SOBRINA CONSENTIDA

AinaraEnTuCara


-domingo 23 abril-


 Tras unos pocos pasos asfaltados, bajo el sol primaveral de la sobremesa, el silencio empieza a ser incómodo entre Ainara y su tío Bruno. Puede que sea él quien se sienta más violento, pero es ella la que termina por poner voz a ese inédito reencuentro con una muletilla que nunca falla:

AINARA: Cuánto tiempo, ¿no?

BRUNO: Sí. Hacía… ¿cuánto?… ¿cuatro? cinco?

 Bruno busca el rostro de su sobrina. Ella no parecía estar por la labor de contestar hasta que se ha percatado de ello. Encoge los hombros y pone cara de extrañada.

AINARA: ¿De verdad me estás preguntado por la última vez que cuidaste de mí?

BRUNO: Sí. Bueno… Creo que desde entonces… … puede que no hubiéramos hablado.

AINARA: Es que una se hace mayor. Sería raro que me hicieras de canguro a mi edad.

 Ainara sonríe de un modo algo enigmático; como si más allá de ese humor se escondiera cierta incomodidad y una sutil ofensa por una conversación ridícula y forzada.

AINARA: Ya sé que papá te ha dicho que me acompañes, pero…

BRUNO: ¿Tan pronto quieres librarte de mí?

AINARA: No, si lo digo por ti. A mí plín. Imagino que tendrás cosas que hacer.

BRUNO: No te creas. No soy un hombre tan ocupado como tus padres.

AINARA: Ni tú ni nadie.

BRUNO: Por eso acudían a mí cuando no tenían con quien dejarte.

AINARA: Ahora me toca a mí cuidar del mocoso hiperactivo de mi hermano.

 Mirando por donde pisan sus bambas deportivas, blancas y rosas, a la chica se le dibuja una mueca nostálgica en la cara y, tras buscarse de nuevo en los ojos de su tío, le da continuidad a ese lejano relato:

A: Me gustaba quedarme contigo. Me dejabas hacer de todo.

B: Era demasiado blando. Siempre he sido un calzonazos.

A: No me decías que no a nada. Ja, ja, jah. Lo pasábamos de lujo, ¿no?

B: Tú sobretodo. Yo sufría porque no me respetabas lo suficiente.

A: Claro que sí. Bueno… … No sé… … Puede que te tomara un poco el pelo.

B: Así me he quedado.

A: Nah… …Te queda bien rapado. Comparado con mi padre… No parecéis hermanos.

B: Bueno… Él siempre ha sido propenso al sobrepeso y no hace nada de deporte.

A: No es solo eso. Está viejuno. Muy viejo. Además, es tan serio y severo…

B: Y yo soy tan dócil y permisivo… No me tomabas el pelo. Simplemente me dejaba.

A: Todos los padres deberían ser como tú. Si tuvieras niños, lo pasarían fabulosamente.

B: NoOh. Si se tratara de mis hijos sería muy distinto. Es tarea de los padres educar.

A: Ah. ¿O sea que a mí me tenías consentida porque no era tu propia hija?

Bruno no necesita verbalizar su respuesta para que su sobrina pueda interpretarla como afirmativa. La rambla de Fuerte Castillo se consume bajo sus pies a medida que brotan las palabras, ahora de un modo más fluido y entrañable.

AINARA: ¿Y por qué os distanciasteis?

BRUNO: No existe un motivo… … concreto. Estas cosas a veces pasan.

AINARA: Dejaron de necesitar que me recogieras del cole y me dieras la merienda.

BRUNO: Nooh… … Entonces: ¿para qué me llamó tu padre para comer juntos hoy?

AINARA: Algo querrán de ti. Seguro. Son unos interesados.

BRUNO: Qué opinión tan pobre que tienes de ellos.

AINARA: Bueno… Estoy muy harta, la verdad. Me tienen muy controlada.

