EL JARDÍN DEL OCASO

NIETOS FALSOS


-miércoles 18 julio-   


 En las afueras de Buenaventura existe una lujosa urbanización que toma el nombre de su centro geriátrico. No en vano, el edificio de esa institución fue el decano del valle; una primera construcción a la que siguieron docenas de viviendas e instalaciones de toda índole.

 Encaramados en las ramas de un olmo, un trío de pequeños gorriones juguetones retozan alegremente bajo la atenta mirada de un único espectador; un hombre octogenario que, a lomos de su inseparable silla de ruedas, observa el mundo tras la ventana abierta de su habitación compartida.

 De pronto, una estridente voz femenina zarandea la paz que había encontrado el más solitario residente de El Jardín del Ocaso. Se trata de una mujer uniformada con malas pulgas:

-!Clemente! Se lo tengo dicho. La ventana cerrada. ¿De qué nos sirve la climatización?-

-Quiero escuchar a los pájaros- replica él, molesto -Hoy no hace tanto calor-

-Son normas de la dirección- insiste ella mientras se apresura a encerrarle de nuevo.

 Ana es una cuidadora de mediana edad y de origen hispano; una señora que hace gala de una nula empatía para con los ancianos que están a su cargo. Goza de poca paciencia, y de un mal humor impropio de alguien que tiene que lidiar, a diario, con personas mayores que tienen sus facultades mentales afectadas por el paso de los años.

ANA LUCÍA: ¿Por qué no va a la sala polivalente con los demás?

CLEMENTE: Prefiero quedarme aquí un ratito.

ANA LUCÍA: Después se quejará de que se siente solo.

 La mujer abandona la estancia con aires de desdén, dejando tras de sí a un viejo cascarrabias que no dice lo que piensa:

“Me siento solo porque no me visitan mis seres queridos, no por no hablar con este elenco de vejestorios dementes”

 A Clemente no le faltan argumentos, pues no ha recibido ni una visita familiar desde navidad. Rebasado el ecuador del presente año, el yayo ya ha dejado de contar los días, las semanas, los meses…

 Ingresó en el centro hace un par de veranos, a regañadientes, con la maleta llena de las promesas de sus dos hijos; juramentos que versaban acerca de unos frecuentes reencuentros que pronto escasearon.

 Se arrepiente de haber vendido la casa en la que vivió toda su vida, y maldice el momento en que cedió la gestión de sus bienes a unos descendientes desagradecidos y sin palabra.


-jueves 19 julio-


 No muy lejos de la residencia de la tercera edad, habita el pequeño Gabin; un niño que pronto cumplirá los once años, y que todavía tiene la mirada pura y brillante.

 Si bien no encarna a un chiquillo demasiado espabilado, el hijo de Almudena se está criando en un ambiente bien estante que jamás le ha reportado muchos inconvenientes; por lo menos, hasta el momento en que sus padres se separaron.

 Le costó aceptar el divorcio, pero aún tiene más dificultades para sentirse cómodo con el nuevo novio de su madre; un hombre francés que ha viajado por todo el mundo antes de afianzarse en esta pacífica zona residencial de Buenaventura.

 Sin embargo, hay un tercer factor con el que todavía le cuesta más lidiar: el hecho de tener una hermanastra como Nicole. Se podría decir que Gabin era un hijo único empedernido, acostumbrado a monopolizar las atenciones de sus padres y a no compartir, competir, discutir o pelear con nadie de su edad.

 La hija de Basile no tardó en comerle la moral, pero, cuando aún no se ha cumplido el primer mes de convivencia, parece que la pequeña comienza a soltar la correa con la que tan cruelmente estaba atando a su nuevo pariente político.

NICOLE: No es tan difícil. ¿Por qué te lo piensas tanto?

GABIN: No sé. Nadie me había pedido que lo hiciera. Empieza tú. A ver…

NICOLE: Atento: soy una mujer en el cuerpo de una niña, una loba con piel de cordero, un demonio oculto tras el reflejo de un ángel, una viciosa disfrazada de virgen… Soy lista, guapa, revoltosa y temible. Une femme fatale précoce.

GABIN: No vuelvas otra vez con el francés. Acordamos que no lo harías.

 Gabin cierra el puño con rabia, pero lo que le enfurece de verdad no es ese término francófono, sino la intimidante retórica de una cría que no se cansa de pasarle la mano por la cara.

-Te toca- dice Nicole tumbada sobre el césped del jardín -Vamos-

-Me llamo Gabin. Tengo diez años. El pelo rubio. Los ojos azules…-  

-No te quedes en el exterior- le interrumpe ella -Profundiza un poco más-

-No soy como tú. Soy lo que ves y me muestro como soy. Bueno, sincero, valiente…-

-No eres valiente. Siempre te rajas a las primeras de cambio-

 El niño frunce el ceño, ultrajado, y arremete verbalmente contra aquella sabionda de blanca camiseta y shorts rosas.

GABIN: Soy un poco tímido, pero valiente, ¿vale?

NICOLE: Es fácil ser valiente en tiempos de paz. Valiente es el que supera sus miedos.

GABIN: Puedo superar mis miedos cuando yo quiera, no cuando me lo digas tú.

 Sentado cerca Nicole, Gabin se defiende aún sin referirse al pasado más reciente de esa peculiar pareja de hermanastros. El caso es que ella suele retarle continuamente, y él acostumbra a dejar pasar de largo la mayoría de dichos desafíos.

