EFEBOTRON

– ALTER EGO –

A través de la inmaculada transparencia del cristal de su ventanilla, Germán observa, por encima del hombro, el vasto manto nubloso que se extiende hasta más allá del horizonte. Surcar los confines del cielo siempre le hace sentir heroico, sobre todo, cuando excluye de su plano visual a los pasajeros terrenales que, a su alrededor, le quitan toda la épica a ese periplo celestial.

A pesar de ser un hombre maduro acostumbrado a los vuelos transoceánicos, sigue emocionándose, como el primer día, cada vez que sube a un avión. Se enajena de la realidad y, olvidándose de la aparatosa maquinaria que lo sustenta, se imagina a sí mismo atravesando las nubes gracias a su capa de superhéroe.

Su acomplejada y solitaria niñez acostumbraba a empujarlo hacia mundos fantasiosos donde seres sobrenaturales encarnaban todo aquello que él mismo quisiera ser: Superman, Batman, Spiderman… Todos ellos tenían un alter ego inseguro, traumatizado o vulnerable con el que Germán se identificaba.

Ahora que es un exitoso hombre de negocios, no piensa tanto en esas cosas. Lo que él no sabe es que, muy pronto, se convertirá en un superhéroe con superpoderes de seducción.

REGRESO al PASADO

-Duro de pelar-

Unas nubes oscuras, cargadas de lluviosas intenciones, amenazan el azul del cielo veraniego de Villaloda en una triste mañana que había empezado soleada. Algunos de los asistentes al entierro de don Arturo enfocan su mirada con celeste trayectoria sin siquiera levantar la cabeza, pues la solemnidad de dicha ceremonia no vería con buenos ojos gesticulaciones ajenas al motivo que ha reunido a esa congregación de lugareños.

Se trata de un cementerio de apariencia tradicional, con altos cipreses y grandes extensiones de césped que dan cobijo a las sepulturas de más notoria condición. En los laterales, los nichos de las familias humildes forman los gruesos muros que delimitan tan sagrado recinto funerario.

Los parlamentos están llegando a su fin. Será el alcalde quien ponga el epílogo justo antes de soterrar el féretro:

-Poco queda por decir que no se haya dicho ya. Si estoy aquí hoy no es solo porque Arturo fuera, en su día, mi más lejano antecesor; el primer alcalde de la democracia. Si estoy aquí hoy es porque Arturo era, ante todo, un buen amigo, una gran persona, un amado miembro de nuestra comunidad; íntegro, participativo, idealista…-

Germán se siente ofendido por esa cadena de tópicos vacíos. Nunca se llevó bien con su padre y jamás le tuvo el aprecio que, por lo visto, sí le tenían el resto de los habitantes del pueblo. Llevaban veinte años sin verse; no en vano: la causa iba más allá las reticencias del hijo para volver al pueblo en el que se crió.

Aquella relación paternofilial nunca fue fácil. Germán llegó al mundo de la peor manera, pues su madre murió en el parto. Desde su más tierna infancia, sintió el peso de dicha tragedia en sus hombros y fue ese hombre, tan venerado en el día de hoy, quien lo repudió, tácitamente, dejándolo huérfano de afecto.

La oveja negra de tan escueta familia tuvo que sufrir la peor cara de un favoritismo hiriente respecto a su hermano mayor. El primogénito siempre fue el orgullo de su padre: sacaba mejores notas, era buen deportista, tenía muchos y muy buenos amigos, ligaba como el que más, era fiestero y popular… Germán era el contrapunto negativo a todo eso: suspensos a raudales, falta de competitividad, timidez antisocial…

“¿Dónde está él ahora, padre? Ni siquiera se ha dignado a asistir a tu entierro”

Puede que Jorge se hubiera presentado de no encontrarse en el extranjero; a lo mejor, si no tuviera una agenda tan apretada… Quizás podría haber llegado a tiempo de no tratarse de un fallecimiento tan repentino.

“Si lo llego a saber, no hubiera venido yo tampoco. No sé qué hago aquí. Juré que nunca volvería a Villaloda”

El resentimiento que Germán proyecta contra ese pueblo no es infundado, pues en su memoria todavía palpitan dolorosos recuerdos que van mucho más allá del seno de su familia.

Su infancia no fue fácil y la llegada de la pubertad solo hizo que empeorar las cosas. La enseñanza secundaria le rodeó del más hostil entorno. Los insultos, las vejaciones y las palizas llegaron a hacerle añorar el tiempo en el que solo era un niño marginado.

Recorrer esas calles olvidadas, de camino al cementerio, le ha abierto viejas heridas mediante afilados recuerdos. Afortunadamente, nadie de los presentes encarnó jamás los malos tratos que tanta aflicción le propinaron a su débil entereza juvenil. Quienes le han dado el pésame, en su mayoría, son vecinos de la misma generación que su padre.

Sintiéndose incómodo, fruto de cierto ahogo escénico, Germán suspira y mira hacia la salida de tan sacro recinto. Como si de una fábula mitológica se tratara, unos pocos rallos de sol se han colado entre las nubes negras para iluminar, místicamente, las piedras que dan forma al umbral de esa rejada puerta de hierro.

“Tengo el coche a veinte metros. Puedo irme, ahora, muy lejos. Puedo alejarme de mis recuerdos y olvidar este maldito pueblo para siempre”

Frunce el ceño y revisa los motivos que le han traído aquí:

“Asegurarme de que el viejo ha muerto, ver a mi hermano, asistir a la lectura del testamento… No, no pienso ir. No quiero nada de ese malnacido”

Las cosas empezaron a irle bien en cuanto se fue de Villaloda. Germán tuvo que alejarse más de mil kilómetros para dejar atrás su desgraciada juventud, pero, en cuanto lo hizo, prosperó y prosperó y, a día de hoy, tiene más dinero del que atesoró su padre a lo largo de toda su vida.

La virulenta inseguridad que arrastraba, desde su niñez, le motivó para superarse en muchos de los ámbitos de su vida: estudios, trabajos, deporte, sociabilidad…

Se sacó la carrera de empresariales y ascendió laboralmente. Entrenó y sigue musculándose, diariamente, para huir de su complejo de niño raquítico y blandengue que no podía defenderse frente a las agresiones de sus allegados alumnos.

Superó su fobia social y su pánico al género femenino, e incluso tuvo algún que otro afer carnal con contadas mujeres; aun así, este asunto sigue siendo su gran asignatura pendiente, pues a sus cuarenta y seis anyos, sigue sin haber tenido una novia formal.

“¿Por qué no se calla el alcalde? Ha empezado diciendo que había poco que añadir y ya lleva más de diez minutos dándole a la sinhueso. Cómo le gusta ser el centro de atención”

Inexplicablemente, el alcalde Ballesteros todavía continúa con su alegato, y se empeña en seguir aburriendo a todos y cada uno de quienes le escuchan, estoicamente, con desolado semblante.

Disimuladamente, Germán se ha ido escabullendo y, a estas alturas, ya se encuentra a unos metros de la multitud. Sus discretos pasos se aceleran de camino a la salida.

Una vez fuera, siente cómo afloran sus ganas de correr, pero se contiene. Mira hacia atrás para asegurarse de que nadie lo persigue.

De camino al coche piensa en su hermano. Ese granuja siempre le suscita sentimientos contrapuestos. Si bien es lo más parecido a un amigo que tuvo en sus años mozos, también fue el foco de sus envidias y de sus celos.

Le hubiera gustado que Jorge supiera lo bien que le va ahora: que viera el ostentoso BMW que ha alquilado en el aeropuerto, que supiera que tiene una casa de nueva a primera línea de mar, que se percatara del calibre de su vertiginosa cuenta corriente…

Al llegar a su plaza de aparcamiento, una inesperada presencia femenina interrumpe sus elucubraciones. Un par de adolescentes rompen el solitario abandono de su flamante coche oscuro. Sus formas son de lo más atrevidas, pues una de ellas se permite la osadía de reclinarse en el maletero, con sugerentes poses, mientras su amiga, arrodillada a escasos metros, le saca fotos.