 Mientras hablan, Bruno se percata de la extraña actitud que tiene un par de chicos muy jóvenes cerca de ellos. Tras superar una timidez explícita, se acercan y se dirigen a su sobrina:

-Perdona… … Disculpa; tú eres… … Eres Ainara, ¿no?- dice uno con ojos como platos.

-Sí… … sí, soy yo, en carne y hueso- comprometida, aunque con cierto orgullo.

-¿Nos podemos sacar una foto contigo? Porfaah- el segundo, con gestos de súplica.

-Bueno, pero una y os marcháis, ¿eh?- con una mímica altiva y sobreactuada.

-!Waah! !Qué flipe!… … AinaraEnTuCara- susurra el chico preparando su móvil.

 Bruno da un paso al lado para no entrometerse. Mantiene una expresión algo pasmada. No entiende lo que está ocurriendo.

-Gracias, Ainara. Eres la mejor- proclama el primero a medida que se alejan.

-Te queremos. Sigue así- dice el otro ya de lejos.

 La chica finge estar distraída para no mirar a su tío mientras reemprenden la marcha, pero está claro que lo acontecido merece una explicación. Bruno tarda un poco, pero finalmente:

BRUNO: A ver: ¿a qué ha venido eso? ¿Conocías a estos chicos?

AINARA: Mmm… … Sí… … Son coleguillas míos.

BRUNO: Tú no les conoces. Te han preguntado tu nombre y tú no les has reconocido.

AINARA: Es que hacía tiempo que no les veía el careto, pero sí.

BRUNO: ¿Eres la mejor? ¿Sigue así? ¿Te queremos?

 Ainara no se digna a contestar, solo levanta sus cejas perfiladas en un gesto reservado que no quiere dar explicaciones. Siguen andando acompañados por un silencio que no resulta incómodo esta vez, solo algo extraño y reflexivo. Despistado, Bruno se encamina por la calle equivocada:

-No, tío. No descarriles. La casa de Judith está por aquí- dice ella agarrándole el brazo.

-¿”AinaraEnTuCara”?- replica con el ceño fruncido evocando las palabras de los chicos.

-¿Qué? Anda. Olvídalo. No me seas mendrugo- responde con repentina incomodidad.

-¿Qué es eso de “AinaraEnTuCara”?- pregunta mirándola de nuevo sin relajar su frente.

-¿Y yo que sé? Los críos de hoy se inventan muchas expresiones nuevas. A saber…-

-Lo voy a buscar. A ver que sale- desconfiando de la irritada reacción de su sobrina.

-Nono… no… Verás:- se muerde los labios y se detiene pensativa -Es que soy famosa-

La chica se queda mirando a su tío, cabizbaja, con boquita de piñón y los ojos muy abiertos. No tiene un plan de contingencia mejor para esta situación tan indiscreta. Bruno está desconcertado y niega ligeramente con la cabeza:

B: No eres famosa, Ainara. ¿Qué inventas? ¿A caso sales en la tele? cine? escenarios?…

A: Qué jurásico eres, tío. Hoy en día las famosas somos diferentes. Vamos por libre.

B: Entonces deja que lo vea.

A: Nonoh… a ver… … Sé que lo verás igualmente, pero te lo pido; te suplico; porfins.

B: ¿Qué?… … ¿Que no se lo diga a tus padres?

A: Xaaaaact. Si mi padre se entera me degolla sin anestesia.

B: Nadie usa anestesia para degollar a alguien.

A: Al igual. Tú ya me copias. No pueden saberlo. Me arruinas la vida si lo cuentas.

Esa carita de pena derrite el enfado que intenta engendrar Bruno. No tiene base todavía para enojarse, pero se teme los motivos por los que su sobrina pueda estar triunfando en la red. Los tiene delante, aunque, ahora mismo, tengan una cobertura razonable. Tras unos instantes meditativos, ya frente al portal de Judith, intenta sonsacarle más información a la niña.

