CADENAS DE ALGODÓN
RENTY
– SEPTIEMBRE –
-jueves 21:22 h-
La esclavización de los primeros negros llegados del continente africano resultó muy traumática para estos, y requirió de una gran violencia sin escrúpulos y de una crueldad sangrienta.
Sin embargo, Renty nunca ha conocido la libertad. Trabaja para los Bautista desde que tiene uso de razón, y jamás ha contemplado otra opción que no sea la de consagrar su vida a la servidumbre de sus amos norteños.
Durante décadas, trabajó en la plantación recogiendo algodón, pero, en estos últimos años, sirve de mayordomo en la casa, como ya lo hiciera su padre antes que él.
CECILIO: No me gusta hablar de estas cosas delante del servicio.
DOROTEO: ¿Te preocupa? Si los tuyos son los más sumisos. No sé cómo lo consigues.
CECILIO: El buen hacer de los Bautista nos ha llevado donde estamos; y no solo en lo que a los negros se refiere.
El patriarca de la familia nunca se cansa de presumir del alto estatus social que ostenta. Doroteo siempre le alaba, pero, en esta ocasión, sus razonamientos no carecen de fundamento, pues en toda Santa Carolina no se hallan esclavos tan serviles.
Acomodados en aquel enorme salón, ese par de viejos amigos disertan sobre las vicisitudes morales que no dejan de brotar en el sí de las mentes más progresistas de la capital:
DOROTEO: He oído hablar de un negro de la ciudad que tiene sirvientes blancos.
CECILIO: ¿Dónde vamos a llegar? Algún día los perros serán bípedos y andarán vestidos mientras que a los humanos nos pondrán a cuatro patas, desnudos, y nos oleremos el culo mutuamente.
DOROTEO: Qué exagerado.
Don Cecilio es un hombre de poca estatura, entrado en carnes, que ya ha descorchado la vejez. Tiene una severa calvicie y hace malabares con los pocos cabellos que le quedan para disimular su irreversible otoño capilar.
Sentado en la butaca colindante, su invitado hace bascular un aromático vino tinto en la gran copa cristalina que sostiene. Se trata de un exitoso empresario del sector textil; alguien que le compra todo el algodón que necesita a quien fuera vecino suyo durante una infancia ya muy lejana.
RENTY: ¿Más vino, señor?
CECILIO: No. Retírate.
RENTY: Como mande, señor.
Renty todavía parece más escuálido y más oscuro al lado de aquel par de pálidas figuras porcinas. Pese a tener menor edad, su dura vida de esclavo le ha robado la juventud e incluso peina canas de algodón tras su curtida frente arrugada.
-¿Nunca te ha dado reparo meter a un negro en tu casa?- susurra Doroteo.
-¿Renty? No. Es como de la familia- contesta ya en ausencia del sirviente.
-¿De la familia?- pregunta el visitante sorprendido por tanta misericordia.
-Claro… … como el chucho. No es tan mono pero… … es mucho más servicial-
Cecilio frunce el ceño a la vez que repara en el trato tan dispar que reciben los miembros más adyacentes a su familia.
CECILIO: Los perros son fieles por naturaleza. Han sido creados para recibir cariño de sus amos. Los negros no son tan humildes. Se creen personas. Hay que recordarles, continuamente, cuál es su lugar. Si le das buena comida a un esclavo, te pedirá la que comes tú; si le das de tu comida, te pedirá comer en tu mesa; si come en tu mesa, pronto querrá acostarse con tu mujer.
DOROTEO: !!Por Dios, Cecilio!! Eso sería zoofilia.
CECILIO: Tú dirás.
DOROTEO: No, a ver… … No lo decía en serio. Sé que no están a nuestra altura, pero…
CECILIO: Prefiero sorprender a mi mujer fornicando con Nevado que con un negro.
Nevado es la mascota de la familia. Es un perro blanco, grande y lanudo que recibe mejor trato que cualquiera de los cientos de esclavos que viven confinados lejos de la opulenta mansión de los Bautista.
Después de reflexionar durante unos instantes, Doroteo reacciona a la lapidaria afirmación de su contertulio.