 La sombra de un roble joven protege la pálida piel de la moza; una pequeña que se relaja observando el lento transcurrir de las nubes blancas a través de unas ramas que se balancean, livianamente, al son de una suave brisa estival. No obstante, Nicole no es una nena tranquila, precisamente, y el reposo de las últimas semanas empieza a pasarle factura.

NICOLE: Tengo ganas de liarla parda.

GABIN: ¿A qué te refieres?

NICOLE: Desde que terminó el curso que no hago ninguna travesura.

GABIN: ¿Tomarme el pelo no cuenta como travesura?

NICOLE: No. Claro que no. Vacilarte es como quitarle un caramelo a un niño.

GABIN: No te pases, que no me llevas ni un año.

NICOLE: Qué tierno.

 La nena se incorpora y peina su largo pelo castaño con los dedos para sacudirse cualquier brizna de césped que pueda habérsele adherido. Tras ponerse en pie, Nicole señala a su nuevo hermano y le lanza una advertencia:

NICOLE: Mañana haremos algo divertido. Estoy harta de portarme bien. Esta no soy yo.

GABIN: ¿Es que te pondrás en modo loba infernal y temible?

NICOLE: Puedes estar seguro de ello. Te voy a llevar por el mal camino, hermanito.

GABIN: Yo… … nunca me porto mal. Ya lo sabes.

NICOLE: Dame tiempo. He estado un poco distraída con el asunto de la mudanza y de la boda de nuestros padres. El Sagrado Corazón se había convertido en mi reino, y me ha costado un poco dejar todo aquello atrás, pero ha llegado el momento de que regrese Asmodeo; la diabla que hay dentro de mí.   

GABIN: ¿Asmodeo? Estás loca. No me creo nada de lo que dices.

 Con confiada expresión de ventaja, Nicole mira de reojo a su hermanastro dibujando una media sonrisa inquietante.       

 Gabin no las lleva todas consigo, pero no puede negar que esa niña tiene un extraño magnetismo que lo atrae.


-viernes 20 julio-


 Clemente no se acostumbra a que otra persona le acompañe cuando se ducha. Le avergüenza que sea una mujer quien lo hace, pero le incomodaría más que fuera un hombre el que le tocara.

AMPARO: Muy bien, ya está seco, don Clemente. ¿Le pongo los calcetines?

CLEMENTE: Sí, por favor.

 Pese a conservar cierta movilidad en las piernas, el viejo no consigue articular algunos de los movimientos necesarios para vestirse solo. Así pues, aquella fornida cuidadora suele echarle una mano con la ropa interior y con el calzado.

 Amparo es mayor que Ana Lucía, tanto en edad, como en físico, como en amabilidad y ternura. Se nota que tiene vocación para su oficio y destila bondad por todos los poros de su piel.

 Tras atarle los cordones de los zapatos, esa señora de rizado pelo largo y gruesas gafas de pasta se incorpora y le pregunta:

-¿Le pongo un poco de colonia?- mientras le muestra un frasco de vidrio.

-Sí, sí. Puede que logre seducir a alguna jovencita- contesta él con ironía.

-A ver si luego puedo sacarle un rato a pasear, ¿sí?-  

 Ese interrogante final coincide con el sonido presurizado del vaporoso perfume que Amparo suele aplicar a los abuelos que tiene a su cargo. Clemente asiente esgrimiendo una expresión amable de gratitud.

 De pronto, alguien llama a aquella puerta ajustada:

-Toc toc toc-

ANA LUCÍA: Don Clemente, tiene visita. Han venido a verle sus nietos.

AMPARO: !Anda! !Qué bien! No les conozco. No sabía que…

CLEMENTE: ¿Mis nietos?

ANA LUCÍA: Le esperan en la sala polivalente.

 Ya sentado en la silla de ruedas, el anciano frunce el ceño sin atreverse a contradecir a la cuidadora. Su memoria acostumbra a jugarle malas pasadas, aunque sus lapsus suelen ser fugaces.

“Yo no tengo nietos. ¿Los tengo? No. Mis hijos jamás… ¿Y si lo he olvidado?”

 Mientras el presunto abuelo recapacitaba, Ana Lucía ha vuelto a ausentarse para atender sus quehaceres laborales.

AMPARO: Deje que lo vea. Tiene la bragueta abierta, Clemente. Espere un momento.

CLEMENTE: Mis nietos…

AMPARO: ¿Y estos botones? 

 La camisa de cuadros marrones del viejo está mal abotonada. La mujer se emplea para solventar el estropicio que ha perpetrado Clemente; una correspondencia defectuosa de agujeros que perjudican la simetría entre los dos lados de la prenda.

 En cuanto ese añejo usuario está presentable, su acompañante se sitúa tras él para empujar la silla hacia el pasillo.

 La sala principal de la primera planta tiene la mayor parte de sus paredes revestidas con una interminable hilera de abuelos y abuelas sentados en sillas de ruedas o asientos de cuatro patas.  Algunos de los ahí presentes están mirando la tele, otros charlan entre ellos y hay quien duerme, cabezada tras cabezada.

 El tráfico en el centro de la estancia es escaso, pero alguna que otra yaya se dedica a deambular bien sujeta a su tacataca o a un bastón de madera.

 Gabin y Nicole, plantados en el centro del salón, se sienten observados mientras esperan la llegada de un supuesto abuelo todavía desconocido.

-Es como… … como The Walking Death- susurra él.