-¿Cuanta fama?- con un tono discreto, neutral y expectante.

-… … … Millones- responde ella con una vergüenza pícara.

¡¿MILLONES?!- exclama roto -¿Millones de qué?-  

-Bueno. Millones si sumas mis fans de las diferentes redes, pero eso es un fake porque la mayoría de ellos me siguen en todas partes. No puedo contar varias veces a quien me sigue por insta, face, youtube… ¿entiendes?- pregunta sonriente.

-Eso es… es… eso no… … ¿Estás segura?- sin dar crédito.

-Que sí. Estoy ganando dinero y me dan muchas cosas- rebosante de satisfacción.

-¿Quién? ¿Quién te da todo eso? Tus seguidores?- insiste ya un poco asustado.

-Mis patrocinadores: marcas, discotecas… YouTube… y… … también mis fans-

 Ainara da un paso hacia la puerta y toca el timbre del telefonillo. Bruno no la sigue con la mirada. Con los ojos clavados en el mármol que define la parte baja del edificio, no sale de su asombro. Suena una voz telefónica:

JUDITH: ¿Sí?

AINARA: Soy yo, brabuscona. !Abre!

Con un fugaz gesto jovial, la chica se arrima a su tío, todavía en shock, y le da un besito en la mejilla justo antes de empujar esa puerta metálica; antes de que se cierre finikitando la charla, Ainara le lanza una última súplica reiterativa.

AINARA:  No digas nada, ¿vale, tío? Por lo que más quieras. !A nadie!

 Sin tiempo ni energías de contestar, el hombre observa, tras el cristal, cómo su sobrina se encamina con juguetones saltitos hasta el ascensor, y le dedica una alegre despedida con la mano antes de desaparecer de su campo visual.

JUSTO: Esta gente parece que no quiera cobrar.

EDURNE: Déjalos, pobres. ¿No ves que van de culo?

JUSTO: Pero si traer la cuenta es lo más fácil. Es un papelito que sale de la máquina.

 Tan exigente como siempre, al padre de Ainara no le gusta que le hagan perder el tiempo. Hace rato que ha terminado su café enriquecido y no quiere esperar más. Mientras le hace gestos imperativos al camarero, desde lejos, su mujer le pregunta:

EDURNE: ¿Cómo has visto a tu hermano?

JUSTO: Como siempre. A su rollo. Sin preocupaciones. !JULEN! !Siéntate de una vez!

EDURNE: ¿No te parece que está muy solo? Sin mujer, sin familia, sin amigos…

JUSTO: Algún amigo tendrá. Solo es que no habla de ellos.

EDURNE: ¿Algún amigo que no tenga cuatro patas? Deberíamos cuidar más de él.

JUSTO: ¿Le acabo de invitar a comer no? ¿De qué te quejas?… … !JULEEEN!

EDURNE: Vamos, cariño. Los dos sabemos porque le has invitado después de años.

JUSTO: ¿Me vas a decir que a ti no te preocupa la niña? Algo tenemos que hacer.

EDURNE: Estamos hablando de asuntos distintos. Una cosa no quita la otra.

 Después de tropezarse con los correteos del pequeño Julen,  un chico alto, delgado y con gafas, les trae la cuenta pellizcada en el clip de un pequeño platito oscuro.

-¿Todo bien, señores?- pregunta con un tono servil.

 Incluso antes de que se abra la puerta, Croma ya empieza a emitir sus leves maullidos de bienvenida. Bruno recibe esa pequeña dosis de calidez cada vez que llega a su pequeño estudio, en el ático de uno de los edificios más altos de la ciudad. Le gusta la distancia vertical que le separa del ajetreo urbano. Tras acariciar prolongadamente a su gata tricolor, enciende su computadora con la intención de trabajar en las fotografías de la boda de ayer. Un vacío se apodera de él cada vez que tiene que dedicarse a esta clase de labores. Intenta autoconvencerse:

“Manos a la obra. Vamos allá. Algún día podré escoger encargos apasionantes, pero ahora he de apechugar con la dura vida del autónomo”

 Detesta el concepto del matrimonio, y todavía odia más la institución de la iglesia, pero no puede descartar nupcias, bautizos ni comuniones. Son lo que más dinero le da.

