CÍRCULO VICIOSO

 El barrio de La Floresta está situado al oeste del extrarradio de Fuerte Castillo. Se trata de una zona marginal y desfavorecida. En esos lares, no hay presencia policial e impera la ley de la calle.

 La escolarización escasea, y la economía sumergida lleva las riendas de la subsistencia local. Está lleno de gitanos e inmigrantes a quienes la mala fortuna les ha desterrado de parajes más acomodados. Hay bandas, tráfico de drogas, delincuencia…

 No obstante, incluso aquí hay sitios más aventajados que otros. Delimitando la frontera interior de la capital, se encuentra un poblado constituido por unas quinientas viviendas de protección oficial. Dichos domicilios son el resultado de una medida política que, a modo de gueto, hace unos quince años intentó concentrar a la población más conflictiva en las afueras de la ciudad.

 En contra de lo que cabría esperar, la denominada como Gran Manzana se ha conservado bien y, a día de hoy, el clan de Los Pelochos sigue velando por el bienestar de sus lugareños.

 Rodeada por una docena de edificios, la zona peatonal del centro de esa isla de cemento permanece ajena a los crímenes y a los delitos que proliferan a su alrededor.

 Otto está curtido en peleas de toda clase. Pese a no haber cumplido los quince, su temperamento intransigente le lleva a visitar el hospital a menudo.

 Su vida ha llegado a correr peligro para desespero de su madre, quien no consigue llevarle por el buen camino por mucho que grite o por muy duros que sean los castigos que le impone.

 Un tapiz cutáneo de cicatrices da fe del poco instinto de conservación que atesora ese incauto experto en perder peleas.

 Su padre está en paradero desconocido. Hace ya más de diez años que les abandonó desatendiendo las responsabilidades económicas que le ataban a su familia.

 Por suerte, Adriana es una mujer fuerte, y ha conseguido sacar adelante a sus dos hijos mediante duros y mal remunerados trabajos de limpieza.

 Aun así, haciendo gala de su escasa gratitud, el hermano mayor de Otto no se habla con su madre; está perdido por los rincones más peligrosos del suburbio, haciendo quien sabe qué.

 Lejos del asfalto, y entre edificios simétricos de obra vista, la plaza central es el punto de reunión de los más jóvenes. A estas horas de la mañana, deberían estar todos en el colegio, pero algunos de los más habituales campaneros de La Floresta suelen coincidir aquí sin necesidad de quedar vía móvil ni con ninguna cita previa.

 Bajo la sombra del bloque más cercano, sentados en uno de los bancos de hierro colindantes a la pista de básquet, El Pelucas y Farruco tienen una acalorada charla deportiva. Pasan el rato bajo a un árbol, las raíces del cual levantan algunas baldosas de la acera que cubre todo el suelo.

 Otto es el último en llegar. Todavía cojea un poco, pero ya está casi recuperado de su última reyerta con los mayores.

PELUCAS: Pero si ya está aquí El Broncas. ¿Cómo lo llevas?

OTTO: Bien, bien. Ya no me duele tanto la costilla.

FARRUCO: ¿Cómo se te ocurre meterte con esa gente? ¿Es que quieres morir joven?

PELUCAS: Déjalo. Defendería a la panadera, aunque tuviera que pelearse con Godzilla.

 Aquel gordo melenudo no se equivoca. Es bien sabido, entre sus más allegados amigos, que Otto tiene una extraña fijación con Valentina.

 No se trata de una chica despampanante, ni siquiera estaría entre las más guapas del barrio; pero sus generosas carnes,   junto con un carácter alegre y desinhibido, traen de cabeza a ese mozalbete flacucho.

FARRUCO: ¿Por qué no vas a comprarle nuestro desayuno?

OTTO: No llevo nada suelto.

FARRUCO: No seas tonto. Te doy un par de monedas y vas.

 Otto inspira una buena bocanada de ansiedad. Todo el valor que le sobra para enfrentarse a verdaderos Goliats le falta para tratar con la mujer que le gusta. Resignándose frente a su destino, el chico mira a su canijo amigo vacilón y le dice:

OTTO: Trae pa ca, piltrafilla.

PELUCAS: UuUuUuh.

Farruco ha intentado privarle de sus monedas, pero un agresivo abordaje del Broncas termina pronto con la disputa.

 El chaval no tarda en alejarse de sus hambrientos colegas con un ceño fruncido que delata sus propias contradicciones.

“Quiero verla, pero, al mismo tiempo, me da pánico plantarme frente a ella”

 La campanilla de la puerta de ese pequeño comercio familiar suena anunciando la llegada de un nuevo cliente.

 Otto se persona en el interior del establecimiento con un posado inseguro, pero pronto se percata de que la femenina fuente de sus temores no se halla tras el mostrador. En su lugar, doña Fernanda se muestra sorprendida por la clandestina presencia de aquel joven novillero:

FERNANDA: !Oye! ¿Tú no deberíah estáh en clase?

