencia de su sobrina postiza. En ocasiones, sospecha que aquella mocosa empoderada juega con él para sacarle de quicio.

“Sabe que pisa sobre seguro; que jamás me propasaré con ella ni le pondré la mano encima. Mi buena reputación se remonta a antes de que ella naciera”

Los dedos de Uri juegan entre ellos, con nerviosismo frenético, anunciando un inminente cambio de planes en la agenda de aquel pintor frustrado.

“A este ritmo, no estaré listo para la exposición programada para el mes que viene”

Tras echar un último vistazo al cuadro inconcluso que le espera en el caballete, decide aplazar la búsqueda de la inspiración. Todavía sumido en sus quebraderos de cabeza, se adentra en el pasillo para acceder al cuarto donde tiene la computadora.

“Corregiré las páginas que escribí ayer. Tengo tres libros empezados. A ver si pronto termino alguno”

Ninguna de las obras que ocupan a ese ser tan creativo buscan un premio económico; Uri ni siquiera persigue el reconocimiento del gran público, pero le gusta rodearse de otros autores con los que compartir inquietudes y opiniones. Se siente realizado expresándose a través de su talento literario, de los colores y las formas que plasma en sus lienzos, de la música que compone, de sus peculiares esculturas…


En cuanto enciende el ordenador, escucha una risa proveniente de la habitación de al lado. Las incógnitas que rodean a esa carcajada vuelven a sacudir el ánimo de un hombre que siempre ha amado el sosiego.

“Tranquilo, Uri. No te sulfures. Puede que solo haya visto una publicación divertida, el monólogo de un cómico, el sketch de una sitcom…”

Intrigado, pega la oreja a la pared para averiguar si la jubilosa exclamación de Laia es fruto de una charla telefónica. Le corroe el misterio que esconde la vida social de la muchacha.

TERESA

Tere nunca tuvo madera de madre. Un buen síntoma de ello es que su hija no fuera fruto de una concienzuda planificación, ni del anhelo de una pareja estable.

Laia fue concebida por accidente, a raíz de un mal polvo entre una milf borracha y un yogurín anónimo que desapareció del mapa en cuanto supo de su futurible paternidad.

En plena crisis existencial, aquella treintañera se aferró a la maternidad como a un clavo ardiendo que diera sentido a su vida; pero jamás se sintió muy cómoda desempeñándose en ese rol.

La llegada de Tomás representa un nuevo comienzo para una mujer sin rumbo que ya temía quedarse soltera para siempre; la última oportunidad de afianzarse un marido resuelto.

Ya con la luz apagada, en la cama, ambos conversan en voz baja:

TOMÁS: Me siento tan culpable… Si no fuera por mí… ¿La echas de menos?

TERE: Claro, la extraño, pero creo que la solución es la ideal para todos.

TOMÁS: Creí que podríamos encajar, los tres, como una familia, pero…

TERE: La niña es una pieza de mal encaje. Es rebelde. Y en el cole…

Uri siente una mezcla de vergüenza y orgullo mientras observa su torso desnudo frente al espejo bien iluminado del lavabo.

“Diría que estoy en mi mejor momento. Jamás había marcado tanto músculo”

Ese hombretón de metro noventa era más bien enclenque en sus años mozos. Fruto de sus malos hábitos, ganó mucho peso en la edad madura; pero reaccionó a tiempo, y empezó a entrenar para revertir su preocupante declive físico.

Ahora que ya ha cumplido los cuarenta y seis, tiene la apariencia de un fornido vikingo. No en vano, su piel clara, su pelo rubio y sus ojos azules le otorgan unos aires nórdicos poco comunes en la península ibérica.

“No lo hago por ella. Llevo mucho cuidándome”

Intenta justificarse, aunque lo cierto es que sus rutinas deportivas eran mucho más livianas cuando vivía solo. Nunca fue vanidoso, y jamás le había obsesionado su aspecto. No hasta que la belleza lozana de Laia empezó a desfilar por los pasillos de aquel céntrico piso compartido.