“Antaño, una mujer necesitaba a un hombre que la mantuviera de por vida para dejar el trabajo y entregarse por completo a un proyecto familiar. Incluso estaba bien visto que el marido fuera infiel si no desatendía las necesidades de su esposa y de sus hijos. Era realmente un “Sí quiero” para siempre. ¿Pero hoy? Qué inútil resulta todo este paripé cuando te puedes divorciar al día siguiente sin reparos; cuando la mayoría de los casamientos terminan en separación; cuando el amor es tan líquido y envejece tan mal”

 Mientras azota a su ratón inalámbrico con el dedo índice, otra idea llega galopando con ímpetu para arrollar a tan tediosos pensamientos filosóficos. En el lado opuesto de aquellos absurdos convencionalismos sociales está Ainara, con su novedoso modo de irrumpir en el mundo a través de las redes sociales.

 Bruno ha estado consultando su móvil durante el itinerario en metro; de camino a casa. No ha querido maximizar la pantalla, pero eso no le ha impedido percatarse del calibre de los sensuales bailes que su sobrina publica en su canal; de la manera que tiene de andar por los límites de la censura en Instagram, Facebook, YouTube… La chica no se lo inventa; ni siquiera exagera cuando afirma que las distintas ramificaciones de AinaraEnTuCara acumulan más de un millón de seguidores.

 Desatendiendo lo que tan cercanamente le muestra la pantalla de su ordenador, ese entregado fotógrafo se dedica a encadenar pensamientos tendenciosos a cerca de su familia más cercana:

“¿Debería contárselo a Justo? ¿Tengo que mantenerme al margen? ¿Es aceptable que Ainara se exponga así? ¿Qué riesgos implica esto para alguien tan joven?”    

 Los comentarios que suscita la ciberactividad de la niña no son precisamente alentadores, aunque la mayoría de esos escritos calenturientos son tan groseros como inofensivos; tan íntimos como superficiales; tan simples como carentes de pretensiones en el mundo real. Muchos de sus autores viven al otro lado del Atlántico y algunas, aunque pocas, son crías preadolescentes que admiran a Ainara y quisieran llegar a ser como ella.

“Recuerdo cuando la popularidad era un concepto que no iba más allá de las paredes del aula en la que dábamos clase”

 Escondida tras esa nostálgica evocación, una curiosidad morbosa le lanza el lazo insistentemente; le pide que cierre el editor de fotos y que abra el canal de su sobrina a pantalla completa; con el volumen de la música bien alto. Bruno suspira y toma distancia reclinándose, hacia atrás, en su silla.

“Se me ha puesto dura, en el metro, con solo un par de vistazos rápidos, con la pantalla pequeña, sin sonido y mirando de reojo… He tenido que quitarle el asiento a una abuela para disimular mi erección. Sé lo que pasará si cruzo esa puerta y no quiero. !Se trata de Ainara!”

 Bruno se conoce bien. No tuvo novia cuando era joven y aquella carencia le provoca, todavía hoy, una filia muy pronunciada respecto a las chicas de corta edad; como si se tratara de una asignatura pendiente. Se nota degenerado cuando, habiendo sobrepasado los cuarenta, se fija en niñas de instituto o todavía más infantiles. No lo puede evitar: su alegre frivolidad, esos gestos presumidos, su efervescencia hormonal, la consciencia recién llegada de su propio potencial erótico…  

 Hoy mismo, nada más bajar del coche de su hermano, Bruno se ha quedado embobado observando cómo Ainara peinaba sus largos cabellos, con ambas manos, mirándose en el reflejo de la ventanilla; curvando su figura para pronunciar esos incontestables encantos, luciendo su corta aunque razonable ropa veraniega… Mientras tanto, Julen daba rienda suelta a su entusiasmo corriendo alrededor del auto; Justo hacía una llamada laboral de última hora; y Edurne se encargaba del parquímetro.