OTTO: No se lo diga a mi madre, Fernanda, se lo ruego.

FERNANDA: A veh: ¿qué eh lo que quiereh?

OTTO: ¿Me llega para tres cruasanes de los gordos con esto?

 Fernanda es consciente de que faltan algunos céntimos, pero decide ser flexible y completa la transacción con cierto desdén. Antes de darle la bolsa, y con el dedo índice en alto, le dice:

FERNANDA: Hazme el favoh de no haceh sufrih tanto a tu madre.

Otto asiente y se dispone a salir del local. Cuando ya ha vuelto a abrir la puerta, se da la vuelta y pregunta:

-¿Es que tiene fiesta Valentina?- con cierta decepción en su tono.

-Le he dado la mañana libre. Le debía horah de las pasadah feriah… … ¿Por qué?-

-… … Mi madre me ha dicho que le pregunte algo sobre… … sobre una parada del mercadillo… … sobre la parada de su hermana- contesta sin mucha convicción.

 Doña Fernanda voltea la cabeza para mostrarle su perfil más desconfiado. Todavía mirándole de reojo, la anciana desarruga su frente y dice:

FERNANDA: Estará en su casa… … Escucha, niño: si tieneh que hablah con ella veh a verla y, de paso, le llevah lah llaveh de la azotea. Se lah dejó aquí ayéh, y lah necesita para podéh recogéh la ropa que tiene tendida. Me ha llamado anteh poh teléfono. Dice que el hombre del tiempo da lluvia.

OTTO: Pero si hace sol.

FERNANDA: ¿A mí que me cuentah? Solo sé que está cuidando del bebé de su prima; no lo puede dejáh solo y no quiere sacarlo ahora que por fin se ha dormio.

OTTO: Vale, vale… … pero… … no sé qué piso es.

FERNANDA: Bloque ocho, cuarto sexta.

 La áspera pronuncia imperativa de esa mujer contrasta con la dubitativa actitud del chico, quien agarra el manojo de llaves con lentos movimientos vacilantes. Sin decir nada más, Otto asiente y se encamina hacia el exterior. Mientras vuelve a la plaza, eleva la mirada y distingue algunas nubes, aún escasas, mancillando el impoluto azul celeste de este cálido lunes primaveral.

PELUCAS: ¿Qué nos traes?

OTTO: Cruasanes, tres.

FARRUCO: ¿Qué tal Val?

OTTO: No estaba.

FARRUCO: o0Oh. Te debes haber llevado una gran desilusión.

OTTO: No te creas. Ahora me paso por su casa a verla.

PELUCAS: Ni de coña.

 Con gestos propios de un fanfarrón, El Broncas les tira esa bolsa, todavía caliente, y se despide sin mediar palabra. A su espalda, sus amigos se mofan con incrédulas exclamaciones peyorativas. Ajeno a dichas burlas, el chico se va alejando con menos entereza de la que quiere aparentar.

“Solo cumplo órdenes. No es como si fuera a verla por iniciativa propia. Tengo una excusa. Nadie puede juzgar mis motivos”

 De camino al octavo bloque, escucha música flamenca procedente de alguna de las muchas ventanas abiertas de las viviendas que le rodean. Un gato negro se cruza por delante de él con premura felina. Los pájaros cantan y una leve brisa parece querer empujarlo en contra de su voluntad.

“Está bien. Todo está bien. ¿Por qué estoy tan preocupado? Le digo que vengo de parte de Fernanda, le doy las llaves y me voy”

 La cerradura del portal está rota, el interfono no funciona y el ascensor está estropeado. Cabría esperar que el mantenimiento fuera más minucioso sí se tratara de un inmueble propio de la zona costera, pero, en La Floresta, estas cosas carecen de toda urgencia y la espera para las reparaciones suele ir para largo.

 Tras subir cuatro pisos, Otto quisiera que hubiera otros cuatro más para poder posponer su temido encuentro con Valentina.

“Si me muero de ganas de verla. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Tantas pajas que le he dedicado y ahora…”

 Con la yema de su índice ya sobre el timbre en cuestión, el chico se detiene en una pausa pensativa. El miedo le ha dado tiempo de pensar en una mejor opción:

“Si el bebé está durmiendo, será mejor que no lo despierte”

 Da tres golpes muy suaves a la madera y, después de unos instantes de quietud, da otros tres un poco más contundentes. Cuando ya empieza a pensar que Valentina no se encuentra en casa, el crujido de la cerradura le asusta solo un instante antes de que se abra la puerta. Tras ella, aparece la inquilina del piso con un semblante extrañado y un tanto miedoso.

VALENTINA: ¿Otto? ¿Qué haces tú aquí?