DOROTEO: Probablemente, yo preferiría sorprender a la mía con el perro antes que con mi hermano, pero ello no le resta humanidad a aquel cabroncete.
CECILIO: Deberías irte a la ciudad; a codearte con esos intelectuales de pacotilla.
Hace rato que el sol estival de Santa Carolina ha perdido el interés en esa censurable conversación racista, y ha decidido retirarse tras las montañas que definen el horizonte. Las nubes rojas se apagan para dar paso a la oscuridad nocturna, y el calor que durante largas horas ha azotado la espalda de los recolectores empieza a volverse más amable y considerado.
Fassena está preparando la cena. Es, con toda seguridad, la esclava más rolliza de la finca, lo cual no tiene mucho mérito. Tiene alrededor de cincuenta años. No obstante, no conoce la fecha exacta de su nacimiento; ni siquiera recuerda a la primera de las muchas familias que le dieron uso desde su más tierna infancia. Ha sufrido tantas vejaciones y tantos infortunios en su vida que ocuparse de la cocina de los Bautista le parece la mejor de las bendiciones. Siempre lleva un colorido pañuelo anudado en la cabeza, así como uno de sus delantales blancos.
RENTY: Fassena, el señor Doroteo se queda a cenar.
La mujer asiente silenciosamente mientras le devuelve la mirada a su compañero de fatigas con un gesto agradecido.
En la casa, los negros tienen prohibido hablar más de lo estrictamente necesario, por lo que Renty y Fassena jamás han confraternizado demasiado a pesar de llevar ya un buen puñado de años trabajando codo con codo.
A la cocinera nunca le falta el trabajo dado que los Bautista tienen muchas bocas que alimentar. No en vano, Rosaura ha tenido una larga descendencia que incluye nada menos que a una docena de retoños; todos varones menos las dos más pequeñas: Noel, Bernat, Darío, Timoteo, Dámaso, Jeroni, Leandro, Remo, Edgar, Adrián, Bella y Liliana. Por si no fuera poco, un par de nietos del hijo mayor engrosan la prole: Virginia y Silvan.
Los siete hermanos mayores ejercen de capataces en los siete campos en los que se divide la finca. Como si de una familia real se tratara, la línea de sucesión determina que Remo, Edgar y Adrián, por ser los benjamines, aprendan el oficio de mano de los tres primogénitos: Noel, Bernat y Darío.
Si no fuera por la tardía menopausia de Rosaura, es posible que aquella madre tan prolífica hubiera seguido engendrando vástagos hasta el día de hoy. Ni siquiera el hecho de ser abuela la desanimó, en su momento, pues su mayor objetivo en la vida es complacer a su marido; así la educaron, y así seguirá hasta el día en que se muera.
Si hay un ideario enraizado en la sociedad de Santa Carolina, más incluso que la cultura de la esclavitud, es un machismo que lleva generaciones moldeando a unas sumisas amas de casa que solo aspiran a cocinar bien, parir mucho y hacerse cargo de todos los quehaceres de su hogar para tener contento a su esposo.
Liliana, la hermana pequeña, parece condenada a seguir los adoctrinados pasos de su madre. Con solo seis años, es dócil e inocente como un perrito faldero. Sus preciosos rizos rubios, su piel pálida y sus grandes ojos azules le dan una apariencia angelical que promete facilitarle las cosas, en el futuro, para encontrar a un buen marido al que consagrar su existencia. Solo su hermana podría desviarla de tan candoroso propósito.
A pesar de llevarle solo un par de años, Bella ha desarrollado un carácter opuesto al de esa ingenua niñita. Es demasiado joven para erigir una ideología propia que escape a los preceptos que reinan en su comunidad, pero no lo es para ser desobediente, lista y perversa como una auténtica diablilla llegada de los avernos. Tiene el pelo castaño y, al igual que Liliana, sus definidos rizos anchos distan mucho de los que se ensortijan en las cabezas de los centenares de esclavos que habitan en las tierras vecinas.
A diferencia de las infantas de los Bautista, las personalidades de sus ocho hermanos más mayores se asemejan entre ellos como si estuvieran cortados por el mismo patrón, pues todos parecen empecinados en ser dignos del orgullo de su padre.