 Ha sido entonces cuando ha empezado a agrietarse el sosegado temple que debería de haber reinado durante esa comida de reencuentro familiar, en el restaurante. Bruno se ha esforzado para ocultar el pernicioso interés que le despertaba su sobrina, pero, a pesar de que casi no han mediado palabra, no ha podido dejar de mirarla más de la cuenta. Le costaba encajar que la niña que él cuidaba, hace tan pocos años, se hubiera convertido en una chica tan atractiva.

 Sus furtivos dedos han tecleado la palabra mágica en el buscador y Ainara no ha tardado en asaltar, con vehemencia, la pantalla del ordenador de su tío, quien sube el volumen y se entrega al morbo que le provoca su sobrina. Aquel falo hambriento no tarda en importunar el decoro de sus cómodos pantalones oscuros de andar por casa. Bruno se había propuesto ejercer de mero observador, pero ese propósito tan endeble desfallece a primeras de cambio.

Flap – flap – flap – flap

“Joder, Ainara. ¿Por qué me haces esto? No puede ser que estés tan buena, y que lo enseñes así. Deberías estar prohibida. ¿Cómo te atreves? ¿Cómo es posible? Esto noOh, oOoOh, fuuuaaaaah”

No ha necesitado demasiadas sacudidas para que su palpitante fuente carnosa brotara, caudalosamente, saturando la capacidad de absorción de la generosa tira de papel higiénico que había dispuesto, estratégicamente plegada, para afrontar ese más que previsible derrame seminal. Sorprendido por un gozo tan extremo, Bruno recapacita:

“Pero ¿esto qué es? ¿Cuánto hacía que no…? Si no logro ni acordarme es que hacía demasiado”

 Se trata solo de un comienzo, pues Ainara tiene metraje suficiente para estimular todas las pajas pendientes que su tío acumula desde principios de año. El segundo orgasmo es tan consecutivo que se hace efímero; como si llegara por pequeñas entregas azotando un sistema nervioso que todavía no ha podido recomponerse. Esta vez, sus menguantes borbotones alvinos están más licuados y han perdido vigor, a pesar de ello, manchan una nueva disposición celulosa causando un deleite similar.

 Es sencillo, para los censores, censurar determinadas partes del cuerpo, palabras concretas e incluso actitudes demasiado explícitas, pero cuando se trata de una seducción coreografiada; de un encanto desmedido e imposible de cuantificar; de una calentura tan subjetiva…

 No hay cifras ni palabras que puedan describir la gracia con la que se contonea Ainara; las sinuosas miradas despeinadas que le dedica al objetivo; el partido que le sacan, esas nalgas tan redondas, a la indecente brevedad de sus shorts tejanos; aquella camiseta tan fina que no alberga sujetador alguno…

 Esta tercera paja está siendo más duradera, pero, de todos modos, Bruno ya divisa el advenimiento de una nueva corrida. El cuadro lumínico que focaliza su atención empieza a deformarse a medida que su vista se somete a ese frenético zarandeo de nuevo. Cuando ya está trepando por el subidón que con tantas ansias perseguía, un sonido imperativo le distrae. Se trata de su móvil. Lo más lógico sería desatenderlo, pero:

BRUNO: ¿Síh?

JUSTO: Ei, ¿qué pasa, hermano?… … ¿Estás bien?

BRUNO: Sí, claroh… … es queh… … estaba haciendoh… … hhh… … algo de ejercicioh.

JUSTO: Seguro que te la estabas pelando. Ja, ja, jah. Di la verdad.

BRUNO: Que noh… … que no. ¿Cómo dices esoh?