OTTO: Emm… … Vengo a traerte las llaves. Doña Fernanda me ha dicho que…

 La expresión de la joven cambia por completo al constatar el generoso motivo de tan inesperada visita. La abertura escueta que le ofrecía se abre de par en par, y la elocuente gesticulación de esa amable anfitriona invita al niño a entrar.

 Todavía sin haberle hecho entrega de las llaves a la chica, Otto se adentra, con pasos lentos, en aquel blanco y luminoso apartamento. Valentina ya ha regresado al comedor y, sin reparo alguno, se ha sentado en el sofá, frente a la tele, para terminar de ver el episodio de la serie que estaba mirando.

OTTO: Me ha dicho que estabas cuidando de un bebé y…

VALENTINA: Shhht… … El churumbel está dormio, en el cuarto… … cállate, anda.

 Pal plantado en medio del salón, el chaval toma conciencia del interés que despierta, en su panadera preferida, el desenlace de la trama amorosa que estaba siguiendo antes de que él llegara.

 Otto se sofoca al percatarse del tremendo calibre mamario que luce Valentina aún con su atuendo nocturno.

“¿Eso es un camisón? Parece que no le importe que la vea así”

 El niño empieza a arder por el bochornoso incendio que le provoca la desinhibición doméstica de su vecina.

 Valentina no suele vestir tan atrevida cuando anda por la calle, pero no es ningún secreto que el recato no es su mejor virtud.

 Luces rojas y sirenas de alarma sobresaltan al chico en cuanto advierte el inesperado levantamiento de su propio trabuco bajo aquellos pantalones grises de chándal. Dicha indumentaria, junto a sus holgados calzones, no le ofrece demasiada cobertura discrecional, por lo que las medidas para romper esa perniciosa dinámica se tornan más urgentes a cada segundo que pasa.

 Disimuladamente, deja las llaves encima de la mesilla y se dispone a irse. Le dolería más el ultrajante olvido de su amada si la urgencia por esconder aquella erección no lo apremiara tanto. Cuando ya está abandonando el salón, Valentina emite un chasquido para expresar su enojo.

VALENTINA: ¿Dónde vas? Espérate un momento, ¿quieres? Que ya termina.

OTTO: Sí, yo solo…

VALENTINA: Shhhht… …  cállate de una vez.

 El Broncas, más dócil que nunca, opta por tomar asiento en la butaca que hay al lado del sofá. Esa maniobra improvisada le ayudará a encubrir su inoportuno empalme a corto plazo.

 Fija la vista en la pantalla para no agravar la situación. Tras un final dramático, la pantalla queda negra para mostrar, acto seguido, un largo listado de títulos de crédito. Después de esgrimir un hondo suspiro, aquella espectadora entregada se dirige a su visitante con impetuosa pronuncia.

VALENTINA: A ver, killo:… … ¿por qué no estás en el cole?

OTTO: Me han expulsado.

VALENTINA: ¿Más peleas?

OTTO: Algo parecido.

 Valentina apaga la tele para silenciar el repentino sonido de los anuncios. Nada más tirar el mando al otro lado del sofá, mira a su invitado de un modo incisivo, y empieza a usar un tono jocoso:

VALENTINA: Un pajarillo me ha dixo que te pegaste por mí.

 Esa afirmación pilla a Otto a contrapié, pues no tenía la menor idea de que la chica conociera aquella comprometedora realidad.  Un poco estresado, se afana en quitarle hierro al asunto.

OTTO: Soy un hombre decente y defiendo el honor de las mujeres, así que…

VALENTINA: ¿Un hombre? ¿Tú? Ja, ja, jah…

 La risa burlona de Valentina resulta incluso más hiriente de lo que ella misma pretende. Disgustado, el niño se levanta y se va.

VALENTINA: Espera, espera, espera. No te vayas, por favor. Lo sientoou.

 Esas teatrales disculpas consiguen derretir el enfado del muchacho, quien, tras darse la vuelta, vuelve a mirar a la musa de sus fantasías eróticas a la vez que fuerza su poco convincente cara de póker. Afortunadamente, su ignominiosa tienda de campaña ha dejado de deformar el perfil de sus pantalones.

VALENTINA: Ven aquí, gili. Explícame cómo fue la chicarela.

 Con gestos de perdonavidas, Otto intenta domar sus propias miradas para no revelar sus intereses calenturientos. Usa un silencioso prólogo pensativo para hacerse el interesante a la vez que se esmera en construir su relato.

OTTO: Verás: El Pimienta dijo que, ahora que El Pinche está en la trena, tú estás cachonda perdida, y que vas pidiendo a gritos que te den lo tuyo.

VALENTINA: … … ¿Y por eso te pegaste?

OTTO: No. Yo solo te defendí. Las hostias vinieron después.

VALENTINA: ¿Y tú por qué tienes que meterte en estas broncas? Está claro de dónde viene tu apodo.

OTTO: No estoy dispuesto a permitir que…

VALENTINA: Es que no te toca a ti permitir o dejar de permitir na.