-Si te muerde un viejo, envejeces de repente- responde ella -¿no lo sabías?-

-Anda, cállate. Creo que deberíamos irnos. No puede ser que esto cole-

-Pero ¿qué dices?- le reprocha la nena -Lo más difícil ya está hecho-

 Nicole ha girado la cabeza para dirigirse a su hermanastro. Su nuevo ángulo de visión le permite detectar, con el rabillo del ojo, la llegada de otro anciano a su espalda; un hombre veterano cuyo arrugado rostro expresa un notable perplejo.

Aquí llega el abuelo– proclama Amparo sin dejar de empujar la silla.

-!Yayo!- exclama Nicole dando continuidad a la farsa.

-Podéis sacarlo al jardín, pero sin salir del recinto, ¿vale, bonita?- dice la mujer.

-Sí, sí. No hay problema. Descuide- responde la niña animosamente.

-Os dejo. Tengo que atender a otros residentes, ¿de acuerdo?-

 Clemente tiene el dedo índice levantado, pero la animada conversación entre la empleada y los pequeños no le ha permitido intervenir hasta que ya ha sido demasiado tarde.

CLEMENTE: Perdón, pero… ¿quién…?

NICOLE: Vamos, abuelo. Huyamos de esta cripta.

GABIN: Pero… … ¿nos lo llevamos?

 Nicole no ha perdido ni un segundo. Se ha situado detrás de Clemente para agarrar los mangos de empuje y emprender una trayectoria a lo largo del pasillo que les llevará hasta el ascensor.

 Las pulsaciones del crío son rápidas y contundentes. Había contemplado la posibilidad de visitar y conocer a un viejo, pero no se le había pasado por la cabeza llevárselo del edificio.

CLEMENTE: ¿Cómo se llama vuestro padre?

NICOLE: ¿Nuestro padre? Emm… ¿Es que no conoces a tu propio hijo?

CLEMENTE: Claro que lo conozco, pero a vosotros no.

GABIN: Eso, Nicole, ¿cómo se llama papá?

 Después de apretar el botón de llamada del ascensor, al final de ese amplio corredor de suelo deslumbrante por el reflejo de la luz de aquella radiante mañana veraniega, Nicole vuelve a probar suerte e intenta adivinar el nombre del su padre ficticio; el hijo del abuelo a quien está secuestrando vilmente, aunque sin la menor intención de pedir un rescate.

NICOLE: Se llama José.

CLEMENTE: ¿José? No, nono. De ninguna manera.

GABIN: !Nicole!

NICOLE: Tenía que probarlo. Antes ha funcionado.

CLEMENTE: ¿Qué es lo que ha funcionado? ¿A qué te refieres, niña?

 Aun sin responder a la pregunta del viejo, Nicole aprovecha la apertura automática de las puertas metálicas para empujarle al interior de ese habitáculo cúbico. Gabin les sigue con gestos efusivos de incomodidad, completando el pasaje de un breve descenso de una sola planta.

NICOLE: En recepción he preguntado por el señor García, porque es el apellido más común del país. La mujer me ha preguntado: “Fermín o Clemente”, y he dicho: “Clemente”, no sé, me ha sonado mejor. No conozco a ningún Clemente. He dicho que éramos tus nietos y nadie ha dudado de mi palabra. Es lo que tiene tener el rostro de un angelito celestial.

 Mientras confiesa sin complejos, la moza se mira en el espejo. Peina dos coletas trenzadas que le dan un aire aún más infantil, y viste un conjunto compuesto por una minifalda oscura de cuadros grises y una camiseta corta que a duras penas consigue ocultar un ombligo pícaro cual pezón.

GABIN: Podemos devolverle a su cuarto, señor. Es que mi hermana está loca.

NICOLE: Clemente, ¿prefieres morirte de asco arriba, rodeado de decrépitos, o vivir mil aventuras con nosotros, tus nuevos amigos rebosantes de juventud?

GABIN: Le llevaremos con su gente, señor, pero no llame a la policía, por favor.

 Aún sin proponérselo, ese crío asustado ha conseguido ser más convincente, con una involuntaria psicología inversa, de lo que ha sido Nicole con su pregunta flagrantemente tendenciosa.

 Cuando Clemente sale del ascensor, impulsado por los pasos tranquilos de la niña, ya no piensa en pedir auxilio, sino en darle una respuesta lapidaria a Gabin:

-Yo no soy uno de ellos. Esa no es mi gente- susurra con desdén  

-La mayoría no saben ni donde están; apenas recuerdan quienes son-

-No será tanto, abuelo- añade Nicole quitándole hierro al asunto.

-Mi compañero de cuarto se levanta cada mañana pensando que tiene que ir al taller-

-Qué fuerte- contesta ella.

 Nicole saluda a la rolliza recepcionista que les ha dejado pasar hace poco más de cinco minutos. Acto seguido, los tres rebasan el umbral de unas grandes puertas acristaladas que se han abierto en cuanto el sensor de movimiento ha detectado su presencia.

 El edificio que da forma a El Jardín del Ocaso no tiene un diseño vulgar, precisamente. Se trata de un inmueble nuevo, de menos de diez años, cuyas paredes de obra vista perfilan unas modernas curvaturas en gran parte de su estructura, eludiendo, así, las esquinas y las formas cuadradas de las construcciones clásicas.