Los capataces de la plantación son siervos de las exigencias de Cecilio, y de una competición fraterna que les incita a abusar de sus cautivos sin reparar, no solo en la humanidad de los mismos, sino también en su condición de seres vivos capaces de sufrir.
Los hijos mayores de Rosaura no nacieron malos, pero jamás han contemplado la posibilidad de que un negro merezca la menor compasión por su parte; de que lo que hacen atente contra la moralidad cristiana que guía al rebaño por el buen camino. Les resulta inconcebible la imagen de un ángel moreno, de una virgen mulata, de un Dios con la piel demasiado oscura…
-viernes 10:12 h–
BELLA: No, Lili, ¿qué haces? ¿No ves que son muñecas de tamaños distintos?
LILI: Da igual. Pueden jugar juntas.
BELLA: No, no. Ni por asomo. Las de porcelana con las de porcelana, y las de trapo…
Como siempre, la hermana mayor lleva la voz cantante. Ambas niñas discuten sentadas sobre la madera del porche que anticipa la entrada de la mansión.
La pequeña de la casa, Virginia, también está presente, pero no toma parte en la escenificación que llevan a cabo de sus jóvenes tías. Suele entretenerse sola si nadie la requiere. Ahora mismo está jugando con un curioso juego de pingüinos que don Doroteo le compró en la capital.
-Hola, Renty- dice Bella, con alegría, al ver llegar a su sirviente.
-Cállate, Bella. Por favor- susurra Liliana con preocupada urgencia.
-Buenos días, señorita Bella- responde Renty con un tono muy discreto.
-¿Qué llevas ahí?- pregunta la nena señalando el fardo que carga el esclavo.
-Son frutas y verduras para Fassena- contesta mientras mira a su alrededor.
-¿Qué miras? ¿Tienes miedo de que te oiga mi padre?-
Bella es una niña muy perspicaz; no se le escapa nada. Sabe que los negros tienen prohibido hablar con ninguna de las criaturas de la casa, por eso mismo le gusta tanto tirarle de la lengua a Renty. Le encanta ponerlo en apuros. Sin embargo, a su lado, Liliana está sufriendo más que el propio interrogado.
RENTY: No es tu padre el que… … quien más miedo da.
BELLA: ¿Es Noel?
El sirviente asiente al tiempo que hace el signo del silencio con su índice vertical, sellando unos labios de sonrisa cómplice.
No es ningún secreto que Noel es el más duro de los capataces. Los escarmientos que infringe a aquellos negros que le decepcionan llegan a incomodar al propio Cecilio, aunque ese hacendado jamás ha osado desautorizar a su primogénito.
La expresión de Renty muta en el preciso instante en el que cruza el umbral de la puerta. Su repentina seriedad no es la de un hipócrita, sino la de alguien que sabe bien lo que le conviene. Pese a sus intentos de alejarse de su pequeña entrevistadora, Bella sigue tras él para atosigarle con más preguntas inapropiadas.
BELLA: ¿Has visto a Marian?
RENTY: ¿Marian?… … ¿Meriem?
BELLA: Yo la llamo Marian, o sea que tú también.
RENTY: No, no la he visto.
La niña acompaña al esclavo hasta una deshabitada cocina. Una vez que Renty se ha desentendido de su carga, se ve obligado a atender a su menuda interlocutora.
BELLA: ¿Es que no la ves nunca? ¿No has hablado con ella?
RENTY: No, señorita Bella. No he hablado con ella desde que se fue.
El negro pretende sortear las trampas que le depara el destino. Su respuesta no es fiel a la verdad; solo es un intento de mantenerse al margen de una realidad mugrienta que podría llegar a salpicarle fatídicamente.
BELLA: No me llames “señorita”. No llamas señoritos a mis hermanos, ¿no?
RENTY: No… … No, mi ama.
BELLA: ¿Sabes por qué sacaron a Marian de la casa?
RENTY: No, ama Bella.
BELLA: ¿No sabes por qué le partieron la espalda a latigazos?
RENTY: No, ama.