 La cara del niño es todo un poema. No esperaba una reverencia ni una medalla, pero estaba convencido de que su heroica intervención bien merecía un poco de reconocimiento.

VALENTINA: Si tanto quieres defender a las muhere, ¿por qué no te preocupas más de velar por tu madre? La tienes contenta.

OTTO: Perdóname por querer defender tu honor. No volveré a…

VALENTINA: Mi honor seguirá intacto digan lo que digan esos pirindeles.

 El despreocupado razonamiento de la chica goza de una lógica aplastante, pero el enfado de Otto ata un nudo demasiado apretado, fruto de las tensiones de su propio orgullo varonil.

OTTO: Supongo que tampoco necesitabas las llaves, como no me has dado las gracias…

 Valentina inclina su cabeza condescendientemente. Le divierte la actitud del chico y, aunque no quiera hacer mención de ello, le halaga la temprana devoción que despierta en alguien que a duras penas cumple la mitad de su edad.

VALENTINA: Gracias. Me has salvado la vida. ¿Cómo puedo agradecértelo?

OTTO: Me vale con un poco de gratitud.

VALENTINA: Pues ya la tienes. Ya puedes dejar de fingir que estás enfadao conmigo.

OTTO: Yo no finjo nada, ¿vale?

VALENTINA: Claro que finges. Finges como lo haces cada vez que vienes a comprarme el pan, o los cruasanes; cada vez que te sonrohas al hablarme e intentas parecer frío y distante.

 Otto, de pie y en medio del salón, se ve más desamparado a cada segundo que pasa; a cada palabra que sale de la boca de su relajada interlocutora.

 Hasta el día de hoy, ni siquiera estaba seguro de que Valentina conociera su verdadero nombre más allá de su apodo; no estaba al tanto de que esa moza tuviera la más mínima sospecha acerca del no tan secreto fervor que siente por ella, y que tan mal oculta debajo de su ruborizado disimulo.

 Valentina asume que aquel silencio descolocado es un terreno fértil donde sembrar su traviesa y punzante oratoria. Mientras habla con su peculiar acento sureño, no deja de mover sus manos: gesticula, se aparta el pelo de la cara, se coloca bien su ajustada vestimenta, señala aquí y allá…

VALENTINA: ¿Te hubieras picado tanto si se hubieran metido con doña Fernanda? ¿También hubieses acabao en el hospital por defender a mi hermana? ¿Habrías saltado igual de ser María la destinataria de esas groserías?

 Como si de una muda estatua se tratara, Otto evita pronunciar respuesta alguna. Su severa rigidez certifica una triple negativa evidente y previsible para quien acaba de formular tan arbitrarios interrogantes.

-¿Todavía te duele?- pregunta la chica, esta vez con más ternura.

-Ando un poco cojo, tengo moratones y me fastidia una costilla-

-¿Dónde están tus moratones? ¿Me los enseñas?-

-No… … solo es que… … en realidad no… … bueno… … si quieres…-  

 La inseguridad del chaval es palpable, pero su negación inicial no ha tardado en desmontarse ante la incorporación de Valentina.

 Otto se esfuerza en no mirarla para permanecer inmune a su embrujo carnal. Quiere mantener su frágil discreción fálica a buen recaudo mientras se sube la camiseta para mostrar sus moradas medallas corporales.

 Fascinada, la chica le acaricia las heridas levemente. El niño se aparta en un acto reflejo que no pasa desapercibido.

VALENTINA: ¿Es que no te gusta que te toque?

OTTO: No… … Sí… … Solo es que… … tienes las manos fías.

VALENTINA: Tonto; si apenas te he rozao… … ¿También tienes en la espalda?

OTTO: Sí… … Me dieron bastantes golpes, así que…

VALENTINA: Quítate la camiseta, anda.

 La voz de esa panadera curiosa se ha agudizado y se ha vuelto más tenue para pronunciar aquella tímida petición. El chico, sin todavía atreverse a mirarla, siente como sus encorsetadas expectativas se ponen patas arriba.

“Val me está pidiendo que me desnude en su casa”

 La situación empieza a parecerle surrealista hasta el punto en que llega a dudar del realismo que la acompaña.

“¿Volveré a despertarme con los pantalones empapados?”

 No sería la primera vez que Valentina causa estragos en sus sueños más húmedos, derramando sus flujos íntimos.

 Con condicionados movimientos doloridos, Otto consigue desvestir su torso sin apenas requerir la ayuda de la muchacha.

VALENTINA: Estás muy flacucho, ¿eh, niño? Tendré que darte más cruasanes.

OTTO: Me viene de familia.

 Mientras el chaval se voltea, esa impresionada examinadora puede divisar multitud de cicatrices antiguas y cardenales más recientes. Le acaricia, con delicadeza, para constatar el particular relieve del torso de tan conflictivo adolescente.