La modelo en cuestión encarna a la más hermosa muchacha que jamás se haya impresionado en las retinas de tan patidifuso empresario. Tiene el pelo largo y rubio. Lleva unas impolutas deportivas blancas de marca y una fina camiseta de tirantes que abraza su esbelta figura con una sutil y ajustada transparencia.

La brevedad desflecada de sus shorts tejanos desafía el decoro que debería ser inherente a cualquier niña de tan tierna edad. Esos desgarrados límites inferiores no alcanzan a dar la cobertura que requiere las nalgas de un culo en pompa que pide a gritos unos buenos azotes.

Boquiabierto, Germán ha detenido su paso a una distancia prudencial, y la observa con una mueca inquietante.

La protagonista de la sesión se percata del interés que ha suscitado en aquel hombre trajeado, y protesta ofendida:

-¿Se puede saber qué es lo que está mirando, señor?- mientras se da la vuelta.

-Este es… … Estás en mi.mi… … Es mi coche- responde él con tono amedrentado.

La expresión enfurruñada de la chica se revierte ante tan inesperada revelación, y su rostro se tiñe de sorpresa. Como si el auto hubiera empezado a arder, se aparta de él respetuosamente. Su amiga ya se ha puesto en pie y se sitúa a su lado para ayudarla a hacer frente a ese fornido desconocido.

GERMÁN: No tengo prisa. Podéis terminar la secuencia antes de que me vaya. ¿Son para… … vais a colgar las fotos en Instagram?

La segunda niña asiente con una mirada que destila desconfianza. Ninguna de las dos parece tener clara la honorabilidad de aquella petición. Germán se percata de ello y, antes de que la escena se vuelva más incómoda, decide disipar cualquier duda que pueda imputarle cierto grado de perversión.

GERMÁN: Puedo darme la vuelta. Esperaré junto… … junto a el árbol de ahí.

Sus últimas palabras coinciden con sus primeros pasos de retroceso, pero esa iniciativa no conlleva ninguna continuidad.

-En realidad… … ya hemos terminado. ¿No, Inés?- dice la fotógrafa en cuestión.

-Creo que sí- contesta su amiga, algo indecisa -Tenemos suficiente-

-Es que no solemos ver pepinacos así en este pueblucho- se explica Alicia.

Inés, algo avergonzada, intenta restablecer la compostura de sus cortísimos pantalones para que su indumentaria no resulte tan provocativa. Recoge su pequeño bolso del suelo y, a modo de despedida, le hace una última observación al apuesto propietario de tan lujoso automóvil.

INÉS: La gente de Villaloda solo conduce tartanas oxidadas.

GERMÁN: Yo soy de aquí… … y conduzco un cochazo.

ALICIA: Usted no es de aquí. No le hemos visto nunca ¿no?

INÉS: Ah-ah.

GERMÁN: Eso es porque me fui antes de que vosotras nacierais. Me fui muy lejos, para no volver, pero hoy enterraban a mi padre y…

ALICIA: ¿Don Arturo era su padre?

GERMÁN: ¿Lo conoces?… … ¿Lo conocíais?

ALICIA: No. No en persona, pero mi madre ha ido al entierro. Ayer estuvo ensayando su parlamento en casa y hablaron del tema durante la cena, con mi padre. Se ve que Arturo fue el primer alcalde después de la dictadura, hace muchos años.

INÉS: Ni idea.

ALICIA: Joder, tía. La escuela de música donde vas lleva su nombre.

INÉS: Ah, ¿tiene nombre?

ALICIA: “Escuela de música Arturo Barreño”.

INÉS: Menuuuda mierda de apellido, ja, ja, jah.

GERMÁN: !Oye, niña!

El hombre había quedado un poco arrinconado en una conversación cada vez más pueril, pero esa ofensa le ha empujado a tomar partido. Inés se percata de su desliz.

INÉS: Ay… … lo siento, señor Barreño.

GERMÁN: Pues es una suerte que no conozcas mi segundo apellido.

INÉS: Miedo me da.

GERMÁN: Deplástico.

INÉS: ¿Barreño De… plástico?

Alicia ha cogido la broma en seguida, pero Inés tarda más en abandonar su expresión extrañada para dibujar una encantadora sonrisa que sacude el pulso del autor de aquella gracia. Germán no suele resultar simpático ni ocurrente. Tiene complejo de ser un tipo aburrido y sin encanto que ahuyenta a las mujeres, pero ese par de niñas no parecen tener demasiada prisa por irse.

GERMÁN: A ver: tú, lista, debes tener un apellido muy molón, ¿no?

INÉS: Obvio. Me llamo Inés Ag…

ALICIA: Cállate, tonta. No le des tu nombre completo a desconocidos.

INÉS: Pero si es el hijo del alcalde… … del primer alcalde… … y es de aquí.

ALICIA: Pero no lo conocemos. ¿Y si es un pederasta o… … un psicópata?

GERMÁN: A ver: ¿pensáis que la gente que da likes a vuestras fotos son pederastas?

ALICIA: La gente de nuestra edad no, pero los viejos sí.

GERMÁN: ¿Es que soy viejo?

El ultraje de aquella insinuación le ha herido mucho más que la burla a su apellido heredado. Sin pretender ser gracioso, Germán se ha puesto la mano en el pecho y su cara se ha apenado cómicamente. Siempre ha tenido síndrome de Peter Pan y le cuesta asimilar el salto generacional que lo separa de esas crías.

INÉS: Inés Aguilar Rubio. !Flipa!

Mientras habla, una gesticulación engreída y coqueta vapulea la ya contusionada sensibilidad de ese hombre. Sus ojos oscuros se han encandilado admirando aquella juvenil belleza sonriente; pero, más allá de tan presumida escenificación, el eco de sus palabras sigue resonando en su mente de un modo inquietante.

Aguilar, Aguilar, Aguilar, Aguilar, Aguilar

GERMÁN: No te ofendas, pero… … detesto tu apellido.

INÉS: !Alaaah! ¿Por qué?

GERMÁN: De pequeño, bueno… … a tu edad, un tal Fabio Aguilar…

INÉS: !Es mi padre!

Germán queda mudo. Un sofoco desconcertante trepa por sus entrañas y le quita el don de la palabra. Tiene visiones del rostro de ese infame cabronazo apareciéndosele al son de un estridente sonido ensordecedor. El principal artífice de su particular infierno estudiantil empieza a escupirle viscosos recuerdos humillantes en toda la cara.

Una mezcla de dolor, llantos, vergüenza y burlas reavivan los traumas que tantísimos años ha tardado en superar. Una voz curiosa abre un paréntesis en aquel bullicioso tormento:

INÉS: ¿Qué le hizo? ¿Se portó mal con usted?

ALICIA: … … Se ha quedado mudo… … Tengo miedo.

INÉS: No. Calla. Quiero saberlo. Se lo reprocharé la próxima vez que me dé lecciones morales.

Los ojos de Germán se han humedecido. Lleva más de treinta años sin llorar a raíz del bloqueo que le ocasionó tan despiadado abusón psicópata, pero ese aluvión de recuerdos olvidados ha conseguido fisurar su perenne frialdad lacrimosa. Quitándole hierro al asunto, disimula e intenta dar continuidad a la charla:

-Tuve que aguantarlo durante muchos años. Yo era un tirillas llorica, cuatro ojos y con aparatos. No tenía amigos y no hablaba nunca. Tu padre se cebó conmigo y me hizo la vida imposible hasta que me fui del pueblo- explica mientras eleva la vista.