 El centro está rodeado por un amplio jardín propio del edén. Grandes extensiones de césped, árboles por doquier, flores, llanos caminos de un sobrio asfaltado de color crema sin una sola irregularidad con la que tropezar o encallar una rueda… No en vano, la institución encabeza el rango de los mejores geriátricos de la península ibérica.

NICOLE: Quedarse encerrado en un día como este debería estar prohibido.

GABIN: Ya salen, Nicole. Mira:

 El niño señala a una feliz abuela que disfruta de la compañía de sus hijas y de sus nietos sentada en un banco de piedra. A diferencia de Clemente, doña Elvira sí que recibe visitas familiares semanalmente.

CLEMENTE: No te equivoques, chaval. Elvira es la excepción que confirma la regla.

GABIN: ¿Y qué regla es esa?

CLEMENTE: Que este sitio es el feudo del olvido y del abandono.

NICOLE: Qué poético, don Clemente.

CLEMENTE: Son muy pocos los que ven a sus seres queridos con regularidad. A la mayoría nos han abandonado aquí para que no estorbemos mientras nos acercamos a la muerte, poco a poco pero inexorablemente. Esto es como un vertedero elegante para quienes perdemos la lucidez; para los que, día tras día, tenemos menos movilidad y mayor dependencia.

 El viejo desarrolla ese deprimente relato al tiempo que las ruedas de su silla giran, lentamente, trazando el camino pavimentado que rodea aquel edificio modernista de tres pisos. Al pasar cerca de un árbol, Clemente levanta la vista y, tras sonreír, mueve su mano a modo de saludo.

GABIN: ¿A quién saluda, señor? No veo a nadie en la ventana.

CLEMENTE: Son mis tres pequeños: Athos, Porthos y Aramis.

NICOLE: Se refiere a los pájaros, Gabin.

El niño abre su enfoque para encontrar a los tres gorriones que suelen acercarse a la ventana de Clemente a diario. No le parece razonable que un hombre en sus cabales se dedique a saludar a unas aves que han aparecido fortuitamente en su camino.

-¿Usted ha perdido la lucidez?- pregunta sin ánimos de ofender.

-A veces pienso que sí. Se me olvidan cosas… … y mi vida es como un sueño lejano; algo que no ha ocurrido en realidad. Es como si llevara una eternidad viviendo aquí-

-¿Y tu mujer?- pregunta Nicole -¿Dónde está la madre de nuestro supuesto padre?-

-Murió- responde Clemente cabizbajo y con un tono apagado -Hace mucho tiempo-

 Aquella nena traviesa tiene rasgos de psicópata, pero eso no la despoja de la capacidad de empatizar con las víctimas desvalidas que se cruzan en su camino. Ya le ocurrió con su amiga Ariana, durante las navidades pasadas, y ahora vuelve a pasarle algo parecido con ese matusalén dejado de la mano de Dios.

NICOLE: No hemos venido para contagiarnos de tus penas.

CLEMENTE: Todavía no entiendo qué es lo que hacéis aquí.

NICOLE: Hemos venido para contagiarte nuestra alegríaaaa.

 Antes de que el anciano alcance a interpretar la proclama de Nicole, una súbita aceleración le sobreviene. La niña está aprovechando el leve desnivel y la rectitud del camino que conforma el itinerario, en la parte trasera del complejo, para alcanzar una velocidad de vértigo.                       

 Gabin ha quedado atrás y Clemente, con unos ojos como platos, se agarra a los reposabrazos acechado por un gran sobresalto.

 Antes de completar aquellos cincuenta metros rectilíneos, la sutil inclinación del suelo se invierte agudizando la fatiga de Nicole por un esfuerzo tan repentino.

NICOLE: Yaah… … hhh… … Ya es suficiente.

CLEMENTE: Pero ¿qué…? Esto…

GABIN: Espérame Nicole.

 Don Clemente se pone la mano en el pecho, con la mirada perdida, para percibir los latidos de su corazón por vez primera en lo que va de año. Su enojo desconcertado se difumina barrido por una anhelada sensación de vitalidad. Se nota resucitado.

GABIN: ¿Está bien, Clemente?

CLEMENTE: Sí, síh, muchacho, no te preocupes.

NICOLE: No te mueras del susto, abuelo.

CLEMENTE: No, no. Al contrario… … Me siento vivo, por fin.

NICOLE: Cuando demos la segunda vuelta lo volvemos a hacer, pero ahora le toca a mi hermano empujar, que yo ya me he cansado.

GABIN: ¿Ahora que viene la subida?

NICOLE: ¿Qué subida? No me seas nenaza, Gabin. Apenas hay pendiente.

CLEMENTE: No os parecéis, pero se nota que sois hermanos.

NICOLE: En realidad, no lo somos. Mi padre se acaba de casar con su madre. No llevamos ni un mes viviendo bajo el mismo techo.

CLEMENTE: Nadie lo diría. Tenéis la clásica relación peleona pero afectiva. Me hacéis recordar mi infancia junto a mi hermana; mi difunta hermana.

GABIN: Seguro que ella no estaba tan loca como Nicole. Le juro que esta niña me trae por el camino de la amargura.

Clemente sonríe al escuchar una frase tan vetusta de boca de un crío tan joven. Está seguro de que el pequeño ha oído esa expresión de alguien muy mayor, y que la ha adoptado como suya.

-Es mi manera de ser- afirma ella orgullosa -Siempre pongo a todos en apuros-

-Un poco más y le causas un infarto a don Clemente- le acusa Gabin.