VALENTINA: ¿Qué pasa?

OTTO: Nada… … Es que me haces cosquillas.

VALENTINA: Tus costillas parecen un teclao, nene.

OTTO: Tengo una fisurada.

VALENTINA: Voy a adivinar cuál es… … Tú no digas nada, ¿eh? Sobretó.

 Una a una, la joven va pulsando las costillas del muchacho con trayectoria descendente. Tras terminar con el lado derecho, empieza por el izquierdo. Otto se retuerce en el momento que Valentina le presiona a media altura.

VALENTINA: !Bingo!

OTTO: Ahí le has dao.

VALENTINA: Eres tan… … tan opuesto a mi Pinche…

OTTO: Aún me queda por crecer.

 Aunque todavía está a medio estirón, el niño ya le saca casi un palmo a su vecina; no obstante, las cosas son muy distintas si hablamos de peso, pues las opulentas redondeces de Valentina hacen que, a su lado, Otto parezca un escuálido desnutrido.       

 La larga melena negra de esa mujer es otro de los rasgos que más la diferencian de él, pues el pelo castaño del chaval tiene solo la talla suficiente como para poder lucir un corte despeinado.

OTTO: ¿Me devuelves la camiseta?

VALENTINA: No. Deja que te saque estas manchas de sangre.

OTTO: No, en serio, no salen. Mi madre ya lo ha intentado.

VALENTINA: Yo tengo un truco fetén, ya verás.

 Sin dejar de examinar aquella camiseta de grisáceo estampado urbano, la chica se ausenta del salón dejando solo a su invitado. Huérfano de tareas y compañía, Otto se dedica a observar las fotos que cuelgan de la pared. En ellas distingue a algunos familiares de Valentina, sus amigas, compañeras, El Pinche…

“Sí que soy opuesto a esa mole. Me pregunto que me haría El Pinche si entrara por la puerta y me encontrara aquí, despechugado, a solas con su mujer”

 Se trata del tipo más duro y peligroso del barrio. No es la primera vez que visita la cárcel, pero, en esta ocasión, parece que va para largo. Está acusado de varios asesinatos, agresiones, robos, tráfico, posesión, extorsión, amenazas…

 Otto se fija en una foto donde la feliz pareja posa junto a restos románicos, con el mar de fondo. Se acerca con interés.

-Aquí estábamos en Augusta- susurra ella apareciendo sigilosamente desde atrás.

-oOh… … El tío es como Farruco, El Pelucas y yo juntos-

-Ciento setenta era su peso máximo, si no me equivoco-

 La íntima proximidad de Valentina, mientras observan ese retrato, resulta muy sugestiva para el niño, quien no osa articular un solo parpadeo. Incluso su respiración parece congelada, hasta que, de improviso, se lanza con una atrevida observación:

OTTO: Hueles muy bien, Val.

VALENTINA: !Oyee!… … ¿Es que ahora te dedicas a olfatearme?

 La chica toma distancia esgrimiendo una fingida ofensa que no logra engañar a nadie. No tarda en romper su mueca disgustada con una sonrisa de lo más encantadora. El muchacho se justifica.

OTTO: Has sido tú quien se ha acercado. ¿Tengo que dejar de respirar?

VALENTINA: Que no0h… … Es jabón de coco. Hace solo un rato que me he duchao.

OTTO: ¿Dónde está mi camiseta?

VALENTINA: Tardará un rato. ¿Quieres que te deje una de… … El Pinche?

OTTO: ¿Te burlas de mí?

VALENTINA: Espérate un rato, pues. Voy a ver si se quita y a secarla.

 Otto observa cómo su anfitriona anda hacia la cocina de nuevo, con pasos descalzos. Su lasciva mirada desciende hasta los límites inferiores de aquel corto camisón oscuro.

“!Menudo culo tienes, Val! !Cómo me gustaría hacerlo mío! !Joder! Ya vuelvo a estar empalmado”

 Otto cierra los ojos y revive el recuerdo del pasado viernes, cuando El Pelucas vomitó encima de su perro. Aquella evocación le ayuda a disipar su flamante empinamiento. A lo lejos, escucha las preguntas chillonas de Valentina:

-¿Esta es la sangre de cuando te pegaron por defenderme?-

-Emm… … Sí. Así es- contesta creyendo oportuna esa mentira.

-¿Y qué más dijeron de mí?- pregunta todavía de espaldas, en la cocina.

 Nada más darse la vuelta, la chica advierte la presencia de su oyente tras de sí. Sonríe al asimilar lo innecesario de sus gritos.

VALENTINA: La dejo un rato aquí, en el radiador. Se seca rápido.

OTTO: ¿Ha salido?

VALENTINA: No del todo, pero yo creo que un poco sí.

OTTO: No me importa llevar un toque de color.

VALENTINA: ¿Qué me dices? ¿Qué decían de mí?