Desde su corta estatura infantil, la niña clava sus desconfiados ojos de miel al esclavo. Renty ha bajado la mirada, y ha adoptado una pose cabizbaja, recogida y servil.
A una distancia prudencial, cobijada tras el marco de la puerta abierta de la cocina, Liliana observa aquella inquietante escena de sutiles tintes amenazantes.
Todavía más lejana, la voz de Rosaura se exclama indignada desde el exterior de la casa.
-!¿Por qué está sola Virginia?! Bellaah, Lilianah, ¿Dónde estáis?-
Bella arranca una ardua carrera que pronto alcanza a Liliana. Ambas se afanan en volver junto a su pequeña sobrina para minimizar las regañinas de su madre.
-sábado 12:24 h–
Don Cecilio lleva un buen rato acomodado en el sillón que Renty ha dispuesto para él en el balcón del piso superior. Después de sorber un buen trago de cerveza, sigue ojeando un periódico cuyas páginas, carentes de toda imagen, se muestran abarrotadas de densos párrafos de diminuta tipografía.
El patriarca hace una honda inspiración con el propósito de llenar sus pulmones con la serenidad que le falta. Le molestan las crecientes alusiones al abolicionismo que le llegan, por escrito, desde la capital.
“Da igual lo que ocurra en la ciudad. En mis tierras las cosas seguirán como están. No dejaré que nadie nos arrebate lo que tanto nos ha costado construir”
Al levantar la vista del papel impreso, vislumbra, con orgullo, la vasta extensión de sus campos de algodón. La finca consta de muchos otros terrenos dedicados al cultivo de tabaco, azúcar, arroz y cáñamo; así como granjas que abastecen a la familia y a la comunidad esclava del alimento que necesitan.
-¿Me ha hecho llamar, padre?- pregunta Bernat apareciendo de repente.
-Sí. Te quería comentar una cosa- responde mientras repliega el rotativo.
-Usted dirá- dice el segundo de los hijos de Cecilio.
-Sika se instalará en la casa de tu hermano para servir ahí-
-!¿En casa de Noel?!- exclama sorprendido.
-No, en casa de Adrián, ¿te parece?- contesta con cierta ira.
-Perdón, padre- dice bajando la cabeza, avergonzado.
Es digno de mención que Adrián tiene doce años, y que Noel es el único descendiente de los Bautista que ocupa una de las casas colindantes a la mansión principal; junto con su mujer y sus dos hijos pequeños.
CECILIO: Sika hará una buena labor en ese hogar; está bien enseñada.
BERNAT: ¿Quiere que reclute a una nueva esclava para la casa?
CECILIO: No. De eso quería hablarte. Nos quedaremos con la sirvienta de tu abuela.
BERNAT: Ah… … Sí… … ¿Cómo se llamaba?… … Mmmmh…
CECILIO: Si hubieras visitado más a mi querida madre cuando aún vivía…
BERNAT: No, no. Sí que me acuerdo… … Era… … Narara.
CECILIO: Niara. Se llama Niara. Quiero que te ocupes de traerla mañana por la mañana.
BERNAT: Como desee, padre.
CECILIO: En cuestión de un par de días, Sika le enseñará todo lo que tiene que saber.
BERNAT: Muy bien. Veremos cómo se desenvuelve la nueva criada.
CECILIO: A ver si aprendes de tu hermano. Él es el mayor, pero tú ya tienes una edad. ¿Es que piensas quedarte bajo mi techo el resto de tu vida? ¿A qué esperas para darme un nieto? ¿No sabes cómo se hace?
BERNAT: Sí, padre. Lo estamos intentando, pero…
CECILIO: No hay peros que valgan. Si Darío te toma la delantera será él quien se quede con la casa de la abuela. ¿Es eso lo que quieres?
Bernat baja la cabeza a la vez que hace gestos de negación. No sería la primera vez que Darío le pasa la mano por la cara, pues los logros de su hermano menor en la plantación suelen superar los suyos propios. Además, el tercer hijo de la dinastía es más alto, más apuesto, más seguro de sí mismo… Incluso ha encontrado una mujer más joven y hermosa.