-Buenooh- contesta ella -… … señor… … Barreño, seguro que no fue para tanto-

-Me llamo Germán… … aunque tu padre me apodó como Gërmen y, al final, todo el . mundo me llamaba así. En realidad, tenía un nombre completo que no te contaré-

No pretendía hacerse el interesante, pero con esa incógnita ha conseguido despertar la curiosidad de su joven interlocutora.

INÉS: ¿Qué nombre era ese? Ahora tiene que decírmelo, vaaah.

GERMÁN: No. Es demasiado humillante. Pregúntaselo a tu padre cuando lo veas.

Un trueno lejano les advierte del peligro lluvioso que les acecha. Los tres miran al cielo simultáneamente.

INÉS: Malditas nubes. Pero si estamos a mitad de agosto.

ALICIA: No te metas con las nubes, que gracias a ellas quedarán unas fotos de lujo.

GERMÁN: Gracias a ellas y a mi fabuloso coche.

INÉS: Sí, eso, sobre todo. No importa lo buena que esté la modelo, ¿no?

ALICIA: Tenemos que irnos ya o acabaremos empapadas.

Germán ha conseguido sobreponerse al socavón emocional de hace un momento, y ya discurre con considerable lucidez. El largo viaje, volver a Villaloda después de tantos años, las emociones enfrentadas que le ha supuesto la muerte de su padre, la inesperada ausencia de su hermano, la poética iluminación nublada de aquella cálida mañana, el embriagador encanto de esas niñas, el despropósito de tan inesperada casualidad genética… Tiene el estado de ánimo aturdido después de incontables zarandeos, y sus emociones están a flor de piel.

INÉS: Llama a tu madre. Estaba en el entierro, ¿no? Que nos lleve al pueblo.

GERMÁN: ¿Es que no habéis venido con ella?

ALICIA: Qué va. Hemos dado un paseo para hacer la sesión de fotos en el río.

La chica teclea en la pantalla táctil de su móvil mientras habla. Se establece una pausa de suspense durante la espera, pero la mujer no llega a responder la llamada de su hija.

ALICIA: Nada. Lo tendrá en silencio para no dar la nota.

INÉS: Pero la ceremonia ya se ha acabado, ¿no?

Dicha pregunta se redirecciona para apuntar al señor Barreño, quien se encoge de hombros cual niño a quien le acaban de descubrir una fechoría. Con tono discreto se explica:

-Me he marchado antes de que lo enterraran- admite con la cabeza baja.

Las dos muchachas quedan boquiabiertas ante esa confesión. Escandalizada, Inés toma la palabra:

INÉS: ¿Se ha marchado antes de que enterraran a su propio padre?

ALICIA: ¿Para qué ha venido de tan lejos, después de tantos años?

GERMÁN: Solo quería… … quería verlo. Quería asegurarme de que…

Unas primeras gotas interrumpen sus explicaciones. Las chicas se miran con preocupación tendiendo sus manos al aire.

Esa situación justifica la idea que acaba de tener Germán:

-Venga, subid. Os llevo- mientras usa su mando para desbloquear la cerradura.

Tras el pitido consiguiente, Inés y Alicia tardan unos instantes en aprobar dicha sugerencia, pero la intensificación de la lluvia no tarda en desterrar sus dudas. Ambas niñas se sientan atrás, sin mediar palabra. Germán nota el miedo en su silencio.

GERMÁN: Así empiezan algunas pelis de miedo.

INÉS: Mejor te callas, ¿vale?

GERMÁN: ¿Ya no me tratas de usted?

ALICIA: No lo hagas enfadar, tía. No quiero acabar bajo tierra.

En un gesto poco meditado, el chófer de aquel suntuoso BMW aún aparcado, activa el seguro automático de las cuatro puertas.

-Es broma, es broma, es broma…- se disculpa sonriente tras desbloquearlas.

-Empiezo a comprender porque mi padre te puteaba- afirma Inés, resentida.

-No te imaginas lo que me hizo pasar ese hijo de la gran…- mientras arranca.

-A mi abuela ni la nombres, ¿estamos?- con fingida ofensa.

El coche se encamina por una carretera de antiguo y estrecho asfaltado que atraviesa la húmeda frondosidad de las afueras del pueblo. Aquel viaje motorizado se aventura muy breve, pues apenas un par de kilómetros separan al cementerio del centro.

Germán percibe la inquietud de Alicia reflejada en el retrovisor. Es una niña todavía más menuda que su amiga. Sus rizos negros envuelven un contorno facial, pálido y rosado, completamente libre de maquillaje. Su inocente hermosura ganaría protagonismo si no se encontrara a la sombra de Inés.

-¿Y tú cómo te llamas?- pregunta Germán mirándola a través del espejo.

-¿Qué?- contesta tímidamente sin tener en cuenta que todavía no se han presentado.

-Inés me ha dicho su nombre, pero tú…-

La chica guarda silencio y se dedica a mirar cómo la lluvia salpica su ventanilla. Inés la observa y termina por intervenir:

INÉS: Se llama Alicia Pardo Iriarte.

ALICIA: ¿Por qué no te callas?

INÉS: Él nos ha dicho su nombre, su apellido y su apodo.

ALICIA: Si es un psicópata nos habrá dado un nombre falso.

Inés resopla a modo de burla. Alicia, ofendida, le clava la mirada con el ceño fruncido para reafirmarse en su hipótesis. Germán interviene y pone los puntos sobre las ies:

GERMÁN: ¿Insinúas que he ido al entierro de un desconocido en busca de víctimas inocentes, que he adivinado el nombre del padre de Inés y que me he inventado el apodo que me puso cuando íbamos juntos a clase?

ALICIA: A saber.

La lenta marcha del coche se detiene en seco derrapando sobre la gravilla de una de las calles que se adentra en el pueblo. Germán se ha sobrecogido por algo ajeno a esa peculiar charla.

INÉS: ¿Qué pasa?

GERMÁN: ¿Qué le ha ocurrido al instituto?

INÉS: Este no es el instituto. Nosotras estudiamos a la otra punta del pueblo.

Sin previo aviso, el conductor abandona el vehículo y avanza unos pocos pasos hacia ese edificio icónico que tanta relevancia tuvo en la peor etapa de su vida. Sus ojos vuelven a brillar, con vidriosa emoción, ante los visibles estragos de un abandono tan prolongado: ventanas sin cristal, pintadas en las paredes, malas hiervas por doquier, latas oxidadas, bolsas de plástico, botellas rotas y otros muchos desechos esparcidos por el suelo…

Como si las nubes quisieran respetar un momento tan emotivo, ha parado de llover, y distintos rallos de sol se alternan para alumbrar esa nostálgica estampa.

ALICIA: Gracias por llevarnos, Germán. Si es que este es tu verdadero nombre.

La chica ya se ha bajado del coche y está andando hacia tras mientras habla. Al otro lado, sobre a la acera, Inés también ha salido, pero su pose es mucho más estática y contemplativa.

INÉS: ¿Dónde vas, Alicia? Si todavía no hemos llegado.

ALICIA: Estamos cerca, y ya no llueve.

INÉS: No seas tonta.

Germán interrumpe sus cruentas evocaciones y se da la vuelta. Por enésima vez, vuelve a asombrarse ante la incontestable belleza de esa niña. No se trata solo de una escultural figura adolescente resaltada por tan atrevida indumentaria veraniega. Una efímera luz celestial está peinando su pelo, ligeramente mojado, e ilumina un radiante rostro de cristalinos ojos azules y armoniosos rasgos que destilan juventud sin necesidad de una sola pincelada de maquillaje.

GERMÁN: Tu amiga tiene razón. No deberíais subir a coches de desconocidos.

INÉS: Pero…

ALICIA: ¿Lo ves? Hasta el psicópata me está dando la razón.

Ese tapón de voz apitufada sonríe al tiempo que se reafirma, chistosamente, ante el consenso que le ofrece su improvisado chófer. Germán asiente sin enfadarse y vuelve a voltearse para observar aquella abandonada edificación.