JUSTO: Escucha: me ha alegrado que nos viéramos hoy.

BRUNO: Sí. Hacía tiempoh ya. Ha estado bien.

JUSTO: Edurne dice que deberíamos quedar más a menudo.

BRUNO: Cuando quieras, Justo, ya lo sabes. Dónde haya comidah… 

 Bruno, todavía con los pantalones bajados, siente alivio porque su hermano no pueda saber lo que hacía hace tan solo unos segundos; porque no sepa que se la estaba pelando como un mandril mirando los videos de su sobrina.

JUSTO: ¿Cómo has visto a mi hija? ¿Habéis charlado mucho?

BRUNO: Tampoco tanto. Un ratito; hasta que hemos llegado al piso de su amiga.

JUSTO: Pero vosotros teníais mucha confianza antes, ¿no? Hablabais de todo.

BRUNO: Bueno… De eso hace mucho tiempo. Ella… … ha cambiado mucho.

JUSTO: Ya lo sé… … De eso se trata. Estamos muy preocupados en casa.

BRUNO: ¿Por qué? ¿Qué pasa?

JUSTO: Me da, a mí… … uff… … me cuesta hasta decirlo.

BRUNO: Venga, tío, que soy yo.

JUSTO: Creo que sale con un hombre mayor.

BRUNO: ¿Ainara? Pero ¿qué dices? Si aún es una… … niña.

JUSTO: Tiene mucha ropa y… … cosas. Ni siquiera me pide dinero ya.

BRUNO: Pero… … ¿Se lo has preguntado?

JUSTO: Ella me dice que no. Dice que sus amigas le prestan esos modelitos.

BRUNO: ¿Y lo del dinero? 

JUSTO: Que se le olvidó que era el día de su paga; que todavía le quedaba del otro mes.

BRUNO: Puede que sea verdad, ¿no?

JUSTO: !¿Qué dices?! Nunca le queda ni un céntimo para la tercera semana del mes.

BRUNO: No sé qué decirte. Si solo se trata de una paga…

JUSTO: O tiene un novio con dinero o trapichea. Una de dos.

BRUNO: De todos modos… sea lo que sea, no creo que yo pueda ayudarte con eso.

JUSTO: Lo sé. Verás: a mí la niña me ve como a un tirano, pero a ti… erais muy amigos. 

 Justo no quiere que se le vea el plumero, pero la sutileza no es su fuerte. Desoyendo los consejos de su mujer, no ha podido esperar para sacarle el tema a su hermano en el mismo día de su reencuentro. Mientras escucha esa voz ronca, Bruno recuerda lo que le ha dicho Ainara aquella misma tarde:

Algo querrán de ti. Seguro. Son unos interesados

BRUNO: Creo que te estás equivocando conmigo, Justo.

JUSTO: Nooh. A ver. No te estoy pidiendo que hagas nada en concreto.

BRUNO: Pues a mí me lo está pareciendo. ¿Por qué será?

JUSTO: Son cosas que se me han ocurrido hoy. Esta tarde.

BRUNO: ¿Se te han ocurrido después de invitarme a comer?

JUSTO: Claro que sí. A ver… … me preocupa mi hija. ¿Qué hay de malo en eso?

 Bruno no contesta. Le da la impresión que solo tiene que dejar hablar a su hermano para que se ponga en evidencia.

JUSTO: Estoy seguro de que tú podrías averiguar lo que ocurre.

BRUNO: ¿Qué te hace pensar eso?

JUSTO: Bueno… Fuiste paparazzi, ¿no? Aquello tiene parte de investigador.

BRUNO: !Por Dios, Justo! Esas fueron las semanas más humillantes de mi vida. Nunca…

JUSTO: Lo sé, lo sé. No digo que sigas a Ainara. Solo que pienses en algún modo de…

BRUNO: No me toca a mí pensar en esta clase de cosas. 

JUSTO: Tómatelo como un trabajo; un encargo. Sé que no vas muy bien de dinero.