OTTO: Em… … cosas… … no sé.

VALENTINA: Sí que sabes, niño. No tengas vergüenza.

OTTO: ¿Podrías dejar de llamarme niño?

VALENTINA: Vale, nene. Pero dímelo de una vez.

OTTO: Ya te he dicho. Que… … como no está El Pinche… … necesitas un poco de… … atenciones. Que vas provocando… … enseñando cacho… … y que estás muy simpática con los hombres que te rodean y… … como estás cañón…

 Cruzada de brazos, Valentina guarda silencio y espera a que el relato de ese apurado testigo termine de calarse.

VALENTINA: ¿Y tú qué piensas?

OTTO: Yo no estoy en tu cabeza, así que…

VALENTINA: Pero tienes ojos, ¿no? ¿De verdad crees que estoy cañón?

 Otto asiente tímidamente, de un modo casi imperceptible. Valentina adopta un gesto desesperado a raíz de la enésima revelación de tan sorprendente realidad.

VALENTINA: Pero si soy un tapón regordete. Hay verdaderos figurines rondando por el barrio, más guapas, más jóvenes y más presumías que yo.

OTTO: Pues… … a mí… … a mí me gustas más tú.

 La chica ladea la cabeza mientras le aguanta la mirada de un modo enigmático. No esperaba que ese mozalbete tuviera la osadía de soltarle tan irreflexiva confesión.

 Empujado por las tendenciosas preguntas de Valentina, Otto siente cada vez más legitimado el indiscreto destape de su sinceridad. Apoyado en el marco de la puerta, se asusta cuando ella se le acerca con andares sinuosos.

 La equívoca trayectoria de la joven, de regreso al salón, la lleva a rozar el torso desnudo de ese visitante, con su generoso y destapado busto, justo en el momento de sortear al chaval. No tarda en disculparse ante tan liviano contacto.

-Ui- susurra juguetonamente mientras se distancia de él.

 El precoz pene de Otto se debate entre su viril beligerancia y su acobardada flacidez. No en vano, el estado de ánimo del chico no deja de zarandearse entre el miedo y el deseo, entre la ambición y la resignación, entre el optimismo y el pesimismo.

“¿Qué es lo que quiere de mí? ¿Solo está jugando? ¿Se divierte a mi costa? ¿Se burla de mí? ¿O es posible que…?”

 Sabiéndose observada, Valentina se asoma a la ventana para echarle un ojo a la plaza. A estas horas de la mañana no hay demasiado movimiento. En un momento dado, se voltea y, tras hallar la embobada mirada de Otto, le asesta una comprometida cuestión:

VALENTINA: ¿Eres virgen, Otto?

OTTO: ¿Quéeéh?… … ¿A qué viene eso, ahora?

VALENTINA: Es una pregunta muy sencilla… … ¿Lo eres?

OTTO: Noh.

VALENTINA: Que mal mientes, nene.

OTTO: No me llames nene, ¿quieres?

VALENTINA: Cuando te conviertas en hombre dejaré de llamarte nene.

OTTO: Te he dicho que no soy virgen.

VALENTINA: ¿No? Qué pena… … Siempre había tenío la fantasía de desvirgar a un crío.

 Otto se ha quedado a cuadros. No logra comprender el propósito ni fiarse de la veracidad de esa inesperada confesión. Antes de que pueda volver a encajar su rostro, Valentina se rompe en una carcajada. El niño protesta, ofendido:

OTTO: !¿Se puede saber qué es lo que te pasa?!

VALENTINA: Solo te tomo el pelo, killo. No te enfades.

OTTO: Pues déjalo de una vez.

VALENTINA: Hago lo que quiero. ¿Es que no lo entiendes? Ningún tío se atreve a darme coba. Tú eres el primer chavó que tiene el valor de decirme que le gusto, que estoy cañón, que huelo bien… Eres el único que se sonroha en cuanto me ve, que se esfuerza en no mirarme las tetas, que es capaz de recibir una paliza para intentar defender mi honor…

 Sobrecogido, el chaval se permite observar los ojos negros de esa gitana sin reparos. Es la primera vez que su vergonzosa condición no cuarta la duración de su mirada.

OTTO: Yo creía que… … en fin… … pensé que triunfabas allá donde ibas.

VALENTINA: Sí, claro. Si triunfar es que te miren, que hablen de ti, que te deseen…

OTTO: Bueno… … Eso no…

VALENTINA: Nasti, niño. Aunque El Pinche esté enchironao, todavía hay muxo canguelo por las calles de La Floresta. Ya sabes cómo son los gitanos; y Los Pelochos son lo peor cuando se trata de machismo y de celos.

OTTO: Pero… … entonces…

VALENTINA: Si alguien se entera de que llevas casi un cuarto de hora en mi casa, puede que pronto vuelvas a visitar el hospital. Pero tú no tienes miedo, ¿verdad? Siempre te lías a hostias, así que…

OTTO: Bueno sí… … aunque me gustaría seguir viviendo, no te creas.