-Ahora me voy a ir muy lejos y no volveré jamás- dice para sí mismo.

Una ráfaga de viento subraya la épica de esa frase reflexiva. A su espalda, Inés ha afinado el oído para oír dicha sentencia. Disgustada protesta con morritos de niña mimada.

-Joh, ¿en serio? Yo quería que me dejaras conducir el BMW antes de irte-

-!Pero bueno!- contesta Germán mientras se voltea -¿Acaso tienes carnet?-

-¿Cómo voy a tener carnet de coche si soy […]?- abriendo sus brazos.

-Te ruego que no precises más tu edad, ¿vale? Ya me siento bastante depravado-

A medida que iba juntando esas palabras, Germán se daba cuenta de lo inadecuada que resultaría su frase. Para huir del bochorno consiguiente. Vuelve a darse la vuelta.

No tarda en escuchar cómo los pasos de Inés la sitúan a su lado.

INÉS: ¿A que ha venido eso?

GERMÁN: … ¿Te acuerdas de lo que decíamos antes? Nunca te he dado un like, pero…

ALICIA: Inés, vámonos, vaaah.

A medio cruzar la calle, Alicia intenta interrumpir esa espinosa conversación, pero Inés no está dispuesta a dejar pasar las insinuaciones de aquel enigmático forastero que se niega a devolverle la mirada. Se acerca y le susurra:

INÉS: No me has dado un like porque los viejos no usáis Instagram.

Un estático silencio inexpresivo es toda la respuesta que recibe la chica para su punzante conjetura. En busca de alguna reacción más significativa, cierra el puño y golpea suavemente el brazo de Germán. Termina ejerciendo suficiente empuje para desestabilizar su seria rigidez. Finalmente se hace con sus ojos.

GERMÁN: ¿Qué es lo que quieres?

INÉS: ¿Todavía odias a mi padre?

GERMÁN: … … … … Sí.

INÉS: Pero si hace… … ¿qué? ¿Treinta años?

GERMÁN: No mando sobre mis sentimientos.

INÉS: ¿Me odias a mí por ser su hija?

GERMÁN: No, eso sería… … no.

INÉS: Puede que te de envidia que él tenga una hija tan preciosísima.

GERMÁN: No, no, no, nono. Te aseguro que me alegro de que no seas mi hija.

INÉS: !Anda! ¿Y eso por qué?

GERMÁN: … … No intentes tirarme de la lengua. No voy a volver a meter la pata.

Inés sonríe pícaramente y le guiña un ojo. Superado, su acompañante busca ayuda unos metros tras de sí. Alicia se ha sentado en la acera opuesta, armada de paciencia.

INÉS: ¿Por qué la miras a ella ahora?

GERMÁN: Pensaba que se había ido… … Creo que no le caigo bien.

INÉS: Soy su mejor amiga y se molesta cuando no le presto atención.

GERMÁN: Viéndote… … apuesto a que tiene una dura competencia.

Con las manos a su espalda, la niña se inclina y camina hacia atrás sin dejar de mirarle. Sus joviales andares son preludio de un tendencioso interrogatorio.

INÉS: ¿Soy más guapa que las chicas de tu época?

GERMÁN: No lo sé. Creo que mi mirada ha cambiado.

INÉS: ¿Quién era la más buenorra de tu instituto?

GERMÁN: … … Se llamaba Diana… … Yo estaba muy enamorado de ella.

INÉS: ¿Conseguiste algo?

GERMÁN: No. Pasó de mí y se lio con mi hermano.

INÉS: Uixx… … Eso debió doler.

GERMÁN: … … No lo sabes tú bien.

Ya a cierta distancia, Inés se da la vuelta y se adentra en el patio mal cercado del antiguo instituto de Villaloda. Perplejo, Germán vuelve a mirar a Alicia, desde lejos, en busca de una explicación. La muchacha encoge sus hombros para dar relieve a su inopia.

Tras un intermitente arranque, el antiguo alumno de tan desmejorado centro educativo emprende la marcha persiguiendo a unas intrépidas nalgas que se asoman, traviesas, más allá de los límites textiles de esos sobrepasados shorts.

Sin muchos reparos, Inés se cuela por una de las ventanas con cuidado de no cortarse con los cristales rotos que, todavía sujetos, dibujan amenazantes figuras afiladas.

Más precavido, si cabe, Germán intenta que el más caro de sus trajes no sufra ningún desperfecto.

“Nunca imaginé que volvería a pisar este sitio”

Se trata de un edificio medianamente pequeño acorde a las discretas dimensiones del pueblo. Una sola planta con una docena de aulas, una biblioteca, una sala de profesores, un despacho de dirección…

La inédita pareja pasea, contemplativamente, por el oscuro pasillo central que atraviesa la mayor parte de las instalaciones. Hay muchos escombros y su apariencia es un poco lúgubre. Una tras otras, van dejando atrás las aulas de los distintos cursos.

GERMÁN: Dios. Qué de recuerdos.

INÉS: ¿Cuál era tu clase?

GERMÁN: Estuve en varias.

INÉS: ¿Alguna que fuera especialmente… … nefasta?

GERMÁN: Esta.

Se detienen frente a una puerta hecha añicos que no consigue clausurar la sala. Germán se abre paso mediante un par de patadas. Una vez dentro, Inés le sigue con femeninos saltitos.

-Aquí di mis dos últimos cursos- dice él mientras toma asiento -Este era mi sitio-

-¿Y mi padre? ¿Dónde se sentaba él?- pregunta revisando el resto de pupitres.

-Solía estar por la zona trasera- contesta a regañadientes.

Inés se percata de dicha aversión, pero, antes de que pueda reaccionar a ello, la vibración de su teléfono la requiere. Inclina la cabeza y se aparta su pelo liso de la cara para contestar:

+ Bonjour.

+ Nada, me está enseñando la clase donde iba con mi padre.

+ No te preocupes, tía. No ves que es un hombre muy elegante y educado.

+ Apúntate la matrícula del coche si no te fías.

+ Eso, eso. Si luego no encontráis mi cuerpo le das el número a la poli y darán con él.

+ Haz lo que quieras, pero no tardamos mucho en salir.

+ ¿Te esperas?

+ Bueno. Si no estás luego me voy pa mi keli que pronto será la hora de comer.

+ Au revoir.

Tras finalizar la llamada, Inés le devuelve la mirada a Germán, quien no ha dejado de observarla con fascinado deleite.

GERMÁN: ¿Es que sabes francés?

INÉS: Naaah. El curso pasado hicimos un crédito variable.

GERMÁN: ¿Quieres que nos vayamos?

INÉS: Te veo muy afectado. ¿Tantas ganas tienes de salir de aquí?

GERMÁN: No. Solo es que esto… … es muy raro.

INÉS: A que te refieres.

GERMÁN: Todo: mi huida del entierro, este sitio tan ruinoso, tú…

INÉS: ¿Yo? ¿Es que soy rara?

GERMÁN: ¿Qué haces aquí conmigo?

INÉS: ¿Es que una buena chica no puede interesarse por un hombre mayor?

GERMÁN: Está claro que un hombre mayor no debería interesarse tanto por una chica tan joven. Tú misma lo has dicho. Solo soy un viejo que no usa Instagram.

INÉS: No lo decía en serio, tonto. Te tomaba el pelo.

La complicidad entre ambos va en aumento. Aquel inicial:

¿Se puede saber qué es lo que está mirando, señor?

ha pasado a ser un trato de tú a tú, con un chistoso:

Mejor te callas, ¿vale?

para medrar en una confianza que ya admite insultos cariñosos:

No lo decía en serio, tonto.

La calidez del trato de aquella muchacha está llegando a cotas inconcebibles para alguien tan antisocial como Germán. La extrema juventud de Inés, junto con tan singular escenario, transportan a ese hombre a tiempos pretéritos del siglo pasado. Su blindaje emocional, curtido durante décadas, sufre una extraña regresión que lo relega al más endeble de los estados.