Recién salido de la ducha, se sorprende a sí mismo metiendo tripa y tensionando su figura con poses de culturista. Hoy ha levantado muchas pesas y ha realizado un gran número de flexiones tras su regreso a casa, después de completar su habitual recorrido de fondista por el parque.

“No hay muchos tipos de mi edad que se vean tan bien”

Cuando por fin deja de regodearse en su propia petulancia, ese presumido de nueva cuña se fija en las matutinas once y doce que aparece en la pantalla de su móvil. Abre mucho los ojos y, acto seguido, se nutre de premura para que no le pille el toro.

“Hoy voy a prepararle uno de mis platos estrella. Arroz, pollo, verduras, tortilla, especias, salsa teriyaki… Le va a encantar, seguro”

Uri siempre ha sido un tipo atento y complaciente, pero su generosidad se sale de madre cuando la receptora es una fémina especialmente bella.

Ya en su habitación, termina de secarse y empieza a vestirse. Su indumentaria primaveral no es muy variada: deportivas negras, pantalones grises por debajo de las rodillas, camisetas sin mangas… hasta su ropa interior carece de colores.

Con la confianza que le otorga la soledad de este lunes por la mañana, se dirige a la cocina aún en paños menores. Quiere ganar tiempo poniendo el agua a hervir antes que nada.

La vitrocerámica se pone al rojo vivo mientras él se dedica a agrupar los ingredientes sobre el mármol. De repente, escucha uno de los portazos propios de su descuidada huésped.

“PERO ¿QUÉ…? Si aún no son ni las doce”

Laia no tarda en aparecer por la cocina con pasos saltarines. Se detiene quedando boquiabierta ante la inesperada estampa que se presenta ante ella. Con risueño tono de burla, se pronuncia al respecto:

LAIA: !Ahá! Así es como andas por casa cuando yo no estoy.

URI: NO… … Acabo de salir de la ducha y…

LAIA: Sí. JA ¬ JA. No me lo creo… … No sabía que fueras tan vergonzoso.

URI: No soy… … ¿Qué dices? Solo es que…

LAIA: Te veo nervioso, tron. Solo te falta taparte los pezones con las manos.

Uri inclina la cabeza adoptando una mueca condescendiente. Sonríe quitándole hierro al asunto y relaja su pose.

Sus bóxers grises tienen el tamaño de un pantalón corto, y su calzado deportivo le concede cierto poderío a su semidesnudez.

URI: ¿Por qué no estás en clase? ¿Acaso haces novillos?

LAIA: ¿Qué pasa? ¿Te vas a chivar a mi mami?

URI: Me concedió autoridad para ejercer de tutor. Era una de las condiciones, ¿no?

LAIA: Oh, vaya. ¿De verdad vas a venirme con esas? ¿Quieres que te llame papá, también?

URI: Nonono. Ya sé que no hay lugar en tu vida para una figura paterna.

LAIA: Ahí le has dado.

La retórica jocosa de la niña se acompaña con unos vistazos poco disimulados que incomodan a ese virtuoso cocinero.

URI: ¿Tengo que ponerme el delantal?

LAIA: Ja, ja, jah. Es que… … Uff, tela.

Lejos de enmascarar su pasmo, Laia hace gala de un gran descaro, mordiéndose el labio inferior y bajando sus largas pestañas de un modo que pervierte su semblante inocente.

URI: ¿Tela? ¿A qué te refieres?

LAIA: ¿Mi madre te ha visto en cueros alguna vez?

URI: Puede que… … en alguna ocasión. Sí. Hace tiempo.

LAIA: Y ¿cómo no te echó el lazo? ¿Por qué ha acabado con el amorfo de Tomás?

URI: ¿Tomás? No sé. Supongo que mira más allá del cuerpo. Dice que es un gran tipo.

La chica articula un sonoro chasquido de negación al tiempo que desaparece tras el umbral para dirigirse a su cuarto.