-No sería la primera vez que le provoco un ataque a un anciano-

 Ni el viejo ni el niño dan credibilidad a la declaración de Nicole. Creen que se trata de una broma. Están lejos de imaginar que, realmente, esa nena perversa le ocasionó un colapso a Monseñor Merino, el director de El Sagrado Corazón, dejándolo en estado vegetativo para el resto de sus días.

NICOLE: Nadie se aburre cuando ando cerca.

GABIN: Ni que lo jures. No hay quien encuentre la paz a tu lado.

NICOLE: El curso pasado estuve en un internado religioso y lo puse todo patas arriba.

CLEMENTE: ¿Y no volverás el próximo año?

NICOLE: Nop. Estuve ahí porque mi padre no podía hacerse cargo de mí. Se encontraba en Rusia, evitando una guerra, pero ahora estará destinado aquí, por lo menos, durante una buena temporada.

 Volteándose en todo momento, Nicole se pasea por delante de Clemente, cuyo lento avance se debe a la parsimonia de Gabin, quien ha tomado el relevo para propulsar la silla de ruedas. Sombras y luces transitan por los rugosos rasgos faciales de un anciano que cada vez se siente más cómodo con sus nietos falsos. Sin embargo, hay algo en esa niña que comienza a inquietarle:

“Alguna cosa en ella no me cuadra. Impostora, risueña, mandona, alocada, engreída, impetuosa… No, no es nada de eso. ¿Por qué me perturba esta mocosa?”

 Don Clemente es demasiado honorable, y tiene la libido muy adormecida como para identificar el precoz encanto de aquella diablilla angelical, pero la vistosa coreografía andante de Nicole empieza a cautivarle con un misterioso morbo incipiente.

 El modo en que su minifalda acampanada de cuadros se despliega, elevándose con cada uno de los giros de la niña, la palidez furtiva y fugaz de unos nutridos muslos apetitosos, esos joviales pasos de calzado deportivo rebosantes de agilidad…

NICOLE: Me he pasado la vida yendo de aquí para allá. Cuando era pequeña, vivíamos en Canadá, luego pasé tres años en Francia, después estuve en un pueblo de la costa llamado Pino Alto, hace cuatro días aún continuaba en el internado de San Patricio, y ahora… … ahora estoy aquí. Me gusta este sitio. Todo es nuevo y bonito.

 Sabiéndose protagonista absoluta de la escena, Nicole se recrea jugando con sus largas coletas mientras inclina la cabeza. Sigue dando saltitos a la pata coja, girando sobre sí misma y moviendo los brazos constantemente para mantener el equilibrio.

NICOLE: Me gusta conocer gente nueva de todas las clases y edades. En realidad, tengo debilidad por los viejetes. Me despiertan mucha ternura.

 Un guiño sonriente, colmado de picardía, acompaña esa última afirmación descalabrando el temple de su vetusto receptor.

 Clemente baja la mirada, intimidado. Siente vergüenza de sí mismo al reconocer, por fin, una fogosidad largamente olvidada. No concibe que sea una cría que bien podría ser su nieta la que haya desenterrado aquella clase de anhelos carnales. 

CLEMENTE: ¿Cuántos años tienes, pequeña? 

NICOLE: Tengo once, pero parezco mayor, ¿no?

GABIN: Yo tengo diez, pero pronto será mi cumple.

 El viejo ni siquiera oye la voz de quien sigue empujando la silla. Sus agitados pensamientos colisionan entre sí mientras sus ojos no dejan de escudriñar a Nicole y a su inquieta mímica infantil.

NICOLE: Ya tengo tetas, aunque no me acostumbro a llevar sujetador.

GABIN: Vale, Nicole. No creo que don Clemente necesite saber eso.

NICOLE: Es que, a veces, me da la impresión de que se me nota.

 Nicole baja la mirada para observar su relieve mamario. Tras sujetar los límites inferiores de su camiseta, tensa un poco esa fina tela blanca para revisar la discreción de unos pezones demasiado elocuentes.       

 No hay duda de que goza de unos atributos impropios de una pitusa de su edad, no obstante, es en sus redondas nalgas donde reside la más flagrante anacronía de la niña, pues ese culazo prematuro rompe, por completo, la normalidad estética de una simple colegiala de primaria. 

-Hola, Caliente- dice una abuela de sonrisa desdentada al cruzarse con ellos.

-!BUENOS DÍAS, DOÑA CÁNDIDA!- grita Clemente a la vez que levanta la mano.

 La anciana hace uso de un caminador para articular unos lentos pasos que forman parte de su rutina diaria. Es la más mayor de la residencia, pero se mantiene activa y suele estar de buen humor.

-¿Está sorda?- susurra Nicole en cuanto la dejan atrás.

-Como una tapia- responde Clemente sin medir su volumen.

-¿Usted puede caminar?- pregunta Gabin sin dejar de mirar a Cándida.

-Sí. Me cuesta, pero las cuidadoras me obligan a recorrer unos metros cada día-

-¿Podrías levantarte ahora?- insiste Nicole deteniendo su paso.

-Prefiero no hacerlo- contesta él desviando una mirada disgustada.

-Podríamos organizar una carrera de carcamales. Sería para troncharse. Ja, ja, jah-

 Al viejo no le hace gracia aquella chanza guasona. No le gusta ser objeto de burlas ni sentirse humillado. Aun así, de algún modo, nota que la hiriente broma de Nicole ha echado más leña al fuego de su incendiado estado de ánimo.