 El chico da un paso atrás. Con el desconcierto pintando su rostro, revisa los rincones del salón buscando quien sabe qué.

OTTO: Yo solo venía a traerte las llaves y…

VALENTINA: Ahora ya es tarde para salir corriendo. Si alguien me vigila, ya sabe que has estado demasiado rato en casa de El Pinche.

OTTO: … … Vale, vale… … Ya sé… … Sigues acojonándome, ¿no?

 Valentina le guiña el ojo, pícaramente, pero la víctima de sus bromas sigue sin llevarlas todas consigo. Otto se siente desnudo sin su camiseta frente a esa moza burlona que deja caer sus párpados; que modula el tono de su voz; que juega con su pelo… Todo en ella y en su lenguaje corporal le resulta sugerente.

VALENTINA: ¿Crees que te estoy acojonando? ¿Es que no entiendes que El Pinche es el líder del clan? ¿No sabes que mató a un tío porque intentaba camelarme?

OTTO: Eso solo… … eso es una leyenda urbana; un rumor.

VALENTINA: Lo que tú digas, pero ya que te has arriesgao a venir, a entrar y a quedarte, al menos, que valga la pena, ¿no?

 Otto se queda sin palabras de nuevo. El desconcierto vuelve a apoderarse de sus efímeros pensamientos cambiantes.

VALENTINA: El Pimienta miente más que habla, pero entre sus muchas mentiras suelta alguna verdad. No voy pidiendo a gritos que me den lo mío; pero si es verdad que El Pinche lleva tres meses en prisión y que… … que voy cachonda perdía. Son casi cien días, ¿sabes?

OTTO: Pero… … hay visitas, ¿no?

 El relato de Valentina va cogiendo consistencia poco a poco. Más allá de las constantes tomaduras de pelo, esa chistosa panadera ha empezado a sembrar las dudas en el maleable raciocinio del niño.

VALENTINA: En el primer vis a vis tuvo un gatillazo. Está muy rayao por los problemas que tiene en la cárcel, temas de abogaos, recursos… Luego está la guerra entre los clanes, la organización de los trapicheos, la fragilidad de su estatus de mandamás ahora que está en chirona… Necesita las visitas para tratar con Los Pelochos, y eso me arrincona a mí. No soy prioritaria. Pero bueno… Eso no es una novedad, ya no estábamos muy bien cuando andaba por aquí. Muchas veces me he arrepentío de casarme con él. Me descuidaba mucho a mí, se descuidaba mucho él…

OTTO: ¿Y no podrías… … separarte?

VALENTINA: Entre gitanos es complicao, luego está la casa, los amigos, el trabaho… Hace tiempo que soy la muher del Pinche más que no Valentina.

 La expresión de la chica se ha vuelto triste a medida que se alargaba la narración. Su mirada cae al suelo mientras hace girar su anillo matrimonial.

 Otto, enternecido, intenta empatizar con ella, pero sus ojos descorteses no pueden dejar de mirar esas grandes tetas tan bien arropadas por aquella prenda semitransparente. Su pene insiste en censurar tan lascivos vistazos, de nuevo, mediante su inoportuna dilatación, cuando Val vuelve a mirarle:

VALENTINA: Por eso cuando mi prima me diho que estabas loquito por mí me hizo tanta gracia. Para ti no soy solo la muher del Pinche, no soy solo la panadera de las mañanas.

OTTO: ¿Y cómo lo supo ella?

VALENTINA: María es una cotilla, ya lo sabes. Uy, espera, voy a pegarle un ojo a Dylan.

 El chico había olvidado por completo que hay un bebé durmiendo en la habitación de al lado. Mientras espera el regreso de su anfitriona, se acerca a la ventana para contemplar las vistas. Desde ese cuarto piso hay una buena panorámica.

“Le hago mucha gracia. Está cachonda perdía. Estoy despechugado, en su casa, compartiendo intimidades…”

 Efectivamente, Otto es virgen todavía y, dadas sus limitaciones a la hora de tratar con mujeres, su corta edad no parece ser el principal obstáculo para franquear esa cruda realidad.

“¿Quién me iba a decir que la calderilla de Farruco me llevaría hasta aquí?”

 Una cálida brisa le acaricia el torso, en forma de cariñosa corriente de aire, culminándose en las manos de Valentina, las cuales, desde atrás, suben por su magullado pecho articulando un suave abrazo inesperado. Consternado, Otto escucha los susurros de la chica:

VALENTINA: ¿Estás loco? ¿Es que quieres que te vea alguien?

OTTO: … … Estamos… … Estamos muy alto. Nadie me ve.

VALENTINA: ¿Estás buscando otra bronca para tu repertorio?