-domingo 11:05 h–
A Renty se le ha mandado esperar en el recibidor. Bernat está a punto de llegar con la nueva integrante del personal doméstico. Es cometido de quien ejerce de mayordomo enseñarle la casa a la nueva sirvienta, enumerarle sus tareas y presentarle a la que será su institutriz durante los próximos días.
El péndulo de un gran reloj de pared marca el compás de esa larga demora. Un poco violentado por la inactividad que nutre su momento presente, el esclavo se fija en el lienzo que preside la antesala de la mansión. En ella se representa una multitudinaria fiesta que tiene lugar en el interior de una gran sala.
Renty ha visto esa estampa miles de veces, pero jamás había reparado en la apariencia simiesca que tienen los camareros negros que, en el cuadro, sirven a los risueños asistentes blancos.
No tarda en escuchar el sonido del carruaje de Bernat. Con urgente gestualidad, se prepara para recibir a su amo y a su nueva camarada.
La sorpresa de Renty es mayúscula cuando, tras abrir la puerta, advierte a una negra joven que se aproxima sobre estilosos pasos. Enfundada en unos atuendos cuya elegancia resulta impropia de una criada, Niara peina un pelo cuidado, y luce una piel fina en la que no se dibujan cicatrices ni moratones. No es tan escuálida como el común de los esclavos, lo que le da un aspecto saludable. Sin embargo, la serenidad que pretende aparentar la chica no consigue esconder el pavor que le provoca su nueva situación.
BERNAT: Renty, te dejo con… Narara. Ponla al día, ¿vale? Me marcho corriendo.
RENTY: Muy bien, amo Bernat. No se preocupe más por ella.
Ser miembro de la estirpe de los Bautista implica ser ajeno a las festividades, puesto que la actividad en la finca nunca se detiene. No importa si es domingo, si es navidad o si es semana santa. Un capataz siempre tiene que estar disponible para atender los imprevistos que puedan brotar de sus tierras; en caso contrario, correría el inasumible riesgo de defraudar a su padre.
NIARA: Encantada, señor Renty. Mi nombre es Niara, no Narara
RENTY: Niara, no me llames señor. Entre esclavos nos tuteamos.
NIARA: Entendido. Procuraré no olvidarlo.
RENTY: No procures recordar lo que te diré. Recuérdalo o recibirás fuertes castigos como reprimenda.
NIARA: Sí, señ… Digo: sí, Renty.
RENTY: Lo primero que haremos es cambiarte de ropa. El amo detesta cualquier atuendo que nos dote de demasiada humanidad. Lo peor que puede hacer un negro, para él, es intentar parecerse a un blanco.
NIARA: No lo olvidaré.
RENTY: Sé que en casa de la señora Clorinda las cosas eran muy distintas. Tuviste mucha suerte de criarte en ese hogar, pero tienes que saber que aquí recibirás un trato mucho más duro y doloroso. A veces sufrirás castigos que no comprenderás, pero, pase lo que pase, jamás protestes ni cuestiones la justicia de los amos. Intenta hablar lo menos posible y no opines sobre nada ni nadie. A los Bautista no les importa lo que pienses. Solo se espera de ti que cumplas con tu trabajo sin que se note demasiado tu presencia.
NIARA: De acuerdo. Lo tendré presente.
RENTY: Sobra decir que, mientras estés en esta casa, nunca debes pronunciar una palabra en un idioma que no sea el de los amos, ni conmigo, ni con Fassena, ni siquiera para ti misma; si lo haces, te llenarán la espalda de cicatrices. ¿Tienes alguna cicatriz en el cuerpo?
NIARA: No. Ni una.
RENTY: Dile a Fassena que te enseñe las suyas. Si ves las mías, te asustarás demasiado.
-lunes 18:42 h–
Si bien es cierto que, por las mañanas, Remo, Edgar y Adrián van con a sus hermanos para ayudarles y para aprender el oficio, también es verdad que, por las tardes, los pequeños varones de la familia tienen libertad para disfrutar de su infancia; por lo menos, en lo que se refiere a Edgar y a Adrián.