Uri está como un flan. La provocativa guasa de su invitada no tiene precedentes. Hasta la fecha, Laia no había mostrado el más mínimo interés en el físico corpulento de su cortés benefactor.

“No te emociones tanto. No seas pardillo. Está de cachondeo. Se burla de ti”

Después de resoplar cómicamente, el chef vierte una generosa cantidad de arroz a la cazuela y añade un poco de sal. Seguidamente, regresa al dormitorio para terminar de vestirse.

“Ni que lo hubiera hecho a propósito. Bromas aparte, creo que ha quedado un poco impresionada. ¿Y si…?”

Como ya lo ha hecho en pretéritas ocasiones, Uri reflexiona acerca de las filias que podrían manifestarse en la precoz libido de una niña que ha crecido sin padre.

“No es ningún secreto que esta clase de carencias afectivas pueden derivar en extraños antojos carnales”

A ese hombre maduro se le ponen los dientes largos solo de imaginarse implicado en alguna de las fantasías de la nena. No obstante, está muy lejos de tomar la más mínima iniciativa. Sabe que un solo paso en falso podría tener consecuencias nefastas para su longeva amistad con Teresa, así como para la opinión de tantos amigos y conocidos que tienen en común.

“Sería muy feo que me aprovechara de la crisis de la familia Pastor para propasarme con una cría tan joven”

TOMÁS

Tomás lleva toda la vida encadenando relaciones largas. No concibe que la suya pueda ser una vida de soltero, y le carcome la soledad cuando esta se eterniza demasiado.

Es un buen tipo, pero tiene mal carácter, y es un tanto intransigente a la hora de establecer cómo han de ser las cosas. Quizás sea este el motivo de los tres divorcios que ya acarrea.

Está decidido a aprender de sus errores. No quiere dejarse perder a Teresa. Sabe que ella es una mujer temperamental, y que no se dejará pisotear.

Sentado en el sofá de una casa ajena, mira un partido aplazado, con una cerveza en la mano, junto a su único amigo: 

LUÍS: Eres un campeón, tío. ¿Te estorba la nena? Pues que se vaya ella.

TOMÁS: Qué pelotudo sos. Ya te conté que fue idea de Teresa. Yo solo…

LUÍS: Sí. Que si el Bullying, que si la adolescencia… Pero te ha ido bien.

TOMÁS: Ya tengo cuatro hijos mayores de tres mujeres distintas. No te negaré que criar a una quinta, que ni siquiera es mía… Se me hacía bola.

La enorme pantalla que preside el salón no está conectada a la tele analógica. Uri lleva mucho tiempo prescindiendo de los canales tradicionales en favor de las plataformas de pago.

A pesar de identificarse como un gran seriéfilo, el tipo no acostumbraba a plantarse en el sofá fuera de horas, pues solía darle al play solo en el almuerzo y durante la cena.

Esta realidad ha ido cambiando desde que Laia se instaló en la habitación de invitados. Si bien la chica permanecía recluida en su cuarto durante la mayor parte del tiempo, al principio, cada vez son más los ratos que ambos comparten en las zonas comunes de aquella amplia vivienda de la segunda planta.

¿Me estás esperando?– pregunta la moza apareciendo discretamente.

-¿Por qué lo dices?- reacciona el hombre con su propio interrogante.

-Como ayer empezamos la serie a media tarde…- añade ella sonriendo.

-No sé si tienes deberes- dice él al tiempo que se despereza.

Acomodado en ese amplio chaise longue que le sirve de trono, Uri observa cómo su compañera de piso se le acerca.

Laia marcha sobre unos pasos que enmascaran cierta timidez a lomos de una discreta coreografía infantil de lo más cuca.

LAIA: Me queda estudiar un poco, pero ya lo haré luego.

URI: ¿Te está yendo bien en el nuevo instituto?

LAIA: Ahá… … Mucho mejor que en el de Pino Alto. Seguro.

URI: Entonces, supongo que fue una buena idea trasladarte a mi casa.

LAIA: La mejor; al menos para mí. Supongo que tú estabas más tranquilo antes de que invadiera tu territorio, ¿no?