 Dicho abrazo trasero se intensifica a medida que esa precavida vecina se afana a retirar a su invitado de posibles miradas ajenas. Otto se deja llevar mientras siente la presión mamaria de Valentina contra su espalda.

-Oye, chaval… … ¿Qué haces?- protesta ella sonriente.

 Nada más darse la vuelta, Otto ha intentado besar los labios de la joven, pero una fulgurante cobra ha puesto fin a dicha pretensión. El chico ha quedado patidifuso y desconsolado.

VALENTINA: No te flipes… … No ves que todavía eres un niño.

OTTO: Pero Val…

VALENTINA: Soy demasiado muher para ti.

OTTO: Te juro que no se lo diré a nadie.

VALENTINA: No te creo. Te morirías si pasara algo y no pudieras contárselo a alguien.

OTTO: No soy tan tonto. No quiero acabar bajo tierra.

 Valentina no esperaba la visita de Otto, hoy; incluso después bromear y de divertirse a su costa, durante un buen rato, no contempla la posibilidad de darle lo que él tanto desea. Pero lo cierto es que todo aquel jugueteo morboso la ha calentado como si de una de sus barras de pan en el horno se tratara, y, en estos momentos, ya empieza a tener dudas acerca de la dirección que quiere darle a esa indecente deriva.

VALENTINA: Aunque yo no fuera una muher casada; aunque tú no fueras un crío raquítico; aunque no estuviera cuidando del bebé; aunque estuviéramos en una cita… ¿De verdad crees que me acostaría con alguien a los pocos minutos de conocerle?

OTTO: !Pero si ya me conocías de antes!

VALENTINA: ¿Por darte la vuelta del pan? ¿Por ser hijo de Carmela? ¿Por ser El Broncas?

 El niño se da cuenta de que a esa gitana no le falta razón, pues todos los contras que ha enumerado son incontestables.

“Pero, entonces: ¿a qué ha venido todo este cachondeo?”

 La mujer se sienta femeninamente en el sofá, y vuelve a agarrar el mando de la tele. Como si ya hubiera pasado página, la enciende y se pone a zapear. Aún de pie, Otto se debate entre el resentimiento y la comprensión, entre la frustración y el conformismo, entre la rendición y la esperanza.

OTTO: Entonces… … ¿saldrías conmigo para conocerme?

 Valentina se ríe descuidando por completo los sentimientos de ese desquiciado chaval. Otto resiste la humillación estoicamente, apretando los dientes, mientras la chica sigue negando con la cabeza. Todavía con su hiriente posado burlón, ella le dice:

VALENTINA: No soy una de esas a quien le importa lo que digan los demás, pero ¿te imaginas? La muher del hefe del primer clan de La Floresta andando con un tirillas de catorce años.

OTTO: Nononn… n.no… No tendría por qué saberlo nadie.   

VALENTINA: No, si al final resultará que El Broncas es un romántico.

OTTO: Puede que sí lo sea. ¿Y qué?

VALENTINA: ¿Te van los amores imposibles? ¿Quieres acabar como Romeo y Julieta?

OTTO: Podríamos ser los Romeo y Julieta de La Floresta.

VALENTINA: Sabes que terminan muertos, ¿no?

OTTO: No… … ¿Sí?

 Ese muchacho no ha leído nunca un libro, y es fácil augurar que jamás pisará un teatro. Es poco cinéfilo, y ni siquiera tiene una tele que funcione en su casa.

 Valentina ha derruido, sin piedad, cada uno de los supuestos que Otto intentaba construir, pero la crueldad de la panadera no es implacable y, enternecida por el posado derrotado de su joven visitante, piensa en darle un premio de consolación.

VALENTINA: ¿Has besao a alguna chica?

 Otto levanta la cabeza y coge aire, pero se detiene antes de asentir y pronunciar una respuesta afirmativa. Todavía tiene muy reciente el varapalo que se ha llevado con lo de su virginidad. Sin mediar palabra, niega con la cabeza de un modo sutil.

VALENTINA: Menudo personahe. ¿Es que has follao sin haber dao un beso?

OTTO: No, no he… … no he follado todavía.

VALENTINA:  Mehor. Es demasiao pronto para ti. No es bueno quemar etapas tan deprisa. Hoy no vas a follar tampoco, pero estoy pensando que… … nunca se olvida el primer beso. Si de verdad te gusto tanto, me complacería ser la protagonista de ese recuerdo. Convertirme en alguien especial para ti.

OTTO: Ya eres especial para mí.

VALENTINA: Soy especial ahora; por unas semanas, meses, años… Pero si te beso seré inolvidable, para ti, el resto de tu vida.

OTTO: … … Me parece bien… … Es lo que quería antes… … solo un beso.

VALENTINA: ¿En serio? Pensé que te habías tomado mis bromas al pie de la letra y que…

OTTO: No, no, n0… … Ya sé que siempre bromeas.

VALENTINA: Ven aquí, anda.


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