Al haber cumplido ya los quince, a Remo le toca asistir a las clases particulares de una institutriz que le enseña nociones de cultura general: historia, religión, ciencias sociales…
Sus dos hermanos menores pasan el rato alrededor de la casa. Con pantalón corto y las rodillas arañadas, Adrián se sienta en una de las rocas que hay al borde del camino mientras Edgar se queja por el penoso porvenir que les espera en un par de años.
EDGAR: Qué palo cuando nos toque estudiar todo eso a nosotros.
ADRIÁN: Creo que tú y yo aprenderemos juntos, por lo menos.
EDGAR: Yo no quiero recibir clases de esa señora tan estirada.
ADRIÁN: Estaría bien que nos pusieran a una chica bien guapa.
Edgar sonríe con cara de circunstancias. Pese a no haber cumplido los quince aún, ya es consciente de que no le atraen las mujeres. No obstante, jamás admitirá su condición homosexual, pues, en el mundo en el que se encuentra, no hay lugar para los desviados como él.
La tesitura en la que se halla Adrián es más delicada si cabe, dado que ese mozalbete ha tenido pensamientos impuros concernientes a Fassena y a Sika.
ADRIÁN: ¿Has visto a la sirvienta nueva?
EDGAR: ¿Lo dices por lo de “chica guapa”?
ADRIÁN: N0n0nonon0noh… … Tonto, ¿pero qué dices?
Una risa incómoda nutre de indignación el ademán sorprendido del hermano pequeño. Su piel pálida se ha ruborizado, sutilmente, y su mirada inquieta parece buscar algo a lo lejos. Su pelo oscuro ondea con la cálida brisa de esa tarde estival a la vez que sus ojos castaños se pierden por aquel vasto horizonte montañoso.
EDGAR: No pasa nada. No tienes por qué pensar como ellos.
ADRIÁN: ¿A qué viene esto?
EDGAR: Fíjate en nuestros hermanos. Solo piensan en seguir los pasos de su padre. Se limitan a buscar su aprobación; en ser dignos de su orgullo.
ADRIÁN: ¿Todavía piensas en irte de aquí cuando seas mayor?
Edgar asiente con una lenta y muda expresión trascendental. Ese maduro caballerete no parece hijo de su padre. No solo choca frontalmente con su ideología, sino que, al contrario que él, tiene los ojos claros y el pelo rubio. A penas le lleva un año y medio a su hermano, pero es bastante más alto y fornido que el pequeño Adrián.
EDGAR: Solo lo sabes tú. Jamás puedes contárselo a nadie, ¿estamos?
ADRIÁN: Que sí, que sí. Te lo prometí. Ya sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
EDGAR: Si padre supiera cómo soy por dentro, me colgaría del palo más alto.
ADRIÁN: No exageres, Edgar… … No, noo…
Adrián no termina su frase. Tiene algunas sospechas que ponen en tela de juicio la supuesta rectitud que debería tener su hermano; pero, consciente de que sus propios deseos lascivos escapan del estrecho camino que le marca la moral católica imperante en aquella sociedad campestre, siente una gran empatía con Edgar.
EDGAR: Tú y yo somos diferentes. ¿A caso quieres quedarte aquí para siempre?
ADRIÁN: Mmmm. No sé.
EDGAR: Tienes a ocho hermanos más por delante. Siempre serás el último en todo.
ADRIÁN: Puede que, si embarazo a una mujer, padre me ponga por delante de Bernat.
EDGAR: Ja, jah. Primero tienes que sacar tu primera corrida. Luego: gustarle a alguien.
Los chicos han escuchado, en más de una ocasión, las exigencias de Cecilio para con sus hijos acerca de la descendencia que tanto ansía. Se han convencido de que, si Darío preñara a su mujer, podría hacerse con algunos de los privilegios que le tocarían a Bernat por el simple hecho de ser el segundo de los hermanos.
-Al menos, las que me gustan a mí pueden engendrar- dice Adrián con ácida picardía.