Uri ha quedado mudo, pero asiente sin dejar de mirar los ojos azules de una interlocutora que ya ha tomado asiento a su lado.

La chica anda descalza y lleva unos shorts de pijama afelpado. Una camiseta demasiado corta, a modo de top holgado, completa la indumentaria de aquella desinhibida adolescente.

URI: Bueno. Todo tiene su parte buena y su parte mala.

LAIA: ¿Sí?… … Qué interesante… … Háblame un poco de eso.

URI: ¿Qué? ¿Qué quieres que te diga?

LAIA: Quiero que me describas lo mejor y lo peor de vivir conmigo.

La mirada de Laia se vuelve más intensa e intimidante a medida que la muchacha se acerca a su presa asaltando su espacio vital, tal y como si quisiera ver a través de las pupilas de su contertulio.

Frente a ella, esa víctima desvalida toma consciencia del jardín en el que se ha metido con una afirmación tan poco meditada.

“Tanto las ventajas como los inconvenientes de tenerla aquí son del todo inconfesables”

Sabe que no puede hablarle de sus celos, revelar su censurable devoción o señalarla como la musa única de sus numerosas pajas.

No hablaré sin la presencia de mi abogado– declara enfocando el suelo.

-Ja, jah. Vaya uno, ¿he?- exclama ella entre risas -¿Siempre andas con pies de plomo?-

-¿Cómo crees que he logrado mantener la amistad con tu madre tantos años? No es una mujer de trato fácil, precisamente-

-Ni que lo digas… … Es de armas tomar. Rencorosa y vengativa-

Laia se acomoda su largo pelo rubio a un lado mientras adopta una pose más formal en su plaza del sofá. Ha liberado a su acompañante de aquel estrecho contacto visual, y ojea el catálogo que aparece en pantalla con relativo interés.

LAIA: Me has salvado la vida, ¿sabes?

URI: ¿Tan mal estabas en tu pueblo?

LAIA: Si yo te contara…

URI: No entiendo que alguien como tú tuviera tantos problemas para encajar. Quiero decir: siempre pensé que las gordas y las feas eran las que…

LAIA: No tiene nada que ver; pero, sí. No soy tan guapa como mis acosadoras.

URI: Pero… … ¿qué dices? ¿Tú te has visto en el espejo?

LAIA: !Claro! Se me ha quedado la cara de cuando tenía ocho años. Mírame. Los mofletes, la nariz de patata… Tengo el rostro demasiado redondo.

Uri no había considerado la realidad que le plantea la moza, aunque, observándola, tiene que darle la razón.

“Era muy mona y graciosa de pequeña; con el hoyuelo de su barbilla, sus ricitos de oro, sus ojazos azules…”

La ha visto crecer, e incluso había cuidado de ella cuando Laia todavía era pequeña.

-Estoy seguro de que en Augusta no hay una sola niña tan guapa como tú-

Ooux; qué mono– contesta con teatralidad coqueta –Eso se lo dirás a todas

-No, en serio. Quizás te miro con poca objetividad, pero…- replica del todo hechizado.

-Claro. Como me quieres tanto, ¿no?- pregunta esperando una respuesta que no llega -¿Me quieres mucho?- insiste ella sin dejar de mirarle con cara de pena.

Uri ladea la cabeza y arruga su frente para dar fe de su atónita desconfianza. Empieza a asimilar que la hija de Teresa ya no es aquella chiquilla tímida e insegura que se instaló en su humilde morada hace un par de semanas.

URI: Claro que te quiero mucho. Eres la hija que nunca tuve.

LAIA: Entonces, ya estás tardando. Si quieres una… Se te va a pasar el arroz ¿Acaso no querrías tener una hija tan querible como yo?

La chica se da cuenta de que aquel individuo contrariado se muerde la lengua para no hablar más de la cuenta. No es para menos, pues el hombre tiene que esforzarse para no explicar el conflicto que le supondría estar emparentado con semejante bellezón. […]

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