BRUNO: Nunca te he pedido ni un céntimo, ya lo sabes.

JUSTO: Lo sé. Eso te honra. Mira: solo miro por el bien de mi hija. Compréndelo.

 La ira contenida de Bruno no versa sobre la lógica preocupación paternal de su hermano, sino sobre las formas que está empleando para usarle como a una simple herramienta.

B: Crees que se me dan bien los niños porque hablo con ellos, pero…

J: Claro que sí. Eres un crack.

B: No. Lo que ocurre es que les hablo de igual a igual. No sé hacerlo de otro modo.

J: Será eso. Te conviertes en amigo suyo, no en tutor. Eso les encanta a los críos.

B: Ainara me hablaba del cole, de las amigas, de sus juguetes, de las series de dibujos…

J: Mira… … el año pasado, o el otro, la niña quería ser modelo y me pedía un book.

B: ¿A ti?

J: Bueno, tío; me pedía que contratara a un fotógrafo profesional.

B: Eso ya no se lleva tanto hoy en día.

J: Le dije que ni de coña; que era demasiado niña para empezar con esas cosas.

B: ¿Y ahora quieres contratarme? ¿Para que me haga amigo de ella de paso?

J: Fffh. A la que intento hablarle se cierra en banda, y con su madre pasa igual. 

B: Es lo que tiene ser un padre autoritario. Tiene ventajas, pero llegada cierta edad…

J: Vamos a pensarlo. Tantearé a la niña, pero necesito saber que tú…

B: Nunca digo que no a un encargo, pero no creas que me voy a dedicar a interrogarla.

J: Que no. Solo es que… … cuando veo lo guarras que se están volviendo sus amigas, ya desde tan niñas, me da miedo, ¿sabes? Veo lo estúpidos que son los chicos a esta edad, la cultura del idiotismo sexualizado de la que se rodea hoy la juventud… Pienso que tener a un amigo adulto y sensato que de verdad la quiera, que mire por ella, que la aconseje y que la guíe puede ser lo mejor que le puede pasar ahora. Tú nunca intentarías aprovecharte de ella como lo haría cualquier otro.

 Esa alusión a su honorabilidad hace que Bruno se suba los pantalones y cierre la ventana pausada de “AinaraEnTuCara”.

BRUNO: ¿Desde cuándo me tienes por un adulto sensato?

JUSTO: Una cosa es que tu modo de vida me parezca alternativo, y otra que no…

BRUNO: Si se trata de ayudar a tu hija, sabes que estaré ahí sin que tengas que pagarme.

JUSTO: Claro que sí. Sé que Ainara siempre podrá contar con su tío molón.

BRUNO: Entonces, ya me irás contando cómo responde ella a tus sugerencias.

JUSTO: Gracias, Bruno. Sé que a veces no me expreso de la mejor manera, pero tú me entiendes. Mamá se alegraría de ver que nos llevamos bien. Hasta pronto.

BRUNO: Nos vemos.    

“Mi hermano siempre apela a mamá cuando quiere darle vigencia a nuestro parentesco. La usa para legitimar cualquier petición que se haga en nombre de la familia. Había olvidado la perversión que esconde su lenguaje”  

 Esa charla fraterna ha extinguido la libido incestuosa que, hace tan solo unos minutos, estaba ardiendo con furia en sus entrañas. Bruno siente vergüenza al contemplar el papel mojado que ha caído sobre la moqueta, al lado de su escritorio.

 Mientras se limpia bien, en el lavabo, no deja de reflexionar acerca de la oferta de Justo. Mirándose en el espejo, piensa en los números rojos de su cuenta bancaria, en las facturas pendientes, en el enfado que arrastra su casero, en la austeridad que somete su tren de vida desde hace demasiado tiempo.

“No quiero entrar en el juego de mi hermano. Estas cosas nunca acaban bien. Disgustos, decepciones, confianzas traicionadas…”

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