Aún sin llegar a verbalizar sus inconfesables perversiones, una intangible complicidad une a ese par de imberbes con un vínculo fraterno inédito en la familia. Tienen mucho en común: el hecho de estar asomándose a la adolescencia desde la cola del linaje; su mal pie en aquellos primeros pasos por el camino del deseo carnal, sus incipientes discrepancias con la moral esclavista…
-martes 21:32 h–
-Toc – toc – toc-
BELLA: Adelante.
RENTY: Con permiso, señoritas… … Ama Bella…
BELLA: Ya era hora, Renty. ¿No ves que no tenemos velas?
RENTY: Pensé que ya querrían irse a dormir.
BELLA: No somos tan pequeñas. Al menos, yo no.
El sirviente enciende el fanal de aceite que hay en un estante elevado; entre las camas de las dos pequeñas. Después de iluminar la habitación, Renty baja la vista para encontrar el asustadizo rostro de Liliana, quien, arropada hasta la nariz, esquiva esos ojos oscuros desviando su mirada celeste.
-Eso podría hacerlo yo misma- dice Bella, con desdén, sentada sobre el otro colchón.
-Ya lo sé, mi ama, pero su madre no quiere que ninguna de ustedes toque la lámpara-
-Liliana es pequeña, pero yo no. Soy madura para mi edad- replica con tono altivo.
-Estoy seguro, ama Bella. Buenas noches-
Renty se despide y, acto seguido, emprende el camino que tiene que sacarle de aquel cuarto infantil. Sin embargo, una inesperada petición, a su espalda, le retiene.
BELLA: ¿Nos cuentas un cuento, Renty?
RENTY: Señ… … Ama Bella, no creo que su madre…
BELLA: Mi madre no está. Todos los mayores se han ido a la casa de Noel.
El primogénito de los Bautista ha organizado una cena familiar en la que hará público que su mujer espera su tercer hijo. Leonor está siguiendo los fecundos pasos de su suegra, y, tras alumbrar a Silvan y a la pequeña Virginia, ya se dispone a volver a engrosar aquella estirpe tan numerosa.
Remo, Edgar y Adrián son los únicos varones que se han quedado en la mansión. El mayor está estudiando las lecciones que le ha impartido, hoy, doña Genoveva, mientras que sus dos hermanos siguen todavía en el salón.
BELLA: No querrás enfadarme, ¿no?
RENTY: No, ama Bella.
BELLA: Quiero que nos expliques un cuento de miedo; algo aterrador.
RENTY: No quisiera que luego tuvieran pesadillas. Liliana es aún muy pequeña.
BELLA: ¿Es que no me has oído? Tienes que hacer lo que yo te mande.
RENTY: Sí, ama.
BELLA: Por tu bien, espero tener miedo. Si no me asustas, vas a pagarlo muy caro.
Ese negro ha visto morir a muchos esclavos, durante décadas. Ejecuciones que, en no pocas ocasiones, tenían su origen en un malentendido o en una mera desconfianza por parte de los amos. Si Renty sigue vivo, a día de hoy, es gracias a su habilidad para no meterse en problemas; a una diplomática flexibilidad que le ha permitido contentar siempre a todo el mundo.
No deja de ser irónico que, después de haber dado esquinazo a la muerte tantas veces, y de sobrevivir a los castigos más atroces, ahora contemple su mayor amenaza en una niñita de ocho años.
-¿Les asustan las brujas, señoritas?- pregunta Renty mirando, ahora, a Liliana.
La pequeña asiente con los ojos muy abiertos; sin decir nada. Pese a tener ya seis años, jamás le ha dirigido la palabra a ese esclavo que la vio nacer.
RENTY: No explicaré un cuento, sino un hecho real.
BELLA: Un… … ¿Un hecho de miedo?
RENTY: Sí. Es algo que le sucedió a mi padre antes de venir a Santa Carolina.
BELLA: ¿De dónde vino tu padre, Renty?
RENTY: Del continente del que proceden todos los esclavos. De África.
Todavía bajo el yugo de las amenazas de Bella, ese orador improvisado se siente extraño. No está acostumbrado a que nadie escuche con interés nada de lo que él mismo pueda decir. Los ojos brillantes de aquellas niñas rezuman curiosidad con cada parpadeo al tiempo que ese silencio atento se vuelve imperativo.