GERMÁN: ¿Por qué no estuviste cuando te necesitaba?

INÉS: ¿Qué? Espera. ¿Me he perdido algo?

GERMÁN: Me hubiera venido tan bien conocerte cuando estudiaba aquí…

INÉS: No lo creas, ja, ja, jaah. Todos los niños de mi clase están enamorados de mí y yo no hago más que hacerlos sufrir. Por lo que me cuentas, tú hubieras pringado como el que más. Este último curso, un profesor perdió los papeles por culpa de mi monumental encanto y lo expulsaron, ¿te lo puedes creer?

Mientras habla, la niña se pavonea andando jovialmente entre aquellos pupitres desalineados con una actitud más provocativa de lo que ella misma pretende. Por si fuera poco, sus frívolas palabras no dejan de torturar al desarmado temple de tan embobado espectador.

De repente, la distraída mirada de Inés se clava en Germán.

INÉS: Di.

GERMÁN: … … ¿Qué?

INÉS: ¿Me estás escuchando?

GERMÁN: Que sí, que sí. Si tú lo dices, me lo creo.

INÉS: No me des la razón como a los locos, ¿eh?

GERMÁN: ¿Qué? !No!… … Me parece muy creíble tu relato. En realidad, creo que, si no me marcho ya mismo, yo también terminaré por perder los papeles contigo.

INÉS: Uiui. Espera. ¿Esta es otra de tus indirectas? ¿Qué has querido decir con eso?

GERMÁN: Que tengo que irme urgentemente.

El grave tono de su voz se vuelve quebradizo al pronunciar esta última aclaración. Perezosamente, se levanta de su antigua silla. Nada más ponerse en pie, se percata del bochornoso bulto que está tensando la tela gris de sus pantalones de pinza. Vuelve a tomar asiento de inmediato, pero su presteza no ha servido para que dicha erección permanezca en el anonimato.

INÉS: VayaporDios… … y yo que pensaba que no me prestabas atención.

GERMÁN: No, esto no… … yo solo… … es qué…

Ninguno de los intentos verbales de ese comprometido individuo consigue llegar a buen puerto. Lejos de disgustarse, Inés parece complacida por aquella sorprendente indiscreción.

GERMÁN: Es por tu culpa. No es de recibo que te pasees así por el mundo.

INÉS: Eeh, que no suelo vestir tan corta. Estos shorts solo los uso para las sesiones.

GERMÁN: ¿Acaso tus padres te los han visto puestos?

La expresión de la chica se pinta con una ofendida perplejidad, pero pronto suaviza su mueca para confesar su delito.

INÉS: No… … Pero eso… … ¿eso qué más da?… … Hago lo que quiero.

GERMÁN: Por eso te decía que me alegraba de que no fueras mi hija.

INÉS: No mientas. A mí no me engañas. Te alegras de que no sea tu hija porque te mueres de ganas de follarme.

Esa acertada observación liquida los argumentos de Germán, quien intentaba justificar su dura erección a toda costa.

INÉS: Además: no creo que respetes mucho la opinión de mi padre, precisamente.

GERMÁN: No… … Claro que no.

INÉS: ¿Imaginas mejor venganza que empotrarte a su hija?

La desacomplejada retórica de esa chiquilla, junto con su sugerente vocalización suavizada, no resulta de mucha ayuda a la hora de restablecer la flacidez del miembro de su rival dialéctico. Germán no alcanza a comprender hasta qué punto es hipotético el escenario que acaba de dibujar aquella desvergonzada tan presumida. Abre la boca, pero no consigue emitir sonido alguno.

INÉS: ¿No, verdad? Ya me lo imaginaba.

GERMÁN: No creo que… … eso no… Yo nunca…

INÉS: Anda, calla y levántate… … … … No quiero tener que repetírtelo.

La imperativa directriz de Inés no parece dejar ningún margen para la discusión. Sigue de pie, apoyada en el escritorito docente que hay encaramado a una pequeña tarima, junto a aquella pizarra polvorienta. Sus preciosas piernas cruzadas tienen el meritorio poder de posponer el interés de toda mirada masculina por vislumbrar las indiscretas nalgas que se ocultan tras de sí.

Germán está teniendo algunos reparos respecto a la obediencia que le debe a una cría que, muy probablemente, no cumpla ni un tercio de la edad de dicho forastero; pero si hay una cosa que odia, más que a nada en el mundo, es su propia faceta de meapilas miedoso que tantas puertas le cerró en su época estudiantil. Ninguneando su inherente decencia, acata las órdenes de su nueva amiga, y se desinhibe para dejarle notar la imponente dimensión depravada del bulto que deforma su perfil.

-oooOh. Menudo trabuco escondes ahí- dice con voz sugestiva -¿No te da vergüenza?-

Sin pronunciarse al respecto, Germán se excusa para sí mismo: imagina las constantes erecciones encubiertas que deben de proliferar, como setas, alrededor de tan precoz pibón adolescente en su día a día; las incontables miradas lascivas que se encorsetarán en disimulos de muy dispares intransigencias; la cantidad de pajas de alumnos y profesores que habrá inspirado esa musa que a duras penas acaba de dejar la infancia.

Inés suspira al tiempo que se muerde el lateral de un carnoso labio inferior que se libera, lentamente, del yugo de sus impecables dientes blancos. Su viciosa mirada sigue encauzada hacia el bajo vientre de aquel perfecto desconocido, quien se sirve de la luz natural para iluminar su elegancia trajeada.

De nuevo, el móvil de la niña reclama la atención de su dueña desde el bolsillo delantero de tan escuetos shorts tejanos. En contra de lo que cabía esperar, esa interrupción no suspende el morbo creciente de la presente situación. Inés contesta:

+ Hola, papá.

+ No. Tengo que acompañar a Alicia a su casa para recoger mis cosas.

+ No sé. Una media hora.

+ ¿Macarrones?… … Mmmh, vale.

Mientras habla, Inés baja de la palestra y, con paso liviano, se aproxima lentamente a Germán, quien empieza a enervarse y a enrojecerse ante la intrusión de su archienemigo. Aprieta los dientes y arruga su frente, compungido:

“!Es él! Fabio Aguilar Otero Cómo odio a ese personaje infame”

+ No adivinarías nunca a quien nos hemos encontrado hoy.

+ ¿Te acuerdas de Germán Barreño?

Sin parpadear y con los ojos muy abiertos, Germán ha sintonizado sus pupilas con las de Inés y niega con la cabeza en un gesto trascendente que no consigue apaciguar su verborrea.

Esa indiscreta muchacha ya se encuentra muy cerca de él; tanto es así que no necesita de una gran gesticulación para agarrarle la corbata y tensarla hacia abajo.

+ ¿Cómo qué no? Tú le llamabas Gërmen.

+ ¿Cómo? !¿Gërmen Fecaaal?!

La expresión de Inés se rompe en una incontenible carcajada. Víctima de una silenciosa cólera resentida, el objeto de dichas burlas se revela apoderándose del culo de esa niña traviesa mediante un vehemente abrazo que busca la piel desnuda del hemisferio inferior de tan ansiadas nalgas. La chica lo empuja, para separarse de él, y esgrime una fingida ofensa completamente ajena a la charla que sigue manteniendo con su inconsciente padre:

+ ¿Qué? No…

+ Ah, sí, pero solo hoy. Resulta que ha muerto su padre.

+ Sí, don Arturo.

+ Es que Alicia me estaba haciendo fotos delante de su coche.

+ ¿Qué dices? No es tan raro. Es un tipo simpático y elegante.

+ Que síiíií.

+ Ya me lo ha contado. Yo de ti me andaría con cuidado, hoy.

+ Noooh. Tiene pinta de estar muy fuerte. Te podría zurrar, te lo juro.