 Acostumbrado a estar rodeado de rostros arrugados, dentaduras postizas, gafas de gruesos cristales y prótesis varias, Clemente se siente deslumbrado por la tierna juventud de sus dos acompañantes; especialmente, por la suave piel tersa de aquella nena tan saludable y juguetona.

“Quién pudiera tener once años en esta época”

Al yayo le hubiera gustado tener una buena infancia, pero se crio durante la posguerra y no añora esos tiempos de penurias.

CLEMENTE: Llevaba más de dos años sin ver a un niño de verdad, solo en alguna foto.

NICOLE: ¿Ni a una niña?… … Puede que los hayas visto y no lo recuerdes.

GABIN: Es verdad. Antes ha dicho que se le olvidan las cosas.

CLEMENTE: Creo que no podría olvidar a alguien como tú, Nicole.

NICOLE: Ja, ja, jah. No lo dudes. Soy inolvidable incluso para alguien con Alzheimer.

CLEMENTE: No bromees con estas cosas. Ten un poco de respeto por los mayores.

 Las severas palabras del viejo no intimidan a la Nicole, quien mantiene un contacto visual un tanto desafiante. Sigue alternando sus pasos hacia atrás con su marcha normal cada vez que se da media vuelta, y, parlanchina como ella sola, no deja que el silencio se propague durante demasiado tiempo:

-“Hola, Caliente”, Ja, jah- dice dándole la espalda a sus contertulios de nuevo -¿De verdad se piensa que te llamas así?-

-No está en sus cabales- responde Clemente -A veces me llama Javier-

-Igual le recuerda a alguien que se llama así- participa Gabin desde la retaguardia-

 El lento ritmo de aquel paseo matutino ha dejado pasar casi un cuarto de hora en el instante en que esa tripleta intergeneracional completa la vuelta al edificio y regresa al punto de partida.

NICOLE: Yo creo que Cándida te conoce bien, y sabe que eres un hombre caliente.

CLEMENTE: Pero ¿qué dices, niña? Caliente se parece a Clemente, por eso…

NICOLE: Ya, ya. Es lo que tú quieres que pensemos porque somos pequeños. Seguro que tienes una vida llena de pasión y lujuria.

GABIN: Cállate, Nicole, anda. No seas impertinente.

 El chaval ha detenido su pausado andar cerca de la puerta principal del edificio. A pocos metros, aparece Amparo con su perpetuo uniforme celeste. Acompaña al señor Calisto, de bracito, para que este camine un poco como todas las mañanas.

-¿Va todo bien, don Clemente?- pregunta la mujer al verlo enfadado.

-Sí, sí- responde él disimulando -Todo perfecto, Amparo-

-Aproveche la visita y no se enfade con sus nietos, sino, no querrán volver-

 Clemente asiente, resignado, mientras cuidadora y residente pasan delante de él con una lentitud exasperante. De pronto, Nicole se amorra a la oreja del viejo para susurrarle otra de sus irreverentes suposiciones:

-Me da a mí que Amparo te tiene calado y sabe que eres un cascarrabias-

 El abuelo se sobrecoge, y levanta las cejas abriendo los ojos de par en par. La impresión no le viene tanto del mensaje en sí, sino por notar el aliento de la niña acariciándole la oreja, junto con el notable volumen de esos vocablos mojados.

AMPARO: ¿Qué andas cuchicheando, pequeña? No me critiques, ¿eh?

NICOLE: Nooj0h, señora Amparo. No le decía nada sobre usted.

 La cuidadora no tiene interés en implicarse en ninguna polémica con esa cría, y termina de pasar de largo tranquilamente.

NICOLE: Clemente, ¿conoces los libros de “Elige tu propia aventura”?

CLEMENTE: ¿Qué?… … Sí, me suenan… … Creo que se los compraba a mis hijos.

NICOLE: Pues ahora te toca elegir tu propia aventura, como yo antes.

GABIN: ¿Qué aventura has elegido tú, Nicole?

NICOLE: Cuando me han preguntado “Fermín o Clemente”, no he vacilado. Seguramente, Fermín nos hubiera delatado; por eso te he dicho que estuvieras preparado para salir corriendo, ¿te acuerdas, Gabin?

CLEMENTE: Conozco a Fermín. No creo que le hubierais podido sacar ni una palabra.

NICOLE: Ja, ja, jah. Vale. Sea como sea, ahora te toca a ti. ¿Prefieres regresar a arriba y afrontar tus tristes rutinas diarias? ¿o seguir con nosotros para dar una segunda vuelta mejor que la primera?

 Clemente ya conoce la respuesta, pero finge una disertación concienzuda antes de asentir y señalar el camino a seguir.

CLEMENTE: A falta de las visitas de mis hijos verdaderos, buenos sois mis nietos falsos.

NICOLE: Para ser falsos, somos muy auténticos. Ja, jah.

GABIN: ¿Cuanto hace que no le visitan sus famimliares?

CLEMENTE: … … … … Más de medio año ya.

NICOLE: ¿Y no tienes amigos aquí? ¿Ni un ligue senil?

CLEMENTE: No… … no. Mis mejores amigos son los tres mosqueteros.

GABIN: ¿Los pajaritos?

CLEMENTE: Son gorriones. Vienen a verme cada día.

NICOLE: Athos, Porthos y Aramis son nombres franceses, como el mío.

CLEMENTE: ¿Hablas francés?

NICOLE: Bien sur monsieur. Je m’appelle Nicole Binoche.