-De pequeño, mi padre vivía en una pequeña aldea; al lado de un bosque misterioso. Corría el rumor de que, en las profundidades de aquella espesura, habitaba una bruja. Nadie la había visto durante largos años, pero los ancianos contaban que, tiempo atrás, una joven lugareña consiguió escapar de la hoguera a la que había sido condenada-
-¿Por qué la querían quemar?- pregunta Bella frunciendo el ceño.
-La acusaron de practicar el Vudú. Por eso la llamaban Makeda Vudú- susurra Renty
-Se decía de ella que había sacrificado un bebe para complacer al demonio, y que, en más de una ocasión, había entrado en trance para comunicarse con el infierno-
-0Ooh… … ¿Y cómo consiguió escapar?- sigue participando la pequeña.
-Cuando las ramas ya ardían bajo de sus pies, estalló una fuerte tormenta y un rayo…-
-miércoles 12:54 h–
Noel, Bernat y Darío se han reunido en el solar trasero de la mansión para presidir la ejecución de cuatro de sus esclavos. Un puñado de hombres asalariados se ocupan de los preparativos de dichos ahorcamientos mientras, a la sombra de un enorme roble, los tres hermanos comentan la situación.
NOEL: No ha pasado ni un mes desde la última vez que hicimos esto.
DARÍO: Eres demasiado duro. Tus negros no te soportan e intentan escapar.
NOEL: Todos deberíamos aprender de Bernat, ¿no, hermano? ¿Cuál es tu secreto?
DARÍO: Es verdad. A ti nunca te dan problemas los tuyos. ¿Cómo lo haces?
BERNAT: Me imagino que soy demasiado blando; los trato como a marqueses.
NOEL: Luego se te duermen. Usas sesenta esclavos para hacer el trabajo de cuarenta.
DARÍO: No te metas con él. Es su sistema. Así no tiene que matarlos ni comprar más.
Con capuchas grises en sus cabezas y cadenas limitando sus andares, los cuatro condenados andan hacia su fatídico destino. En torno a ellos, hombres rudos con sombrero y barba usan sus látigos para corregir los gestos desobedientes de unos morenos descamisados cada vez más resignados.
NOEL: !Dios mío! Pero ¿qué es eso?
DARÍO: Sí. Lo sé. Es Kumala. Una bestia. Se encaró con uno de mis hombres.
BERNAT: Es inmenso. Seguro que te hacía el trabajo de dos negros.
DARÍO: Tres si le comparamos con tus esclavos comodones.
NOEL: Esa ha sido buena. Ja, ja, jah.
Ciertamente: Kumala es un coloso. Mide más de dos metros y su corpulencia musculosa rebasa los ciento cincuenta kilos. Darío lo ganó en una partida de póquer hace un par de meses. Creyó que esa mole haría un buen trabajo en sus tierras, pero lo cierto es que jamás ha llegado a integrarse bien entre el resto de sus serviles esclavos.
NOEL: No lo mates, Darío. Te lo compro.
DARÍO: No es un buen negocio, Noel. Te causará problemas.
NOEL: No lo quiero para trabajar en mis tierras.
DARÍO: ¿Entonces? ¿Lo quieres para tomar el té?
NOEL: Doroteo organiza luchas de esclavos. Hay grandes apuestas.
El socio de don Cecilio no solo se dedica a la industria textil. También suele lucrarse con los combates a muerte que se libran en su finca; a las afueras de la capital.
DARÍO: Es verdad… … No se me había pasado por la cabeza.
NOEL: No tendría que habértelo dicho. Ahora te lo quedarás para ti, ¿no?
DARÍO: Es posible. Deja que lo piense.
BERNAT: Siempre podemos apostar por Kaluma, Noel.
NOEL: Es Kumala, Bernat. Siempre estás igual.
DARÍO: ¿Alguna vez recuerdas el nombre de un esclavo?
BERNAT: Kaluma, Kulama o Kolomo. Lo importante es que gane sus combates, ¿no?
NOEL: Puede que Timoteo también quieran participar.
DARÍO: Hasta Dámaso. Él ya es mayor de edad.
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