+ Y yo que sé. Habrá hecho muchas pesas en los últimos tiempos.

Inmune al dictamen de una recomendable cautela, Inés palpa los bíceps que se ocultan en las mangas de ese estiloso traje gris. Sin siquiera dignarse a mirar los ojos del sujeto de su examen, levanta las cejas, en señal de sorpresa, al constatar la firmeza de una musculatura fuera de lo común. Con un tono más bajo:

+ Muchas, muchas, muchas pesas… … me parece a mí.

+ No, nada. Que será mejor que te escondas en casa, esta tarde.

Los puntiagudos dedos de la chica descienden hasta coronar la protuberancia que todavía deforma los pantalones de Germán. Una honda inspiración llena los pulmones de ese hombre de negocios con el oxigenado aplomo que necesita para afrontar una situación tan insensata.

Mientras sigue hablando con su padre, los descarados tocamientos de Inés se intensifican, obscenamente, bajo la atenta mirada de tan desconcertado individuo.

+ ¿Qué no?… … Créeme si te digo que… … se ha puesto muy, muy duro.

El silencioso testigo de esa conversación telefónica no concibe que, al otro lado del auricular, Fabio no se percate de las libertinas connotaciones que se impregnan en la pronuncia de su hija.

Quien sí ha tomado buena nota de dicha lascivia es el impetuoso falo de Germán que, sometido todavía al reconocimiento digital de la niña, se abastece del flujo sanguíneo de su amo, avariciosamente, para lograr un estadio inédito de grosor venoso y de rotunda firmeza.

+ No, no me ha contado nada. Solo lo del apodo y lo de que le hacías la vida imposible.

+ !Qué va! ¿Cómo quieres que esté resentido después de más de treinta años?

+ Tranquilo. Ya hace rato de eso. Se ha ido con su cochazo. Vive muy lejos ahora.

+ Sí, vale. De acuerdo… … Hasta lueguii.

La mano derecha de Inés desatiende al conmocionado miembro de Germán para pulsar la pantalla táctil de su móvil y finiquitar esa llamada familiar. Finalmente, la celeste mirada de la chica vuelve a encontrar los ojos oscuros de su presa.

Antes de que cualquier palabra pueda abrir una nueva charla que siga subiendo peldaños en aquella vertiginosa escalada de incorrección verbal, ese inoportuno dispositivo vuelve a vibrar. Tras un molesto chasquido bocal, la niña contesta con un alargado monosílabo carente de entonación interrogativa.

+ ¿Queeeee?

+ Claro que estoy bien, Alicia. Todavía no ha comenzado a desmembrarme.

Inés se ha volteado y vuelve a encaminarse hacia ese gran escritorio que, sobre un escalón de madera, adquiere notoriedad en una de las esquinas del lado de las ventanas. Se contonea, lentamente, mientras habla con despreocupación.

+ Pero espérate un poco, que tengo la ropa en tu cuarto.

+ ¿Que dices? Si me presento así en casa voy a tener problemas.

Sus cautivadoras nalgas semidesnudas se sirven de sugerentes andares para perpetrar una indecente coreografía que empieza a nublar el raciocinio de su absorto público individual.

Los valores de Germán ya se han desplomado por completo, como si de un castillo de naipes se tratara: su férrea moral, el respeto a la ley, su recatada vergüenza…

+ No sé. Danos cinco minutos. Diez como mucho.

+ !Qué no hago nada! Solo hablamos, tía.

+ Valeeee. Adiós.

-Uff, que pesaaaah- protesta ella dándose la vuelta.

-… … Parece que… … que no se fía mucho de ti- apunta él con la mandíbula dislocada.

-Se cree que me enrollo con cualquiera… … Si soy una santa- termina con voz infantil.

-Puede que seas muchas cosas, pero una santa…- añade negando con la cabeza.

-¿Tú qué sabes?- protesta ofendida -No me conoces-

-Dime una cosa: ¿tienes pareja?- pregunta mientras se reclina sobre un pupitre.

-!Claro que no! Nunca le tocaría la polla a otro hombre si tuviera novio-

El pensamiento de Germán no discurre con la fluidez habitual. El embriagador trauma que le está provocando la niña lo hace sentir como un pez fuera del agua; un pez que flota en un universo de vicio que discrimina, con sus mareantes efectos, todo aquello que trascienda fuera de esa aula abandonada: la muerte de su padre, la ausencia de su hermano, las décadas que le separan de la última vez que asistió a ese maldito instituto…

GERMÁN: Pero… … has tenido alguno, ¿no?

INÉS: Pues claro.

GERMÁN: No tan claro. Yo tengo cuarenta y seis y nunca he tenido novia.

INÉS: Fuaaah… … ¿En serio?… … No, si al final tendrá razón mi padre.

GERMÁN: ¿A qué te refieres? ¿Qué te ha dicho?

INÉS: Que eres un bicho raro… … Que naciste tarado.

Germán vuelve a incorporarse visiblemente alterado. El amargo reflujo que le evocan esos añejos insultos le hacen perder la poca serenidad que le quedaba. Las últimas palabras de la niña le han sentado como un tiro. Siente la necesidad de aflojarse el nudo de la corbata. Un poco sofocado, termina por sacarse la chaqueta del traje mientras vuelve a suspirar hondo.

INÉS: ¿Es que vas a hacerme un estriptis?

GERMÁN: En tal caso, me quedaría mucho para alcanzar tu estado de desinhibición.

INÉS: No, si no te reprocho nada. Estaría bien ver algo de lo que he tocado antes.

El tono de la muchacha se torna insinuante a lo largo de esta última frase, y salpica de picardía su femenina pose una vez que ya se ha sentado sobre la mesa del profesor.

Ni corto ni perezoso, Germán empieza a desabrocharse los botones de su camisa negra de luto. Su mirada intensa estimula a la chica de un modo difícil de explicar.

INÉS: Wohoh… … ¿En serio?… … Esto se pone interesante.

GERMÁN: ¿Por qué yo? Cualquier niño de tu clase estaría encantado de que lo mirases así, de que le tocaras su erección, de pasar un rato a solas contigo…

INÉS: ¿Te lo tengo que contar? Los niños de mi edad son idiotas. Solo piensan en darse importancia; en subir niveles de popularidad; en la reputación que puede darles meterme su polla. Envidias, rabietas, dramas, mentiras, peleas…

GERMÁN: ¿Es que lo has hecho con muchos?

INÉS: Si haces caso de las habladurías, me he tirado a la mitad del instituto.

GERMÁN: ¿Y en realidad?

La niña sonríe y niega con su cabeza condescendientemente. Germán asume que no le serán revelados los detalles íntimos de esa moza, pero su olfato le dice que la carnalidad de Inés es mucho más inaccesible de lo que muchos quisieran.

Sus sublimes piernas, cruzadas por debajo de las rodillas, se balancean tomando el bode de la mesa como vértice. Las palmas de sus manos ejercen de soporte para que sus brazos estirados sostengan su arqueada espalda bien levantada.

Con un mechón de pelo rubio cayendo sobre su rostro, prosigue:

-Tú estás por encima de todo eso. No necesitas impresionar a nadie. Ni siquiera te has quedado hasta el final del entierro. Te da igual si la gente del pueblo te critica. Eres un tipo elegante y educado. Tienes experiencia, dinero… … un cuerpazo… Eres un hombre de mundo que fue capaz de escapar de este pueblo de mala muerte-

-La semana pasada estuve en Japón, y el mes pasado en California- se jacta orgulloso.

-¿Lo ves? A eso me refiero. Los críos de mi clase lo más que han hecho sin sus papás es ir de viaje de final de curso, y con tutores. Quienes se van a la universidad ya no vuelven por aquí; se quedan en Fuerte Castillo o más lejos, y los que se quedan son lo peor: más fantasmas, si cabe-

La mirada ausente de la chica se inquieta en cuanto su oyente termina de quitarse la camisa. Ese corpulento torso supera, en creces, las expectativas que generaba la distinción de su traje. Inés vuelve a morderse el labio con cara de viciosa.