GABIN: Me tiene frito con el francés. Me lo habla cuando quiere hacerme enfadar.

 Las ruedas de la silla del viejo han empezado a girar por una pista que mide dos metros de ancho, y que vira con curvas abiertas para sortear unos decorativos cerezos de hojas blancas; árboles pintorescos que le dan un toque idílico al espacioso jardín que rodea el centro geriátrico.

-Vayamos por aquí- sugiere Nicole señalando el lado externo de una bifurcación.

-Esa ruta nos hará dar más vuelta- responde Gabin un tanto fastidiado.

-¿Acaso tienes prisa?- le pregunta ella volteándose de nuevo.

-Claro. Como no eres tú la que empuja- se queja él -Cambiemos, va-

-Todavía no. Aún no hemos llegado a la bajada. Es donde me has relevado antes-

 Clemente guarda silencio mientras observa la gesticulación teatral de una niña que siempre termina saliéndose con la suya.

 Flanqueado por unos setos bien recortados, el nuevo recorrido les lleva a la parcela más bucólica y frondosa del recinto: árboles imponentes, flores variopintas, una fuente de piedra rodeada por una placeta circular…

NICOLE: ¿Lo ves, Gabioto? Esta senda es incluso más preciosa que la otra.

GABIN: No me llames Gabioto. Yo no he dicho que no fuera bonita.

NICOLE: Mira, por aquí empieza la pendiente otra vez.

GABIN: ¿Tenemos que correr?

NICOLE: No, espera. Me voy a montar con Clemente. Ya verás que diver.

GABIN: Pero ¿Qué dices? Al final lo vamos a desmontar.

NICOLE: Que noo0h… … Tira el culo para atrás, abuelo. Tendrás que sujetarme.

 Clemente no ha visto venir este giro de los acontecimientos. Incapaz de ponderar la situación con objetividad, obedece a Nicole y se sirve de los reposabrazos para acomodar su postura.

“¿Qué hago? ¿Esto no…? No pensaba ponerle un dedo encima a la pequeña, pero…”

 Esa nena bulliciosa usa al anciano de sillón sentándose en su regazo sin demasiados miramientos.

GABIN: ¿Listos?

NICOLE: Sí, yo sí. ¿Y tú, yayo?

CLEMENTE: Sí… … Cre.creo que sí.

NICOLE: Vamos. Tienes que abrazarme o si no me caeré.

 Todavía sin saber ubicarse en esa descabellada tesitura, Clemente sujeta a Nicole por la cintura sin que la corta camiseta de la niña se interponga entre las manos curtidas del viejo y aquel goloso vientre tan desinhibido.

 Antes incluso de que ese achacoso residente pueda sentirse incómodo, una súbita aceleración le sobresalta vertiginosamente. El aire le sopla en los oídos y la goma de las ruedas se hace sonora sobre aquel rugoso pavimento inclinado.

 Nicole modula una dilatada “U” mientras, por detrás, los sonoros pasos de Gabin suenan cada vez más rápidos y notorios, aliñados por unos crecientes jadeos de cansancio.

-Más  rapidooh… … Más raaapidooo0Oh… … Uuuuuuh-

 El declive del camino no tarda en revertirse desalentando los esfuerzos motrices de un chaval que se ha empleado a fondo.

GABIN: Uah… … He empujado más… … hhh… … mucho más rápido que tú, Nicole.

NICOLE: También hay más pendiente en este tramo que en el de antes.

GABIN: Nooh… … Además: vosotros sois dos… … Ahora te toca a ti ir detrás.

NICOLE: No, no. Me ha gustado viajar en la silla. Voy a seguir aquí un rato.

GABIN: Jo0h. No es justo, Nicole.

NICOLE: Ya no tienes que correr. Paséanos poco a poco por la sombra.

 Como ya va siendo costumbre, y pese a sus protestas, el niño termina haciendo lo que le ordena su hermanastra, y sigue impulsando aquel vehículo con exceso de pasajeros.  

Nicole nota cómo la pertinente sujeción de don Clemente se torna magreos a medida que el viejo articula sus gruesos dedos.

-¿Te gusta mi barriguita, yayo?- le susurra ella sinuosamente.

-Es como… … como un moflete de bebé gigante- afirma sin meditarlo a fondo.

-Oyeeh… … !Qué no est0y tan gorda!- protesta con fingido enojo.

-N0h… Yo no… Quiero decir que… En realidad…- se tropieza viéndose interrumpido.

-Cállate, tonto- le tranquiliza ella -Ya sé a qué te refieres-

Clemente se siente un poco aturdido. Nota un leve mareo, talmente como cuando olvida dónde está por unos momentos. Sin embargo, no puede dejar de amasar la discreta tripita de la polizona descarada que lleva encima.

El peso de la chiquilla sobre sus piernas disfuncionales es un precio pequeño a pagar por aquel inédito recreo de confusos matices licenciosos. No obstante, la honorabilidad desconcertada del anciano no deja de dar bandazos en busca de una deducción que le ayude a ubicarse en tan extrañas circunstancias.

“No puede ser. Se trata de una cría. !Por Dios! ¿Por qué querría ella provocar a un viejo senil? Se la ve tan tierna, feliz y despreocupada…”

NICOLE: Hueles muy bien, yayo. ¿Cómo es eso?

CLEMENTE: Amparo me echa colonia después de lavarme.

NICOLE: ¿Amparo? ¿La de antes? ¿Ella te limpia los cataplines?