INÉS: ¿De verdad eras flacucho cuando vivías en Villaloda?

GERMÁN: Mucho. Me he pasado décadas remediándolo.

INÉS: Pues está claro que… … no te has quedado corto.

GERMÁN: ¿Por qué no sigues contándome tus motivos?

Sintiéndose legitimado por las lujuriosas miradas de la moza, Germán se acerca con pasos lentos mientras escucha sus halagos. El tono de Inés, más íntimo y suave, sigue rebajándose a medida que ese hombre maduro se le acerca y sube a la tarima.

INÉS: En ningún momento me has faltado al respeto, y has tenido la amabilidad de llevarnos al pueblo, cuando llovía, sin esperar nada a cambio. Intentas contener tus babas, al menos cuando yo puedo verte. No sé. No me ha dado la impresión de que tuvieras la intención de follarme, y si ahora la tienes es solo por mi culpa. En cambio, cualquier niñato que se acerca a mí, de buen principio, solo piensa en metérmela, y todo lo que dice o hace va destinado a ese cometido.

La muchacha separa sus rodillas para no interferir en ese ilícito acercamiento, pero la mesa termina por parar a Germán. Inés se sacude las manos con su ropa para que, libres de polvo, trepen por tan masculino torso hasta peinar aquellos poderosos pectorales. No se trata de un tipo que suela depilarse, pero su bello es razonable y goza de una estética distribución.

El relato de la joven se nutre de más pausas, de más suspiros, de más suspense a cada segundo que pasa:

INÉS: Estoy muy… … muy cachonda… … Nunca lo he hecho con un hombre mayor y… … hoy no será la primera vez. No soy una chica tan fácil. Espero… … espero no haberte dado una impresión equivocada. No quisiera que te enfadaras conmigou.

La ira no forma parte del carácter de Germán, y, aunque así fuera, su humildad no le ofrece motivos para el enojo. Está tan desubicado, en esta extraña jornada, que no da nada por sentado, y cada gesto de la niña le parece un regalo de lo más generoso.

-¿Cómo quieres que me enfade contigo?- cada vez con su rostro más cerca al de ella.

-No lo sé. Ja, jah- sonríe pícaramente -Puede que sea un poco calientapollas, lo reconozco, pero eso suena peor de lo que es. Solo soy traviesa y juguetona-

Los labios de ambos terminan por coincidir en un meloso beso que no se augura muy breve. Acordes con esa deriva, las manos de Germán recorren los suaves muslos de la chica al tiempo que ella le rodea el cuello con sus brazos.

Inés es la primera en darle protagonismo a su húmeda lengua rosada, abriendo la veda de unos besos menos comedidos y cada vez más babosos. Empieza a faltarles el aliento cuando:

-Espera, espera, esperah- susurra Inés cono urgencia -¿Qué estamos haciendoh?-

-Dímelo tú- contesta él incapaz de improvisar una respuesta mejor.

-Alicia está… … hhh… … está esperándome fuerah. Le he dicho cinco o diez minutos-

-De eso no hace ni cinco minutos- le rebate algo extrañado.

-¿En serio?… … hhh… … ¿Seguro?- pregunta presa de sus propias dudas.

-Puedes irte si quieres… … No necesitas darme un motivo- con pacifica resignación.

-No, no es eso… … En serio… … Pero… … No voy a quitarme la ropa… … ¿Vale?-

Germán da un paso atrás y le da la mano a su doncella para ayudarla a bajar de la mesa. Su amabilidad de príncipe azul solo se ve mancillada por una tremenda erección que, desde hace mucho rato, es bien notoria en el relieve de sus pantalones.

Inés, nerviosa, intenta adivinar el próximo movimiento de su galán, quien cae de rodillas, rendido ante ella. Empieza a besarle los muslos apasionadamente mientras, por detrás, sus fuertes manos se apoderan de sus redondas nalgas.

-¿Qué haces?- pregunta la chica sonriente.

Germán no tiene demasiada facilidad de pronuncia, amorrado como está a esas nutridas carnes. Su respuesta no pasa de un mero esbozo verbal.

Inés sigue muy caliente, pero también se siente asustada. Nota cómo los dedos de su devoto súbdito trepan más allá de los límites de unos cortísimos shorts, ya indecentes de por sí, cada vez más arremangados.

GERMÁN: Date la vuelta, Inés. ¿Quieres?

La niña obedece sin rechistar. Reclinada sobre la mesa, no tarda en notar los húmedos besos de ese hombre recorriendo la piel desnuda de su culo al tiempo que sus manos siguen manoseando sus piernas con notorio entusiasmo. Pronto siente las cosquillas de una intrusiva lengua babosa junto con los pellizcos de unos mordiscos hambrientos de ella.

Se siente todavía más deseada al notar cómo los dedos de su amante trepan con decisión por su cuerpo hasta apoderarse de sus pechos adolescentes, todavía por encima de su fina camisa.

-Pero que buena estás, Inés… … hhh… … No me lo puedo creer- se exclama ofuscado.

-Ya lo sé- contesta ella, engreída y sonriente -Soy lo más-

-Qué tetas tienes… … hhh… … Qué tierna eres- mientras se las oprime con fuerza.

-Aix… … hhh… … Con cuidado… … hhh… … Me haces daño- protesta con fragilidad.

Sin desprenderse de tan glorioso tacto mamario, Germán se aprieta contra ella en un empuje instintivo que llega a desplazar la mesa del profesor. Ese tenue forcejeo conlleva tocamientos de todo tipo hasta que, en un momento dado, Inés nota cómo el tacto desnudo de la enorme polla de su asaltante se entromete entre sus muslos y se restriega con sus nalgas, fogosamente.

La chica gira la cabeza con imperativa curiosidad, pero, a causa de su mal ángulo de visión y del estorbo de su propio pelo no consigue vislumbrar el duro pedazo de carne caliente que encabeza tan libertinos apretones. Esa brega carnal se prolonga durante unos excitantes instantes, hasta que la intriga ansiosa de Inés termina por tomar la palabra.

INÉS: Espera, esperah.

GERMÁN: ¿Qué?… … hhh… … ¿Qué es lo que ocurre ahora?

INÉS: Quiero tocártela… … hhh… … Déjame que te la toque.

Contraviniendo el exigente mandato de sus impulsos más primarios, ese exaltado empresario logra apartarse y le otorga un poco de espacio a la niña para que esta pueda girarse.

En cuanto vuelven a verse las caras, Germán percibe el rubor en el rostro de aquella nena cachonda. El sentido de la mirada de Inés no tarda en despeñarse hasta encontrarse con tan virulenta erección descapullada.

El inaudito tamaño de dicho falo colapsado la deja sin aliento durante unos instantes. Ni siquiera el revelador bulto que dibujaba la anatomía de ese hombre, bajo los pantalones de su traje, hacía presagiar un engendro tan descomunal.

Las frías manos de la muchacha se apoderan de tan dilatado apéndice y lo recorren, suavemente, hasta rescatar aquel par de huevos peludos que todavía permanecían enfundados en unos bóxers oscuros que no se oponen demasiado a dicha maniobra.

INÉS: Cómo te has puesto… … hhh… … se nota que te gusto.

GERMÁN: No te imaginas cuanto… … hhh… … Estoy a punto de explotar.

INÉS: Pues si explotas avísame. Voy muy mona y… … no quiero que me manches.

GERMÁN: Es un decir, tontah… … no me refería a que…

Los masajes de Inés no son demasiado explícitos, pero la efusividad de sus tocamientos no deja de calentar a Germán hasta el punto de ebullición.

GERMÁN: Aunque si sigues así…

INÉS: ¿Qué?… … Pero si ni siquiera te estoy haciendo una paja.