CLEMENTE: Niña… … A ver: me ayuda, como a la mayoría.

NICOLE: ¿Y no te da vergüenza que te vean desnudo y te toquen?   

 A pesar de que aquella comprometida conversación a duras penas alcanza la categoría de susurros, Gabin puede seguirla, íntegramente, gracias al pacífico silencio que les rodea.                   

Sin dejar de empujar la silla entre esa tupida arboleda, guarda silencio mientras satisface una curiosidad que bebe de la ignorancia propia de un niño de diez años. Aun así, su imberbe inocencia no le permite apreciar tintes obscenos en la escena que se representa en sus narices; por lo menos, hasta que el viejo murmura su última respuesta en la oreja de Nicole.

-¿Qué?- pregunta acercando su cabeza a la de ellos.

-No estamos hablando contigo, Gabioto. No escuches- le interpela ella.

Ofendido, el chaval imprime un brusco impulso a modo de punto y final para su tarea cinética, y, tras desentenderse de la silla, anda con apresurados pasos en dirección contraria a la de esos tripulantes desagradecidos.

NICOLE: No te vayas, Gabin. Vamos… … No te enfadees.

GABIN: Empújate tú sola.

NICOLE: Te  lo contaremos todo0o, anda.

 Al inclinarse hacia delante para dar torsión a su postura, el redondo culo de Nicole se ha hecho más visible a ojos de Clemente, quien, instintivamente, peina esa tela cuadriculada con la yema de los dedos de ambas manos.             

 No tarda en asumir lo evidente que resulta su deleznable depravación pedófila y, tras apoyar las manos en el reposabrazos, cierra los ojos con fuerza para intentar domar sus bajas pasiones.   

“Esto no puede estar pasando. Yo no soy así. Nunca lo he sido”

 Una erección aún embrionaria se apresura a desacreditar aquellos concisos pensamientos negacionistas.

“¿Qué? No0Oh. Llevo décadas sin empalmarme, y ahora…”

NICOLE: !Vamos, Gabin! Vuelve. Tengo que decirte una  cosa.

GABIN: ¿El qué?

NICOLE: !Ven y te lo cuento!

 Mientras habla a gritos Nicole gesticula provocando el movimiento de unas nalgas inquietas que no dejan de rodar, apretadamente, sobre el regazo del viejo.

 Las taquicárdicas sensaciones de Clemente se asemejan a las de un segundo despertar sexual, pues llevaba tantos años falto de deseo que su maltrecha memoria tiene que remontarse a una niñez ya muy remota para evocar emociones comparables.

-¿Queeeeh?- pregunta Gabin con tono fastidiado al tiempo que regresa.

Hazme caso durante esta visita y seré tu esclava una hora, mañana– dice ella.

-Me tomas el pelo, ¿no?- supone Gabin inclinando la cabeza y mirándola de reojo.

-Te lo juro… … Trae el meñique-

 Clemente ha mantenido sus ojos cerrados hasta el momento, pero, en cuanto oye esas últimas palabras, se permite entreabrir su párpado izquierdo para contemplar tan pueril enlace digital.  

CLEMENTE: Eso mismo lo hacía yo con mi hermana hace más de setenta años. No lo puedo creer. ¿Todavía es costumbre entre los más pequeños?

NICOLE: Puede que yo sea la reencarnación de aquella mujer. ¿Cuándo murió?

CLEMENTE: Hace… … hace… … Hace once años, casi doce.

NICOLE: Waaaah. ¿Cuándo era su cumpleaños?

CLEMENTE: Era el… … El nueve de septiembre.

NICOLE: Alaaah. Es el día de mi aniversario.

 Fingiendo una gran sorpresa, Nicole miente como una bellaca. Suele hacerlo. Es tan buena, que engaña al anciano y al niño.

 Antes de que Clemente pueda calibrar el significado de esa supuesta casualidad cósmica, se percata de que doña Pepis les observa en la distancia, a unos veinte metros, entre los árboles. El semblante de aquella escuchimizada abuela con bastón se ve extrañado al tiempo que, con el pulgar y el índice, la señora se sujeta la montura de los culos de baso que usa como gafas.

-¿Qué pasa?- pregunta Nicole alineando la mirada con la de él -¿Nos está espiando?-

-Dudo que sepa quién soy- susurra el viejo -Es muy miope-

-¿Y acaso tiene un super oido?- pregunta Gabin ante semejante discreción.

-Quizás deberías bajarte, pequeña- propone Clemente haciendo uso de su sensatez. 

Nooo0u. Me gusta andar contigo sobre ruedas. No estamos haciendo nada malo, ¿no?-

 Nicole se acomoda mimosamente sobre su falso yayo como si de una cachorrita perruna se tratara. Con su cabeza reclinada sobre el hombro de Clemente, la niña se apodera de aquellas manos arrugadas, y vuelve a asentarlas sobre su redonda y pálida barriguita infantil para conformar un nuevo abrazos de morbosas connotaciones.

 El abuelo vuelve a sentirse atado por la cuerda de un figurado juego del tira y afloja; una férrea contienda en la que su juiciosa nobleza y su vil degeneración tensan de la soga hasta asfixiarle.

 Incapaz de rechazar los tiernos agasajos de tan adorable chiquilla, Clemente vuelve a percibir la mirada atenta de doña Pepis, quien, desde lejos, no les quita el ojo de encima.

-!Avante, chaval!- ordena cual capitán de una embarcación de gran tonelaje-

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