GERMÁN: Tú sigue apretándome como lo haces y verás lo que ocurre.

Motivada por esa amenaza velada, la niña intensifica la presión de sus tocamientos testiculares hasta arrancarle un frágil gemido a su permisivo vasallo.

Germán tiene que esforzarse para desoír las órdenes de sus bajos instintos y no arrancarle la ropa a su venerada dueña. Una vez contenidas sus tentaciones más ardientes, empiezan a disiparse las dudas acerca del desenlace de aquel peculiar altercado sexual. Inés parece estar al tanto de lo que está a punto de ocurrir y, con sugerente entonación, dice:

-Te vas a correr… … Mmmh, sí… … Sé que lo vas a hacer… … Te mueres de ganas-

-Nooh… … hhh… … Todavía no… … Soy más duro de pelar de lo que imaginas-

-¿Qué no? Vas a ver… … Te voy a exprimir… … hhh… … Te exprimiré como a un limón-

Las advertencias de la niña ganan en agresividad a medida que el ritmo de su obsceno cometido manuales se intensifica. Sin dejar de apretar los huevos de Germán, con la mano derecha, usa las ventajas de su zurda condición para masturbarle con gran destreza usando la otra mano.

“Flap – flap – flap – flap…”

GERMÁN: OoOh… … Síiíií… … Ineeés… … hhh… … Creo que… … oOh.

INÉS: ¿Tengo razoón? … … Sé que la tengoOh… … Síiíií… … lo notoh.

“Flap – flap – flap – flap…”

Ante tanta indecencia, los pantalones de ese bienaventurado forastero se desmayan y terminan de caer sobre la tarima.

La luz natural que se proyecta a través de las ventanas rotas de la clase dibuja la sombra de aquella asimétrica pareja sobre una pizarra emborronada que lleva mucho tiempo en desuso. Germán le saca más de un palmo y medio a su menuda masajista, pero es su corpulencia, oscureciendo el verde de esa textura, lo que más le diferencia de femenina silueta de Inés.

“Flap – flap – flap – flap…”

Al son de unos gemidos cada vez más elocuentes, Germán nota cómo empiezan a quebrarse los cimientos de su dique.

GERMÁN: Yaah… … ya lo tienes, Inés… … hhh… … un poco más… … soloh un pocoOh…

INÉS: Hhhh… … Te lo dije… … ¿Lo ves?… … hhh… … Síiíií… … Vaah… … hhh…

Las manos inquietas de ese hombre no pueden tocar a la chica sin interferir en el buen hacer de aquel gozoso pajote. Resignado, las sostiene en el aire mientras nota el advenimiento de un explosivo orgasmo que ya no puede esperar más.

“Flap – flap – flap – flap…”

Inés se percata del rostro desencajado de Germán justo a tiempo para esquivar esa caudalosa eyaculación presurizada. Se aparta con grácil agilidad y observa cómo aquel hombretón se tambalea y despilfarra su esperma, sin control, como si de una manguera suelta se tratara.

Ya fuera de peligro, la niña se lleva las dos manos a la cara sin taparse unos ojos abiertos que expresan su inmenso estupor.

El modo en que los pantalones bajados de Germán condicionan sus pasos está a punto de provocarle una aparatosa caída. Aun así, finalmente, ese tipo extasiado consigue apoyarse al escritorio del profesor.

Todavía convulsionándose, encañona su miembro hacia la pizarra para que sus últimas contracciones fálicas escupan el resto de sus reservas seminales en ella.

INÉS: WoO0oOh… … ¿En serio?… … ¿Es que siempre chorreas así?

GERMÁN: Hacía tiempo que no… La verdad es que… hhh… … No lo entiendo.

Exhausto, termina desplomándose sobre la butaca del profesor. Se siente mareado y ve miles de estrellitas.

GERMÁN: De verdad… … esto no… … hhh… nunca… … No sé qué me ha pasado.

INÉS: YO soy lo que te ha pasado. Estoy demasiado buena. Al final tendré que ir con burka para que a los hombres no se os calienten los huevos solo de verme.

A Germán le hace gracia esa broma, pero su cuerpo ha quedado tan anestesiado que no logra siquiera sonreír.

Como si hubiera estado esperando el momento adecuado para entrar en escena, una insistente bocina suena desde la calle. Inés se sobresalta y se asoma, con cuidado, por una de las ventanas rotas del aula. De inmediato, se vuelve e impregna sus susurros de una urgencia asustada.

INÉS: Es la madre de Alicia. Habrá visto la llamada perdida y… … han hablado.

GERMÁN: ¿Crees que…?

INÉS: No, no creo. Voy a… voy a irme. Mejor que salga yo sola. Lo entiendes, ¿no?

GERMÁN: Sí, sí… … No puedo creer que… … que tengas que irte.

INÉS: Y yo no puedo creer que te vayas hoy mismo para no volver jamás.

Antes de saltar de nuevo por la ventana, la chica le echa un último vistazo algo apenada. Germán se ha subido los bóxers, pero todavía tiene los pantalones bajados. Aun así, ese gran escritorio le da cobertura al decoro de su desnudez.

Su pensamiento va todavía muy lento, pero finalmente:

GERMÁN: Podría quedarme… … un poco más.

INÉS: ¿En serio?

GERMÁN: Soy pasajero Premium y puedo aplazar mi vuelo.

INÉS: Pero… … ¿No has venido en coche?

GERMÁN: Es un auto alquilado.

INÉS: Bueno… … mañana por la mañana me voy con las chicas a Fuerte Castillo, pero… … podría pasar de ellas y quedar contigo. ¿Te vale?

GERMÁN: Claro que sí.

El móvil de la muchacha no para de vibrar en su bolsillo. Antes de que pueda decir nada más, vuelven a sonar los impacientes pitidos del coche de Claudia, la madre de Alicia.

-Quedamosmañanaquímismo- dice con frenética pronuncia -alasnueve-

Germán apenas tiene tiempo de asentir con la cabeza antes de que la niña salte por la ventana y desaparezca de su vista. Se queda quieto, por unos momentos, y agudiza su oído. Pronto escucha unas voces femeninas a lo lejos. Se trata de una discusión ininteligible con tonos de reproche. Tras unos segundos más, el motor de dicho automóvil arranca y se aleja hasta desaparecer en el silencio.

“Qué caprichoso es el destino: Si me llego a quedar hasta el final de la ceremonia… Nunca me hubiera encontrado con Inés y con Alicia. No hubiese tomado esta calle para acceder al centro. No hubiera encontrado mi antiguo instituto en ruinas. Nunca hubiese podido disfrutar de Inés y de su pajote”

Pocas veces se ha sentido tan solo como en estos momentos. Aquel entorno abandonado, junto a esa muda calma campestre, le hace sentir como si fuera el último ser humano del planeta.

Mientras se viste, pausadamente, observa su alrededor. De pronto, ese desaliñado lugar sombrío se ilumina con la luz de los fluorescentes. Consigue visualizar a sus antiguos compañeros de clase ocupando sus respectivas plazas a lo largo y ancho del aula; escucha el bullicio de una docena de frívolas charlas cual popurrí de palabras sin sentido; algún que otro avión de papel sobrevolando las cabezas del alumnado; Diana, en una esquina, coqueteando con Miguel; Fabio, en la última fila, planeando su próximo abuso; la llegada de don Faustino imponiendo su orden disciplinado, justo antes de empezar a impartir su asignatura…

Y en un rincón, se ve a el mismo. Solo, triste, asustado…

Se da la vuelta y mira a la pizarra. Recuerda la vergüenza que sentía, frente a sus compañeros, cuando le tocaba salir a la palestra. Sobre esa verde superficie polvorienta, todavía se distinguen algunos números, algunas letras y alguna que otra filigrana obscena que ya goza de algunos años de antigüedad.

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